Su flota es patetica. Solo dispone de ciento sesenta barcos y algunos de ellos solo son embarcaciones de transporte. Una buena parte de la flota es ateniense, o de otras ciudades que solo esperan el momento oportuno para rebelarse contra el control de los macedonios. Seria algo sencillo derrotarla, enviarla al fondo del mar…
– Estoy de acuerdo -manifesto el satrapa-. El macedonio ha venido, pero no volvera a su patria.
– Entonces retirate -insistio Memnon-. ?Arrasa la tierra y envenena los pozos! Sus hombres acabaran exhaustos, muertos de hambre. Su famosa caballeria no ganara honores. Deja que ronde; fomenta la rebelion y el descontento. Permite que sus aliados deserten, que pidan condiciones. Despues, destruyelo -concluyo el rodio engarfiando los dedos.
– Por lo tanto, ?quieres que incendiemos nuestros graneros? -replico Arsites-. ?Que envenenemos los pozos, matemos los peces y el ganador, que lo convirtamos todo en un desierto que se pudre al sol? ?Es eso lo que quieres?
– Los pastos volveran a crecer -manifesto Memnon-. Se pueden plantar nuevos arboles, comprar mas ganado…
– ?Que pasara con nuestra gente? -pregunto Arsites.
– Deja que escape al este. Prometele compensaciones, la alegria de ver a Alejandro entre cadenas y a los supervivientes de su ejercito engrillados, camino de tus minas. O, si quieres, crucificalos a cada lado del camino real, como una advertencia para el resto de Grecia.
– ?Tanto le odias?
– Tanto le odio.
– Tu eres griego.
– Si, y Alejandro es macedonio. Un barbaro.
– ?El te odia?
– Ha jurado -respondio Memnon despues de beber apresuradamente un trago de su copa- que no tendra piedad, que sera inclemente con cualquier griego que empune las armas en su contra. Mi senor Arsites, estare a tu lado, luchare y, si es necesario, morire contigo.
– Nuestras noticias hablan de otra cosa.
Con un movimiento brusco, Arsites despejo la mesa; los boles y las preciosas copas rodaron por el suelo. Cleon dio un brinco. Diocles se sobresalto. Memnon acerco la mano alli donde tenia que estar la daga, pero, por supuesto, habian tenido que dejar las armas antes de entrar en la sala.
– ?Estas muy furioso, mi senor Arsites?
– Estoy muy furioso.
El persa se agacho para sacar un pequeno cofre oculto debajo del divan y lo dejo encima de la mesa. Abrio la cerradura y levanto la tapa.
– Aqui estan los informes enviados desde Abidos por nuestros espias en el puerto y las zonas vecinas.
Memnon noto un sudor frio que le corria por la espalda. Sospechaba lo que estaba a punto de ocurrir.
Miro rapidamente a los demas: los persas de piel morena y cabellos oscuros le devolvieron la mirada, implacables.
– ?Tienes fincas alli? -le pregunto el satrapa.
– ?El Rey de Reyes ha sido muy generoso!
– ?Yo tambien tengo fincas alli! -manifesto uno de los comandantes persas.
– ?Y yo! -declaro otro.
– Muchos de nosotros teniamos fincas alli -senalo Arsites con voz calma-. Ahora las han incendiado, arrasado, saqueado… No quedan mas que cenizas y restos calcinados. Sin embargo, general Memnon, no han tocado tus tierras.
– Sabes de sobra el motivo -replico el mercenario-. El rey de reyes me dispensa su maxima confianza. Alejandro, aconsejado por ese astuto y taimado Aristandro, seguramente dio la orden de que no tocaran mis propiedades para asi fomentar la desunion y la discordia entre nosotros.
– Tu lealtad, mi senor, no esta en duda -afirmo Arsites-. ?No es asi, Cleon?
El fisico se apresuro a mirar al persa; luego miro a Memnon y sacudio la cabeza con una expresion de pena.
– La verdad es que creo que Alejandro tiene tan elevada opinion de ti como la que tu tienes de el -apunto Arsites-. El, como nosotros, hace lo imposible por crear la discordia y fomentar la sospecha -anadio agitando la mano en un gesto displicente-. En cambio, tenemos pruebas de otros asuntos. Por favor, general Memnon, lee esto.
Le arrojo un rollo de pergamino atado con una cinta. Memnon se armo de valor, desato la cinta y desplego la carta.
– Leela en voz alta, general.
Memnon descubrio que no podia. Le temblaban las manos. Reconocio la caligrafia personal de Alejandro
– Estoy de acuerdo contigo, general Memnon -susurro Arsites-. Si hubiesemos sabido que Alejandro iba a navegar directamente a Troya con una escolta tan pequena, le hubieramos estado esperando, ya fuese en el mar o en tierra. Es con la mayor sinceridad que te digo esto: si creyera que tu estrategia de quemar la tierra y envenenar los pozos diera resultado, mis colegas y yo estariamos de acuerdo. Confiamos en ti, general Memnon, pero no confiamos en quienes te rodean. Lisias era un traidor. Queria reunirse con Alejandro en Troya. El divino, desde luego, dijo la verdad cuando afirmo que habia otros involucrados en esta traicion.
El rodio miro la carta una vez mas, con lagrimas en los ojos.
– Pero, general Memnon, ?como podemos confiar plenamente en ti? -susurro Arsites-. ?Cuando incluso tu sirviente Diocles es un traidor?
Diocles se levanto con tanta violencia que tumbo la mesa. Tendio las manos, movio la boca en un inutil intento de pronunciar palabras y miro a su amo con una expresion de suplica.
– Es una carta de Alejandro de Macedonia, ?no es asi? -anadio el satrapa-. ?Esta escrita de su puno y letra; lleva su sello! No es una falsificacion. ?Que dice, general Memnon? Puedo citar cada una de las palabras: «Alejandro, rey de Macedonia, capitan general de toda Grecia, a Diocles, mi amigo, sirviente del traidor, saludos. La informacion que nos has enviado sera de gran ayuda en nuestra marcha al este, como lo fue en la captura del espia persa, Leontes. Los dioses estan con nosotros. Viajare a Troya para ofrecer un sacrificio a los dioses y honrar a mis antepasados. Luego iremos en busca de tu amo. Dejalo que corra» -leyo Arsites antes de hacer una pausa-. Si, eso es lo que dice, ?verdad?
No hizo caso de Diocles, que en aquel momento habia caido de rodillas con los brazos cruzados sobre el estomago.
– Si-repitio Arsites-. ?Como continua? «Deja que tu amo corra. Deja que el haga nuestra tarea y lo arrase todo en la huida. Aun asi, le seguiremos. Nuestro avance nos hara cada vez mas fuertes. Las ciudades de Asia nos abriran sus puertas y aclamaran al salvador que los librara del fuego y la espada. Muy pronto estaremos contigo. Hasta la vista.»
– ?Donde lo has conseguido? -pregunto Memnon con dificultades para hablar y la sensacion de que el corazon le estallaria en cualquier momento-. ?Como ha llegado a tus manos?
– Yo la traje -susurro Cleon.
– ?Vas a decirme que entraste sin mas en el pabellon del rey, buscaste entre su correspondencia y te llevaste lo que quisiste?
– Nunca he dicho tal cosa -respondio el fisico con una sonrisa vanidosa-. El dia, general, que tus mercenarios intentaron matar a Alejandro de Macedonia, reino en el campamento una gran confusion. Volvi a mi tienda y me acoste un rato. Solo entonces vi una pequena bolsa con los pergaminos. Los cogi y los lei. La carta que mi senor Arsites te acaba de dar es una de ellas. Hay otras. Es probable que con toda la confusion en el campamento macedonio ni siquiera las hayan echado en falta.
– ?Cuantos mas? -pregunto Memnon-. ?Hay otros griegos en mi compania?
– No -respondio Arsites sacudiendo la cabeza-. Estan los nombres de los traidores en otras ciudades. No te preocupes; nos ocuparemos de ellos. Estas cartas nos ofrecen, amigo mio, una vision de lo que pasa por la mente del macedonio -proclamo el satrapa agitando un dedo-. En ningun momento Alejandro expresa el ansia de