es para otras cosas.

Eso ha sido innecesariamente grosero por su parte. A la luz solitaria de la lampara en ese oceano de camas, surgen medias lunas crecientes de sombra en la parte inferior de sus contundentes pechos. Tiene dieciocho anos, pero la gravedad ya tira de ellos. El siente la necesidad de alargar el brazo y palpar las prominencias de sus pezones color carne, incluso de pellizcarlos, pues es una puta y esta acostumbrada a cosas peores; el mismo se asombra del arrebato de crueldad que le ha salido, en liza con esa ternura que, seduciendolo, lo apartaria de su fidelidad mas intima. «Quien combate por Dios», dice la sura veintinueve, «combate, en realidad, en provecho propio.» Ahmad cierra los ojos cuando ve, por la tension de los diminutos musculos de sus labios, con esa delicada orla de carne alrededor de sus bordes, que Joryleen esta a punto de cantar.

– «Oh, que amigo nos es Cristo» -canturrea, con voz tremula y sin las inquietas sincopas de la version que oyo en la iglesia-. «El sintio nuestra afliccion…» -Mientras canta, estira la mano, la palma palida, y lo toca en la frente, una frente amplia e integra doblada bajo el peso de mas fe de la que muchos hombres pueden soportar, y desviando los dedos, con sus unas a dos colores, pellizca el lobulo de la oreja de Ahmad al terminar-: «… diselo en oracion.»

La observa volver a vestirse con brio: primero el sujetador, luego, con un movimiento divertido, sus breves braguitas, despues, el top ajustado, lo bastante corto para dejar descubierta una tira del vientre, y la minifalda escarlata. Se sienta al borde de la cama para ponerse las botas de puntera, encima de unos finos calcetines blancos que no la habia visto quitarse. Para proteger el cuero del sudor, y a sus pies del olor.

?Que hora es? Cada dia oscurece mas temprano. No mas tarde de las siete; ha estado con ella menos de una hora. Su madre ya debe de estar en casa, esperandolo para darle de comer. Ultimamente le dedica mas tiempo. Pero la realidad tiene otras urgencias: debe levantarse y borrar cualquier huella de sus cuerpos en el colchon envuelto en plastico, devolver la alfombra y los cojines a su lugar en el piso de abajo y conducir a Joryleen entre las mesas y butacas, pasar el mostrador y la fuente de agua fria, y salir por la puerta de atras a la noche, asaltada por los faros de los coches ya no tanto de trabajadores que vuelven a casa como de personas a la caza de algo, de una cena o de amor. La cancion de Joryleen y el haber eyaculado lo han dejado tan adormecido que la idea, mientras recorre las doce manzanas que lo separan de casa, de meterse en la cama y no volver a despertar no le parece terrorifica.

El sheij Rachid lo saluda con una expresion coranica: «fa-inna ma'a 'l-'usri yusra». Ahmad, tras tres meses sin acudir a clase en la mezquita y con su arabe clasico un poco oxidado, tiene que descifrar la cita mentalmente y considerar sus posibles significados ocultos. «La adversidad y la felicidad van a una.» La identifica como una aleya de «El consuelo», una de las primitivas suras mequies que estan hacia el final del Libro por su brevedad pero apreciadas por el maestro a causa de su naturaleza laconica y enigmatica. A veces se la ha titulado tambien «La abertura», y en ella Dios se dirige al propio Profeta: «?No te hemos infundido animo y liberado de la carga que agobiaba tu espalda?».

Su encuentro con Joryleen habia sido el viernes previo al dia del Trabajo, asi que no fue hasta el martes siguiente cuando Charlie Chehab le pregunto en el trabajo:

– ?Que tal fue?

– Bien -dijo Ahmad por toda respuesta-. Resulta que la conocia, un poco, del Central High. Desde entonces se ha ido extraviando.

– ?Hizo su trabajo?

– Oh, si. Cumplio.

– Fantastico. Su chulo me prometio que lo haria bien. Que alivio. Para mi, quiero decir. No me sentia a gusto, contigo sin estrenar. No se por que me lo tome como algo personal, pero asi fue. ?Te sientes un hombre nuevo?

– ?Y tanto! Ahora veo la vida a traves de un nuevo velo. De una nueva lente, deberia decir.

– Genial. ?Genial! Hasta tu primer revolcon, realmente es como si no hubieras vivido. El mio fue a los dieciseis. Bueno, de hecho fueron dos: con una profesional, con goma, y luego con una chica del barrio, a pelo. Pero en aquellos tiempos todo era mas loco, antes del sida. Suerte que los de tu generacion sois precavidos.

– Si, lo hicimos con proteccion.

Ocultar su secreto -que seguia siendo puro- a Charlie lo hizo sonrojarse. No tenia la menor intencion de defraudar a su mentor contandole la verdad. Quiza ya habian compartido demasiadas cosas en la intimidad de la cabina mientras el Excellency desfilaba por New Jersey al son zumbante de sus ruedas. El consejo de Joryleen de apartarse de ese camion lo seguia lacerando.

Esa manana, Charlie tenia un aire angustiado, se ocupaba con nerviosismo de varias cosas a la vez. Las arrugas se dibujaban permanentemente en su cara, las fugaces muecas de su expresiva boca parecian excesivas en el escenario donde se encontraba: su despacho tras la sala de exposicion, el lugar donde toma el cafe todas las mananas y prepara el plan del dia. Ahi esperaban los monos verde oliva sin lavar y los impermeables amarillos para dias de reparto con lluvia; estaban colgados como pellejos en las perchas. Charlie le hizo saber:

– Durante el fin de semana largo me tope con el sheij Rachid.

– ?Ah, si? -Tras pensarlo, a Ahmad le parecio normal, teniendo en cuenta que los Chehab son miembros importantes de la mezquita.

– Dice que le gustaria verte en el centro islamico.

– Para castigarme, supongo. Ahora que trabajo, descuido el Coran y tambien asistir a los servicios del viernes, aunque eso si, siempre cumplo con el salat, no me salto ni uno de los cinco rezos diarios, este donde este, mientras sea un lugar impoluto.

Charlie fruncio el ceno.

– No es solo un asunto entre tu y Dios, campeon. El envio a Su profeta, y el Profeta fundo una comunidad. Sin la umma, el conjunto de saberes teoricos y practicos con que se gobiernan en grupo los justos, la fe es una semilla que no da fruto.

– ?Te pidio el sheij Rachid que me dijeras eso? -Habia sonado mas al iman que a Charlie.

Con ese gesto suyo repentino y contagioso con que muestra los dientes, el tipo sonrio, como un nino al que hubieran pillado en alguna travesura.

– El sheij Rachid no necesita que nadie hable por el. Y no, no te quiere ver para reganarte; todo lo contrario, te quiere ofrecer una oportunidad. Vaya, cierra esa bocaza, ya estas hablando mas de la cuenta. En fin, que sea el mismo quien te lo diga. Hoy terminaremos pronto el reparto y te dejare en la mezquita.

Y asi ha llegado ante su maestro, el iman yemeni. En el salon de belleza de debajo de la mezquita, pese a estar bien provisto de sillas de trabajo, solo hay una manicura vietnamita leyendo una revista; y por un resquicio de la larga persiana del escaparate del se cambian cheques tambien puede vislumbrar que tras la alta ventanilla, protegida con una reja, hay un corpulento hombre blanco bostezando. Ahmad abre la puerta que se encuentra entre estos dos negocios, la ronosa puerta verde del numero 2781?, y sube el estrecho tramo de escaleras que lleva al vestibulo donde antiguamente los clientes del viejo estudio de danza esperaban para empezar sus clases. En el tablon de anuncios junto a la puerta del despacho del iman siguen colgadas las hojas impresas de ordenador que anuncian clases de arabe, de orientacion al sagrado, correcto y decoroso matrimonio en la era moderna, y de conferencias sobre historia de Oriente Medio pronunciadas por algun que otro mula que estuviera de visita. El sheij Rachid, en su caftan con bordados de plata, le sale al paso y estrecha la mano de su pupilo con inusitados fervor y ceremonia; parece que el verano no haya pasado por el, aunque en su barba han aparecido quizas algunas canas mas, a juego con sus ojos gris paloma.

Al saludo inicial, cuyo significado aun anda rumiando Ahmad, el sheij Rachid anade: «wa la 'l- akhiratu kbayrun laka mina 'l-uld. wa la-sawfayu'tika rabbukafa-tarda». Ahmad reconoce vagamente el fragmento, que pertenece a una de las breves suras mequies a las que su maestro tiene tanto apego, quiza de la titulada «La manana», que manifiesta que el futuro, la otra vida, merece mayor estima que el pasado. «Tu Senor te dara y quedaras satisfecho.» Y el sheij Rachid dice luego, en ingles:

– Querido muchacho, he echado de menos nuestras horas de estudio compartido de las Escrituras, hablando de grandes asuntos. Tambien yo aprendia. La simplicidad y la fuerza de tu fe instruia y fortalecia la mia. Hay muy pocos como tu. -Acompana al joven hasta el despacho y se sienta en la alta butaca desde la que imparte sus lecciones-. Bueno, Ahmad -le dice, cuando ya ambos han tomado asiento en el lugar acostumbrado, alrededor del escritorio, en cuya superficie no hay mas que un ejemplar gastado, de tapas verdes, del Coran-, has viajado al amplio mundo de los infieles, lo que nuestros amigos musulmanes negros llaman «el mundo muerto». ?Han

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