rezuma esa misma pobreza, esos mismos intentos pateticos por estar a la altura de America, por sumarse a la lenta corriente mayoritaria de los cien kilometros por hora. El Subaru marron de su madre, el guardabarros recompuesto con masilla y el esmalte rojo raido durante anos por el aire acido de New Jersey, era otro intento patetico. Por el contrario, el
El mayor y mas bajo de los dos expertos, que resulta imperceptiblemente mas amable, le hace una sena a Ahmad para que se asome con el al interior de la cabina. Sus manos, con las puntas de los dedos manchadas de aceite, se desplazan hasta un elemento anomalo entre los asientos: una caja metalica del tamano de un estuche de puros, pintada de gris militar, con dos salientes en la parte superior a los que estan conectados unos cables aislados que se pierden en la parte del remolque. Como el fondo del espacio que queda entre el asiento del conductor y el del copiloto es profundo y de dificil acceso, el aparato no se apoya en el suelo sino en una caja de plastico, de las que se usan para las botellas de leche, puesta boca abajo, y esta asegurado a ella con cinta aislante. En un lado del detonador -pues es lo que debe de ser- hay un interruptor amarillo, y en el centro, hundido un centimetro en un hueco donde cabria un pulgar, un boton rojo y brillante. El codigo de color delata la simplicidad militar, de los procedimientos lo mas simples posibles con que se instruye a jovenes ignorantes, a los que se les pone un boton hundido para evitar detonaciones fortuitas. El hombre le explica a Ahmad:
– Este interruptor, interruptor de seguridad. Mueves a la derecha, zas, asi, cargas dispositivo. Luego, aprietas boton y mantienes: ?bum! Cuatro mil kilos de nitrato amonico atras. El doble que McVeigh. Necesarios para romper el revestimiento de metal del tunel. -Con las manos engrasadas dibuja un circulo como demostracion.
– Tunel -repite Ahmad bobamente, nadie le habia hablado de ningun tunel-, ?que tunel?
– Lincoln -contesta el hombre, ligeramente sorprendido pero sin mas emocion que la de un interruptor encendido-. En el Holland, camiones estan prohibidos.
Ahmad lo digiere en silencio. El hombre se vuelve hacia Charlie.
– ?Lo sabe?
– Ahora si -dice Charlie.
El tipo sonrie a Ahmad, le faltan algunos dientes, esta mas amable. Con mucha soltura, describe con las manos un circulo mas grande.
– Hora punta por la manana -detalla-. En el lado de Jersey. Tunel de la derecha, unico para camiones. Es el mas nuevo de los tres, mil novecientos cincuenta y uno. Mas nuevo pero no mas fuerte. Construcciones antiguas eran mejores. En segundo tercio, punto debil, donde hay una curva. Incluso si revestimiento exterior aguanta y no entra agua, el sistema de aire quedara destruido y todos ahogaran. Humo, presion. Para ti, no dolor, tampoco momento de panico. Y si felicidad por el exito y calida bienvenida de Dios.
Ahmad recuerda un nombre mencionado hace varias semanas:
– ?Es usted el senor Karini?
– No, no -responde-. No, no, no. Tampoco amigo. Amigo de amigo: todos luchamos por Dios contra America.
El experto mas joven, no mucho mayor que Ahmad, oye la palabra America y pronuncia una airada frase en arabe que Ahmad no entiende. Le pregunta a Charlie:
– ?Que ha dicho?
Charlie se encoge de hombros.
– Lo tipico.
– ?Estas seguro de que esto funcionara?
– Como minimo, provocara un monton de danos. Sera un buen mensaje. Habra rios de tinta en el mundo entero. En las calles de Damasco y Karachi la gente bailara, y todo gracias a ti, campeon.
El hombre mayor, aun sin identificar, anade:
– En El Cairo tambien. -Y vuelve a esbozar su sonrisa de dientes cuadrados, separados, manchados de tabaco. Se golpea en el pecho con el puno y le dice a Ahmad-: Egipcio.
– ?Mi padre tambien! -exclama Ahmad, aunque en su busqueda de vinculos solo acierta a preguntar-: ?Que le parece Mubarak?
La sonrisa desaparece:
– Instrumento de America.
Charlie, apuntandose al juego, pregunta:
– ?Y los principes saudies?
– Instrumentos.
– ?Y Muammar El Gaddafi?
– Ahora tambien instrumento. Muy triste.
Ahmad se molesta porque Charlie se ha entrometido en la conversacion entre los que son, despues de todo, las piezas clave: el tecnico y el martir; es como si, tras haberse garantizado su martirio, lo quisiera dejar de lado. Un instrumento. Se impone preguntando:
– ?Osama ben Laden?
– Gran heroe -responde el hombre de los dedos engrasados-. No lo pueden capturar. Como Arafat. Un zorro. - Sonrie, pero no ha olvidado el fin de esta reunion. Le dice a Ahmad en el ingles mas esmerado de que es capaz-: Ensename lo que vas a hacer.
Al muchacho lo asalta una sensacion gelida, como si la realidad se hubiera librado de una capa de su abultado disfraz. Se sobrepone a su aversion por el feo y liso camion, prescindible como el. Alarga la mano hacia el detonador, tensando la cara en una mueca inquisitiva.
El tecnico robusto sonrie y lo tranquiliza:
– No te preocupes. No conectado. Ensename.
La palanquita amarilla, de seccion transversal en forma de «L», le toca la mano, parece, en lugar de que sea su mano quien la toque.
– Giro este interruptor a la derecha. -Esta rigido, se resiste hasta que se mueve, como magnetizado, a la posicion de apagado, a noventa grados-. Y aprieto hasta el fondo este boton de aqui. -Cierra involuntariamente los ojos, notando como se hunde un centimetro.
– Y mantienes apretado -repite su profesor- hasta que…
– ?Bum! -agrega Ahmad.
– Si -coincide el hombre; la palabra queda suspendida en el aire como una neblina.
– Eres muy valiente -dice en un ingles practicamente sin acento el mas joven, alto y delgado de los dos desconocidos.
– Es un fiel hijo del islam -le explica Charlie-. Todos le envidiamos, ?no?
Ahmad se irrita de nuevo con Charlie, por comportarse como un propietario donde no tiene ninguna autoridad. La accion solo pertenece a quien la ejecuta. En la frase de Charlie ha percibido cierta preocupacion y ansia de mando, cierta duda acerca de la naturaleza absoluta de la
Probablemente el tecnico ha notado esta ligera falta de acuerdo entre los guerreros, por lo que pone una mano paternal en el hombro de Ahmad, manchando la camisa blanca del muchacho con huellas digitales de grasa, y anuncia a los demas:
– Esta en el camino bueno. Ser heroe por Ala.
De vuelta al camion vistosamente naranja, Charlie le confiesa a Ahmad:
– Es interesante ver como funcionan sus cabezas. Instrumento, heroe: sin matices intermedios. Como si Mubarak, Arafat y los saudies no tuvieran todos sus situaciones concretas y sus propias complicaciones a las que enfrentarse.
Charlie ha vuelto a pulsar una nota que a Ahmad, en su recientemente elevada y simplificada percepcion de si mismo, le suena un tanto falsa. El relativismo parece cinico.
– Quiza -replica educadamente- Dios mismo es simple, y emplea a hombres simples para moldear el mundo.
– Instrumentos -dice Charlie lanzando una mirada arisca al frente, a traves del parabrisas que Ahmad limpia cada manana pero que siempre acaba sucio al final de la jornada-. Todos somos instrumentos. Dios bendiga a los instrumentos sin cerebro… ?o no, campeon?