La firmeza de lo simple es lo que amarra a Ahmad en los remansos que preceden y suceden a los oleajes de terror y exaltacion, que terminan precipitandose en la impaciencia inicial por acabar con todo de una vez; dejarlo detras de uno, sea lo que sea ese «uno» cuando todo termine. Vive en cercana vecindad de lo inimaginable. El mundo, con sus pormenores iluminados por el sol, con el diminuto centelleo de sus engranajes, se cierne sobre el, cercandolo; conforma un reluciente cuenco de vacuidad ajetreada, mientras que en el interior de Ahmad obra el peso de una certeza empapada de negrura. No puede sacarse de la cabeza la transformacion que le aguarda, lo que queda detras, por asi decirlo, del obturador de la camara tras dispararse la fotografia, por mucho que sus sentidos sigan percibiendo el bombardeo habitual de imagenes y sonidos, aromas y sabores. El lustre del Paraiso va filtrandose en su vida cotidiana conforme esta da sus ultimos pasos. Los objetos tendran ahi otra dimension, una escala cosmica; de nino, cuando apenas tenia unos anos, experimentaba al dormirse una sensacion de inmensidad, en la cual cada celula era un mundo, y con ello quedaba probada la veracidad de la religion para su intelecto infantil.
En Excellency ha bajado su volumen de trabajo, lo cual le deja momentos de ocio que deberia aprovechar para leer el Coran o estudiar, solicitamente llegados desde la otra punta del oceano, los panfletos concebidos e impresos para preparar el fin -las abluciones, la purificacion mental del espiritu- del
El sabado por la manana, antes de que abran la tienda, se sienta en un escalon de la plataforma de carga y observa un escarabajo negro debatiendose panza arriba en el hormigon. El primer sol cae oblicuo y barre la aspera y despejada zona con una suavidad que, del mismo modo que la semilla que aun no ha germinado contiene la flor final, incluye el calor del dia que ha de venir. El firme ha permitido que en sus grietas crezcan las malas hierbas, los altos tallos de la estacion que toca a su fin, con sus babas lechosas y sus hojas aterciopeladas, humedas del pesado rocio de otono. En lo alto, el cielo esta despejado salvo por algunos jirones secos de cirros y el desvanecente rastro de un avion a reaccion. Su azul puro mantiene todavia, por alguna razon, el aspecto mullido y palido de su reciente inmersion en la oscuridad y las estrellas. Las patitas negras del escarabajo se agitan en el aire, buscando a tientas algun asidero para enderezarse, lanzando sombras afiladas por la inclinacion matinal del sol. Las patas de la pequena criatura se menean y retuercen con una especie de furia, y luego se calman al sumirse el escarabajo en una especie de reflexion, como si buscara la logica que lo ha de sacar del aprieto. Ahmad se pregunta: «?De donde ha salido este bicho? ?Como ha caido aqui, si parece que no puede usar las alas?». La lucha se reanuda. ?Que nitidas son las sombras de sus patas, proyectadas con amantisima fidelidad por fotones que han viajado ciento cincuenta millones de kilometros hasta este punto exacto!
Ahmad se levanta del basto escalon de madera y se situa ante el insecto con porte altivo, sintiendose enorme. Pero aun asi lo asusta tocar este pedazo de vida misteriosamente caido. Quiza su picadura sea venenosa o se trate de algun diminuto emisario del Infierno que se aferrara a su dedo y no lo soltara. Mas de un muchacho -Tylenol, por ejemplo- simplemente aplastaria con el pie esta presencia irritante, pero Ahmad no contempla esa opcion: propiciaria un cadaver ensanchado, un amasijo reventado de particulas y fluido vital derramado, y no desea contemplar semejante espanto organico. Mira rapidamente alrededor en busca de un instrumento, de algo rigido con lo que darle la vuelta al insecto -quizas el cartoncillo negro que se usa para unir las dos partes de las barras de chocolate Mounds o para dar firmeza a los envases de la mantequilla de cacahuete Reese's-, pero no encuentra nada apropiado. Excellency Home Furnishings procura mantener limpio su aparcamiento privado. A los «musculos» afroamericanos y al propio Ahmad les suelen asignar la tarea de salir a limpiar con una bolsa de basura verde. No divisa ninguna espatula tirada casualmente pero, la idea le sobreviene, se acuerda del permiso de conducir que lleva en la billetera, un rectangulo de plastico en el que una instantanea cenuda y poco favorecida de el mismo comparte espacio con algunos datos numericos relevantes para el estado de New Jersey y una reproduccion holografica y a prueba de falsificaciones del Gran Sello nacional. Con el consigue, tras varios intentos vacilantes y aprensivos, dar la vuelta a la diminuta criatura y dejarla sobre de sus patas. La luz del sol arranca chispas iridiscentes, purpuras y verdes, del caparazon hendido que forman las alas plegadas. Ahmad vuelve a su asiento en la plataforma para disfrutar del resultado de su rescate, su clemente intervencion en el orden natural. Vuela, vuela.
Pero el bicho, en la posicion que le corresponde, un brillante cuerpo minuciosamente sustentado por sus seis patas sobre el aspero hormigon, apenas puede arrastrarse un trecho equivalente a su tamano, y luego permanece quieto. Sus antenas se mueven inquisitivamente, despues tambien paran. Durante cinco minutos que parecen una eternidad, Ahmad lo contempla. Devuelve su permiso de conducir, con toda su carga de informacion codificada, a la cartera. Algunos coches en los que suena a todo volumen musica rap circulan veloces, sin que los vea, por Reagan Boulevard; el ruido crece y decrece. En el cielo, que va fraguando, un avion salido de Newark gana altura y retumba. El escarabajo, emparejado con su sombra microscopicamente menguante, sigue inmovil.
Habia agonizado mientras estaba boca arriba, y ahora esta muerto, deja atras una extension que no pertenece a este mundo. La experiencia, tan extranamente magnificada, ha sido, Ahmad esta seguro, sobrenatural.
5
El secretario esta de un mal genio que asusta a su fiel subsecretaria. Sus cambios de humor afectan a Hermione como el oleaje de proa de una lancha motora a una medusa atrapada en su estela. Si hay algo que el odie con todas sus fuerzas, y ella lo sabe, es tener que ir al despacho en domingo; trastoca sus estimadas tardes de ocio con su mujer y la familia Haffenreffer al completo, ya sea en Baltimore viendo un partido de final de temporada de los Orioles o paseando por Rock Creek Park en compania de sus hijos, todos con la vestimenta adecuada para echar una carrera excepto el quinto, el benjamin, que a los tres anos aun va en el cochecito para hacer jogging. La senorita Fogel no puede tener celos de su esposa y de sus ninos; casi nunca los ve y son una parte invisible de el, como las partes que le quedan decorosamente ocultas bajo el traje azul y los calzoncillos boxer. Pero a veces imagina que lo acompana, y se figura a una presencia mas relajada y conyugal que la del estresado combatiente de las sombras confinado a un despacho incomodo. Hermione intuye que lo que mas desea el secretario, ahora que el bochorno del verano ha desaparecido al fin y los sicomoros y los platanos del National Mall tienen en sus grandes hojas el tinte solemne de la monotonia, es estar al aire libre. Lo deduce de la tensa protuberancia en la espalda de su oscurisima americana. Los hombres solian ir a trabajar con trajes azules o marrones -durante semanas enteras, papa salia de la casa de Pleasant Street para tomar el tranvia con el mismo traje marron de raya diplomatica y chaleco-, pero ahora el unico color serio es el negro, o el azul marino muy oscuro, en senal de luto por los tiempos pasados de libertad asequible.
Ultimamente lo han desazonado los triviales y aun asi bien aireados lapsos en la seguridad de los aeropuertos. Parece que, para ello, cualquier reportero indecente o cualquier democrata de la Camara de Representantes que quiera acaparar titulares solo tiene que esgrimir triunfalmente la larga lista de cuchillos, porras y revolveres cargados que han burlado los escaneres de rayos X que controlan los equipajes de mano. Ambos, secretario y subsecretaria, han supervisado codo con codo los dispositivos de seguridad, hipnotizandose lentamente con la interminable procesion de fantasmales interiores de maleta reflejados en colores irreales: verdes cian, carnosos tonos melocoton, magentas puesta de sol, y el azul de Prusia que delata el metal. Llaves de coche y de casa dispuestas en abanico como una mano de cartas, con sus llaveros y cadenitas y artilugios de recuerdo; la mirada vacia y sin parpadeos de las gafas de vista cansada con montura metalica metidas en estuches de pano; cremalleras como esqueletos de serpientes en miniatura; los racimos de burbujas correspondientes a las monedas olvidadas en los bolsillos de pantalones; constelaciones de alhajas de oro y plata; las etereas cadenas de ojetes en zapatos y deportivas; los botones y ruedas dentadas de los despertadores de viaje; secadores de pelo, maquinillas