posicion elevada le recordaba a Ahmad como el mismo se habia situado ante el gusano y la cucaracha. El sheij Rachid estaba fascinado con el, como frente a algo repugnante a la vez que sagrado.
– Querido muchacho, yo no te he coaccionado, ?verdad?
– Pues… no, maestro. ?A que se refiere?
– Quiero decir que te has prestado voluntario debido a la plenitud de tu fe, ?no?
– Si, y por el odio que siento por aquellos que se rien de Dios y le dan la espalda.
– Excelente. ?No te sientes manipulado por quienes son mayores que tu?
Era una idea extrana, aunque Joryleen tambien se lo habia dicho.
– Por supuesto que no. Creo que saben guiarme sabiamente.
– ?Y tienes claro el camino que tomaras manana?
– Si. He quedado con Charlie a las siete y media en Excellency Home Furnishings, y me llevara hasta el camion con la carga. Ira conmigo durante una parte del recorrido, hasta el tunel. Despues conducire solo.
Algo feo, una ligera mueca desfigurante, cruzo por la cara afeitada del sheij. Sin la barba y el caftan ricamente bordado, parecia un tipo desconcertantemente ordinario: complexion menuda, comportamiento un poco tremulo, y un tanto marchito, nada joven. Estirado sobre la aspera manta azul, Ahmad era consciente de la superioridad de su juventud, estatura y fuerza, y del miedo que sentia su maestro, como quien teme a un cadaver. El sheij Rachid, dubitativo, pregunto:
– ?Y si Charlie, por alguna desgracia imprevista, no estuviera alli, serias capaz de seguir con el plan? ?Podrias encontrar tu solo el camion blanco?
– Si. Se donde esta el callejon. Pero ?por que no habria de venir Charlie?
– Ahmad, estoy seguro de que acudira. Es un soldado valiente que apoya nuestra causa, la causa del Dios verdadero, y Dios nunca abandona a los que hacen la guerra en Su nombre.
– Sigues avanzando.
– Exacto. Bien. -El sheij Rachid volvio su carinosa, aunque circunspecta, mirada hacia abajo, al muchacho en la cama-. Ahora debo dejarte, mi apreciado discipulo Ahmad. Has estudiado bien.
– Le agradezco que lo diga.
– Nada de lo que hemos visto en nuestras clases, de eso estoy seguro, te ha llevado a dudar de la naturaleza perfecta y eterna del Libro de los Libros.
– Desde luego que no, senor. Nada.
A pesar de que Ahmad ha intuido a veces durante las lecciones que su maestro se habia infectado de tales dudas, ahora no tenia tiempo para interrogarlo, era demasiado tarde; cada cual debe enfrentarse a la muerte con la fe que lleve en su interior, con lo que haya almacenado antes del Acontecimiento. ?Fue su propia fe, se ha preguntado, alguna vez, una vanidad adolescente, una manera de distinguirse de todos los demas, de los condenados del Central High, de Joryleen y Tylenol y del resto de los perdidos, de los ya muertos?
El sheij tenia prisa, estaba preocupado, pero con todo le costaba dejar a su alumno; buscaba las ultimas palabras.
– Tambien tienes impresas las instrucciones para la purificacion final, antes de…
– Si -dijo Ahmad al ver que el hombre mayor era incapaz de terminar.
– Pero lo mas importante -apunto ansioso el sheij Rachid- es el Sagrado Coran. Si tu espiritu acaso se debilitara en la larga noche que te espera, abrelo y deja que el Dios unico te hable a traves de Su ultimo y perfecto Profeta. Los no creyentes se asombran del poder del islam, que fluye de la voz de Mahoma, una voz masculina, una voz del desierto y del mercado: un hombre entre los hombres, que conocia la vida terrena en todas sus posibilidades y aun asi escucho una voz del mas alla, y que se sometio a su dictado a pesar de que muchos en La Meca se dieron prisa en ridiculizarle e injuriarle.
– Maestro: no dudare.
El tono de Ahmad lindaba en la impaciencia. Cuando el otro hombre se marcho por fin, y el muchacho hubo pasado el pestillo, se quedo en ropa interior y llevo a cabo las abluciones en el diminuto bano, donde el lavamanos presionaria el hombro de cualquiera que se sentara en el retrete. En el interior del lavabo, una mancha marron y larga da su testimonio de que el grifo ha goteado durante anos.
Ahmad coge la unica silla de la habitacion y la acerca a la unica mesa, una mesilla de noche de arce barnizado, surcada por canales color ceniza provocados por cigarrillos que se consumieron mas alla del bisel. Abre con reverencia el Coran regalado. Sus cubiertas flexibles de bordes dorados quedan abiertas en la sura cincuenta, «Qaf». Cuando lee, en la pagina izquierda, donde esta impresa la traduccion inglesa, le vuelve el eco distante de algo que el sheij Rachid ha dicho:
«Pero se asombran de que uno salido de ellos haya venido a advertirles. Y dicen los infieles: '?Esto es algo asombroso! ?Entonces, cuando hayamos muerto y seamos polvo…? Eso es un plazo lejano'».
Las palabras le hablan, aunque no tienen mucho sentido. Va a la version arabe de la pagina impar, y se da cuenta de que los infieles -que extrano que en el Sagrado Coran se les de voz a los demonios- dudan de la resurreccion del cuerpo, que es lo que predica el Profeta. Tampoco Ahmad puede figurarse del todo la reconstitucion de su cuerpo despues de que haya logrado abandonarlo; en vez de eso, ve a su espiritu, esa cosilla que lleva dentro y que no para de decir: «Yo… Yo…», entrando de inmediato en la otra vida, como si se metiera por una puerta giratoria de cristal. En esto, el es como los no creyentes:
Dios, hablando en su esplendorosa tercera persona del plural, no hace caso de su perplejidad: «?No ven el cielo que tienen encima, como lo hemos edificado y engalanado y no se ha agrietado?».
El cielo sobre New Prospect, Ahmad lo sabe, esta cargado de las brumas de los gases de los tubos de escape y la calina del verano, un borron sepia sobre los tejados dentados. Pero Dios promete que un cielo mejor, inmaculado, existe encima del otro, con llameantes dibujos de estrellas azules. Retoma el discurso la primera persona del plural: «Hemos extendido la tierra, colocado en ella firmes montanas y hecho crecer en ella toda especie primorosa, como ilustracion y amonestacion para todo siervo arrepentido».
Si. Ahmad sera el siervo arrepentido de Dios. Manana. El dia que casi tiene encima. A escasos centimetros de sus ojos, Dios describe Su lluvia, que hace que crezcan jardines y el grano de la cosecha, «y esbeltas palmeras de apretados racimos para sustento de los siervos».
«Y, gracias a ella, devolvemos la vida a un pais muerto. Asi sera la Resurreccion.» Un pais muerto. Ese es su pais.
La segunda creacion sera tan simple e incontestable como la primera. «?Acaso Nos canso la primera creacion? Pues ellos dudan de una nueva creacion.»
«Si, hemos creado al hombre. Sabemos lo que su mente le sugiere. Estamos mas cerca de el que su misma vena yugular.»
Esta aleya siempre ha tenido un sentido especial, personal, para Ahmad. Cierra el Coran, su flexible cubierta de piel tintada del rojo irregular de los petalos de rosa, y tiene la certeza de que Ala lo acompana en esta habitacion pequena y extrana, amandolo, escuchando a escondidas los susurros de su alma, su inaudible tumulto. Siente que la yugular le late, y oye el trafico de New Prospect, ora murmullando ora rugiendo (motocicletas, tubos de escape corroidos), circulando a manzanas de distancia alrededor del gran mar central de escombros, y luego percibe como el ruido se va apagando cuando las campanadas del reloj del ayuntamiento dan las once. Se duerme a la espera del siguiente cuarto, a pesar de que su intencion era permanecer en vela arropado en el temblor blanquecino y flotante de su gozo grande y desinteresado.
Lunes por la manana. El sueno abandona a Ahmad de manera repentina. Otra vez esa sensacion de oir un grito desvaneciendose. Lo desconcierta un doloroso nudo en el estomago, hasta que al cabo de unos segundos recuerda que dia es, y su mision. Todavia esta vivo. Hoy es el dia del largo viaje.
Consulta el reloj, cuidadosamente depositado en la mesilla al lado del Coran. Son las siete menos veinte. El trafico ya es audible, el trafico a cuyo confiado flujo el se sumara y alterara. Todo Occidente, si Dios quiere, quedara paralizado. Se ducha en un compartimento equipado con una cortina de plastico rasgada. Espera a que el