concesionarios de coches, aparcamientos gigantescos con coches nuevos aparcados cerrando filas como en formacion militar; hectareas de coches, parabrisas y acabados cromados relucen ahora que el sol empieza a calar, a filtrarse, reflejandose la luz en ellos como en un campo de trigo arrollado por el viento, arrancando chispas de las guirnaldas hechas de triangulos brillantes y espirales de serpentina que giran lentamente. Ahora se estila un nuevo metodo para llamar la atencion, una creacion de tecnologia reciente: unos tubos de plastico fino unidos en segmentos, casi dotados de una extrana vida, que al recibir una rafaga de aire por debajo se contonean como sometidos a un tormento, moviendo los brazos, en constante agitacion, suplicandole al viandante que se detenga y compre un coche o, caso de estar instalados ante una bolleria de la cadena IHOP, una caja de tortitas. Ahmad, que es la unica persona que va por la acera en este trecho de Reagan Boulevard, se topa con uno de estos gigantes cilindricos que le dobla en altura, un
En el siguiente semaforo cruza el bulevar. Toma la Calle Dieciseis en direccion a West Main, por un sector mayoritariamente negro como el que vio cuando acompano a Joryleen a su casa despues de oirla cantar en la iglesia. El modo en que abria desmesuradamente la boca, el rosa lechoso de su interior. La ultima vez que se vieron, en el segundo piso de la tienda, con todas esas camas una al lado de la otra, quiza deberia haber aceptado la mamada que ella le propuso. Es mas sencillo, habia dicho Joryleen. Ahora todas las chicas, no solo las putas, aprenden a hacerlo; en la escuela siempre se cotilleaba, sin ningun tipo de tapujos, sobre que chicas no ponian reparos y cuales decian que les gustaba tragarselo. «?Manteneos, pues, apartados de las mujeres durante la menstruacion y no os acerqueis a ellas hasta que se hayan purificado! Y cuando se hayan purificado, id a ellas como Dios os ha ordenado. Dios ama a quienes se arrepienten. Y ama a quienes se purifican.»
Mientras Ahmad, de blanco y negro, prosigue su camino a paso rapido, casi en marcha atletica y aun asi conservando en su andar cierto deje del nativo americano, desenfadado y ligero, observa la pobreza en las calles: sobras de comida rapida y juguetes rotos en la basura, escalones sin pintar y porches aun oscurecidos por la humedad de la manana, ventanas agrietadas y sin reparar. Junto a los bordillos se alinean coches estadounidenses del siglo pasado, mas grandes de lo que jamas hizo falta y que hoy se caen a trozos, con los pilotos traseros rotos, sin tapacubos y con las ruedas deshinchadas obstruyendo los desagues laterales de la calzada. De las habitaciones interiores de las casas salen voces de mujer reprendiendo sin piedad a ninos que llegaron a este mundo sin ser invitados y que ahora se congregan, desatendidos, alrededor de las unicas voces amables que los atienden, las del televisor. Los
Avanza veloz pero sin correr. No puede llamar la atencion, debe deslizarse por la ciudad sin ser visto. Despues vendran los titulares, la cobertura de la CNN de los paises de Oriente Medio en plena celebracion, los tiranos temblando en sus opulentos despachos de Washington. Por ahora, el temblor y la mision unicamente son su secreto, su tarea. Se acuerda de si mismo en las carreras, poniendose en cuclillas para calentar las piernas y relajando sus brazos desnudos mientras esperaba que la pistola del juez de salida diese la senal y el amasijo de muchachos se fuera deshilando, envuelto en el granizo furioso de sus pisadas, por la anticuada pista de ceniza del Central High; cuando aguardaba el instante en que su cuerpo seria quien rigiese y su cerebro se disolviera en adrenalina, estaba mas nervioso de lo que esta en este momento, porque lo que hace ahora tiene lugar en la palma de la mano de Dios, en Su vasta voluntad que todo lo abarca. El mejor tiempo oficial de Ahmad en la milla fue de 4:48.6, en un tartan mullido, de color verde con los carriles senalados en rojo, en un instituto regional de Belleville. Llego tercero, y a continuacion sus pulmones se chamuscaron en el fuego provocado por el esprint final, los ultimos cien metros; adelanto a dos chicos, pero otros dos quedaron lejos del alcance de sus piernas, espejismos a los que no pudo dar caza.
Despues de cinco manzanas, la Calle Dieciseis desemboca en West Main. Ancianos musulmanes pasean como estatuas blandas en sus trajes oscuros y alguna que otra chilaba sucia. Ahmad da con los escaparates del Pep Boys y la Al-Aqsa True Value, y luego tuerce por el callejon que el y Charlie recorrieron para llegar a lo que en su dia fue el taller mecanico Costello. Se cerciora de que no hay nadie vigilando mientras se acerca a la puertecita lateral de metal tachonado y pintada de un pardo vomitivo. Ni rastro de Charlie esperandole fuera. Tampoco dentro se oye ruido. El sol ha terminado de atravesar la capota de nubes, y Ahmad percibe el sudor en hombros y espalda; su camisa blanca ha dejado de estar impoluta. El lunes se ha puesto en marcha a media manzana de distancia, en West Main. En el callejon hay un poco de trafico, coches y peatones. Intenta abrir el pomo de laton nuevo, pero no cede. Prueba suerte de nuevo, exasperado. ?Como pueden unos trocitos de metal necio cerrar el paso a la voluntad de
Dominando su panico, Ahmad prueba ahora con la puerta grande, la persiana del garaje. En la parte de abajo tiene un tirador que, al ser accionado, mueve dos bielas que a su vez liberan dos pestillos laterales. El tirador no esta atrancado, y la puerta lo sorprende al deslizarse hacia arriba a merced del contrapeso, como si levantara el vuelo, un traqueteo ascendente y curvado que se detiene cuando la puerta queda trabada en unos rieles que se pierden en la penumbra del techo.
Ahmad ha traido la luz a la cueva. Charlie tampoco esta dentro, en este lugar mugriento, ni tampoco los dos expertos, el tecnico y su joven ayudante. Los bancos de trabajo y los tableros de clavijas estan justo donde Ahmad recordaba. La basura y los montones de recambios desechados de la ocasion anterior parecen haberse reducido. Alguien ha limpiado el garaje, lo ha ordenado con alguna finalidad. Reina el mismo silencio que en una tumba tras su ultimo saqueo. El trafico del callejon arroja en la cueva peligrosos destellos de luz reflejada; distraidamente, algunos transeuntes miran dentro. No hay nadie, pero el camion si esta: el GMC 3500 cuadrangular con su rotulo poco profesional de PERSIANAS AUTOMATICAS.
Ahmad abre con cautela la puerta del conductor y comprueba que la caja color gris militar sigue en su sitio, entre los dos asientos, fijada con cinta aislante a la caja de leche. La llave de contacto cuelga del salpicadero, invitando a cualquier intruso a usarla. Los dos gruesos cables aislados todavia salen del detonador y desaparecen en el remolque. La portezuela que lo comunica con la cabina, por la que un adulto solo podria pasar agachado, esta abierta unos diez centimetros, y tras ella los cables se tensan mas. Por la abertura, Ahmad huele la mezcla de nitrato amonico del fertilizante con nitrometano de combustible para coches de carreras. Puede ver los tambores de plastico, fantasmagoricamente blancos; tienen una altura que a el le llegaria a la cintura, cada uno contiene ciento sesenta kilos de mezcla explosiva. El plastico blanco y lustroso de los recipientes tiene el brillo de alguna especie de piel. Unos cables amarillos, empalmados entre si, se desovillan hasta conectarse a los detonadores, potenciados con polvo de aluminio y pentrita, que quedan engastados al fondo de cada tambor. Los veinticinco barriles -los puede contar pese a la penumbra- estan dispuestos en un cuadrado de cinco por cinco, esmeradamente unidos con dos vueltas de cuerda para tender la ropa y bien afianzados, para protegerlos de posibles corrimientos, mediante unas ensambladuras que los sujetan a los fiadores y a los barrotes de la estructura del remolque. El conjunto constituye una obra de arte moderno, expeditiva y criptica. Ahmad se acuerda del tecnico chaparro, de los finos y graciles movimientos de sus manos manchadas de aceite, y se lo imagina sonriendo, la dentadura incompleta, con el orgullo inocente de un obrero. Todos ellos, los que participan en este proyecto, son partes de una bella maquina, encajados los unos con los otros. Los demas han desaparecido pero queda Ahmad, quien colocara la ultima pieza en su lugar.
Con cuidado se aparta de la portezuela de madera, abandonando las hileras de tambores cargados a su fragante oscuridad. Han sido depositados en sus manos. Son, como el, soldados. Esta rodeado de companeros de filas pese a que permanezcan en silencio y no hayan dejado instrucciones. La puerta posterior del camion esta cerrada y atrancada. Los operarios encajaron, pasandola por una gruesa grapa soldada a la puerta, la gran hembrilla de un voluminoso candado de combinacion, que Ahmad desconoce. Entiende el mensaje: debe tener fe en sus hermanos, pese a que no se explica su ausencia, del mismo modo que ellos confian en el para que siga adelante con el plan. Ahmad es la solitaria herramienta final del Misericordioso, del Perfecto. Lo han equipado con un camion que es el gemelo del que habitualmente conduce, y que le hara el camino recto y llano. Timidamente, toma asiento en la plaza del conductor. El viejo cuero negro de imitacion tiene un tacto calido, como si apenas un instante antes alguien hubiera estado sentado sobre el.