Una explosion, recuerda de sus clases de fisica en el Central High, no es mas que un solido o un liquido pasando rapidamente al estado gaseoso, expandiendose en menos de un segundo hasta ocupar un volumen mas de cien veces superior al inicial. No es mas que eso. Como si quedara al margen de semejante proceso quimicamente impasible, Ahmad se ve a si mismo, pequeno y preciso, subiendose a su nuevo camion, encendiendo el motor, dando gas con moderacion y sacandolo marcha atras al callejon.

Lo importuna una insignificancia. Al apearse para bajar la traqueteante persiana de garaje que han dejado abierta -el, el camion y la compania invisible de sus colaboradores-, Ahmad nota como el zumo de la naranja que ha tomado para desayunar, unido al nerviosismo contenido, le presionan la vejiga. Deberia descargar antes de emprender el viaje que tiene por delante. Aparca el camion, dejando el motor en marcha, a un lado del callejon, vuelve a subir la persiana metalica y en un rincon, al lado del banco de trabajo y el tablero de clavijas, encuentra el retrete del taller detras de una puerta descascarillada, sin senalizar. Hay una cuerda con la que se enciende la bombilla, y un sanitario de porcelana clara con un ojo ovalado de dudosa agua que, en cuanto le haya anadido su propio y reducido caudal, vaciara al tirar de la cadena. Se lava las manos escrupulosamente, usando el dispensador de detergente antigrasa. Vuelve afuera y baja la puerta tirando del cordoncillo metalico; es entonces cuando se da cuenta de lo tonto y peligroso que ha sido abandonar el camion, con el motor en marcha, aunque solo fuera por un minuto o dos. Es victima de la exaltacion tenue de las cosas que terminan; no esta pensando con normalidad. Tiene que mantener la cabeza fria e imaginarse a si mismo como una herramienta de Dios: frio, duro, firme y con la mente en blanco, como debe ser una herramienta.

Consulta su Timex: las ocho y nueve. Cuatro minutos mas perdidos. Avanza con el camion, intentando evitar los baches, los arranques y paradas repentinos. Va rezagado respecto del horario que el y Charlie se marcaron, aunque el retraso no supera los veinte minutos. Desde que se ha puesto al volante se ha calmado; el camion ya es parte del flujo del trafico cotidiano del mundo. Gira a la derecha al salir del callejon y luego a la izquierda en West Main, pasando otra vez por delante del Pep Boys, que exhibe su molesto cartel con los tres hombres dibujados, Manny, Moe y Jack, aunados en el cuerpo de un enano multicefalo.

La ciudad, que ya ha despertado del todo, centellea y vira a su alrededor. Ahmad se imagina su camion como un rectangulo encajado en el visor circular de las camaras televisivas que retransmiten persecuciones desde un helicoptero, enhebrandose por las calles, deteniendose en los semaforos. La conduccion de este camion es diferente de la del Excellency, que tenia una oscilacion mas comoda, como si el conductor fuera sentado en el cuello de un elefante. Al mando de este vehiculo ya no siente esa compenetracion. Sus manos no se acostumbran al volante. Cada irregularidad en la calzada hace vibrar toda la estructura. Las ruedas delanteras se desvian continuamente a la izquierda, como si el chasis hubiera quedado torcido tras algun accidente. El peso -el doble del que llevo McVeigh, y mayor y mas denso que cualquier mobiliario que haya transportado- lo impulsa hacia delante cuando frena ante un disco rojo y hacia atras cuando acelera tras el verde.

Para no pasar por el centro de la ciudad -el instituto, el ayuntamiento, la iglesia, el mar de escombros, los chatos rascacielos de cristal que el gobierno construyo como limosna-, Ahmad dobla en Washington Street, llamada asi porque en direccion contraria, le explico Charlie un dia, pasa por delante de una mansion que el gran general uso como cuartel general en New Jersey. La yihad y la Revolucion propiciaron el mismo tipo de guerra, le conto Charlie: la guerra desesperada y atroz que plantean los mas debiles, y en la que el mas fuerte protesta porque aquellos infringen las reglas que el bando imperial creo en su propio beneficio.

Ahmad enciende la radio; esta sintonizada a una repugnante emisora de rap en la que se gritan obscenidades ininteligibles. Encuentra la WCBS-AM en el dial y escucha al locutor informar, sin que se tome ni un respiro, de que el trafico en la espiral que desciende al tunel Lincoln es el atolladero de costumbre: arrancar-y-detenerse, paciencia-amigos-paciencia. Siguen parloteos rapidos desde un helicoptero y el estrepito de la musica pop. De un manotazo apaga la radio. En esta sociedad diabolica no hay nada decente que pueda escuchar un hombre en su ultima hora de vida. El silencio es mejor. El silencio es la musica de Dios. Ahmad debe permanecer puro para cuando se encuentre con Dios. Un goteo gelido en la parte alta del abdomen le baja hasta las tripas con solo pensar en encontrarse con su otro yo, tan cercano como la vena yugular, ese al que siempre ha sentido a su lado, un hermano, un padre, pero hacia el que nunca podia volverse directamente, a causa de Su perfecto resplandor. Ahora el, que no tuvo padre, que no tuvo hermanos, lleva a cabo la voluntad inexorable de Dios. Ahmad se apresura, en breve asestara la hutama, el Fuego Triturador. Para ser mas precisos, como le explico un dia el sheij Rachid, hutama significa «lo que rompe en pedazos».

Desde New Prospect solo hay un enlace con la Ruta 80. Ahmad lleva el camion hacia el sureste, por Washington Street, hasta desembocar en Tilden Avenue, que confluye directamente en la 80, con su zambullida estruendosa de esta hora del dia, en direccion a Nueva York. A tres manzanas al norte del nudo de carreteras, en una amplia interseccion donde una gasolinera Getty queda justo enfrente de una de la cadena Mobil, que incluye un Shop-a-Sec, Ahmad ve que le hace senas una figura apostada en la acera y un tanto familiar; no gesticula como quien intenta absurdamente parar un taxi -que en New Prospect no circulan por las calles, deben solicitarse por telefono-, sino que se dirige a el en concreto. No hay duda, lo esta senalando, a traves del parabrisas, a el; ha alzado las manos como si quisiera detener fisicamente algo. Es el senor Levy, lleva una americana marron que no va a juego con sus pantalones grises. Va vestido con ropas de escuela -es lunes- pero en cambio esta aqui, a casi dos kilometros al sur del Central High.

Este encuentro inesperado bloquea a Ahmad. Lucha por aclarar su mente acelerada. Quizas el senor Levy traiga un mensaje de Charlie, aunque a decir verdad no cree que se conocieran; al responsable de tutorias nunca le gusto que se sacara el permiso de conduccion de vehiculos comerciales, ni que se pusiera al volante de un camion. O a lo mejor tiene un mensaje de su madre, quien este verano solia mencionar al senor Levy bastante a menudo, en ese tono suyo de voz que delataba su propia verguenza. Ahmad no quiere pararse, como tampoco se detendria ante uno de esos monstruos fastidiosos y lacerados, hechos de tubos de plastico y aire insuflado, que hechizan a los consumidores para que giren por su calle.

En cualquier caso, el semaforo del cruce se pone en rojo, el trafico aminora la marcha y el camion debe detenerse. El senor Levy, moviendose mas rapido de lo que Ahmad le creia capaz, va esquivando los vehiculos parados en los carriles hasta llegar al camion y, alargando la mano, llama a la ventana del copiloto. Perplejo, y condicionado por no querer faltarle el respeto a un profesor, Ahmad se inclina y quita el seguro de la puerta. Mejor tenerlo dentro, a su lado -razona el muchacho apresuradamente- que fuera, donde puede hacer saltar la alarma. El senor Levy abre de golpe la puerta del acompanante y justo cuando la circulacion esta a punto de reanudar la marcha se sube al camion y toma asiento en el agrietado sillon negro. Cierra de un portazo. Esta jadeando.

– Gracias -dice-. Empezaba a temer que pasaras de largo.

– ?Como sabia que me encontraria aqui?

– Unicamente hay un acceso a la Ruta 80.

– Pero este no es mi camion.

– Ya contaba con eso.

– ?Como?

– Es una larga historia. Yo solo se algunas partes sueltas. Persianas Automaticas, que bueno. Claro, dejan paso a la luz. ?Y quien dice que estos tios no tienen sentido del humor?

Sigue jadeando. Al fijarse en su perfil, ocupando el lugar donde solia sentarse Charlie, Ahmad queda sorprendido por lo viejo que es el responsable de tutorias visto asi, fuera del contexto que el tumulto juvenil del Central High propicia. La fatiga se ha acumulado bajo sus ojos. Sus labios tienen un aspecto flacido, le cuelga la piel de los parpados. Ahmad se pregunta que debe de sentirse cuando avanzas dia a dia hacia la muerte natural. Tampoco lo sabra nunca. Quiza cuando estas vivo tanto tiempo como el senor Levy ni lo notas. Aun sin fuelle, el hombre se endereza, satisfecho por haber alcanzado su proposito de meterse en el camion de Ahmad.

– ?Que es esto? -inquiere, refiriendose a la caja metalica gris pegada a la cesta de plastico entre los dos asientos.

– ?No lo toque! -Las palabras han brotado tan bruscamente que Ahmad, por educacion, anade-: Senor.

– No lo hare -dice el senor Levy-. Pero tu tampoco. -Permanece en silencio, observando el aparato sin tocarlo-. De fabricacion extranjera, quiza checo o chino. Lo que si es seguro es que no se trata de nuestro viejo detonador LD20 estandar. Estuve en el ejercito, ya lo sabes, aunque no me enviaron a Vietnam. Eso me molesto. No queria ir, pero si demostrar lo que valia. Tu lo entenderas. ?Quieres demostrar algo?

– No. Y no lo entiendo -dice Ahmad. Esta intrusion repentina lo ha confundido; le parece que sus pensamientos son como abejorros, chocando a ciegas contra los muros del craneo. Aun asi continua conduciendo con suavidad,

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