planeando con la GMC 3500 por la rampa circular que da a la Ruta 80, donde los coches avanzan practicamente pegados a esta hora. Se esta acostumbrando a los implacables movimientos de su nuevo camion.
– Segun tengo entendido, solian meter explosivos en los parapetos de los Vietcongs, dejarlos encerrados y detonar la bomba con uno de estos. La caza de marmotas, lo llamaban. No es que fuera muy bonito. Pero claro, el asunto en si tampoco lo era demasiado. Excepto las mujeres, aunque oi que tampoco te podias fiar de ellas. Tambien eran del Vietcong.
A Ahmad le zumba la cabeza. Intenta dejar clara su postura:
– Senor, si hace cualquier movimiento para cortar los cables o interferir en la conduccion, voy a hacer estallar cuatro toneladas de explosivos. El amarillo es un interruptor de seguridad, y ahora mismo lo voy a desactivar. -Lo mueve a la derecha, zas, y ambos hombres quedan a la espera de lo que suceda. Ahmad piensa: «Si sucede algo, no nos enteraremos». No ocurre nada, pero ahora ya ha quitado el seguro. Unicamente le falta meter el pulgar en la pequena cavidad en cuyo fondo esta el boton rojo de detonacion, y aguardar unos microsegundos para que se queme el polvo incendiario de aluminio y sobrevenga la consecuente reaccion en cadena entre el pentrito y el combustible de competicion, hasta que exploten los tambores de nitrato. Siente el boton rojo y liso en la punta del pulgar, sin apartar en ningun momento los ojos de la autopista abarrotada. Si este judio fofo hace un solo movimiento para desviarle el brazo, lo apartara como a un trozo de papel, como a un copo de lana cardada.
– No tengo la menor intencion de hacer nada -le cuenta el senor Levy, en la voz falsamente relajada con que aconseja a los alumnos que suspenden, a los insolentes, a los que han renunciado a si mismos-. Solo quiero contarte unas cuantas cosas que a lo mejor son de tu interes.
– ?Que? Digamelo, y yo le dejare bajar cuando nos acerquemos a mi destino.
– Bueno, supongo que lo principal es que Charlie esta muerto.
– ?Muerto?
– Decapitado, de hecho. Truculento, ?no? Le torturaron antes de hacerlo. Ayer por la manana encontraron el cuerpo, en las vegas, cerca del canal que pasa al sur del estadio de los Giants. Quisieron que lo encontraran. Junto al cadaver dejaron una nota, en arabe. Evidentemente, Charlie era un infiltrado de la CIA, y lo acabaron descubriendo.
Primero hubo un padre que se esfumo antes de que su memoria pudiera retratarlo, y luego Charlie, que fue amable y le enseno todo sobre las carreteras, y ahora este judio cansado que parece que se vista a oscuras ha ocupado el lugar de los otros dos, el vacio que tiene al lado.
– ?Que decia la nota exactamente?
– Oh, no lo se. Lo mismo de siempre, que quien rompe una promesa lo hace en perjuicio propio. Y que Dios no le negara su recompensa.
– Parece del Coran, la sura cuarenta y ocho.
– Tambien suena como la Tora, pero como tu digas. Hay muchas cosas que no se. Y soy viejo para aprenderlas.
– Si me lo permite, ?como lo ha averiguado?
– Por la hermana de mi mujer. Trabaja en Washington para el Departamento de Seguridad Nacional. Me llamo ayer. Mi esposa le habia hablado del interes que yo mostraba por ti y ellos se preguntaron si no habria una relacion. No podian encontrarte. Nadie. Y entonces pense que quizas esto funcionaria.
– ?Por que deberia creer en lo que me dice?
– Pues no lo hagas. Creelo solo si encaja con lo que sabes. Y yo intuyo que si encaja. ?Donde esta Charlie ahora, si estoy mintiendo? Su mujer dice que ha desaparecido. Y jura que no estaba metido en nada mas que los muebles.
– ?Y que me dice de los otros Chehab, y de los hombres a quienes pasaban dinero?
Un Mercedes azul Prusia se ha puesto a rebufo del camion de Ahmad, lo conduce un tipo impaciente, demasiado joven para haberse comprado un Mercedes, a no ser que estuviera metido en manejos bursatiles, a expensas de los menos afortunados. Esta gente vive regaladamente en las ciudades dormitorio de New Jersey, son los que saltaban de las torres cuando Dios las derribo. Ahmad se siente superior al conductor del Mercedes, y la indiferencia es su respuesta a los bocinazos y los virajes bruscos con que el conductor manifiesta exageradamente su deseo de que el camion blanco circule con menos relajacion por el carril de en medio.
El senor Levy contesta:
– Se habran escondido y dispersado a los cuatro vientos, supongo. Han detenido a dos hombres que intentaban volar a Paris desde Newark, y el padre de Charlie esta en el hospital con lo que supuestamente es un ataque de apoplejia.
– Es diabetico, de verdad.
– Podria ser. Dice que ama a esta nacion, y que su hijo tambien, y que ahora su hijo ha muerto por su pais. Hay quien cree que fue el quien delato a su hijo. Al tio de Florida, pues bueno, los federales le habian echado el ojo hace tiempo. Todas las fuerzas de seguridad de este pais van agobiadisimas, y no se comunican entre ellas, pero no todo se les pasa por alto. El tio hablara, o algun otro. Se hace dificil tragarse que un hermano no tenia ni idea de lo que planeaba el otro. Todos estos arabes se presionan los unos a los otros con la excusa del islam: ?como te vas a negar a la voluntad de Ala?
– No se. A mi no me fue concedida -Ahmad se expresa con rigidez- la bendicion de un hermano.
– Bueno, yo no lo llamaria bendicion, si nos tenemos que guiar por lo que veo a diario en el instituto. En alguna parte he leido que los cachorros de chacal se pelean a muerte desde el momento en que nacen.
Ya con menos sobriedad, esbozando una sonrisa al recordarlo, Ahmad le cuenta al senor Levy:
– Charlie era muy persuasivo respecto a la
– Parece ser que era uno de sus numeritos. No tuve el placer de conocerlo. Supongo que era un tipo imprevisible. Su error fue, segun me revelo mi cunada, y esa solo repite lo que dice el imbecil de su jefe, a quien adora, su gran error fue que espero demasiado a tender la trampa. Habia visto muchas peliculas.
– Veia mucho la tele. Le habria gustado dirigir anuncios.
– Lo que quiero decir, Ahmad, es que no tienes por que hacer esto. Todo ha terminado. Charlie nunca quiso que llegara hasta el final. Te estaba utilizando para pillar a los otros.
Ahmad repasa los oscuros recovecos de todo lo que acaba de oir y llega a la siguiente conclusion:
– Seria una victoria gloriosa para el islam.
– ?Para el islam? ?Y eso?
– Mataria y causaria molestias a muchos infieles.
– Debes de estar de broma -apunta el senor Levy mientras Ahmad maniobra diestramente para tomar la Ruta 95 sur, pisando el carril interior e impidiendo que el Mercedes lo adelante por la derecha; el grueso del trafico prosigue su camino hacia el este, hacia el puente George Washington. A la izquierda, la brisa eriza la superficie del rio Overpeck, que fluira hasta desembocar en el Hackensack. El camion ya esta en la autopista de peaje de New Jersey, pasando por una zona pantanosa, donde todas y cada una de las parcelas que ha sido posible drenar estan explotadas. La autopista se bifurca; los carriles de la izquierda llevan a la salida del tunel Lincoln. Los intrigantes previeron que en el centro del parabrisas hubiera un dispositivo de pago remoto para el peaje: facilitara que el camion pase sin contratiempos por la garita, no dejandole ni un segundo al empleado que cobra el peaje para sospechar del joven conductor.
– Piensa en tu madre. -La relajacion ha desaparecido de la voz del senor Levy, transida de un toque de estridencia-. No solo te va a perder, sino que tambien va a hacerse famosa por ser la madre de un monstruo. De un loco.
Ahmad empieza a sentir el placer de no dejarse convencer por los argumentos del intruso.
– Nunca he sido imprescindible para mi madre -explica-, a pesar de que, lo admito, cumplio con sus obligaciones en cuanto yo, desgraciadamente, naci. Y respecto a lo de madre de un monstruo, en Oriente Medio se respeta muchisimo a las madres de los martires, que ademas reciben una pension sustancial.
– Estoy seguro de que preferiria conservarte a tener una pension.
– ?Como de seguro esta usted, si me permite la pregunta, senor? ?Hasta que punto la conoce?
Gaviotas. Al principio cruzan unas cuantas por el campo de vision del parabrisas, despues aparecen decenas y decenas, hasta convertirse en centenares, sobrevolando un vertedero. Detras de su voraz aleteo, mas alla del plomizo Hudson, se yergue la silueta pintada de piedra, llena de muescas como una llave inmensa, de la gran ciudad: el corazon de Satan. Iluminadas desde el este, sus torres surgen de las sombras del oeste; en medio, el polvo de una neblina radiante. El silencio del senor Levy presagia un nuevo ataque contra las convicciones de