Para Manuel Rojas, si no se hubiera producido esa intervencion, el caso habria estado claro. Un navajero al que se le va la mano en un atraco -posiblemente por estar bajo el sindrome de abstinencia-, con el fatal resultado del fallecimiento de su victima. En ese caso, solo cabia esperar. Antes o despues el asesino se delataria de algun modo y antes o despues algun confidente o companero del asesino, con tal de conseguir algun beneficio, piaria lo que sabia. Era cuestion de echar las redes al agua y observar lo que caia dentro de ellas. Pero aunque ese era el sistema, tenia que justificar su horario laboral y conseguir los suficientes datos para rellenar un farragoso informe en honor del aliado americano, asi que sin fe en que sirviera para nada, encamino sus pasos hacia la pension de la calle Maria Diaz de Haro en la que habia estado residiendo el difunto, segun habian comprobado sus companeros de Establecimientos.

La pension era espaciosa y limpia. Estaba regentada por una mujer de edad madura que tenia aspecto, como muchas duenas de pensiones, de ser viuda de guardia civil o militar. Cuando Rojas menciono su condicion de policia, la patrona le dijo que podia mirar en todos los rincones de la casa, incluso en aquellos que estaban ocupados por huespedes que se encontraban en ese momento fuera de la pension.

– Al que no tiene nada que ocultar, no tiene por que importarle -respondio candorosamente cuando Rojas le insinuo que aceptar ese ofrecimiento supondria un quebranto de la legalidad.

La habitacion que habia ocupado Zubia aun estaba vacia. Era una estancia pequena, con una cama, un armario empotrado, una mesa y una silla. Todos muebles viejos en los que la limpieza reinante no conseguia disimular que habian tenido mejores epocas. Como unica decoracion podia verse un crucifijo de estilo barroco en la cabecera de la cama y un calendario de la Caja Rural Vasca en una de las paredes. Cuando Rojas consiguio, procurando no ofenderla, que la solicita mujer comprendiera que preferia estar solo y se despidiera alegando que en la cocina habia mucho que hacer, procedio a escudrinar todos los rincones de la habitacion.

No habia en realidad mucho para registrar. Algo de ropa, algunos periodicos y revistas retrasados en ingles, varios diarios espanoles de las fechas en que residio en Bilbao, un marco con la fotografia de una mujer y tres ninos y una carpeta de piel que no contenia nada en su interior. Ni anotaciones ni agendas de ningun tipo. Ningun detalle personal que delatara que ahi habia vivido un ser humano llamado Tomas Zubia.

Salio de la habitacion y se dirigio a la cocina. La patrona de la pension se encontraba alli, frotando con la toalla energicamente unos vasos que parecian bastante secos.

– ?Que, ha terminado ya? -pregunto campechanamente.

– Casi -respondio Rojas-, pero antes de irme me gustaria hacerle algunas preguntas.

– Las que usted desee -contesto la senora, deseosa de colaborar con las fuerzas del orden.

– ?Sabe si durante el tiempo que estuvo aqui hospedado recibio el senor Zubia alguna visita?

– No, ninguna. Era un hombre muy solitario.

– ?Y llamadas telefonicas o correspondencia?

– Tampoco, nada de nada.

– Supongo que controlara el telefono.

– Por supuesto. Todos mis huespedes son buena gente, pero una no puede fiarse de nadie y menos en estos tiempos en que las tarifas telefonicas se han puesto por las nubes.

– ?Hacia el senor Zubia llamadas telefonicas?

– De vez en cuando. Hubo un par de ellas que debieron de ser al extranjero, porque hablaba en un idioma que yo no entendia, ingles o frances me imagino, y porque sobrepasaron ambas las dos mil pesetas. Tambien hacia, aunque pocas, llamadas locales, en las que hablaba en euskera. Se lo digo porque me choco mucho que un senor con acento americano hablara en vasco, aunque el habia nacido aqui.

– No sabra con quien hablaba.

– Claro que no -respondio sonrojandose-, no me gusta meterme en las conversaciones ajenas, aunque sin querer se me quedo algo. Me parece que alguna vez llamo a un periodico de Bilbao, pero no recuerdo a cual. Lo siento, pero entonces no se me ocurrio que pudiera ser importante.

– No se preocupe, no tiene importancia. ?Me permite usar durante un rato la habitacion del difunto?

– Por supuesto, usela cuanto desee -fue la respuesta. Rojas salio de la cocina y en la recepcion cogio las guias telefonicas correspondientes a ese ano. Aunque estaba claro que no habia obtenido ninguna informacion, queria hacer un ultimo intento antes de salir de alli. Era una idea tonta, pero lo unico que podia perder era tiempo. Si Zubia llevaba mas de cuarenta anos sin pisar Bilbao seguramente tendria que recurrir a la guia para conseguir cualquier telefono y, conociendo el estilo americano, no hubiera sido raro que arrancara las paginas en las que venian los numeros que le interesaban para no tener que andar pidiendo constantemente una guia. Era una idea tal vez absurda, de las que no se aprenden en la Escuela de Policia sino viendo peliculas hechas en Hollywood, pero extranamente funciono. Tardo en localizarla, porque estaba en la letra te, pero al final observo que faltaba una pagina.

En un bar cercano consulto la hoja que habia desaparecido del listin de la pension. La mayoria de los nombres no le decia nada, pero habia uno que le sonaba, Inaki Telletxea Zubieta. No sabia por que pero no le era del todo desconocido, aunque quiza no tuviera nada que ver con el asunto, podria tratarse de un futbolista o un cantante, pero de entre todos los nombres que aparecian en la pagina por alguno tenia que empezar. Si no servia, tendria que continuar con los demas, uno por uno. Posiblemente Inaki Artetxe, que habia sido ertzaina y habia vivido toda su vida en Bilbao, supiera de quien se trataba. Llamo por telefono y tuvo la suerte de localizarle a la primera.

– Artetxe, soy el inspector Rojas. Queria hacerte una pregunta.

– A ver, dispara.

– ?Te suena de algo el nombre de Inaki Telletxea?

– Si, por supuesto, ?que pasa con el?

– Ya te contare, pero dime primero quien es.

– Un periodista del diario Deia especializado en temas historicos del Pais Vasco, sobre todo de lo que concierne a este siglo.

– ?Tu le conoces?

– Es amigo de mi hermano Andoni.

– Me gustaria hablar con el.

– No creo que tenga inconveniente en concederte una hora, pero me tendras que tener al corriente. Te llamare esta noche a tu casa para confirmartelo.

Inaki Telletxea era un hombre delgado, calvo y de rubio y poblado bigote, que usaba unas gafas redondas tras cuyos cristales se escondian unos ojos perpetuamente curiosos. Se encontraba sentado en su despacho de la redaccion del periodico, examinando inquisitivamente al inspector Rojas.

– Le he recibido porque me lo ha pedido Andoni Artetxe y, tambien, porque me he informado sobre usted y se que no tiene nada que ver con los tiempos pasados aunque sea policia, pero no entiendo en que puedo servirle -dijo intentando dominar la situacion desde el primer momento y dejar clara la relacion entre ambos.

– Me han dicho que es usted un periodista especializado en la historia de este siglo.

– En la historia de Euskadi -puntualizo-, aunque no podamos descontextualizarla del resto del Estado y de Europa.

Rojas prefirio no preguntar el significado de esa palabra, desconnoseque o algo parecido, y paso directamente al grano.

– Segun tengo entendido, ha escrito varios articulos y un libro sobre los antiguos combatientes del ejercito vasco durante la guerra civil.

– Asi es, creo que fue un momento importante y tragico para nuestro pueblo que merece la pena recordar y homenajear, pero todavia no veo la relacion posible entre esa historia y su labor policial.

– He leido algo sobre el tema, articulos suyos y de otros especialistas, en los que se indica que ex combatientes vascos sirvieron a los aliados en la segunda guerra mundial, algunos incluso como espias.

– Asi es. Muchos gudaris pensaron que apoyando la causa aliada quiza consiguieran debilitar el regimen de Franco. Luego resulto que no fue asi, pero su aportacion a la causa de la democracia fue muy valiosa en esa guerra, aunque no ha sido reconocida a nivel popular ni oficial.

– Creo que usted conoce a algunos de esos hombres que fueron espias.

– Conozco a muchos de referencia y a bastantes personalmente, en efecto.

– ?Entre esos conocidos suyos esta Tomas Zubia?

– Pues si -asintio Telletxea-, aunque es de los mas recientes. Hasta no hace mucho tiempo no le conocia en

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