– Aunque es una de las hipotesis de trabajo, nosotros tambien hemos descartado por ahora el suicidio, pero nos gustaria explorar la posibilidad de un asesinato ?Se mostro en algun momento preocupado, o tuvo algun tipo de amenazas?

– Lo siento, pero ya dije en su momento que eso me parecia absurdo. Fue un accidente y, la verdad, no tengo ninguna gana de hablar de nuevo sobre la cuestion.

– Lo comprendo, pero era necesario que hablara con usted para completar nuestros archivos. De todos modos, si no le importa, antes de finalizar nuestra entrevista me gustaria hacerle unas pocas preguntas mas -anadio Artetxe despues de que Rojas le susurrara, a traves del microfono, las preguntas que queria que hiciera.

– De acuerdo, pero vuelvo a rogarle que sea breve.

– Lo entiendo y le prometo que le robare poco tiempo. En primer lugar me gustaria saber si le hablo alguna vez su marido de una tal Begona Gonzalez Larrabide.

– No, no me suena ese nombre -respondio, titubeante, Nekane.

– Hemos tenido acceso a los informes policiales y parece ser que la misma remesa de droga que causo el fallecimiento de su marido fue tambien la causante de la muerte de la mujer que le hemos mencionado.

– Supongo que sera una desgraciada coincidencia -comento encogiendose de hombros-. Me imagino que esa remesa se habra vendido a muchos drogadictos.

– Quiza si, pero solo ha habido dos muertes.

– Es mas que suficiente, ?no cree? -replico, con un deje de amargura en su voz, la viuda de Andoni Ferrer.

– Senora, me gustaria ser sincero con usted. Creemos que las dos muertes, la de su marido y la de la mujer, han sido producidas voluntariamente, pero sin su colaboracion no va a ser posible llegar al fondo del asunto.

– Ya le he dicho que no creo en eso, pero aunque estuviera de acuerdo con usted no tengo nada que decirle. No entiendo el interes de una compania de seguros por este asunto, sobre todo si, como me ha dicho al principio, eso significa que tendrian que doblar la indemnizacion. Por favor, no me considere una maleducada, pero le ruego que salga de mi casa, estoy muy cansada.

– Lo entiendo, senora, y no es mi intencion molestarla, por eso ahora mismo me voy, pero antes de salir me gustaria darle un pequeno consejo. Tiene usted razon, esta investigacion es mas propia de las fuerzas policiales que de una compania de seguros; por eso estimo que, si se da el caso de que recordara algo, debiera ponerse en contacto con la policia, concretamente con el inspector Rojas, de Homicidios, que es quien ha llevado el asunto hasta su archivo. Cualquier detalle, por insignificante que parezca, puede ser importante -finalizo Artetxe, repitiendo casi textualmente, aunque de un modo un tanto forzado, lo que acababa de transmitirle a traves del microfono el inspector.

Nada mas traspasar el umbral del portal de la vivienda de Nekane Larrondo, Inaki Artetxe se acerco hasta un vehiculo aparcado sobre un paso de cebra desde el que Manuel Rojas habia seguido la conversacion, para devolverle el microfono y cambiar impresiones. Ambos coincidieron al analizar la situacion: no habian avanzado gran cosa y la viuda del periodista sabia mucho mas de lo que decia.

22

Inaki Artetxe estaba aburrido. Se habia pasado toda la manana interrogando a los amigos mas proximos a Begona Gonzalez Larrabide sin sacar nada en claro. Ninguno habia sido capaz de aportar algun dato de interes sobre la muerta, ninguno parecia haber llegado a un grado de intimidad suficiente, como si se hubieran limitado a tener una relacion meramente superficial. Ademas, hacia uno de esos inaguantables dias de calor que soporta Bilbao tan solo tres o cuatro veces al ano pero que, cuando toca, dejan a todo el mundo totalmente barrido y sin ganas de hacer nada. Mientras conducia en direccion a su domicilio por Enekuri empezo a pensar en lo agradable que seria llegar a casa, desnudarse y ducharse. Una idea empezo a sobrevolarle a raiz de esos pensamientos. Casa, ducharse, desnudarse. Eso era, ?desnudarse! Parecia algo traido por los pelos, pero podria ser. Algo relativo a uno de los amigos de Begona, un tal Antonio Alferez, si, lo tenia que comprobar aunque tuviera que renunciar a la ducha, ya que si estaba en lo cierto no tenia tiempo que perder.

Alli estaba, archivada en la carpeta que habia abierto tras su conversion en detective y la aceptacion del caso, la fotografia que habia sustraido de la habitacion de Begona. Se trataba de un grupo de ocho amigos y amigas que estaban disfrutando del sol en una playa que parecia ser la de Bakio. Todos estaban en traje de bano menos Antonio Alferez, que cubria su torso con una camisa oscura de manga larga. Tambien esa manana, mientras charlaba con el en las piscinas del club que la Sociedad Bilbaina tenia en Laukariz, llevaba encima del cuerpo una camisa de manga larga. ?Seria una simple mania u ocultaba algo? ?Marcas de jeringuilla, tal vez?

De nuevo cogio el coche para dirigirse a Mungia, con la esperanza de que los amigos de Begona, sobre todo Antonio, continuasen disfrutando de aquel soleado dia de finales de verano en las piscinas. Habia acertado: todos los componentes del grupo seguian tumbados indolentemente en sus sillas aba-tibles. Cuando vieron a Artetxe le saludaron alegremente, como el contrapunto a su rutina que les habia alegrado la manana.

– Hombre, Marlowe de nuevo -comento uno de los listillos de la panda-. ?Se le habia olvidado acaso hacemos alguna pregunta trascendental o acaso va a senalar teatralmente quien es el asesino? Si es esto ultimo lo siento mucho, pero el mayordomo acaba de marcharse

– Mas bien lo primero -contesto sonriente el detective para no desentonar del falso ambiente de alegria que se habia creado a su alrededor-. Queria hablar contigo -anadio dirigiendose a Antonio Alferez.

– Estoy a su disposicion. Nada me haria mas feliz que colaborar con nuestras bienamadas Fuerzas del Orden, aunque no se si a un aprendiz de Sherlock Holmes se le puede considerar de tal guisa -replico haciendo juego con la jocosidad de su amigo-. Pregunte lo que quiera que su humilde servidor contestara.

– A solas. Prefiero que hablemos a solas.

La respuesta de Artetxe no debio de ser del agrado de su interlocutor, ya que se transformo su semblante. Del risueno y despreocupado joven que bromeaba con el detective ya no quedaba nada y el ceno adusto que surgio en su cara delataba una fuerte contrariedad.

– No creo que sea necesario -contesto.

– Va a ser solo un momento.

– Ni un momento ni pollas -replico totalmente irritado-. No tiene usted ningun derecho a interrogarme como si fuera un detective de pelicula.

– De acuerdo, de acuerdo -contesto, conciliador, Artetxe-, ni puedo ni quiero obligarte a contestar, pero como me interesa mucho obtener ciertos datos no tendre mas remedio que dejarlo en manos de la policia. Ha habido una muerte debido a la droga y la policia suele interesarse por los amigos de la victima, sobre todo si parece que quieren ocultar algo.

– Yo no tengo nada que ocultar.

– Entonces no debieras tener inconveniente en hablar conmigo.

– Venga, Toni, habla con el y que se vaya de una puta vez -irrumpio en la conversacion el listillo-. Y no te preocupes por si intenta violarte, tu ya sabes, en caso de necesidad silba. ?Sabes como se silba? Se unen los labios asi -dijo haciendo el gesto de silbar que fue cortado por su propia risa- y acudiremos al rescate mas raudos que el 7? de caballeria.

– De acuerdo, hablaremos a solas -cedio Antonio.

Se dirigieron a los vestuarios, que en esos momentos estaban vacios. Cuando se acomodaron en los bancos, un resignado Antonio pregunto de nuevo que deseaba saber.

«Duro y al esternon», dijo para si Artetxe cuando efectuo su pregunta.

– Tu tambien te drogas, ?no es cierto?

– ?Esta usted loco? ?Y para decirme esa chorrada me ha traido hasta aqui? ?Vayase a la mierda y dejeme en paz! -contesto al tiempo que se levantaba para salir de los vestuarios.

– Todavia no -respondio el ex ertzaina-.Antes de salir tenemos que aclararlo todo.

Comounica respuesta, Antonio Alferez se abalanzo sobre Inaki Artetxe, intentando vanamente agredirle. El puno derecho de Antonio fue detenido por el brazo izquierdo de Artetxe a pocos centimetros de su cara mientras simultaneamente le asestaba un fuerte golpe en el estomago. Nada que le dejara secuelas, pero suficiente para obligarle a encorvarse y mantenerse en esa postura un buen rato. Aprovechandose del estado de su oponente, Artetxe le subio las mangas. Ahi, al aire, en las munecas, aparecian las senales inequivocas de su adiccion.

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