– Gracias por todo -dice Maturette, mirando a Juan sin, Miedo.
– Gracias dice tambien Clousiot.
Y yo, en este momento, me averguenzo de haber mentido:
– No, no puedo aceptar eso de ti, no hay motivo.
Me mira y dice:
– Si, hay una razon. Tres mil francos es mucho dinero y, sin embargo, a ese precio, Toussaint pierde al menos dos mil, pues os da una embarcacion magnifica. No hay razon para que yo no haga tambien lo mismo por vosotros.
Entonces, ocurre algo conmovedor: El Lechuza deja un sombrero en el suelo, y he aqui que los leprosos echan billetes o monedas dentro. Salen leprosos de todas partes y todos ponen algo. Estoy sumamente avergonzado. ?Pero no puedo decirles que todavia me queda dinero! ?que puedo hacer, Dios mio? Es una infamia lo que estoy cometiendo ante tanta nobleza:
– ?Os lo ruego, no hagais ese sacrificio!
Un negro de Tombuctu, completamente mutilado -tiene dos munones en vez de manos, ni un solo dedo-, dice:
– El dinero no nos sirve para vivir. Aceptalo sin sonrojo. El dinero solo nos sirve para jugar o acostarnos con leprosas que, de vez en cuando, vienen de Albina.
Estas palabras me alivian y me impiden confesar que tengo dinero.
Los leprosos han cocido doscientos huevos. Los traen en una caja marcada con una cruz roja. Es la caja recibida por la manana con los medicamentos del dia. Traen tambien dos tortugas vivas de por lo menos treinta kilos cada una, bien atadas, tabaco en hojas y dos botellas llenas de fosforos y rascadores, un saco de por lo menos cincuenta kilos de arroz, dos sacos de carbon de lena, un “primus”, el de la enfermeria, y una bombona de gasolina. Toda esta misera comunidad esta conmovida por nuestro caso y todos quieren contribuir a nuestro exito. Diriase que en esta fuga va la de ellos. Arrastramos la canoa hasta cerca del sitio donde llegamos. Ellos han contado el dinero del sombrero: ochocientos diez francos. Solo debo dar mil doscientos francos a Toussaint. Clousiot me entrega su estuche, lo abro delante de todo el mundo. Contiene un billete de mil y cuatro billetes de quinientos francos. Entrego a Toussaint mil quinientos francos, me devuelve trescientos y, luego dice:
– Toma, quedate con la pistola, te la regalo. Os habeis jugado el todo por el todo, no vaya a ser que, en el ultimo momento por falta de un arma, se estropee el asunto. Espero que no tengas que usarla.
No se como agradecerselo, a el en primer lugar, y a todos los demas despues. El enfermero ha preparado una cajita con algodon, alcohol, aspirinas, vendas, yodo, unas tijeras y esparadrapo. Un leproso trae tablitas bien cepilladas y finas y dos vendas “Velpeau” en su embalaje, completamente nuevas. Me las ofrece con sencillez para que cambie las tablillas de Clousiot.
Sobre las cinco, se pone a llover. Juan sin Miedo me dice:
– Estais de suerte. No hay peligro de que os vean, podeis marcharos en seguida y ganar una media hora larga. Asi, estareis mas cerca de la desembocadura para seguir adelante a las cuatro y media de la manana.
– ?Como sabre la hora que es? -le pregunto.
– La marea te lo dira segun suba o baje.
Botamos la canoa. No es como la piragua. Emerge del agua mas de cuarenta centimetros, cargada con todo el material y nosotros tres. El mastil, envuelto en la vela, queda tumbado pues no debemos ponerlo hasta la salida. Colocamos el gobernalle con su vastago de seguridad y la barra, mas un cojin de bejucos para sentarme. Con las mantas, hemos habilitado un nido en el fondo de la canoa para Clousiot, quien no ha querido cambiarse el ventaje. Esta a mis pies, entre el barril de agua y yo. Maturette se mete en el fondo, pero a proa. En seguida, tengo una impresion de seguridad que nunca tuve con la piragua.
Sigue lloviendo. Tengo que bajar el rio por el centro, pero un POCO a la izquierda, del lado de la costa holandesa. Juan sin Miedo dice:
– ?Adios, largaos pronto!
– ?Buena suerte! -dice Toussaint.
Y da un fuerte patadon a la canoa.
– Gracias, Toussaint, gracias, Juan. ?Mil veces gracias a todos!
Y desaparecemos muy rapidamente, arrastrados por la corriente de la bajamar que hace dos horas que empezo y va a una velocidad increible.
Sigue lloviendo, no vemos a diez metros de nosotros. Como hay dos islitas mas abajo, Maturette se asoma a proa y mantiene fija la mirada ante nosotros para evitar que encallemos. Ha caido la noche. Un grueso arbol que desciende el rio con nosotros, por suerte demasiado despacio, nos obstaculiza un momento con sus ramas. Nos desprendemos en seguida de el y continuamos bajando a treinta por hora por lo menos. Fumamos, bebemos ron. Los leprosos nos han dado seis botellas de chianti de esas que van envueltas en paja, pero llenas de ron. Cosa rara, ninguno de nosotros habla de las horrendas lesiones que hemos visto en los leprosos. Un tema unico de conversacion: su bondad, su generosidad, su rectitud; la suerte que tuvimos de encontrar al breton de la mascara, que nos llevo a la isla de las Palomas. La lluvia cada vez arrecia mas, estoy calado hasta los huesos, pero estas blusas de lana son tan buenas que, aun estando empapadas, abrigan. No tenemos frio. Solo la mano que maneja el gobernalle se anquilosa bajo la lluvia.
– En estos momentos -,dice Maturette-, bajamos a mas de cuarenta por hora. ?Cuanto tiempo crees que hace que hemos salido?
– Te lo dire -dice Clousiot-. Aguarda un poco. Tres horas y quince minutos.
– ?Estas loco? ?Como lo sabes?
– Desde que salimos he contado trescientos segundos y cada vez he cortado un trocito de carton. Tengo treinta y nueve cartoncitos. A cinco minutos cada uno, hacen tres horas y un cuarto que bajamos el rio. Si no me he equivocado, dentro de quince o veinte minutos ya no bajaremos, nos iremos por donde hemos venido.
Empujo la barra del gobernalle a la derecha para coger el rio al sesgo y acercarme a la margen del lado de la Guayana holandesa. Antes de chocar con la maleza, la corriente ha cesado. Ya no bajamos ni subimos. Sigue lloviendo. Ya no fumamos, ya no hablamos. Murmuro:
– Coge la pagaya y rema.
Yo remo tambien, sujetando la barra bajo mi muslo izquierdo. Despacio, avanzamos por la maleza, tiramos de las ramas y nos resguardamos debajo. Estamos en la oscuridad producida por la vegetacion. El rio es gris, cubierto de niebla. Resultaria imposible decir, de no fiarse del flujo y el reflujo, donde esta el mar y donde el interior del rio.
La gran marcha
La marea alta durara seis horas. Anadiendole una hora y media que se debe esperar de bajamar, puedo dormir siete horas, a pesar de que estoy muy excitado. Tengo que dormir, pues una vez en la mar, ?cuando podre hacerlo? Me echo entre el barril y el mastil, Maturette pone una manta como techo entre el banco y el barril y, bien resguardado, duermo. Nada en absoluto viene a perturbar este sueno de plomo, ni pesadillas, ni lluvia, ni mala postura alguna. Duermo, duermo hasta que Maturette me despierta:
– Papi, creemos que ya es hora, o casi. Hace rato que ha comenzado la bajamar.
La embarcacion esta vuelta hacia el mar y la corriente discurre muy de prisa bajo mis dedos. Ya no llueve. Un cuarto de luna nos permite ver con toda claridad, a cien metros delante de nosotros, el rio que arrastra hierbas, arboles, formas oscuras. Intento distinguir la demarcacion entre rio y mar. Donde estamos no hace viento. ?Lo hara en medio del rio? ?Sera fuerte? Salimos de la maleza, pero con la canoa todavia amarrada a una gruesa raiz por un nudo corredizo. Mirando al cielo, consigo percibir la costa, el final del rio, el comienzo del mar. Hemos bajado mas de lo que creiamos y tengo la impresion de que estamos a menos de diez kilometros de la desembocadura. Nos bebemos un buen trago de ron. Consulto: ?ponemos el mastil aqui? Si, lo alzamos y queda bien calado en el fondo de la quilla y en el agujero del banco. Izo la vela sin desplegarla, enrollada en torno del mastil. El trinquete y el foque estan listos para ser izados por Maturette cuando yo lo crea necesario. Para hacer funcionar la vela, solo hay que aflojar la soga que la sujeta al mastil, maniobra que realizare desde mi puesto. A proa, Maturette con una pagaya, yo a popa con la otra. Hay que apartarse bruscamente y muy deprisa de la orilla adonde nos empuja la corriente.
– Atencion. ?Adelante y que Dios nos ampare! Dios nos ampare -repite Clousiot.
– En tus manos me confio dice Maturette.
Y arrancamos, Bien conjuntados, hendimos el agua con las pagayas. Yo la muevo bien, con fuerza, y Maturette no me anda a la zaga. Despegamos facilmente. Apenas nos hemos apartado veinte metros con relacion a la orilla, cuando ya hemos bajado cien con la corriente. De golpe, el viento se hace sentir y nos empuja hacia el centro del rio.
– ?Iza el trinquete y el foque, bien amarrados los dos!
El viento se precipita en ellos y la embarcacion, como un caballo, se encabrita, deslizandose como una flecha. Debe ser mas tarde de la hora prevista, pues, de pronto, el rio se ilumina como en pleno dia. A nuestra derecha, la costa francesa se distingue facilmente a casi dos kilometros y, a nuestra izquierda, a un kilometro, la costa holandesa. Frente a nosotros, muy visibles, las blancas cabrillas del oleaje.
– ?Maldita sea! Nos hemos equivocado de hora dice Clousiot-. ?Crees que tendremos tiempo de salir?
– No lo se.
– ?Fijate que altas son las olas y blancas las crestas! ?Habra empezado ya la pleamar?
– Imposible, yo veo cosas que bajan.
– No vamos a poder salir, no llegaremos a tiempo -dice Maturette.
– Cierra el pico y quedate sentado al lado de las jarcias del foque y del trinquete. ?Tu tambien, Clousiot, callate!
Pa-cum… Pa-cum… Nos tiran con carabina. El segundo disparo lo localizo claramente. No son en absoluto de los guardianes, proceden de la Guayana holandesa. Izo la vela, que se infla tan fuerte que por poco me arrastra tirandome de la muneca. La embarcacion se inclina mas de cuarenta y cinco grados. Recojo todo el viento posible, no es dificil, hay de sobra. Pa-cum, pa-cum, y luego nada mas. La corriente nos lleva mas hacia el lado frances que el holandes, y seguramente por eso los tiros han cesado.
Navegamos a una velocidad vertiginosa con un viento a todo meter. Vamos tan de prisa que me veo lanzado en medio del estuario, de tal manera que dentro de pocos minutos tocaremos la orilla francesa, Se ve con toda claridad hombres que corren hacia la orilla. Viro suavemente, lo mas despacio posible, tirando con todas mis fuerzas de la soga de la vela. Queda recta frente a mi, el foque vira solo y el trinquete tambien. La embarcacion gira de tres cuartos, suelto la vela y salimos del