estuario viento en popa. ?Uf! ?Ya esta! Diez minutos despues, la primera ola de mar trata de cortarnos el paso, la remontamos facilmente, y el chap-chap que hacia la embarcacion en el rio se transforma en tac-tac-tac. Salvamos esas olas, altas sin embargo, con la facilidad de un chiquillo que juega a la piola. Tac-tac-tac, la embarcacion sube y baja las olas sin vibraciones ni sacudidas. Solo el tac de su quilla que golpea el mar al recaer de la ola.
– ?Hurra! ?Hurra! ?Hemos salido! -grita a voz en cuello Clousiot.
Y para iluminar esa victoria de nuestra energia sobre los elementos, Dios nos envia una deslumbrante salida de sol. Las olas se suceden todas con igual ritmo. Menguan de altura a medida que nos adentramos en el mar. El agua es sucia, cenagosa. Enfrente, al Norte, se la ve negra; mas tarde, sera azul. No necesito mirar la brujula: con el sol a mi hombro derecho, avanzo en linea recta, viento en popa, pero con la embarcacion menos escorada, pues he largado soga a la vela que esta medio inflada, pero sin quedar tensa. Comienza la gran aventura.
Clousiot se incorpora. Quiere sacar la cabeza y el cuerpo para ver mejor. Maturette le ayuda a sentarse frente a mi, adosado al barril, me lia un cigarrillo, lo enciende, me lo pasa y fumamos los tres.
– Pasame la tafia para mojar esta salida -dice Clousiot.
Maturette echa una buena racion en tres vasos de metal y brindamos. Maturette esta sentado a mi lado, a la izquierda; nos miramos. Las caras de mis dos companeros resplandecen de dicha, la mia debe estar igual.
Entonces, Clousiot me dice:
– Capitan,? adonde se dirige, por favor?
– A Colombia, si Dios quiere.
– Dios lo querra, ?por todos los santos! dice Clousiot.
El sol se eleva rapidamente y las ropas no tardan en secarse. La camisa del hospital es transformada en un albornoz de estilo arabe. Mojada, mantiene fresca la cabeza y evita que pillemos una insolacion. El mar es de un azul de opalo, las olas tienen tres metros y son muy largas, lo cual ayuda a viajar con comodidad. El viento se mantiene fuerte y nos alejamos rapidamente de la costa que, de vez en cuando, veo difuminarse en el horizonte. Esa masa verde, cuanto mas nos alejamos de ella, tanto mas nos revela los secretos de su ornamentacion. Mientras miro detras de mi, una ola mal tomada me llama al orden y tambien a mi responsabilidad respecto a la vida de mis camaradas y de la mia.
– Voy a cocer arroz -dice Maturette.
– Yo sostendre el hornillo dice Clousiot-, y tu, la olla.
La bombona de gasolina esta bien calzada, en la proa, donde esta prohibido fumar. El arroz con tocino huele muy bien. Lo comemos calentito, acompanado de dos latas de sardinas. A eso, anadimos un buen cafe.
– ?Un traguito de ron?
Rehuso, hace demasiado calor. Por lo demas, no soy muy bebedor. Clousiot, a cada momento, me lia pitillos y me los enciende. la primera comida a bordo ha ido bien. Por la posicion del sol, suponemos que son las diez de la manana. Llevamos solamente cinco horas en alta mar y, sin embargo, se siente que debajo de nosotros el agua es muy profunda. Las olas han menguado de altura y avanzamos cortandolas sin que la canoa golpee. Hace un dia maravilloso. Me doy cuenta de que, de dia, no se necesita tanto la brujula. De vez en cuando, situo el sol con relacion a la aguja y me guio por el, resulta muy facil. La reverberacion del sol me lastima los ojos. Siento no haber pensado en hacerme con unas gafas oscuras.
De repente, me dice Clousiot:
– ?Que suerte he tenido de encontrarte en el hospital!
– No eres el unico; tambien yo he tenido suerte de que hayas venido.
Pienso en Dega, en Fernandez… Si hubiesen dicho “si”, estarian aqui con nosotros.
– No creas -dice Clousiot-. Hubieses tenido complicaciones para tener al arabe a la hora conveniente a tu disposicion en la sala.
– Si, Maturette nos ha sido muy util y me felicito de haberle traido, porque es muy fiel, animoso y diestro.
– Gracias-dice Maturette-, y gracias a vosotros dos por haber tenido, pese a mi poca edad y a lo que soy, confianza en mi. Hare lo necesario para estar siempre a la altura.
Luego, digo:
– Y FranVois Sierra, a quien tanto me habria gustado tener aqui, asi como a Galgani…
– Tal como se pusieron las cosas, Papillon, no era posible. Si Jesus hubiese sido un hombre correcto y nos hubiese proporcionado una buena embarcacion, habriamos podido esperarles en el escondite, Jesus hacerles evadir y traernoslos. En fin, te conocen y saben perfectamente que, si no les hiciste buscar, es porque era imposible.
– A proposito, Maturette, ?como es que estabas en aquella sala de gente tan peligrosa en el hospital?
– No sabia que era internado. Fui a la visita porque me dolia la garganta y para pasearme, y el doctor, cuando me vio, me dijo: “Veo en tu ficha que vas internado a las Islas. ?Por que?” “No lo se, doctor. ?Que es eso de internado?” “Bueno, nada. Al hospital.” Y me encontre hospitalizado, esto es todo.
– Quiso hacerte un favor -dice Clousiot.
– Vete a saber por que lo hizo. Ahora, debe decirse: “Mi protegido, con su pinta de monaguillo, no era tan bobo, puesto que se ha dado el piro.”
Hablamos de tonterias. Digo:
– ?Quien sabe si encontraremos a Julot, el hombre del martillo! Debe de estar lejos, a menos que siga escondido en la selva.
– Yo, al marcharme -dice Clousiot-, deje una nota en la almohada: “Se fue sin dejar senas.”
Todos nos echamos a reir.
Navegamos durante cinco dias sin novedad. De dia, el sol por su trayectoria Este-Oeste me sirve de brujula. De noche, uso la brujula. El sexto dia, por la manana, nos saluda un sol resplandeciente, el mar se ha encalmado de repente, peces voladores pasan cerca de nosotros. Estoy exhausto. Esta noche, para impedir que me durmiese, Maturette me pasaba por la cara un trapo empapado en agua de mar y, a pesar de ello, me adormilaba. Entonces, Clousiot me quemaba con su cigarrillo. Como hay calma chicha, he decidido dormir. Arriamos la vela y el foque, dejando tan solo el trinquete, y duermo como un tronco en el fondo de la canoa, bien resguardado del sol por la vela, tendida sobre mi. Me despierto zarandeado por Maturette, quien me dice:
– Es mediodia o la una, pero te despierto porque el viento refresca y el horizonte, de donde sopla el viento, esta oscuro.
Me levanto y ocupo mi puesto. Solo esta izado el foque y nos hace deslizar sobre el mar terso. Detras de mi, al Este, todo es oscuro y el viento refresca cada vez mas. El trinquete y el foque bastan para impeler la embarcacion muy rapidamente. Hago sujetar bien la vela enrollada en el palo.
– Agarraos bien, pues, por lo visto, se acerca un temporal.
Gordas gotas empiezan a caer encima de nosotros. Esa oscuridad que se aproxima a una velocidad vertiginosa, en menos de un cuarto de hora llega de! horizonte hasta muy cerca de nosotros. Ya esta, ya llega, un viento de violencia inaudita nos embiste. Las olas, como por arte de encantamiento, se forman a una velocidad increible, crestadas de espuma. El sol esta tapado por completo, llueve a torrentes, no se ve nada y las olas, al romper en la embarcacion, me mandan rociadas que me azotan la cara. Es la tempestad, mi primera tempestad, con toda la charanga de la Naturaleza desatada, truenos, relampagos, lluvia, oleaje, el ulular del viento que ruge sobre y en torno a nosotros.
La canoa, llevada como una brizna de paja, sube y baja a alturas increibles y a abismos tan profundos que tenemos la impresion de que no saldremos del trance. Sin embargo, pese a esas zambullidas fantasticas, la embarcacion trepa, salva otra cresta de ola y pasa, pasa siempre. Sostengo la barra con ambas manos y, creyendo que conviene resistir un poco una ola mas alta que veo acercarse, cuando apunto para cortarla, embarco una gran cantidad de agua. Toda la canoa queda inundada. Debe de haber mas de setenta y cinco centimetros de agua. Nerviosamente, sin querer, me atravieso a una ola, lo cual es sumamente peligroso, y la canoa queda tan escorada, a punto de volcar, que por si sola echa gran parte del agua que habia embarcado.
– ?Bravo! – grita Clousiot-. ?Sabes lo que te haces, Papillon! Pronto has achicado la canoa.
– ?Si, ya lo has visto! digo.
?Si supiese que por mi falta de experiencia hemos estado a punto de irnos a pique zozobrando en alta mar! Decido no volver a luchar contra el curso de las olas, ya no me preocupo de la direccion, trato simplemente de mantener la canoa en el maximo equilibrio posible. Tomo la olas al sesgo, bajo deliberadamente al fondo con ellas y subo con el mismo mar. No tardo en percatarme de la importancia de mi descubrimiento, pues asi he suprimido el noventa por ciento de posibilidades de peligro.
La lluvia cesa, el viento sigue soplando rabiosamente, puedo ver delante y detras de mi. Detras, hay claridad, te,
oscuridad, estamos en medio de ambos extremos.
Hacia las cinco, todo ha terminado. El sol brilla de nuevo sobre nosotros, el viento es normal, las olas, menos altas. Izo la vela y seguimos navegando, contentos de nosotros mismos. Con cazuelas, mis dos companeros han achicado el agua que quedaba en la canoa. Sacamos las mantas: atadas al palo, el viento no tardara en secarlas. Arroz, harina, aceite, cafe doble y un buen trago de ron. El sol esta a punto de ponerse, iluminando con todas sus luces este mar azul en un cuadro inolvidable: el cielo es todo rojo oscuro, el sol, sumido en parte en el mar, proyecta grandes lenguas amarillas, tanto hacia el cielo y sus pocas nubes blancas, como hacia el mar; las olas, cuando suben, son azules en el fondo, verdes despues, y la cresta, roja, rosa o amarilla segun el color del rayo que bate en ella. Me invade una paz de una dulzura poco comun, y con la paz, la sensacion de que puedo tener confianza en mi. He salido airoso y la breve tempestad me ha sido muy util. Solo, he aprendido a maniobrar en esos casos. Afrontare la noche con completa serenidad.
– Entonces, Clousiot, ?te has fijado en mi truco para achicar la embarcacion?
– Amigo mio, si no llegas a hacer eso y se nos hubiese echado encima otra ola de traves, nos habriamos ido a pique. Eres un campeon.
– ?Has aprendido todo eso en la Armada? -pregunta Maturette.
– Si; como ves, sirven de algo las lecciones de la Marina de Guerra.
Debemos haber derivado mucho. Vaya uno a saber, con un viento y oleaje asi, cuanto hemos derivado en cuatro horas. Decido dirigirme al Noroeste para rectificar, si, eso es. La noche cae de repente tan pronto el sol ha desaparecido en el mar lanzando los ultimos destellos, esta vez morados, de su fuego de artificio.
Durante seis dias mas, navegamos sin novedad, aparte de algunos atisbos de tempestad y de lluvia que nunca han rebasado tres horas de duracion ni la eternidad de la primera tormenta. Son las diez de la manana. Ni pizca de viento, una calma chicha. Duermo casi cuatro horas. Cuando despierto, los labios me abrasan. Ya no tienen piel, como tampoco la nariz. Tambien mi mano derecha esta despellejada, en carne viva. A Maturette le pasa igual, asi como a Clousiot. Nos ponemos aceite dos veces al dia en la cara y las manos, pero no basta: el sol de los tropicos en seguida lo seca.
Por la posicion del sol, deben ser las dos de la tarde. Como y, luego, como hay calma chicha, nos hacemos sombra con la vela. Acuden peces en torno de la