ido a Port of Spain y que no volvera hasta la tarde con las informaciones necesarias para actuar en favor nuestro.

Ese hombre que abandona su casa con tres presidiarios evadidos dentro nos da una leccion sin par, como queriendo decirnos: “Sois seres normales; fijaos si tengo confianza en vosotros, que os dejo solos en mi casa al lado de mi mujer y de mi hija.” Esta manera tacita de decirnos: “He visto, tras haber conversado con vosotros tres, a seres perfectamente dignos de confianza, hasta el punto de que, no dudando que no podreis ni de hecho, ni de gesto, ni de palabra comportaros mal en mi casa, os dejo en mi hogar como si fueseis viejos amigos”, esta manifestacion, digo, nos ha conmovido mucho.

No soy ningun intelectual que pueda describir, lector -si algun dia este libro tiene lectores, con la intensidad necesaria, con suficiente inspiracion, la emocion, la formidable impresion de respeto de nosotros mismos, no de una rehabilitacion, sino de una nueva vida. Ese bautismo imaginario, ese bano de pureza, esa elevacion de mi ser por encima del fango en el que me encontraba encenagado, esa manera de ponerme frente a una responsabilidad real asi de pronto, acaban de hacer, de una manera tan simple, otro hombre de mi, hasta el punto de que ese complejo de presidiario que incluso cuando uno esta libre oye sus grilletes y cree en todo instante que alguien le vigila, que todo cuanto he visto, pasado y aguantado, todo lo que he sufrido, todo lo que me conducia a ser un hombre corrompido, peligroso en todos los momentos, pasivamente obediente en la superficie y tremendamente peligroso en su rebeldia, todo eso ha desaparecido como por ensalmo. ?Gracias, Master Bowen, abogado de Su Majestad, gracias por haber hecho de mi otro hombre en tan poco tiempo!

La rubisima muchacha de ojos tan azules como el mar que nos rodea esta sentada conmigo bajo los cocoteros de la casa de su padre. Buganvillas rojas, amarillas y malva en flor dan a este jardin la pincelada de poesia que este instante requiere.

– Monsieur Henri -me llama senor. ?Cuanto tiempo hace que no me han llamado senor-, como papa le dijo ayer, una incomprension injusta de las autoridades inglesas hace que, desgraciadamente, no puedan -ustedes quedarse aqui. Solo les conceden quince dias para que descansen y vuelvan a hacerse a la mar. Por la manana temprano, he ido a ver su embarcacion; es muy ligera y muy pequena para el viaje tan largo que les aguarda. Esperemos que lleguen ustedes a una nacion mas hospitalaria y mas comprensiva que la nuestra. Todas las islas inglesas tienen la misma forma de obrar en esos casos. Le pido, si en ese futuro viaje sufren ustedes mucho, que no guarden rencor al pueblo que habita en estas islas; no es responsable de esa forma de ver las cosas, son ordenes de Inglaterra, que emanan de personas que no les conocen a ustedes. La direccion de papa es 101, Queen Street, Port of Spain, Trinidad. Le pido, si Dios quiere que pueda hacerlo, que nos escriba unas letras para que sepamos que ha sido de ustedes.

Estoy tan emocionado que no se que responder. Mrs. Bowen se acerca a nosotros. Es una hermosisima mujer de unos cuarenta anos, rubia castano, ojos verdes. lleva un vestido blanco muy sencillo, cenido por un cordon blanco, y calza sandalias verde dato.

– Senor, mi marido no vendra hasta las cinco. Esta tratando de conseguir que vayan ustedes sin escolta policiaca, en su coche, a la capital. Tambien pretende evitarles que tengan que pasar la primera noche en la Comisaria de Policia de Port of Spain. Su amigo herido ira directamente a la clinica de un medico a amigo, y ustedes dos, al hotel del Ejercito de Salvacion.

Maturette viene a reunirse con nosotros en el jardin. Ha ido a ver la embarcacion que esta rodeada, nos dice, de curiosos. No ha sido tocado nada. Examinando la canoa, los curiosos han encontrado una bala incrustada sobre el gobernalle, y alguien le ha pedido permiso para quitarla como recuerdo. Ha respondido: “Captain, captain.” El hindu ha comprendido que era necesario pedirselo al capitan, y le ha dicho: “?Por que no dejan en libertad a las tortugas? “

– ?Tiene usted tortugas? -pregunta la muchacha. Vamos, a verlas.

Nos vamos hacia la embarcacion. En el camino, una encantadora pequena hindu me ha cogido de la mano sin mas. “Good alternoon (buenas tardes)”, dice todo ese gentio abigarrado. Saco las dos tortugas.

– ?Que hacemos? ?Las echamos al mar? ?O bien las quiere' usted para su jardin?

– El estanque del fondo es de agua de mar. Las meteremos en ese estanque, asi tendre un recuerdo de ustedes.

Reparto entre las personas que estan aqui todo cuanto hay en la canoa, salvo la brujula, el tabaco, el barril, el cuchillo, el machete, el hacha, las mantas y la pistola que oculto entre las mantas y que nadie ha visto.

A las cinco, llega Master Bowen:

– Senores, todo esta arreglado. Les llevare personalmente a la ciudad. Primero, dejaremos al herido en la clinica y, luego, iremos al hotel.

Acomodamos a Clousiot en el asiento trasero del coche. Yo le estoy dando las gracias a la muchacha, cuando llega su madre con una maleta en la mano y nos dice:

– Le ruego que acepte unas ropas de mi marido.

?Que cabe decir ante tanta humana bondad?

– Gracias, infinitas gracias.

Y nos vamos en el coche, que tiene el volante a la derecha. A las seis menos cuarto, llegamos a la clinica. Se llama “San Jorge”. Unos enfermeros ponen a Clousiot sobre una camilla en una sala donde un hindu esta sentado en su cama. Llega el doctor, da la mano a Bowen y, despues, a nosotros. No habla frances, pero nos hace decir que Clousiot sera bien atendido y que podemos venir a verle siempre que queramos. Con el coche de Bowen cruzamos la ciudad. Estamos maravillados de verla iluminada, con sus automoviles, sus bicicletas. Blancos, negros, amarillos, hindues, coolies caminan juntos por las aceras de esta ciudad totalmente de madera que es Port of Spain. Cuando llegamos al hotel del Ejercito de Salvacion, un edificio cuya planta baja es de piedra y el resto de madera, bien situado en una plaza iluminada donde leo Fish Market (Mercado del Pescado), el capitan del Ejercito de Salvacion nos recibe en compania de todo su estado mayor, mujeres y hombres. Habla un poco de frances, todo el mundo nos dirige palabras en ingles, que no comprendemos, pero los semblantes son tan risuenos, las miradas tan acogedoras, que sabemos que nos dicen cosas amables.

Nos conducen a una habitacion del segundo piso, de tres camas -la tercera, prevista para Clousiot-, un cuarto de bano contiguo a la habitacion con jabon y toallas a nuestra disposicion. Tras habernos indicado nuestra habitacion, el capitan nos dice:

– Si quieren ustedes comer, se cena en comun a las siete, es decir, dentro de media hora.

– No, no tenemos apetito.

– Si quieren pasearse por la ciudad, tomen estos dos dolares antillanos para toma cafe o te, o un helado. Sobre todo, no se extravien. Cuando quieran volver, les bastara con preguntar el camino con estas palabras tan solo: Salvation Army, please?”

Diez minutos despues, estamos en la calle, andamos por las aceras, nos codeamos con personas, nadie nos mira, nadie se fija en nosotros, respiramos profundamente, saboreando con emocion esos primeros pasos de hombre libre en una ciudad- Esa continua confianza de dejarnos libres en una ciudad bastante grande nos reconforta y no solo nos da confianza en nosotros mismos, sino tambien la perfecta conciencia de que es imposible que traicionemos esa fe que ha sido puesta en nosotros. Maturette y yo caminamos despacio en medio del gentio. Necesitamos estar entre personas, ser empujados, asimilarnos a ellos para formar parte de ellas. Entramos en un bar y pedimos cerveza. Parece poca cosa decir: “Two beers, please de tan natural que es. Pues bien, a pesar de eso, nos parece fantastico que una coolie hindu, con su concha de oro en la nariz, nos pregunte tras habernos servido: “Half a dollar, sir.” Su sonrisa de dientes de perla, sus grandes ojos un poco almendrados de un negro violaceo, sus cabellos de azabache que le caen sobre los hombros, su corpino medio desabrochado sobre el inicio de los senos cuya gran belleza deja entrever, esas cosas futiles, tan naturales para todo el mundo, a nosotros nos parecen de cuento de hadas. ?Vamos, Papi, no es verdad, no puede ser verdad que, tan de prisa, de muerto en vida, de presidiario perpetuo, estes en vias de transformarte en hombre libre!

Ha pagado Maturete, solo le queda medio dolar. La cerveza esta deliciosamente fria y el me dice:

– ?Nos tomamos otra?

La segunda ronda que el querria tomar me parece una cosa que no debe hacerse.

– Pero, hombre, hace apenas una hora que estas en verdadera libertad, y ?ya piensas en emborracharte?

– ?Oh! Por favor, Papi, ?no exageres! De tomarse dos cervezas a emborracharse, hay mucha distancia.

– Quiza tengas razon, pero encuentro que, decorosamente, no debemos arrojarnos sobre los placeres que nos brinda el momento. Creo que debemos saborearlos poco a poco, no como glotones. En primer lugar, ese dinero no es nuestro.

– Si, es verdad, tienes razon. Aprenderemos a ser libres con cuentagotas, sera mucho mejor.

Salimos y bajamos la gran calle de Watters Street, bulevar principal que cruza la ciudad de un extremo a otro y, sin darnos cuenta, tan asombrados estamos por los tranvias que pasan, por los borricos con su carrito, los automoviles, los anuncios llameantes de cines y de bares-boires, los ojos de las jovenes negras o hindues que nos miran riendo, nos encontramos en el puerto sin querer. Ante nosotros, los barcos muy iluminados, barcos de turistas con nombres embrujadores: Los Angeles, Boston, Quebec, barcos: Hamburgo, Amsterdam, Londres, etc., y, alineados a lo largo del muelle, pegados unos a otros, bares, cabarets, restaurantes abarrotados de hombres y de mujeres que beben, cantan, discuten a grandes voces. De golpe, una irresistible necesidad me impulsa a mezclarme con esa multitud, vulgar quiza, pero ?tan llena de vida.! En la terraza de un bar, puestos en hielo, erizos de mar y ostras, gambas, navajas. mejillones, toda una exhibicion de frutos del mar que provocan al transeunte. Las mesas con mantel de cuadros blancos y rojos, la mayoria ocupadas, invitan a sentarse. Chicas de piel morena clara, perfil fino, mulatas que no tienen ningun rasgo negroide, cenidas en corpinos multicolores generosamente escotados, convidan aun mas a disfrutar de todo eso. Me acerco a una de ellas y le digo: “French money good?”, mostrandole un billete de mil francos.

– Yes, I change for You.

OK.

Toma el billete y desaparece en la sala repleta de gente. Vuelve.

– Come here -dice.

Y me lleva a la caja, donde esta un chino. -?Usted frances?

– Si.

– ?Cambiar mil francos?

– ?Todo dolares antillanos? -Si.

– ?Pasaporte? -No tengo.

– ?Tarjeta de marinero? -No tengo.

– ?Documentos de inmigracion? -No tengo.

– Bien.

Dice dos palabras a la chica, esta mira hacia la sala, se acerca a un tipo que tiene pinta de marinero y que lleva una gorra como la mia, con un galon dorado y un ancla, y le lleva hacia la caja. El chino dice:

– Tu tarjeta de identidad. -Ahi va.

Y, friamente, el chino rellena una ficha de cambio de mil francos a nombre del desconocido, se la hace firmar, la mujer le coge del brazo y se lo lleva. El otro,

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