seguramente, no sabe lo que pasa, yo cobro doscientos cincuenta dolares antillanos, cincuenta dolares en billetes de uno y dos dolares. Doy un dolar a la chica, salimos a la calle y, sentados a una mesa, nos damos un atracon de mariscos, acompanados de un vino blanco, seco, que esta delicioso.

CUARTO CUADERNO. PRIMERA FUGA (CONTINUACION)

Trinidad

Veo de nuevo, como si fuese ayer, aquella primera noche de libertad pasada en esa ciudad inglesa. Ibamos a todas partes, borrachos de luz, de calor en nuestros corazones, palpando a cada momento el alma de aquella multitud dichosa y risuena que rebosaba felicidad. Un bar lleno de marineros y de esas chicas de los tropicos que les aguardan para desplumarlos. Pero esas chicas no tienen en absoluto la sordidez de las mujeres de los bajos fondos de Paris, El Havre o Marsella. Es una cosa diferente. En vez de aquellas caras demasiado maquilladas, marcadas por el vicio, iluminadas por ojos febriles llenos de astucia, hay chicas de todos los colores de piel, de la china a la negra africana, pasando por el chocolate claro de pelo liso, a la hindu o a la javanesa cuyos padres se conocieron en las plantaciones de cacao o de azucar, o la cooli mestiza de chino e hindu con la concha de oro en la nariz, la llapana de perfil romano, con su rostro cobrizo iluminado por dos ojos enormes, negros, brillantes, de pestanas larguisimas, que abomba un pecho generosamente descubierto como diciendo: “Mira mis senos, que perfectos son”; todas esas chicas, cada una con flores multicolores en el pelo, exteriorizan el amor, provocan el gusto del sexo, sin nada de sucio, de comercial; no dan la impresion de hacer un trabajo, se divierten de veras con el y es que el dinero, para ellas, no es lo principal en sus vidas.

Como dos abejorros que, atraidos por la luz, topan con las bombillas, Maturette y yo vamos tropezando de bar en bar. Al desembocar en una placita inundada de luz, veo la hora en el reloj de una iglesia o templo. Las dos. ?Las dos de la manana! De prisa, volvamos de prisa al hotel. Hemos abusado de la situacion. El capitan del Ejercito de Salvacion debe haber sacado una extrana opinion de nosotros. Pronto, volvamonos. Paro un taxi que nos lleva, two dollars. Pago y entramos muy avergonzados en el hotel. En el vestibulo, una mujer soldado del Ejercito de Salvacion, rubia› muy joven, de veinticinco o treinta anos, nos recibe amablemente. No parece sorprendida ni irritada de que regresemos tan tarde. Tras decirnos unas cuantas palabras en ingles que nos parecen amables y acogedoras, nos da la llave de la habitacion y nos desea buenas noches. Nos acostamos. En la maleta, he encontrado un pijama. Cuando voy a apagar la luz, Maturette me dice:

– Deberiamos dar gracias a Dios por habernos dado tantas cosas en tan poco tiempo. ?Que te parece, Papi?

– Dale las gracias por mi, a tu Dios; es un gran tipo. Y, como muy bien dices, ha sido la mar de generoso con nosotros. Buenas noches.

Y apago la luz.

Esa resurreccion, ese retorno de la tumba, esa salida del cementerio donde estaba enterrado, todas las emociones sucesivas y el bano de esta noche que me ha reincorporado a la vida entre otros seres, me han excitado tanto que no consigo dormir. En el caleidoscopio de mis ojos cerrados, las imagenes, las cosas, toda esa mezcla de sensaciones que llegan sin orden cronologico y se presentan con precision, pero de una manera completamente deshilvanada: la Audiencia, la Conciergerie, luego los leprosos, despues Saint-Martin-de-Re, Tribouillard, Jesus, la tempestad… Es una danza fantasmagorica, diriase que todo cuanto he vivido desde hace un ano quiere presentarse al mismo tiempo en la galeria de mis recuerdos. Por mucho que intente alejar esas imagenes, no lo consigo. Y lo mas raro es que van mezcladas con los chillidos de puercos, de guacos, con el ulular del viento, el ruido de las olas, todo ello envuelto en la musica de los violines de una cuerda que los hindues tocaban hace unos instantes en los diversos bares por los que hemos pasado.

Por fin, cuando ya despunta el dia, me duermo. Sobre las diez, llaman a la puerta. Es Master Bowen, sonriente.

– Buenos dias, amigos mios. ?Acostados todavia? Han vuelto tarde. ?Se han divertido mucho?

– Buenos dias. Si, hemos vuelto tarde, dispensenos.

– ?Nada de eso, hombre! Es normal, despues de todo lo que han sufrido. Hacia falta aprovechar bien su primera noche de hombres libres. Vengo para acompanarles al puesto de Policia. Deben ustedes presentarse a la Policia para declarar de modo oficial que han entrado clandestinamente en el pais. Despues de esa formalidad, iremos a ver a su amigo, Le han hecho radiografias muy temprano. El resultado se sabra mas tarde.

Tras un rapido aseo, bajamos a la sala donde, en compania del capitan, nos ha estado esperando Bowen.

– Buenos dias, amigos mios -dice en mal frances el capitan -Buenos dias a todos ustedes. ?Que tal?

Una mujer del Ejercito de Salvacion con graduacion, nos dice: -?Les ha parecido simpatico, Port of Spain?

– ?Oh, si, senora! Nos ha gustado.

Una tacita de cafe y nos vamos al puesto de Policia. A pie, queda a doscientos metros aproximadamente. Todos los policias nos saludan y nos miran sin especial curiosidad. Tras haber pasado ante dos centinelas de ebano con uniforme caqui, entramos en un despacho severo e imponente. Un oficial cincuenton, con camisa y corbata caqui, cuajado de insignias y medallas, se pone en pie. Lleva pantalon corto y nos dice en frances:

– Buenos dias. Sientense. Antes de tomar oficialmente su declaracion, deseo hablar un poco con ustedes. ?Que edad tienen?

– Veintiseis y diecinueve anos.

– ?Por que han sido condenados?

– Por homicidio.

– ?Cual es su pena?

– Trabajos forzados a perpetuidad.

– Entonces, no es por homicidio. ?Es por asesinato?

– No, senor, en mi caso es por homicidio.

– En el mio, por asesinato dice Maturette-. Tenia diecisiete anos.

– A los diecisiete anos, uno sabe lo que se hace, dice el oficial. En Inglaterra, si el hecho hubiese sido probado, le habrian ahorcado a usted. Bien, las autoridades inglesas no tienen por que juzgar a la justicia francesa. Pero en lo que no estamos de acuerdo es en que manden a la Guayana francesa a los condenados. Sabemos que es un castigo infrahumano y poco digno de una nacion civilizada como Francia. Pero, por desgracia, no pueden ustedes quedarse en Trinidad ni en ninguna otra isla inglesa. Es imposible. Por lo cual, les pido que se jueguen la partida honradamente y no busquen escapatoria, enfermedad u otro pretexto, a fin de retrasar la marcha. Podran ustedes descansar libremente en Port of Spain de quince a dieciocho dias. Su canoa es buena, al parecer. Hare que se la traigan aqui, al puerto. Si hay que hacer reparaciones, los carpinteros de la Marina Real se encargaran de ello. Para irse recibiran ustedes todos los viveres necesarios, asi como una buena brujula y una carta marina. Espero que los paises sudamericanos les acepten. No vayan a Venezuela, pues seran detenidos y obligados a trabajar en las carreteras hasta el dia en que les entregaran a las autoridades francesas. Despues de una grave falta, un hombre no esta obligado a ser un perdido toda la vida. Son ustedes jovenes y sanos, parecen simpaticos. Por eso, espero que, despues de lo que han debido soportar, no querran ser vencidos para siempre. El mero hecho de haber venido aqui demuestra lo contrario. Me alegro de ser uno de los elementos que les ayudaran a convertirse en hombres buenos y responsables. Buena suerte. Si tienen algun problema, telefoneen a este numero; les contestaran en frances.

Llama y un paisano viene a buscarnos. En una sala donde varios policias y paisanos escriben a maquina, un paisano toma nuestra declaracion.

– ?Por que han venido a Trinidad?

– Para descansar.

– ?De donde vienen?

– De la Guayana francesa.

– Para evadirse, ?han cometido ustedes un delito, causando lesiones o la muerte de otras personas?

– No hemos herido gravemente a nadie.

– ?Como lo saben?

– Lo supimos antes de marcharnos.

– Suedad, su situacion penal con respecto a Francia… Senores, tienen ustedes de quince a dieciocho dias para descansar aqui. Son completamente libres de hacer lo que quieran durante ese tiempo. Si cambian de hotel, avisen. Soy el sargento Willy. Aqui, en mi tarjeta, hay dos telefonos: este es mi numero oficial de la Policia; ese, mi numero particular. Sea lo que sea, si les pasa algo y necesitan ayuda, llamenme inmediatamente. Sabemos que la confianza que les otorgamos esta en buenas manos. Estoy seguro de que se portaran bien.

Unos instantes mas tarde, Mr. Boweri nos acompana a la clinica. Clousiot esta contento de vernos. No le contamos nada de la noche pasada en la ciudad. Le decimos tan solo que somos libres de ir adonde nos venga en gana. Se queda tan sorprendido que dice:

– ?Sin escolta?

– Si, sin escolta.

– Pues ?mira que son raros los rosbifs!'.

Bowen, que habia salido en busca del doctor, regresa con este. El doctor pregunta a Clousiot:

– ?Quien le redujo la fractura, antes de atarle las tablillas?

– Yo mismo y otro que no esta aqui.

– Lo hicieron tan bien que no hay necesidad de refracturar la pierna. El perone fracturado ha quedado bien encajado. Nos limitaremos a escayolar y poner un hierro para que pueda usted andar un poco. ?Prefiere quedarse aqui o ir con sus companeros?

– Irme con ellos.

– Bien, manana podra usted reunirse con ellos.

Nos deshacemos en palabras de agradecimiento. Mr. Boweri y el doctor se retiran y pasamos el fin de la manana y parte de la tarde con nuestro amigo. Estamos radiantes cuando, al dia siguiente, nos encontramos reunidos los tres en nuestra habitacion de hotel, con la ventana abierta de par en par y los ventiladores en marcha para refrescar el ambiente. Nos felicitamos reciprocamente por el buen semblante que tenemos y el excelente aspecto que nos dan nuestros nuevos trajes, Cuando veo que la conversacion se reanuda acerca del pasado, les digo:

– Ahora, esforcemonos en olvidar el pasado y fijemonos mas bien en el presente y el futuro. ?Adonde iremos? ?Colombia? ?Panama? ?Costa Rica? Habria que consultar a Bowen sobre los paises donde tenemos posibilidades de ser admitidos.

Llamo a Bowen a su bufete, no esta. Llamo a su casa, en San Fernando. Su hija se pone al aparato. Tras cruzarnos varias frases amables, me dice:

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