maiz, de lata, naturalmente, que como con algunas salchichas ahumadas. Es delicioso. El te esta casi frio, pero no importa. Fumo y espero que el viento se digne a levantarse.

La noche esta maravillosamente estrellada. La estrella Polar brilla con todo su fulgor y solo la Cruz del Sur la gana en luminosidad. Se percibe claramente la Osa Mayor y la Menor. Ni una nube. La luna llena esta bien instalada ya en el cielo estrellado. El breton tirita. Ha perdido su guerrera y va en mangas de camisa. Le presto el impermeable. Iniciamos el septimo dia.

– Machos, no podemos estar lejos de Curasao. Tengo la impresion de que me he ido un poco demasiado hacia el norte. En adelante, voy a hacer pleno Oeste, Pues no debemos dejarnos atras las Antillas holandesas. Seria grave, pues ya no tenemos agua potable y hemos perdido todos los viveres salvo los de reserva.

– En ti confiamos, Papillon -dice el breton.

– Si, en ti confiamos -repiten todos a coro-. Haz lo que te parezca.

– Gracias.

Creo que el acierto ha acompanado mis palabras. El viento se hace de rogar toda la noche y solo hacia las cuatro de la manana una buena brisa nos permite seguir adelante. Esta brisa, que aumentara de fuerza durante la manana, seguira durante mas de treinta y seis horas con una potencia suficiente para que la embarcacion navegue a buen ritmo, pero con olas tan pequenas que ya no baten la quilla.

Curasao

Gaviotas. Primero los chillidos, pues es de noche. Luego, ellas, girando en torno de la embarcacion. Una se posa en el mastil, se va, vuelve a posarse. Ese ajetreo dura mas de tres horas, hasta que despunta el dia con un sol radiante. Nada en el horizonte que nos indique tierra. ?De donde diablos vienen esas gaviotas? Durante todo el dia, nuestros ojos escrutan en vano el horizonte Ni el menor indicio de tierra proxima. La luna llena sale cuando el sol se pone y esa luna tropical es tan brillante que su reverberacion me lastima los ojos. Ya no tengo mis gafas ahumadas, se fueron con la famosa ola, asi como todas mis gorras. Sobre las ocho de la noche, en el horizonte, lejisimos en esa luz lunar, percibimos una linea negra.

– Eso es tierra, ?seguro! -exclamo, antes que nadie.

– Si, en efecto.

En suma, todos estan de acuerdo y dicen que ven una linea oscura que debe ser tierra. Durante todo el resto de la noche sigo con la proa puesta hacia esa sombra que poco a poco se hace precisa. Llegamos. Con fuerte viento, sin nubes y olas altas, pero largas y disciplinadas, nos acercamos a todo trapo. Esa masa negra no se eleva mucho sobre el agua y nada indica si la costa es de acantilados, escollos o arena. La luna, que se esta poniendo al otro lado de esa tierra, hace una sombra que solo me permite ver, a ras del agua, una cadena de luz, primero lisa y, luego, fragmentada. Me acerco, me acerco y, a un kilometro aproximadamente echo el ancla. El viento es fuerte, la embarcacion gira sobre si misma y se encara con la ola, que la levanta cada vez que pasa. Es muy inquieto, o sea, muy incomodo. Por supuesto, las velas estan arriadas y enrolladas. Hubiesemos podido esperar el dia en esta desagradable pero segura posicion, mas desgraciadamente de repente, el ancla se suelta. Para poder dirigir la embarcacion, es necesario que se desplace, de lo contrario no se puede gobernar. Izamos el foque y el trinquete pero,-cosa rara, el ancla no engancha con facilidad. Mis companeros tiran de la soga hacia bordo, pero el extremo final nos llega sin ancla, la hemos perdido. Pese a todos mis esfuerzos, las olas nos acercan tan peligrosamente a las rocas de esta tierra, que decido izar la vela e ir sin reservar hacia ella, con impetu. Hago tan bien la maniobra que nos encontramos encallados entre dos rocas con la canoa completamente desencajada. Nadie grita el “salvese el que pueda”, pero cuando viene la ola siguiente, todos nos arrojamos a ella para llegar a tierra, arrollados, magullados, pero vivos. Solo Clousiot, con su escayolado, ha sido mas maltratado que nosotros por las olas. Tienen brazos, cara y manos ensangrentados, llenos de rasgunos. Nosotros, algunos golpes en las rodillas, manos y tobillos. A mi me sangra una oreja que ha rozado con demasiada dureza con una roca.

Sea lo que sea, todos estamos vivos y a resguardo de las olas en tierra seca. Cuando sale el sol, recuperamos el impermeable y yo vuelvo a la embarcacion, que empieza a desmontarse. Consigo arrancar el compas, clavado en el banco de popa. Nadie en las proximidades ni en los alrededores. Viramos hacia el sitio de las famosas luces, es una hilera de linternas que sirven para indicar a los pescadores -mas adelante nos enteraremos de ello- que el paraje es peligroso. Nos vamos a pie tierra adentro. No hay mas que cactos, enormes cactos y borricos. Llegamos a un pozo, muy cansados, pues, por turno, dos de nosotros hemos de llevar a Clousiot haciendo silla con los brazos. En torno del pozo, esqueletos de asnos y cabras. El pozo esta seco, las aspas del molino que antano lo hacian funcionar giran 'inutilmente sin subir agua. Ni un alma viviente, solo asnos y cabras.

Nos acercamos a una casita cuyas puertas abiertas nos invitan a entrar. Gritamos:

– ?Ah de la casa!

Nadie. Sobre la chimenea, un talego de lona atado con un cordon, lo cojo y lo abro. Al abrirlo, el cordon se rompe: esta lleno de florines, moneda holandesa. Asi, pues, estamos en territorio holandes: Bonaire, Curasao o Aruba. Dejamos el talego sin llevarnos nada, encontramos agua y cada uno de nosotros bebe un cazo. Nadie en la casa, nadie en los alrededores. Nos vamos y caminamos muy despacio, a causa de Clousiot, cuando un viejo “Ford” nos corta el paso.

– ?Son ustedes franceses?

– Si, senor.

– Hagan el favor de subir al coche.

Acomodamos a Clousiot sobre las rodillas de los tres que van atras. Yo me siento al lado del conductor y Maturette en el mio.

– ?Han naufragado?

– Si.

– ?Se ha ahogado alguien?

– No.

– ?De donde vienen?

– De Trinidad.

– ?Y antes?

– De la Guayana francesa.

– ?Presidiarios o relegados?

– Presidiarios.

– Soy el doctor Naal, propietario de esta lengua de terreno, que es una peninsula de Curasao. Esta peninsula es denominada la isla de los Asnos. Asnos y cabras viven aqui comiendo cactos espinosos. A las espinas el pueblo las llama “senoritas de Curasao”.

– No es muy lisonjero para las verdaderas senoritas de Curasao -le digo.

El gordo y alto caballero rie estrepitosamente. El “Ford” jadeante, con un resoplido de asmatico, se para solo. Senalando las manadas de asnos, digo:

– Si el coche ya no va, podemos hacernos arrastrar.

– Tengo una especie de arnes en el portaequipajes, pero todo estriba en que se pueda atrapar a un par de ellos y enjaezarlos. No es facil, no.

El gordo senor levanta el capo y en seguida ve que un traqueteo demasiado fuerte ha desconectado un hilo que va a las bujias. Antes de subir al coche, mira a todos los lados, parece preocupado. Arrancamos y, tras haber cruzado por senderos abarrancados, desembocamos en un cercado pintado de blanco que nos corta el paso. Hay una casita blanca tambien. El senor habla en holandes a un negro muy claro y pulcramente vestido, que dice a cada momento: “Ya master, ya master.” Tras lo cual, el nos dice:

– He ordenado a ese hombre que les haga compania y les de de beber, si tienen sed, hasta que yo vuelva. Hagan el favor de apearse.

Nos apeamos y nos sentamos junto a la camioneta, en la hierba, a la sombra. El “Ford” destartalado se va. Apenas ha recorrido cincuenta metros, cuando el negro nos dice en papiamento, dialecto holandes de las Antillas, compuesto de palabras inglesas, holandesas, francesas y espanolas, que su amo, el doctor Naal, ha ido a buscar a la Policia, pues tiene mucho miedo de nosotros, que le ha dicho que vaya con cuidado, pues nosotros eramos ladrones fugados. Y el pobre diablo de mulato no sabe que hacer para sernos agradable. Prepara un cafe muy flojo pero que, con el calor, nos sienta bien. Aguardamos mas de una hora hasta que llega un camion tipo coche celular, con seis policias vestidos a la alemana, y un coche descapotable con el conductor vestido con uniforme de la Policia y tres caballeros, uno de los cuales es el doctor Naal, atras.

Bajan, y uno de ellos, el mas bajito, con cara de cura recien afeitado, nos dice:

– Soy el jefe de la seguridad de la isla de Curasao. Por esa responsabilidad, me veo obligado a hacerles detener. ?Han cometido ustedes algun delito desde que han llegado a la isla? Y si lo han cometido, ?cual es? ?Y quien de ustedes?

– Senor, somos Presidiarios evadidos. Venimos de Trinidad y hace pocas horas que hemos estrellado nuestra embarcacion en sus rocas. Soy el capitan de este pequeno grupo y puedo afirmar que ninguno de nosotros ha cometido el mas leve delito.

El comisario se vuelve hacia el gordo doctor Naal y le habla en holandes. Ambos discuten todavia, cuando llega un individuo en bicicleta. Tanto al doctor Naal como al comisario les habla rapida y ruidosamente.

– Senor Naal, ?por que dijo usted a ese hombre que somos ladrones?

– Porque ese hombre que usted ve ahi me informo antes de que les encontrase a ustedes, que, escondido detras de un cacto, les vio entrar y salir de su casa. Ese hombre es un empleado mio que cuida parte de los asnos.

– ?Y porque hemos entrado en la casa somos ladrones? Lo que dice usted es una tonteria, caballero. Solo hemos tomado agua, ?le parece eso un robo?

– ?Y el talego de florines?

– El talego lo he abierto, en efecto, y hasta he roto el cordon al abrirlo. Pero solo me he limitado a ver que moneda contenia para saber en que pais estabamos. Escrupulosamente, he repuesto el dinero y el talego en el mismo sitio donde estaban, en la repisa de una chimenea.

El comisario me mira en los ojos y, volviendose bruscamente hacia el hombre de la bicicleta, le habla con mucha dureza. El doctor Naal. hace un ademan y quiere hablar. Muy secamente, a la alemana, el comisario le impide que intervenga. El comisario hace subir al hombre de la bicicleta junto al chofer de su coche, sube a su vez y, acompanado de dos policias, se va. Naal y el otro hombre que ha llegado con el entran en la casa junto a nosotros.

– Les debo una explicacion -nos dice-. Ese hombre me dijo que el talego habia desaparecido. Antes de hacerles cachear a ustedes, el comisario le interrogo por suponer que mentia. Si son ustedes inocentes, lamento el incidente, pero no ha sido por mi culpa.

Antes de un cuarto de hora, vuelve el coche y el comisario me dice:

– Ha dicho usted la verdad, ese hombre es un infame embustero. Sera castigado por haber pretendido causarle un grave perjuicio.

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