Entretanto, el tipo aquel es obligado a subir en el coche celular, los otros cinco suben tambien y yo iba a hacerlo, cuando el comisario me retiene y me dice:
– Sientese en mi coche, al lado del chofer.
Salimos antes que el camion y, muy pronto, lo perdemos de vista. Vamos por carreteras bien asfaltadas y, luego, entramos en la ciudad, cuyas casas son de estilo holandes. Todo es muy limpio y la mayoria de la gente va en bicicleta. Cientos de personas sobre dos ruedas van y vienen asi por la ciudad. Entramos en el puesto de Policia. De un gran despacho donde hay varios oficiales de Policia, todos de blanco, cada uno en su escritorio, pasamos a otra pieza que tiene aire acondicionado. Hace fresco. Un hombre alto y fuerte, rubio, de unos cuarenta anos aproximadamente, esta sentado en un sillon. Se levanta y habla en holandes. Terminada la conversacion, el comisario dice en frances:
– Le presento al primer comandante de Policia de Curasao. Mi comandante, este hombre es un frances, jefe del grupo de seis hombres que hemos detenido.
– Bien, comisario. Sean ustedes bien venidos a Curasao a titulo de naufragos. ?Cual es su nombre de pila?
– Henri.
– Bien, Henri, ha debido usted pasar un mal rato con el incidente del talego, pero ese incidente le favorece tambien, pues demuestra sin lugar a dudas que es usted un hombre honrado. Voy a hacer que le den una sala bien alumbrada con litera para que descanse. Su caso sera sometido al gobernador, quien dara las ordenes pertinentes. Tanto el comisario como yo intervendremos en favor de ustedes.
Me tiende la mano y salimos. En el patio, el doctor Naal se disculpa de nuevo y me promete intervenir tambien en favor de nosotros. Dos horas despues, estamos todos encerrados en una sala muy grande, rectangular, con una docena de camas y una larga mesa de madera con bancos en medio. Con los dolares de Trinidad pedimos a un policia, por la puerta enrejada, que nos compre tabaco, papel y fosforos. No toma el dinero y no comprendemos lo que ha contestado.
– Ese negro de ebano dice Clousiot- tiene aspecto de ser muy servicial. Pero el tabaco no llega.
Voy a llamar a la puerta, cuando, en el mismo instante esta se abre. Un hombrecillo, tipo cooli, con un traje gris de preso y un numero en el pecho para que no haya dudas nos dice:
– El dinero cigarrillos.
– No. Tabaco, fosforos y papel.
Pocos minutos despues vuelve con todo ello, y un gran puchero humeante que contiene chocolate o cacao. Cada cual bebe uno de los tazones que ha traido el preso.
Por la tarde vienen a buscarme. Voy otra vez al despacho del comandante de Policia.
– El gobernador me ha dado orden de dejarles libres en el patio de la prision. Diga a sus companeros que no intenten evadirse, pues las consecuencias serian graves para todos. Usted, en tanto que capitan, puede salir a la ciudad cada manana durante dos horas, de diez a doce, y cada tarde de tres a cinco. ?Tiene usted dinero?
– Si. Ingles y frances.
– Un policia de paisano le acompanara adonde usted quiera en sus paseos.
– ?Que van a hacer de nosotros?
– Creo que intentaremos embarcarles uno a uno en petroleros de diferentes naciones. Como Curasao tiene una de las mayores refinerias del mundo que trata el petroleo de Venezuela cada dia entran y salen de veinte a veinticinco petroleros de todos los paises. Para ustedes seria la solucion ideal, pues llegarian a esos Estados sin ningun problema.
– ?Que paises, por ejemplo? ?Panama, Costa Rica, Guatemala, Nicaragua, Mexico, Canada, Cuba, Estados Unidos y los paises de leyes inglesas?
– Imposible, y Europa tampoco es posible. Sin embargo, esten tranquilos, tengan confianza, dejennos hacer algo para ayudarles a poner el pie en el estribo del camino de una vida nueva.
– Gracias, comandante.
Lo cuento todo fielmente a mis camaradas. Clousiot, el mas marrullero de la pandilla, me dice:
– ?Que piensas tu de eso, Papillon?
– Todavia no lo se, me temo que se trate de un camelo para que nos estemos quietos, para que no nos fuguemos.
– Me temo que tengas razon dice el.
El breton cree en ese plan maravilloso. El tipo de la plancha esta exultante. Dice:
– Si no hay canoa, no hay aventura, eso es seguro. Cada uno llega a un pais cualquiera en un gran petrolero y entra oficialmente en territorio amigo.
Leblond es del mismo parecer.
– ?Y tu, Maturette? ?Que opinas?
Y ese chaval de diecinueve anos, ese cabrito transformado accidentalmente en presidiario, ese chiquillo de rasgos mas finos que una mujer, dice con su dulce voz:
– ?Creeis que esos cabezas cuadradas de policias amanaran o falsificaran documentos de identidad para nosotros? No lo creo. Todo lo mas, podrian hacer la vista gorda para que, uno a uno, embarcasemos clandestinamente a bordo de un petrolero cuando zarpase. Mas, no. Y aun lo harian para desembarazarse de nosotros sin quebraderos de cabeza. Esta es mi opinion. El cuento ese no me lo trago.
Salgo muy raramente, un poco por la manana, para hacer algunas compras. Hace una semana que estamos aqui y no hay novedad. Empezamos a ponernos nerviosos. Una tarde, vemos a tres curas rodeados de policias que visitan celdas y salas sucesivamente. Se paran largo rato en la celda mas proxima a nosotros, donde esta un negro acusado de violacion. Suponiendo que vendran donde nosotros estamos, entramos todos en la sala y nos sentamos en nuestras respectivas camas. En efecto, al poco rato, entran los tres, acompanados por el doctor Naal, el comandante de Policia y un graduado vestido de blanco que debe ser oficial de Marina.
– Monsenor, he aqui a los franceses,dice en frances el comandante de Policia-. Llevan una conducta ejemplar.
– Les felicito, hijos mios. Sentemonos en los bancos en torno de esa mesa, estaremos mejor para conversar.
Todo el mundo se sienta, incluidos los que acompanan al obispo. Traen un taburete que estaba delante de la puerta, en el patio, y lo ponen junto al extremo de la mesa. Asi, el obispo ve bien a todo el mundo.
– Los franceses son casi todos catolicos, ?quien de vosotros no lo es?
Nadie levanta la mano. Pienso que el cura de la Conciergerie casi me bautizo y yo tambien debo considerarme catolico.
– Amigos mios, desciendo de franceses, me llamo Irenee de Bruyne. Mis antepasados eran protestantes hugonotes que se refugiaron en Holanda cuando Catalina de Medicis les perseguia a muerte. Soy, pues, de sangre francesa, obispo de Curasao, ciudad donde hay mas protestantes que catolicos pero donde los catolicos son plenamente creyentes y practicantes. ?Cual es vuestra situacion?
– Esperamos ser embarcados uno despues de otro en petroleros.
– ?Cuantos se han ido de esa manera?
– Ninguno, todavia.
– ?Vaya! ?Que dice usted a eso, comandante? Contesteme, por favor, en frances, lo habla usted muy bien.
– Monsenor, el gobernador ha tenido sinceramente la idea de ayudar a esos hombres empleando dicha formula, pero debo decir, sinceramente tambien, que, hasta la fecha, ni un solo capitan de barco ha querido aceptar encargarse de uno solo de ellos, sobre todo porque no tienen pasaporte,
– Por ahi debe empezarse. ?No podria el gobernador darles a cada uno un pasaporte excepcional?
– No lo se. Nunca me ha hablado de eso.
– Pasado manana, dire una misa por vosotros. ?Quereis venir, manana por la tarde, a confesaros? Os confesare personalmente, a fin de ayudaros para que Dios perdone vuestros pecados. ?Puede mandarmelos usted a la catedral a las tres?
– Si.
– Me gustaria que viniesen en taxi o en coche particular.
– Les acompanare yo mismo, monsenor -dice el doctor Naal.
– Gracias, hijo mio. Hijos mios, no os prometo nada. Solo os dire una cosa: a partir de este momento, me esforzare por seros lo mas util posible.
Al ver que Naal le besa el anillo y tras el el breton, rozamos con nuestros labios el anillo episcopal y le acompanamos hasta su coche, que esta aparcado en el patio.
El dia siguiente, todos nos confesamos con el obispo. Yo soy el ultimo.
– Anda, hijo, empieza por el pecado mas grave.
– Padre, en primer lugar, no estoy bautizado, pero un cura, en la prision de Francia, me dijo que, bautizado o no, todos somos hijos de Dios.
– Tenia razon. Bien. Salgamos del confesionario y cuentamelo todo.
Le cuento mi vida detalladamente. Durante mucho rato, con paciencia, muy atentamente, ese principe de la Iglesia me escucha sin interrumpirme. Ha tomado mis manos en las suyas y, a menudo, me mira en los ojos y, algunas veces, en los pasajes dificiles de declarar, baja los ojos para ayudarme en mi confesion. Ese sacerdote de sesenta anos tiene los ojos y el semblante tan puros, que refleja un no se que infantil. Su alma limpida y seguramente henchida de infinita bondad irradia en todos sus rasgos, y su mirada color gris claro penetra en mi como un balsamo en una herida. Quedamente, muy quedamente, siempre con mis manos en las suyas, me habla con tanta suavidad que parece un murmullo:
– A veces, Dios hace que sus hijos soporten la maldad humana para que aquel que ha escogido como victima salga de ello mas fuerte y mas noble que nunca. Ves tu, hijo mio, si no hubieses tenido que subir ese calvario, nunca habrias podido elevar te tan arriba y acercarte tan intensamente a la verdad de Dios. Dire mas: las gentes, los sistemas, los engranajes de esa horrible maquina que te ha triturado, los seres fundamentalmente malos que te han torturado y perjudicado de diferentes maneras te han hecho el mayor favor que podian hacerte. Han provocado en ti un nuevo ser, superior al primero y, hoy, si tienes el sentido del honor, de la bondad, de la caridad y la energia necesaria para superar todos los obstaculos y volverte superior, a ellos se lo debes. Esas ideas de venganza, de castigar a cada cual en razon de la importancia del dano que te haya hecho, no pueden prosperar en un ser como tu. Debes ser un salvador de hombres y no vivir para hacer dano, aunque creas que este dano sea justificado. Dios ha sido generoso contigo. Te ha dicho: “Ayudate, que yo te ayudare.” Te ha ayudado en todo y hasta te ha permitido salvar a otros hombres y llevarles hacia la libertad. Sobre todo, no creas que todos esos pecados que has cometido sean muy graves. Hay muchas personas de elevada posicion social que se han hecho culpables de hechos mucho mas graves que los tuyos. Solo que ellas no han tenido, en el castigo infligido por la justicia de los hombres, la ocasion de elevarse como la has tenido tu.
– Gracias, padre. Me ha hecho usted un bien enorme, para toda mi vida. No lo olvidare jamas.