– Si.

– ?De donde vienen?

– De Curasao.

– ?Y antes?

– De Trinidad.

– ?Y antes?

– De Martinica.

– Miente usted. Nuestro consul en Curasao, hace mas de una semana, fue avisado para que mandase vigilar las costas porque seis evadidos de la penitenciaria de Francia iban a tratar de desembarcar aqui.

– Esta bien. Somos fugados de la penitenciaria.

– ?Cayenero, entonces?

– Si.

– Cuando un pais tan noble como Francia les ha mandado tan lejos y castigado tan severamente, ?es porque son bandidos muy peligrosos?

– Quiza.

– ?Ladrones o asesinos?

– Homicidas.

– Matador, que viene a ser lo mismo. Entonces, ?son matadores? ?Donde estan los otros tres?

– Se quedaron en Curasao.

– Miente usted otra vez. Los han desembarcado a sesenta kilometros de aqui en un pueblo que se llama Castillete. Afortunadamente, han sido detenidos, y estaran aqui dentro de unas horas. ?Han robado esa embarcacion?

– No, nos la regalo el obispo de Curasao.

– Bien. Se quedaran presos aqui hasta que el gobernador decida lo que debe hacerse con ustedes. Por haber cometido el delito de desembarcar a tres de sus complices en territorio colombiano e intentar luego, hacerse de nuevo a la mar, condeno a tres meses de prision al capitan del barco, usted, y a un mes a los otros. Portense bien, si no quieren ser castigados corporalmente por los policias, que son hombres muy duros. ?Tiene usted algo que objetar?

– No. Solo deseo recoger mis efectos y los viveres que estan a bordo de la embarcacion.

– Todo eso queda confiscado por la aduana, salvo un pantalon, una camisa, una chaqueta y un par de zapatos para cada uno de ustedes. El resto esta confiscado y no insista: no hay nada que hacer, es la ley.

Nos retiramos al patio. El juez es asaltado por los miseros presos del pais:

– ?Doctor, doctor!

Pasa entre ellos, pagado de su importancia, sin responder y sin pararse. Sale de la prision con sus acompanantes y todos desaparecen.

A la una, llegan los otros tres en un camion con siete u ocho hombres armados. Bajan muy corridos con su maleta. Entramos con ellos en la sala.

– ?Que monstruoso error hemos cometido y os hemos hecho cometer! -dice el breton-. No tenemos perdon, Papillon. Si quieres matarme, puedes hacerlo, no me defendere. No somos hombres, somos unos mariquitas. Hemos hecho eso por miedo del mar. Pues bien, segun la impresion que tengo de Colombia y de los colombianos, los peligros del mar eran de risa comparados con los peligros de estar en manos de individuos como esos. ?Os trincaron por culpa del viento?

– Si, breton. No tengo por que matar a nadie. Todos nos hemos equivocado. Yo no tenia mas que negarme a desembarcaros y no habria pasado nada.

– Eres muy bueno, Papi.

– No, soy justo. -Les cuento el interrogatorio-. En fin, quizas el gobernador nos deje en libertad.

– ?Hombre! Como se dice: esperemos, pues la esperanza es lo ultimo que se pierde.

A mi parecer, las autoridades de este terruno medio civilizado no pueden tomar una decision sobre nuestro caso. Solo en las elevadas esferas decidiran si podemos quedarnos en Colombia, si debemos ser entregados a Francia, o devueltos a nuestra embarcacion para ir mas lejos. Me extranaria mucho que esas gentes a quienes no hemos causado ningun perjuicio tomasen la decision mas grave, al fin y al cabo, no hemos cometido ningun delito en su territorio.

Hace ya una semana que estamos aqui. No hay variacion, de no ser que se habla de trasladarnos bien custodiados a una ciudad mas importante, a doscientos kilometros de distancia, Santa Marta. Esos policias con pinta de bucaneros o de corsarios no han cambiado de actitud para con nosotros. Ayer mismo, uno de ellos casi me hiere al disparar su fusil porque le cogi mi jabon en el lavadero. Seguimos en esta sala plagada de mosquitos, afortunadamente un poco mas limpia que cuando vinimos, gracias a Maturette y al breton, que la friegan cada dia. Comienzo a desesperarme, pierdo la confianza. Esa raza de colombianos, mezcla de indios y de negros, mestizos de indios y de espanoles que en otros tiempos fueron los duenos de este pais, me hace perder la confianza. Un preso colombiano me presta un periodico atrasado de Santa Marta. En primera plana, nuestras seis fotos y, abajo, el “comandante” de la Policia, con su enorme sombrero de fieltro, un puro en la boca y la fotografia de una decena de policias armados con sus trabucos. Comprendo que la captura ha sido novelada, aumentando el papel desempenado por ellos, Diriase que Colombia entera se ha salvado de un terrible peligro con nuestra detencion. Y, sin embargo, la foto de los bandidos es mas simpatica de mirar que la de los policias. Los bandidos tienen mas bien aspecto de gente honrada, en tanto que los policias, con perdon, empezando por el “comandante”, quedan retratados. ?Que hacer? Empiezo a saber algunas palabras de espanol: jugarse; preso; matar; cadena; esposas; hombre; mujer.

Nos las piramos de Rio Hacha

En el patio hay un tipo que lleva esposas constantemente. Me hago amigo de el. Fumamos del mismo cigarro, un cigarro largo y fino, muy fuerte, pero fumamos. He comprendido que el hace contrabando entre Venezuela y la isla de Aruba. Esta acusado de haber dado muerte a unos guardacostas y espera a que le procesen. Algunos dias, esta extraordinariamente sosegado, y otros, nervioso y excitado. Consigo observar que esta sosegado cuando han venido a verle y ha masticado unas hojas que le traen. Un dia, me da media hoja, en seguida comprendo. Lengua, paladar y labios se me quedan insensibles. Las hojas son hojas de coca. Ese hombre de treinta y cinco anos, de brazos vellosos y pecho cubierto de pelos rizados, muy negros, debe tener una fuerza poco comun. Sus pies descalzos tienen una planta tan callosa, que muchas veces se quita astillas de vidrio o un clavo, que se han hincado en ella, pero sin alcanzar la carne.

Una vez que me visito el haitiano, le habia pedido un diccionario frances-espanol.

– Fuga, tu y yo -le digo una noche al contrabandista.

El tipo aquel ha comprendido, y me hace signo de que el querria evadirse tambien, pero, con esposas… Son esposas americanas de seguridad. Tienen una hendidura para la llave que, seguramente, debe ser una llave plana. Con un alambre doblado en el extremo, el breton me fabrica una ganzua. Tras algunas pruebas, abro las esposas de mi nuevo amigo cuando quiero. Por la noche, esta solo en el calabozo de barrotes bastante gruesos. En nuestra sala, los barrotes son finos, seguramente pueden separarse. No habra que cortar, pues, mas que una reja, la de Antonio (se llama Antonio, el colombiano).

– ?Como se puede conseguir una lima?

– Plata.

– ?Cuanto?

– Cien pesos.

– ?Dolares?

– Diez.

Total, que por diez dolares que le doy se encuentra en posesion de dos limas. Dibujando en la tierra del patio, le explico que cada vez que haya limado un poco, debe mezclar las limaduras con la pasta de las albondigas de arroz que nos dan y tapar bien la hendidura. A ultima hora, antes de recogerse, le abro una esposa. En caso de que se las examinasen, basta con apretarla para que se cierre sola. Tarda tres noches en cortar el barrote. Me explica que en menos de un minuto terminara de cortarlo y que esta seguro de poderlo doblar con las manos. Debe venir a buscarnos.

Llueve a menudo, por lo que dice que acudira la primera noche de lluvia. Esta noche llueve torrencialmente. Mis camaradas estan al corriente de mis proyectos, ninguno quiere seguirme, pues creen que la region a la que pienso ir queda demasiado lejos. Quiero ir a la punta de la peninsula colombiana, en la frontera con Venezuela. El mapa que poseemos senala que ese territorio se llama Guajira y que es un territorio disputado, ni colombiano ni venezolano. El colombiano dice que eso es la tierra de los indios y que no hay Policia alla, ni colombiana ni venezolana. Algunos contrabandistas pasan por alli. Es peligroso, porque los indios guajiros no toleran que un hombre civilizado penetre en su territorio. En el interior de las tierras, cada vez son mas peligrosos. En la costa, hay indios pescadores que, a traves de otros indios un poco mas civilizados, trafican con la poblacion de Castillete y una aldea, La Vela. El, Antonio, no quiere ir alla. Sus companeros o el mismo tuvieron que dar muerte a algunos indios durante una refriega que tuvieron con ellos, un dia que su embarcacion cargada de contrabando zozobro en aquel territorio. Antonio se compromete a llevarme muy cerca de Guajira, pero luego debere continuar solo. Todo eso, huelga decirlo, ha sido muy laborioso de ~ entre ambos, porque el emplea palabras que no estan en el diccionario. Asi pues, esta noche llueve torrencialmente. Estoy junto a la ventana. Hace tiempo que esta desprendida una tabla del zocalo. Haremos palanca con ella para separar los barrotes. Tras una prueba que hicimos dos noches antes, hemos visto que cedian facilmente.

– Listo.

Pegada a los barrotes, asoma la jeta de Antonio. De un golpe, ayudado por Maturette y el breton, el barrote no solo se separa, sino que se desprende de abajo. Me aupan y recibo unas nalgadas, antes de desaparecer. Esas nalgadas son el apreton de manos de mis amigos. Ya estamos en el patio. La lluvia torrencial hace un ruido de mil diablos al caer en los techos de chapa ondulada. Antonio me coge de la mano y me arrastra hasta la tapia. Saltarla es cosa de ninos, pues solo tiene dos metros. Sin embargo me corto la mano con un trozo de vidrio del borde. No importa, en marcha. El condenado de Antonio consigue encontrar el camino en medio de esta lluvia que nos impide ver a tres metros Aprovecha la inclemencia del tiempo para cruzar a pecho descubierto toda la poblacion, y, luego, seguimos por un sendero que discurre entre la selva y la costa. Muy avanzada la noche, una luz. Debemos dar un gran rodeo en la selva, por suerte poco tupida, y volvemos al sendero. Caminamos bajo la lluvia hasta el alba. Al salir, Antonio me habia dado una hoja de coca que masco de la misma manera que se lo he visto hacer a el en la carcel. No estoy cansado en absoluto cuando sale el sol. ?Sera la hoja? Seguramente. Pese a la luz, seguimos andando. De vez en cuando, el echa cuerpo a tierra y pega el oido a aquel suelo empapado de agua. Y proseguimos.

Tiene una manera curiosa de andar. No corre ni camina; lo hace a pequenos brincos, todos de la misma longitud, balanceando los brazos como si remase en el aire. Debe de haber oido algo, pues me conduce a la selva. Sigue lloviendo. En efecto, ante nuestros ojos pasa un rodillo tirado por un tractor, seguramente para apisonar la tierra de la carretera.

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