Nueva lucha
Dos dias despues, nos vamos (nosotros tres y los tres desconocidos). No se como lo han sabido, pero una docena de chicas de los bares asisten a la partida, asi como la familia Bowen y el capitan del Ejercito de Salvacion. Cuando una de las chicas me besa, Margaret dice, riendo:
– Henri, ?tan de prisa ha encontrado usted novia? ?Eso no es serio!
– Hasta la vista a todos. ?No, adios! Pero sepan que en nuestros corazones han ocupado un lugar considerable que nunca se borrara.
Y, a las cuatro de la tarde, salimos, arrastrados por un remolcador. No tardamos mucho en estar fuera de puerto, no sin habernos enjugado una lagrima y contemplado hasta el ultimo momento el grupo que ha acudido a despedirnos y que agita grandes panuelos blancos. Tan pronto sueltan el cable que nos amarra al remolcador, a todo trapo y viento en popa afrontamos la primera de los millones de olas que deberemos salvar antes de llegar a destino.
A bordo hay dos cuchillos, uno lo llevo yo, el otro, Maturette.
El hacha esta junto a Clousiot, asi como el machete. Estamos seguros de que ninguno de los otros tres va armado. Hemos tomado medidas para que solo duerma uno de nosotros durante la travesia. Al ocaso, el buque-escuela viene a acompanarnos durante casi media hora. Despues, saluda y se va.
– ?Como te llamas?
– Leblond.
– ?De que convoy?
– El 27.
– ?Pena?
– Veinte anos.
– ?Y tu?
– Kargueret. Convoy 29, quince anos, soy breton.
– ?Eres breton y no sabes manejar una embarcacion?
– No.
– Yo me llamo Dufils, soy de Angers. Tengo la perpetua por una frase tonta que dije en la Audiencia, de lo contrario Solo tendria diez anos a lo sumo. Convoy 29.
– ?Que frase?
– Pues, mira, mate a mi mujer con una plancha. Cuando me procesaron, uno del jurado me pregunto por que habia usado una plancha para golpearla- No se por que, pero la cuestion es que conteste que la habia matado con una plancha porque Mi mujer hacia malas arrugas. Y fue por aquella frase idiota por la que, segun mi abogado, me cascaron tanto.
– ?De donde salisteis?
– De un campo de trabajo forestal llamado Cascade, a ochenta kilometros de Saint-Laurent. No fue dificil largarnos porque teniamos mucha libertad. Nos las piramos cinco, y con toda facilidad.
– ?Como que cinco? ?Y donde estan los otros dos?
Un silencio embarazoso. Clousiot dice:
– Oye, aqui solo hay hombres y, como estamos juntos, se puede hablar libremente. Asi, pues…
– Os lo dire todo -dice el breton-. En efecto, nos fuimos, cinco, pero los dos de Cannois que faltan nos dijeron que eran pescadores de la costa. No habian pagado nada para darse el piro y decian que su trabajo a bordo valia mas que el dinero. Ahora bien, ya en ruta nos dimos cuenta de que ni uno ni otro sabian nada de navegacion. Estuvimos a punto de ahogarnos veinte veces. Ibamos rasando las costas, primero la Guayana holandesa, luego la inglesa y, por fin, Trinidad. Entre Georgetown y Trinidad mate al que decia poder ser el capitan de la fuga. Aquel tipo se merecia la muerte, pues, para salir sin apoquinar ni un chavo, habia enganado a todo el mundo sobre sus conocimientos de marino. El otro creyo que tambien ibamos a matarle y, con el mar embravecido, se arrojo voluntariamente al agua, abandonando el gobernalle de la canoa. Nos las arreglamos como, pudimos. Embarcamos agua varias veces, chocamos con una roca y nos salvamos de milagro. Doy mi palabra de hombre que todo lo que digo es la pura verdad.
– Es cierto -dicen los otros dos-. Asi fue, y los tres estabamos de acuerdo para matar a aquel tipo. ?Que dices a eso, Papillon?
– Me faltan elementos de juicio para opinar.
– Pero -insiste el breton-, ?que habrias hecho tu en nuestro caso?
– Habria que pensarlo. Para hablar con justicia, hay que haber vivido el momento, de lo contrario no se sabe donde esta la verdad.
– Yo le habria matado -dice Clousiot-, pues una mentira como esa podia haberles costado la vida a todos.
– Bien, no hablemos mas de este asunto. Pero tengo la impresion de que habeis pasado mucho miedo, que el miedo no os ha dejado aun y que estais en el mar por fuerza, ?no es verdad?
– ?Oh, si! contestaron a coro.
– En cualquier caso, aqui, pase lo que pase, no quiero muestras de panico. Nadie debe, en absoluto, exteriorizar su miedo. El que tenga miedo, que se calle. Esta embarcacion ha demostrado ser buena. Ahora, llevamos mas carga que antes, pero tambien tiene diez centimetros mas de borda. Eso compensa holgadamente la sobrecarga.
Fumamos, tomamos cafe. Comimos bien antes de salir y decidimos no comer mas hasta manana por la manana.
Estamos a 9 de diciembre de 1933, hace cuarenta y dos dias que la fuga empezo a prepararse en la sala blindada del hospital de Saint-Laurent. Es Clousiot, el contable de la sociedad, quien nos informa. Tengo tres cosas inapreciables mas que al principio: un reloj hermetico de acero comprado en Trinidad, una brujula de verdad con su doble caja de suspension, y muy precisa y con rosa de los vientos, y unas gafas negras de celuloide. Clousiot y Maturette, una gorra cada uno.
Pasan tres dias sin novedad, de no ser que, por dos veces, hemos topado con manadas de delfines. Nos han hecho sudar tinta, pues un equipo de ocho se puso a jugar con la canoa. Pasaban por debajo, en longitud. y emergian delante mismo de la canoa. A veces chocabamos con alguno. Pero lo que mas nos impresiona es el juego siguiente: tres delfines en triangulo, uno delante y dos paralelamente detras, nos embisten de proa, a una velocidad de locura. En el momento en que, virtualmente, estan encima de nosotros, se sumergen y, luego, surgen de nuevo a derecha e izquierda de la canoa. Pese a que el viento es fuerte y navegamos a todo trapo, aun corren mas que nosotros. Ese juego dura horas y horas, es alucinante. ?El menor error en sus calculos y zozobramos, Los tres nuevos no han dicho nada, pero ?habia que ver la cara que ponian!
En plena noche del cuarto dia se desata una abominable tempestad. Fue, en verdad algo espantoso. Lo peor era que las olas no seguian el mismo sentido. A menudo, chocaban entre si unas contra otras. Algunas eran profundas, otras breves, era como para no entenderlo. Nadie ha dicho ni una palabra, a excepcion de Clousiot, quien me gritaba de vez en cuando:
– ?Dale, mi amigo! ?A esa tambien le podras!
– ?Cuidado con esa que viene detras!
Cosa rara: a veces, el oleaje llegaba sesgado, rugiendo y levantando espuma. Entonces, yo estimaba su velocidad y preveia muy bien de antemano el angulo de ataque. E, ilogicamente, de golpe, batia la popa de la embarcacion, completamente enderezada. Esas olas rompian varias veces sobre mis hombros y, desde luego, buena parte de ellas entraba en la embarcacion. Los cinco hombres, empunando cacerolas y latas, achicaban el agua sin parar. Pese a todo, nunca se lleno mas de un cuarto de canoa, asi que nunca corrimos peligro de irnos a pique. Aquella juerga duro toda la mitad de la noche, casi siete horas. A causa de la lluvia, no vimos el sol hasta las ocho aproximadamente.
Calmada la tempestad, aquel sol nuevo, flamante del comienzo de la jornada, que resplandecia con todo su fulgor, fue saludado por todos, incluido yo, con alegria. Antes que nada, cafe. Un cafe con leche “Nestle caliente, galletas de marinero, duras como el hierro, pero que, una vez mojadas en el cafe son deliciosas. La lucha que he sostenido durante toda la noche con la tempestad me ha reventado, ya no puedo mas, y aunque el viento sea todavia fuerte y las olas, altas e indisciplinadas, pido a Maturette que me sustituya un rato. Quiero dormir. No hace ni diez minutos que estoy echado, cuando Maturette se deja pillar de traves y la canoa queda en sus tres cuartas partes anegada. Todo flota: latas, hornillo, mantas… Con el agua hasta el vientre, llego al gobernalle y tengo el tiempo justo de cogerlo para evitar una ola rota que pica recto sobre nosotros. Giro el gobernalle y me pongo de popa a la ola, que no ha podido meterse en la canoa y nos empuja muy fuerte a mas de diez metros del lugar del impacto.
Todos nos ponemos a achicar agua. La marmita grande, manejada por Maturette, arroja quince litros cada vez. Nadie se preocupa de recuperar cualquier cosa, todos tienen una sola idea fija: achicar, achicar lo mas de prisa posible el agua que hace tan pesada la embarcacion y le impide defenderse bien del oleaje. Debo reconocer que los tres nuevos se han portado bien. El breton, al ver que todo se iba al garete, toma la decision, el solo, para deslastrar la canoa, de tirar el barril de agua, empujandolo fuera de la canoa. Dos horas despues, todo esta seco, pero hemos perdido las mantas, el “primus”, el hornillo, los sacos de carbon de lena, la bombona de gasolina y el barril de agua, este deliberadamente.
Es mediodia cuando al querer ponerme otros pantalones me percato de que mi maletita tambien se ha ido con la ola, asi como dos impermeables de los tres que teniamos. En el fondo de la canoa, hemos encontrado dos botellas de ron, todo el tabaco se ha perdido o esta mojado, las hojas han desaparecido con su caja de hojalata que cerraba hermeticamente. Digo:
– Machos, de momento un buen trago de ron, y, luego abrid la caja de reserva para ver con que podemos contar. Hay zumos de fruta. Nos racionaremos la bebida. Hay cajas de bizcochos con mantequilla, vaciad una y haremos lumbre con las tablas de la caja. Todos hemos tenido miedo hace un rato, pero ahora, el peligro ha pasado ya. Todos debemos recobrarnos para estar a la altura de las circunstancias. A partir de este momento, nadie debe decir: Tengo sed; nadie debe decir: Tengo hambre; y nadie debe decir: Tengo ganas de fumar. ?De acuerdo?
– Si, Papi, de acuerdo.
Todos se han portado bien y la Providencia ha hecho que el viento remita para permitirnos preparar un rancho a base de corned-beef. Con una escudilla colmada de esa sopa, en la que mojamos las galletas de marino, nos hemos metido un buen y caliente emplasto en el vientre, en todo caso lo bastante copioso para poder esperar a manana. Hemos calentado un poco de te verde para cada uno. En la caja intacta, hemos encontrado un carton de cigarrillos. Son paquetillos de ocho cigarrillos y hay veinticuatro. Los otros cinco deciden que solo yo debo fumar para ayudarme a permanecer en vela y, para que no haya envidias, Clousiot se niega a encenderme los cigarrillos, solo me da lumbre. Gracias a esta comprension, no se produce ningun incidente desagradable entre nosotros.
Hace seis dias que hemos salido y aun no he podido dormir. como esta noche el mar es una balsa de aceite, duermo, duermo a pierna suelta durante casi cinco horas. Cuando despierto son las diez de la noche. Sigue la calma chicha. Ellos han comido sin mi y encuentro una especie de polenta muy bien hecha con harina de