Y entonces descubro un hecho muy importante. justamente debajo del banco de Dreyfus, de cara a unas rocas inmensas que tienen forma de lomo de asno, las olas atacan, se rompen y se retiran con violencia. Sus toneladas de agua no pueden desparramarse porque estan encajonadas entre dos rocas que forman una herradura de unos cinco a seis metros de ancho. Luego, esta el acantilado, de tal modo que el agua de la ola no tiene otra salida para volver al mar.

Mi descubrimiento es muy importante, porque si en el momento en que la ola rompe y se precipita en la cavidad me arrojo desde la pena con un saco de cocos sumergiendome directamente en dicha ola, sin duda alguna que me arrastraria consigo al retirarse.

Se de donde puedo tomar muchos sacos de yute, pues en la pocilga hay tantos como se quiera para guardar los cocos.

Primero debo hacer una prueba. En luna llena, las mareas son mas altas y, por lo tanto, las olas son mas fuertes. Esperare la luna llena. Un saco de yute bien cosido, lleno de cocos secos con su envoltura de fibra, puede disimularse perfectamente en una especie de gruta, para entrar en la cual es preciso ir por debajo del agua. La he descubierto al sumergirme para atrapar langostinos. Estos se adhieren al techo de la gruta, que recibe aire solo cuando la marea esta baja. En otro saco, atado al de los cocos, he puesto una piedra que debe pesar de treinta y cinco a cuarenta kilos. Como yo pienso partir con dos sacos en vez de uno y peso setenta kilos, quedan salvadas las proporciones.

Me siento muy excitado por esta experiencia. Este lado de la isla es tabu. Nadie podria imaginar jamas que a alguien se le ocurriera elegir el lugar mas batido por las olas y, por lo tanto, el mas peligroso, para evadirse.

Sin embargo, es el unico sitio donde, si consigo alejarme de la costa, seria arrastrado hacia mar abierto y no podria, de ninguna manera, ir a estrellarme contra la isla de Royale.

De ahi y solo de ahi debo partir.

El saco de cocos y la piedra son muy pesados y nada faciles de llevar. No he podido izarlos a lo alto de la roca, que esta resbaladiza y siempre mojada por las olas. Chang, a quien he puesto al corriente de mis intenciones, vendra a ayudarme. He cogido todo un aparejo de pesca, de sedales de fondo, para que, si nos sorprenden, podamos decir que hemos ido a poner trampas para los tiburones.

– Animo, Chang. Un poco mas y ya esta.

La luna llena ilumina la escena como si fuera pleno dia. El fragor de las olas me anonada. Chang me pregunta:

– ?Estas dispuesto, Papillon? echaselo a aquella.

La ola, de casi cinco metros de alto, se precipita locamente contra la roca y rompe por debajo de nosotros, pero el choque es tan violento que la cresta pasa por encima de la pena y nos deja empapados. Ello no impide que lancemos el saco en el segundo mismo en que la ola se arremolina antes de retirarse. Arrastrado como una paja, el saco se interna en el mar.

– Ya esta, Chang; va bien.

– Espera para ver si saco no volver.

Apenas cinco minutos mas tarde, consternado, veo llegar mi saco, subido a la cresta de una ola de fondo inmensa, de mas de siete u ocho metros de altura. La ola levanta como una paja aquel saco de cocos con su piedra. Lo lleva en la cresta, un poco antes de la espuma; con una fuerza increible lo devuelve al punto de partida, un poco a la izquierda, y se aplasta contra la roca de enfrente. El saco se abre, los cocos se desparraman y la piedra se hunde al fondo de la cavidad.

Empapados hasta los huesos, pues la ola nos ha mojado por entero y nos ha barrido literalmente -por fortuna, del lado de tierra-, despellejados y contusos, Chang y yo, sin lanzar una mirada mas al mar, nos alejamos lo mas rapidamente posible de este lugar maldito.

– No buena, Papillon. No buena esta idea de fuga de la isla del Diablo. Es mejor Royale. Del lado sur puedes salir mejor que de aqui.

– Si, pero en Royale la evasion se descubriria en dos horas, como maximo. Al no estar impulsado el saco de cocos mas que por la ola, pueden cogerme en tenaza las tres canoas de la isla' en tanto que aqui, en primer lugar, no hay embarcacion alguna y, en segundo lugar, tengo toda la noche por delante antes de que se den cuenta de la fuga. Ademas, pueden creer que me he ahogado cuando pescaba. Aqui no hay telefono. Si me voy durante un temporal, no habra chalupa capaz de llegar hasta esta isla. Asi, debo partir de aqui. Pero, ?como?

A mediodia cae un sol de plomo. Un sol tropical que casi hace hervir el cerebro, que calcina toda planta que haya logrado nacer, pero que, en todo caso, no ha podido crecer hasta el punto de ser lo bastante fuerte como para resistirlo. Un sol que hace evaporarse en pocas horas los charcos de agua no demasiado profundos, dejando una pelicula blanca de sal. Un sol que hace danzar el aire. Si, el aire se mueve, literalmente se mueve ante mis ojos, y la reverberacion de la luz solar en el mar me quema las pupilas. Sin embargo, de nuevo en el banco de Dreyfus, todo eso no me impide observar el mar. Y es entonces cuando me doy cuenta de que soy - un perfecto imbecil.

La ola de fondo que, dos veces mas alta que las demas ha devuelto el saco a las rocas, pulverizandolo, esta ola, digo, se repite solo cada siete.

Desde mediodia hasta la puesta del sol, he mirado si era algo automatico, si no habia un cambio de tiempo y, por lo tanto, alguna irregularidad en la periodicidad y en la forma de esa ola gigantesca.

No, ni una sola vez la ola de fondo ha llegado antes o despues. Seis olas de unos seis metros y, luego, formandose a mas de trescientos metros de la costa, la ola de fondo. Llega derecha como una “I”. A medida que se aproxima, aumenta de volumen y de altura. Casi nada de espuma en su cresta, al contrario de las otras seis. Muy poca. Hace un ruido peculiar, como un trueno que se aleja y se extingue a lo lejos. Cuando rompe contra las dos rocas y se precipita en el canal natural y va a chocar contra el acantilado, como su masa de agua es mucho mayor que la de las otras olas, se sofoca, gira muchas veces en la cavidad y precisa de diez a quince segundos para que esos remolinos, esas especies de torbellinos encuentren la salida y se vayan, arrancando y llevandose consigo grandes piedras que no hacen mas que ir y venir con un fragor tal que se diria que se trata de centenares de cargamentos de piedras que se vuelcan brutalmente.

He metido una docena de cocos en el mismo saco, junto con una piedra, de casi veinte kilos, y apenas rompe la ola de fondo, arrojo el saco.

No puedo seguirlo con la vista porque hay demasiada espuma blanca en la cavidad, pero tengo tiempo de advertirlo por un segundo cuando el agua, como succionada, se precipita hacia el mar. El saco no regresa. Las otras seis olas no habian tenido la suficiente fuerza como para lanzarlo a la costa, y cuando se formo la septima, a casi trescientos metros, el saco habia debido de pasar ya el punto en que nace esa ola, pues no he vuelto a verlo.

Henchido de gozo y esperanza, me dirijo al campamento. Ya esta; he encontrado una botadura perfecta. Nada de aventuras en este golpe. De todos modos, hare una prueba mas seria, exactamente con las mismas condiciones que para mi: dos sacos de cocos bien atados el uno al otro y, encima, setenta kilos de peso repartidos en dos o tres piedras. Se lo cuento a Chang. Y mi companero el chino de Poulo Condor escucha, todo oidos, mis explicaciones.

– Esta bien, Papillon. Creo que lo has encontrado. Yo ayudar tu para el verdadero intento. Esperar marea alta ocho metros. Pronto equinoccio.

Ayudado por Chang, aprovechando una marea equinoccial de mas de ocho metros, lanzamos a la famosa ola de fondo dos sacos de cocos cargados con tres piedras que deben pesar casi ochenta kilos.

– ?Como tu llamar nina salvada por ti en San Jose?

– Lisette.

– Nosotros llamar Lisette a la ola que un dia se te llevara. ?De acuerdo?

– De acuerdo.

Lisette llega con el mismo ruido que hace un tren al entrar en una estacion. Se ha formado a mas de doscientos cincuenta metros y, en pie, como un acantilado, avanza aumentando a cada segundo. Es, en verdad, muy impresionante. Rompe con tanta fuerza que Chang y yo somos literalmente barridos de la roca y, ellos solos, los sacos cargados, han caido en la cavidad. Nosotros, dado que en seguida hemos advertido, a la decima de segundo, que no podriamos mantenernos en la roca, nos hemos echado hacia atras lo que no nos ha salvado de una manga de agua, pero nos ha impedido caer en la cavidad. Hemos hecho la prueba a las diez de la manana. No corremos ningun riesgo, porque los tres guardianes estan ocupados, en el otro extremo de la isla, con un inventario general. El saco se ha alejado, y lo distinguimos con toda claridad, muy lejos de la costa. ?Ha sido llevado mas lejos del lugar de nacimiento de la ola de fondo? No tenemos ningun punto de referencia para ver si esta mas lejos o mas cerca. Las seis olas que siguen a Liseite no han podido atraparlo en su avance. Lisette se forma una vez mas y parte de nuevo. Tampoco trae consigo los sacos. Asi, pues, ha salido de su zona de influencia.

Hemos subido rapidamente al banco de Dreyfus para tratar de distinguir los sacos otra vez, y tenemos la alegria, en cuatro ocasiones, de verlos surgir muy lejos encima de la cresta de olas que no vuelven a la isla del Diablo, sino que se dirigen al Oeste. Indiscutiblemente, la experiencia es positiva. Partire hacia la gran aventura a lomos de Lisette.

– Esta alli, mira.

Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis… y he aqui que llega Lisette.

El mar continua enfurecido en la punta del banco de Dreyfus, pero hoy esta particularmente de mal humor. Lisette avanza con su ruido caracteristico. Me parece mas enorme aun, y hoy desplaza, sobre todo en la base, todavia mas agua que de costumbre. Esta monstruosa masa liquida viene a atacar las dos rocas con mas rapidez y mas directamente que nunca. Y cuando rompe y se precipita contra el espacio que hay entre las enormes piedras, el golpe es aun mas ensordecedor, si cabe, que las otras veces.

– ?Es ahi donde dices que hay que tirarse? Pues bien; companero, has escogido el sitio a las mil maravillas. Yo no voy. Quiero fugarme, es cierto, pero no suicidarme.

A Sylvain le ha impresionado mucho Lisette, a quien acabo de presentarle. Esta en la isla del Diablo desde hace tres dias y naturalmente, le he propuesto que partamos juntos. Cada cual en una balsa. Asi, si acepta, tendre un camarada en Tierra Grande para organizar otra fuga. En la selva, uno solo no se lo pasa divertido.

– No te asustes por adelantado. Reconozco que, a la primera impresion, cualquier hombre se echaria atras. Sin embargo, es la unica ola capaz de arrastrarte lo bastante lejos como para que las otras que la siguen no tengan suficiente fuerza para devolver te a las rocas.

– Calmate, mira, hemos probado -dice Chang-. Es seguro jamas tu, una vez marchado, puedes volver a la isla del Diablo ni ir a parar a Royale.

He necesitado una semana para convencer a Sylvain. Es un tipo musculoso, de un metro ochenta, cuerpo de atleta y bien proporcionado.

– Bien. Admito que nos arrastre lo bastante lejos. Pero, luego ?cuanto tiempo crees que tardariamos en llegar a tierra Grande empujados por las mareas?

– Francamente, Sylvain, no lo se. La deriva puede ser mas o menos larga, eso dependera del tiempo. El viento no nos afectara; en el mar estaremos demasiado en calma. Pero si hace mal tiempo, las olas seran mas fuertes y nos empujaran mas de prisa hasta la selva. En siete, ocho o diez mareas todo lo mas, tenemos que haber sido arrojados a la costa. Asi que, con los cambios, calcula de cuarenta y ocho a sesenta horas.

– ?Como lo calculas?

– De las Islas, derecho a la costa, no hay mas que cuarenta kilometros. A la deriva, eso representa que es la hipotenusa de un triangulo rectangulo. Mira el sentido de las olas. Mas o menos. es preciso recorrer de ciento veinte a ciento cincuenta kilometros como maximo. Cuando mas nos aproximemos a la costa, mas directamente nos dirigiran las olas y nos lanzaran a ella. A primera vista, ?no crees que un pecio, a esa distancia, no recorre cinco kilometros por hora?

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