Me mira fijamente y escucha con mucha atencion mis explicaciones. Este chicarron es muy inteligente.

– No, sabes lo que te dices, lo reconozco, y si hubiera mareas bajas que nos hicieran perder tiempo, porque ellas seran las que nos atraigan hacia el mar abierto, estariamos, ciertamente, en la costa en menos de treinta horas. A causa de las mareas bajas, creo que tienes razon: entre cuarenta y ocho y sesenta horas, llegaremos a la costa.

– ?Estas convencido? ?Partes conmigo?

– Casi. Supongamos que estamos en Tierra Grande, en la selva. ?Que hacemos, entonces?

– Hay que aproximarse a los alrededores de Kourou. Alli, hay una aldea de pescadores bastante importante, y se encuentran buscadores de balata y de oro. Hay que aproximarse con prudencia, pues tambien hay un campamento forestal de presidiarios. Ciertamente, hay pistas de penetracion en la selva para ir hacia Cayena y hacia un campamento de chinos que se llama Inini. Sera preciso amenazar a un preso o a un civil negro, y obligarlo a que nos conduzca a Inini. Si el tipo se porta bien, le daremos quinientos francos y que se largue. Si es un preso, le obligaremos a huir con nosotros.

– ?Que vamos a hacer en Inini, en ese campamento especial para indochinos?

– Alli esta el hermano de Chang.

– Si, esta mi hermano. El fugarse con vosotros, el seguro encontrar canoa y viveres. Cuando vosotros encontrar Cuic-Cuic, vosotros tener todo para la fuga. Un chino nunca es chivato. Asi que cualquier anamita que encontreis en la selva, vosotros hablad y el avisar Cuic-Cuic.

– ?Por que llamais Cuic-Cuic a tu hermano? -pregunta Sylvain.

– No lo se, son franceses quienes le bautizaron Cuic-Cuic. -Y anade-: Atencion. Cuando vosotros casi llegados a Tierra Grande, encontrar arenas movedizas. Jamas andar por orilla; no bueno; tragaros. Esperar que otra marea os empuje hasta la selva para poder agarrar bejucos y ramas de arboles. Si no, vosotros jodidos.

– ?Ah, si, Sylvain! No hay que andar nunca por la arena, aunque sea muy cerca de la costa. Es preciso esperar a que podamos agarrar ramas o bejucos.

– De acuerdo, Papillon. Estoy decidido.

– Como las dos balsas estan hechas igual, poco mas o menos, y como tenemos el mismo peso, seguro que no nos separaremos demasiado el uno del otro. Pero nunca se sabe. En caso de que nos perdamos, ?como nos encontraremos? Desde aqui, no se ve Kourou. Pero tu has advertido, cuando estabas en Royale, que a la derecha de Kourou, aproximadamente a veinte kilometros, hay una rocas blancas que se distinguen bien cuando les da el sol.

– Si.

– Son las unicas rocas de toda la costa. A derecha e izquierda hasta el infinito, hay arenas movedizas. Esas rocas son blancas a causa de la mierda de los pajaros. Los hay a millares, y como jamas va un hombre alli, es un refugio para rehacerse antes de internarse en la selva. Nos zamparemos huevos y los cocos que llevemos. No encenderemos fuego. El primero que llegue esperara al otro.

– ?Cuantos dias?

– Cinco. Es imposible que en menos de cinco dias el otro no acuda a la cita.

Las dos balsas estan hechas. Hemos forrado los sacos para que sean mas resistentes. Le he pedido diez dias a Sylvain para poder entrenarme el mayor numero de horas posibles en cabalgar un saco. El hace lo mismo. Cada vez, nos damos cuenta de que cuando los sacos estan a punto de volcar, se requieren esfuerzos suplementarios para mantenerse encima. Cada vez que se pueda, sera preciso acostarse encima. Hay que tener cuidado de no dormirse, pues puede perderse el saco al caer uno al agua y no poderlo recobrar. Chang me ha confeccionado un saquito estanco que me colgare del cuello, con cigarrillos y un encendedor de yesca. Rallamos diez cocos cada uno, para llevarnoslos. Su pulpa nos permitira soportar el hambre y, tambien, saciar la sed. Al parecer, Santori tiene una especie de bota de piel para guardar vino, pero no la utiliza. Chang, que a veces va a casa del guardian, tratara de choriziarsela.

Es para el domingo a las diez de la noche. La marea, debido al plenilunio, debe de ser de ocho metros. Lisette tendra, pues, toda su fuerza. Chang dara el solo de comer a los cerdos el domingo por la manana. Yo voy a dormir todo el dia del sabado y todo el domingo. Partida a las diez de la noche. El flujo habra comenzado ya a las dos.

Es imposible que mis dos sacos se desaten el uno del otro. Estan atados con cuerdas de canamo trenzado, con alambre de laton y-cosidos entre si con un grueso hilo de vela. Hemos encontrado unos sacos mayores, y la abertura de cada uno encaja en la del otro. Los cocos no podran escaparse de ningun modo.

Sylvain no para de hacer gimnasia, y yo me hago dar masaje en los muslos por las pequenas olas que dejo romper contra ellos durante largas horas. Estos golpes repetidos del agua en mis muslos y las tracciones que me veo obligado a hacer ante cada ola para resistirla, me han dejado unas piernas y unos muslos de hierro.

En un pozo fuera de uso de la isla, hay una cadena de casi tres metros. La he trenzado a las cuerdas que atan mis sacos. Tengo un perno que pasa a traves de los eslabones. En caso de que no pudiera resistir mas, me ataria a los sacos con la cadena. Tal vez, asi, pudiera dormir sin correr el riesgo de caer al agua y perder mi balsa. Si los sacos vuelcan, el agua me despertara y los volvere a colocar.

– Bueno, Papillon, ya solo faltan tres dias.

Sentados en el banco de Dreyfus, contemplamos a Lisette.

– Si, solo tres dias, Sylvain. Yo creo que lo conseguiremos. ?Y tu?

– Es verdad, Papillon. El martes por la noche o el miercoles por la manana, estaremos en la selva. Y, entonces, ?que nos echen un galgo!

Chang nos rallara los diez cocos de cada uno. Ademas de los cuchillos, llevamos dos machetes robados en la reserva de utiles.

El campamento de Inini se halla al este de Kourou. Solo caminando por la manana, cara al sol, estaremos seguros de seguir la direccion conveniente.

– El lunes por la manana, Santori volver majareta dice Chang-. Yo no decir que tu y Papillon desaparecidos antes del lunes a las tres de la tarde, cuando guardian terminado siesta.

– ?Y por que no llegas corriendo y dices que se nos ha llevado una ola mientras estabamos pescando?

– No, yo no complicaciones. Yo decir: “Jefe, Papillon y Stephen no venidos a trabajar hoy. Yo he dado de comer solo a los cerdos.”

Ni mas ni menos.

La fuga de la Isla del Diablo

Domingo, siete de la tarde. Acabo de despertarme. Voluntariamente, duermo desde el sabado por la manana. La luna no sale hasta las nueve, asi que, afuera, es negra noche. Pocas estrellas en el cielo. Gruesas nubes cargadas de lluvia pasan de prisa por encima de nuestras cabezas. Acabamos de salir del barracon. Como a menudo vamos a pescar clandestinamente de noche incluso a pasearnos por la isla, todos los demas presidiarios encuentran la cosa muy natural.

Un muchachito entra con su amante, un arabe fornido. Seguramente, vienen de hacer el amor en cualquier rincon. Al verlos levantar la tabla para entrar en la sala, pienso que, para el mayor, poder besar a su amigo dos o tres veces al dia es el colmo de la felicidad. Poder satisfacer hasta la saciedad sus necesidades eroticas, transforma para el el presidio en un paraiso. En cuanto al chico, ni mas ni menos. Puede tener de veintitres a veinticinco anos. Su cuerpo no es ya el de un efebo. Se ve obligado a vivir en la sombra para conservar su piel blanca lechosa, y empieza a no ser ya un Adonis. Pero, en presidio, hay mas amantes de los que puede sonarse tener estando en libertad. Ademas de su amante de corazon, o sea el chivo, hace clientes a veinticinco francos la sesion, exactamente como una prostituta del bulevar Rochechouart, en Montmartre. Ademas del placer que le proporcionan sus clientes, obtiene suficiente dinero para vivir el y su “hombre” con comodidad. Estos, los clientes, se revuelcan voluntariamente en el vicio y, desde el dia que ponen los pies en presidio, no tienen otro ideal que el sexo.

El fiscal que los hizo condenar ha fracasado en su intencion de castigarlos, haciendoles ir por el camino de la podredumbre. Porque en esa podredumbre han encontrado precisamente la felicidad.

Ajustado el tablon tras el homosexual, nos quedamos solos Chang, Sylvain y yo.

– En marcha.

Rapidamente, llegamos a la parte norte de la isla.

Al sacar las balsas de la gruta nos hemos quedado empapados los tres. El viento sopla con los aullidos caracteristicos del viento de mar desencadenado. Sylvain y Chang me ayudan a empujar mi balsa a lo alto de la pena. En el ultimo momento, decido atarme la muneca izquierda a la cuerda del saco. De repente, tengo miedo de perder mi saco y de ser arrastrado sin el. Sylvain sube a la roca de enfrente, ayudado por Chang. La luna esta ya muy alta, y se ve muy bien.

Me he enrollado una toalla alrededor de la cabeza. Debemos esperar seis olas. Mas de treinta minutos.

Chang ha regresado junto a mi. Me rodea el cuello y, luego, me abraza. Acostado sobre la roca y agazapado en una hendidura de la piedra, me agarrara las piernas para ayudarme a soportar el choque de Lisette cuando esta rompa.

– ?Solo queda una -grita Sylvain-, y la otra es la buena!

Esta ante su balsa para cubrirla con su cuerpo y protegerla de la manga de agua que, a no tardar, pasara sobre el. Yo mantengo la misma posicion, pero afianzado ademas por las manos de Chang, quien, en su nerviosismo, me clava las unas en los tobillos.

Llega Lisette que viene a buscarnos. Llega derecha como la aguja de una iglesia. Con su ensordecedor fragor de costumbre, rompe contra nuestras dos rocas y va a dar contra el acantilado.

Me he lanzado una fraccion de segundo antes que mi companero, quien cae tambien en seguida, y Lisette absorbe las dos balsas, juntas la una a la otra, hacia el mar abierto, con una velocidad vertiginosa. En menos de cinco minutos, nos hallamos a mas de trescientos metros de la costa. Sylvain aun no ha montado sobre su balsa. Yo ya estaba encima de la mia al cabo de dos minutos. Con un trozo de pano blanco en la mano, encaramado al banco de Dreyfus, a donde ha debido subir rapidamente, Chang nos envia su ultimo adios. Hace ya mas de cinco minutos que hemos salido del sitio peligroso donde las olas se forman para embestir la isla del Diablo. Las que nos empujan son mucho mas largas, casi sin espuma, y tan regulares que partimos a la deriva, formando cuerpo con ellas, sin sacudidas y sin que la balsa amenace volcarse.

Ascendemos y descendemos estas profundas y elevadas ondas, llevados suavemente hacia el mar abierto, pues la marea baja.

Al remontar la cresta de una de esas olas, puedo, una vez mas, volviendo del todo la cabeza, vislumbrar el trapo blanco de Chang. Sylvain no esta muy lejos de mi, a unos cincuenta metros hacia el mar abierto. En muchas ocasiones, levanta un brazo y lo sacude en senal de alegria y de triunfo.

La noche no ha sido dura, y hemos advertido poderosamente el cambio de atraccion del mar. La marea con la que partimos nos empujo a mar abierto, y esta, ahora, nos empuja hacia Tierra Grande.

El sol se levanta en el horizonte, asi que son las seis. Nos hallamos demasiado bajos en el agua para ver la costa. Pero me doy cuenta de que estamos muy lejos de las islas, pues apenas se las distingue (aunque el sol las ilumina en su altura), sin poder adivinar que son tres. Veo una masa; eso es todo. Al no poder distinguirlas con detalle, pienso que estan a treinta kilometros por lo menos.

Sonrio por el triunfo, por el exito de esta fuga.

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