?Y si me sentara en mi balsa? El viento, de este modo, me empujaria al golpearme en la espalda.
Ya estoy sentado. Suelto la cadena y doy una vuelta alrededor de mi cintura. El perno, bien engrasado, permite apretar facilmente la tuerca. Levanto las manos en alto para que el viento las seque. Voy a fumar un cigarrillo. Ya esta. Larga, profundamente, aspiro las primeras bocanadas y expulso el humo con suavidad. Ya no tengo miedo, pues es inutil describiros los dolores de barriga que he pasado despues, antes y durante los primeros momentos de la accion. No; no tengo miedo, hasta el punto de que, terminado el cigarrillo, decido comerme algunos bocados de pulpa de coco. Me trago un gran punado y, luego, fumo otro cigarrillo. Sylvain esta bastante lejos de mi. De vez en vez, cuando nos encontramos en un mismo momento en la cresta de una ola, podemos vernos furtivamente. El sol incide con fuerza diabolica sobre mi craneo, que empieza a hervir. Mojo mi toalla y me la enrollo a la cabeza. Me he quitado la marinera de lana, pues, a pesar del viento, me sofocaba.
?Maldita sea! Mi balsa ha volcado y he estado a punto de ahogarme. Me he bebido dos buenos tragos de agua de mar.
Pese a mis esfuerzos, no conseguia enderezar los sacos y subirme encima de ellos. La culpa la tiene la cadena. Mis movimientos no son lo bastante libres con ella. Al final, haciendola deslizarse por un lado, he podido nadar en linea recta junto a los sacos y respirar profundamente. Empiezo a tratar de liberarme por completo de la cadena, y mis dedos intentan inutilmente desenroscar la tuerca. Estoy rabioso y, quiza, demasiado crispado, y no tengo bastante fuerza en los dedos para soltarla.
?Uf! ?Por fin, ya esta! Acabo de pasar un mal rato. Estaba literalmente enloquecido al creer que no me seria posible librarme de la cadena.
No me tomo la molestia de enderezar la balsa. Agotado, no me siento con fuerzas para hacerlo. Me izo sobre ella. Que la parte de abajo se haya convertido en la de arriba, ?que importa? Nunca mas me atare, ni con la cadena ni con nada. Al partir, ya me di cuenta de la estupidez que cometi atandome por la muneca. Semejante experiencia hubiera debido bastarme.
El sol, inexorablemente, me quema los brazos y las piernas. La cara me arde. Si me la mojo, es peor, pues el agua se evapora inmediatamente y me quema mas aun.
El viento ha amainado mucho, y aunque el viaje resulta mas comodo, pues las olas son ahora menos altas, avanzo con menos rapidez. Asi, pues, mas vale mucho viento y mala mar que calma.
Siento calambres tan fuertes en la pierna derecha, que grito como si alguien pudiera oirme. Con el dedo, hago cruces donde tengo el calambre, recordando que mi abuela me decia que eso los quita. El remedio de comadre, sin embargo, fracasa. El sol ha descendido mucho al Oeste. Aproximadamente son las cuatro de la tarde, y es la cuarta marea desde la partida. Esta marea ascendente parece empujarme con mayor fuerza que la otra hacia la costa.
Ahora veo sin interrupcion a Sylvain, y el tambien me ve muy bien. Desaparece muy raras veces, pues las olas son poco profundas. Se ha quitado la camisa y esta con el torso desnudo. Sylvain me hace senales. Esta a mas de trescientos metros delante de mi, pero hacia el mar abierto. A la vista de la ligera espuma que hay alrededor de el, diriase que esta frenando la balsa para que pueda aproximarme a la suya. Me acuesto sobre mis sacos y, hundiendo los brazos en el agua, remo yo tambien. Si el frena y yo impulso, tal vez acortemos la distancia que nos separa.
He elegido bien a mi companero en esta evasion. Sabe estar a la altura que el momento requiere. Ciento por ciento.
He dejado de remar con las manos. Me siento fatigado. Debo ahorrar mis fuerzas. Comere y, despues, tratare de enderezar la balsa. La bolsa de la comida esta debajo, asi como la botella de cuero con agua dulce. Tengo sed y hambre. Mis labios estan ya agrietados y me arden. La mejor manera de volver los sacos es colgarme de ellos, de cara a la ola, y luego empujar con los pies en el momento en que asciendan a lo alto de la ola.
Tras cinco tentativas fallidas, consigo enderezar la balsa de un solo golpe. Estoy extenuado por los esfuerzos que acabo de hacer, y me cuesta Dios y ayuda enderezarme sobre los sacos.
El sol esta en el horizonte y, dentro de poco, desaparecera. Son, pues, cerca de las seis. Esperemos que la noche no sea demasiado agitada, pues comprendo que son las prolongadas inmersiones lo que me quita las fuerzas.
Bebo un buen trago de agua de la bota de cuero de Santori, despues de haber comido dos punados de pulpa de coco. Satisfecho, con las manos secas por el viento, extraigo un cigarrillo y lo fumo con deleite. Antes de que caiga la noche, Sylvain ha agitado su toalla y yo la mia, en senal de buenas noches. Continua estando igual de lejos de mi. Estoy sentado con las piernas extendidas. Acabo de retorcer todo lo posible mi marinera de lana y me la pongo. Estas marineras, incluso mojadas, conservan el calor, y tan pronto como ha desaparecido el sol, he sentido frio.
El viento refresca. Solo las nubes, al Oeste, estan banadas de luz rosada en el horizonte. Todo el resto esta ahora en la penumbra, que se acentua minuto a minuto. Al Este, de donde viene el viento, no hay nubes. Asi, pues, no hay peligro de lluvia, por el momento.
No pienso absolutamente en nada, como no sea en mantenerme bien, en no mojarme inutilmente y en preguntarme si seria inteligente, en caso de que la fatiga me venciera, atarme a los sacos, o si resultaria demasiado peligroso despues de la experiencia que he tenido con la cadena. Luego, me doy cuenta de que me he visto entorpecido en mis movimientos porque la cadena era demasiado corta, pues un extremo estaba inutilmente desaprovechado, entrelazado a las cuerdas y a los alambres del saco. Este extremo es facil de recuperar. Entonces, tendria mas facilidad de maniobra. Arreglo la cadena y me la ato de nuevo a la cintura. La tuerca, llena de grasa, funciona sin dificultad. No hay que enroscarla demasiado, como la primera vez. Asi, me siento mas tranquilo, pues tengo un miedo cerval de dormirme y perder el saco.
Si, el viento arrecia y, con el, las olas. El tobogan funciona a las mil maravillas con diferencias de nivel cada vez mas acentuadas.
Es noche cerrada. El cielo esta constelado de millones de estrellas, y la Cruz del Sur brilla mas que todas las demas.
No veo a mi companero. Esta noche que comienza es muy importante, pues si la suerte quiere que el viento sople toda la noche con la misma fuerza, ?adelantare camino hasta manana por la manana!
Cuanto mas avanza la noche, mas fuerte sopla el viento. La luna sale lentamente del mar y presenta un color rojo oscuro. Cuando, liberada, surge al fin enorme, toda entera, distingo con claridad sus manchas negras, que le dan el aspecto de un rostro.
Son, pues, mas de las diez. La noche se va haciendo cada vez mas clara. A medida que se eleva la luna, la claridad se vuelve muy intensa. Las olas estan plateadas en la superficie, y su extrana reverberacion me quema los ojos. No es posible dejar de mirar estos reflejos plateados, y, en verdad, hieren y achicharran mis ojos ya irritados por el sol y el agua salada.
Prefiero decirme que exagero, no tengo la voluntad de resistir y me fumo tres cigarrillos seguidos.
Nada anormal respecto a la balsa que, en un mar fuertemente embravecido, sube y baja sin problemas. No puedo dejar mucho tiempo las piernas alargadas sobre el saco, pues la posicion de sentado me produce en seguida calambres muy dolorosos. *
Estoy, por supuesto, constantemente calado hasta los huesos. Tengo el pecho casi seco, porque el viento me ha secado la marinera, sin que ninguna ola me moje, luego, mas arriba de la cintura. Los ojos me escuecen cada vez mas. Los cierro. De vez en cuando, me duermo. “No debes dormirte.” Es facil de decir, pero no puedo mas. Asi, pues, ?mierda! Lucho contra esos sopores. Y cada vez que recobro el sentido de la realidad, siento un dolor agudo en el cerebro. Saco mi encendedor de yesca. De vez en cuando, me produzco una quemadura colocando su mecha encendida sobre el antebrazo o el cuello.
Soy presa de una horrible angustia que trato de apartar con toda mi fuerza de voluntad. ?Me dormire? Y, -al caer al agua, ?me despertara el frio? He hecho bien atandome a la cadena.
No puedo perder-estos dos sacos porque son mi vida. Sera cosa del diablo, si resbalando de la balsa, no me despierto.
Desde hace unos minutos, vuelvo a estar empapado. Una ola rebelde, que sin duda no queria ~ el camino regular de las demas, ha venido a chocar contra mi por el lado derecho. No solo me ha mojado ella, sino que, habiendome colocado de traves, otras dos olas normales me han cubierto literalmente de la cabeza a los pies.
La segunda noche esta muy avanzada. ?Que hora puede ser? Por la posicion de la luna, que comienza a descender hacia el Oeste, deben de ser cerca de las dos o las tres de la madrugada. Hace cinco mareas, o treinta horas, que estamos en el agua. Haber quedado calado hasta los huesos me sirve de algo: el frio me ha despertado por completo. Tiemblo, pero conservo sin esfuerzo, los ojos abiertos. Tengo las piernas anquilosadas y decido colocarlas debajo de las nalgas. Alzando las manos, cada una a su vez, consigo sentarme encima de las piernas. Tengo los dedos de los pies helados, acaso se calienten bajo mi peso.
Sentado a la usanza arabe, permanezco asi largo rato. Haber cambiado de postura me hace bien. Trato de ver a Silvain, pues la luna ilumina muy frecuentemente el mar. Solo que ya ha descendido, y como la tengo de cara, me impide distinguir bien. i No, no veo nada. Sylvain no tenia nada con que atarse a los sacos.
?Quien sabe si aun esta encima de ellos? Busco desesperadamente, pero es inutil. El viento es fuerte, pero regular. No cambia de manera brusca, y eso es muy importante. Estoy acostumbrado a su ritmo, y mi cuerpo forma literalmente un todo con mis sacos.
A fuerza de escrutar a mi alrededor, tengo una sola idea fija en la cabeza: distinguir a mi companero. Seco mis dedos al viento y, luego, silbo con todas mis fuerzas con los dedos en la boca. Escucho. Nadie responde. ?Sabe Sylvain silbar con los dedos? No lo se. Hubiera debido preguntarselo antes de partir. ?Hasta hubieramos podido fabricar facilmente dos silbatos! Me recrimino por no haber pensado en eso. Luego, me coloco las manos delante de la boca y grito: “iUh, uh!“ Tan solo el ruido del viento me responde. Y el rumor de las olas.
Entonces, no pudiendo aguardar mas, me levanto y, derecho sobre mis sacos, levantando la cadena con la mano izquierda, me mantengo en equilibrio el tiempo que cinco olas tardan en montarme en su cresta. Cuando llego a lo alto, estoy completamente en pie y, para el descenso y el ascenso, me agacho. Nada a la derecha, nada a la izquierda, nada delante. ?Estara detras de mi?
No me atrevo a ponerme en pie y mirar atras. Lo unico que creo haber distinguido sin sombra de duda, es, a mi izquierda, una linea negra que resalta en esta claridad lunar. Seguro que es la selva.
Cuando se haga de dia, vere los arboles, y eso me hace bien. “ ?Cuando sea de dia veras la selva, Papi! ?Oh, que el buen Dios haga que veas tambien a tu amigo! “
He estirado las piernas, tras haberme frotado los dedos de los pies. Luego, decido secarme las manos y fumar un cigarrillo. Fumo dos. ?Que hora puede ser? La luna esta muy baja. Ya no me acuerdo de cuanto tiempo, antes de la salida del sol, desaparecio la luna la noche pasada. Trato de recordarlo cerrando los ojos y evocando las imagenes de la primera noche. En vano. ?Ah, si! De pronto, veo con claridad levantarse el sol por el Este y, al mismo tiempo, una punta de luna sobre la linea del horizonte, al Oeste. Asi, pues, deben de ser casi las cinco. La luna es bastante lenta para precipitarse al mar. La Cruz de Sur ha desaparecido desde hace rato, y tambien las Osas Mayor y Menor. Tan solo la Estrella Polar brilla mas que todas las otras. Desde que la Cruz del Sur se ha retirado, la Polar es la reina del cielo.
El viento parece arreciar. Al menos, es mas espeso, como si dijeramos, que durante la noche. Por ello, las olas son mas fuertes y mas profundas, y en sus crestas los borregos blancos son mas numerosos que al comienzo de la noche…
Hace ya treinta horas que estoy en el mar. Es preciso reconocer que, por el momento, la cosa marcha mejor que peor, y que la jornada mas dura sera la que va a comenzar.
Ayer, al estar expuesto al sol desde las seis de la manana a las seis de la tarde, me coci y recoci fuertemente. Hoy, cuando el sol me de de nuevo encima, no sera nada agradable. Mis labios estan ya agrietados y, sin embargo, aun estoy en la frescura-de la noche. Me escuecen mucho, como tambien los ojos. Los antebrazos y las