Cada dia, paso algunas horas con el galeno y su mujer, y algunas veces, con ella sola. Al obligarme a narrar mi vida pasada, estan convencidos de que eso contribuye a equilibrarme definitivamente. He decidido solicitar al galeno que me mande a la isla del Diablo.
Es cosa hecha: debo partir manana. Este doctor y su esposa saben a que voy a la isla del Diablo. Han sido tan buenos conmigo, que no he querido enganarlos:
– Matasanos, ya no soporto este presidio; haz que me envien a la isla del Diablo, para que me las pire o la espiche, pero que esto se acabe de una vez.
– Te comprendo, Papillon. Este sistema de represion me disgusta, y la Administracion esta podrida.
Asi que ?adios y buena suerte!
DECIMO CUADERNO. LA ISLA DEL DIABLO
El banco de Dreyfus
Es la mas pequena de las tres Islas de la Salvacion. La mas al Norte, tambien; y la mas directamente batida por el viento y las olas. Despues de una estrecha planicie que bordea toda la orilla del mar, asciende rapidamente hacia una elevada llanura en la que estan instalados el puesto de guardia de los vigilantes y una sola sala para los presidiarios, alrededor de una docena. A la isla del Diablo, oficialmente, no se debe enviar presos por delitos comunes, sino tan solo a los condenados y deportados politicos.
Cada uno vive en una casita de techo de chapa. El lunes se les distribuye los viveres crudos para toda la semana y, cada dia, un bollo de pan. Son unos treinta. Como enfermero, tienen al doctor Leger, quien enveneno a toda su familia en Lyon o sus alrededores. Los politicos no se tratan con los presidiarios y, alguna vez, escriben a Cayena protestando contra tal o cual presidiario de la isla. Entonces, agarran al denunciado y lo devuelven a Royale.
Un cable une Royale con la isla del Diablo, pues, muy a menudo, el mar esta demasiado embravecido para que la chalupa de Royale pueda atracar en una especie de ponton de cemento.
El guardian jefe del campamento (hay tres de ellos) se llama Santori. Es un zangon sucio que, a veces, lleva barba de ocho dias.
– Papillon, espero que se porte usted bien, aqui. No me toque usted los cojones y yo le dejare tranquilo. Suba al campamento. Le vere alla arriba.
En la sala me encuentro a seis forzados: dos chinos, dos negros, un bordeles y un tipo de Lille. Uno de los chinos me conoce bien; estaba conmigo en Saint- Laurent, en prevencion por asesinato. Es un indochino, un superviviente de la rebelion del presidio de Poulo Condor, en Indochina.
Pirata profesional, atacaba los sampanes y, alguna vez, asesinaba a toda la tripulacion con su familia. Excesivamente peligroso, tiene, sin embargo, una manera de vivir en comun que capta la confianza y la simpatia de todo el mundo.
– ?Que tal, Papillon?
– ?Y tu, Chang?
– Vamos tirando. Aqui estamos bien. Tu comer conmigo. Tu dormir alla, al lado de mi. Yo guisar dos veces al dia. Tu pescar peces. Aqui, muchos peces.
Llega Santori.
– ?Ah! ?Ya esta instalado? Manana por la manana, ira usted con Chang a dar de comer a los cerdos. El traera los cocos y usted los partira en dos con un hacha. Hay que poner aparte los cocos cremosos para darselos a los lechoncitos que aun no tienen dientes. Por la tarde, a las cuatro, el mismo trabajo. Aparte de esas dos horas, una por la manana y otra por la tarde, es usted libre de hacer lo que quiera en la isla. Todos los pescadores deben subirle un kilo de pescado todos los dias a mi cocinero, o bien langostinos. Asi, todo el mundo esta contento, ?conforme?
– Si, Monsieur Santori.
– Se que eres hombre de fuga, pero como aqui es imposible fugarse, no voy a hacerme mala sangre. Por la noche, estais encerrados, pero se que, aun asi, hay quien sale. Cuidado con los deportados politicos. Todos tienen un machete. Si te aproximas a sus viviendas, creen que vas a robarles una gallina o huevos. De este modo, puedes conseguir que te maten o te hieran, pues ellos te ven, y tu no.
Despues de haber dado de comer a mas de doscientos cerdos, he recorrido la isla durante todo el dia, acompanado por Chang, quien la conoce a fondo. Un anciano, con una larga barba blanca, se ha cruzado con nosotros en el camino que rodea a la isla por la orilla del mar. Era un periodista de Nueva Caledonia que, durante la guerra de 1914, escribia contra Francia en favor de los alemanes. Tambien he visto al asqueroso que mando fusilar a Edith Cavell, la enfermera inglesa o belga que salvaba a los aviadores ingleses en 1917. Este repugnante personaje, gordo y macizo, tenia un baston en la mano y con el azotaba una murena enorme, de mas de un metro cincuenta de largo y gruesa como mi muslo.
El enfermero, por su parte, vive tambien en una de esas casitas que solo deberian ser para los politicos.
El tal doctor Leger es un hombre alto, de aspecto apacible, sucio y robusto. Tan solo su cara esta limpia, coronada por cabellos grisaceos y muy largos en el cuello y las sienes. Sus manos estan llenas de heridas mal cicatrizadas que debe de inferirse al agarrarse, en el mar, a las asperezas de las rocas.
– Si necesitas algo, ven y te lo dare. Pero ven solo si estas enfermo. No me gusta que me visiten y, menos aun que me hablen. Vendo huevos y, alguna vez, un pollo o una gallina. Si matas a escondidas un lechoncito, traeme un jamon y yo te dare un pollo y seis huevos. Ya que estas aqui, llevate este frasco de ciento veinte pastillas de quinina. Como seguramente has venido aqui para escaparte, en el caso de que, por milagro, lo consiguieras, la necesitarias mucho en la selva.
Pesco por la manana y por la tarde cantidades astronomicas de salmonetes de roca. Envio de tres a cuatro kilos cada dia a los guardianes.
Santori esta radiante, pues jamas le habian dado tanta variedad de pescado y langostinos.
Ayer, el galeno Germain Guibert vino a la isla del Diablo. Como el mar estaba tranquilo, le acompanaba el comandante de Royale y Madame Guibert. Esta admirable mujer era la primera que ponia pie en la isla. Segun el comandante, jamas un civil habia estado en ella. He podido hablar mas de una hora con la esposa del galeno. Ha venido conmigo hasta el banco donde Dreyfus se sentaba a mirar el horizonte, hacia la Francia que lo habia repudiado.
– Si esta piedra pudiera transmitirnos los pensamientos de Dreyfus…dice, acariciando la piedra-. Papillon, seguramente es esta la ultima vez que nos vemos, ya que me dice que dentro de poco intentara fugarse. Rogare a Dios para que le haga triunfar. Le pido que, antes de partir, venga a pasar un minuto en este banco que he acariciado y que lo toque para decirme asi adios.
El comandante me ha autorizado a enviar por el cable, cuando yo lo desee, langostinos y pescado para el doctor. Santori esta de acuerdo.
– Adios, doctor; adios, senora.
Con la mayor naturalidad posible, los saludo antes de que la chalupa se separe del ponton. Los ojos de Madame Guibert me miran muy abiertos, como queriendo decirme: “Acuerdate siempre de nosotros, que tampoco te olvidaremos nunca. “
El banco de Dreyfus esta en lo mas alto del extremo norte de la isla. Domina el mar desde mas de cuarenta metros.
Hoy no he ido a pescar. En un vivero natural tengo mas de cien kilos de salmonetes, y en un tonel de hierro atado con una cadena, mas de quinientos de langostinos. Puedo dejar, pues, de ocuparme de pescar. Tengo de sobra para enviar al galeno, para Santori, para el chino y para mi.
Estamos en 1941, y hace once anos que estoy preso. Tengo treinta y cinco anos. Los mas hermosos de mi vida los he pasado o en una celda o en el calabozo. Solo he tenido siete meses de libertad completa en mi tribu india. Los crios que he debido tener con mis dos mujeres indias tienen ahora ocho anos. ?Que horror! ?Que de prisa ha pasado el tiempo! Pero, mirando hacia atras, contemplo esas horas, esos minutos, tan largos de soportar, empero, incrustados cada uno de ellos en este via crucis.
?Treinta y cinco anos! ?Donde estan Montmartre, la place Blanche, Pigalle, el baile del “Petit Jardin”, el bulevar de Clichy? ?Donde esta la Nenette, con su cara de Madona, verdadero camafeo que, con sus ojazos negros devorandome de desesperacion, grito en la Audiencia: “No te preocupes, querido, ire a buscarte alli”? ?Donde esta Raymond Hubert con sus “Nos absolveran”? ?Donde estan los doce enchufados del jurado? ?Y la bofia? ?Y el fiscal? ?Que hace mi papa y las familias que han fundado mis hermanas bajo el yugo aleman?
Y ?tantas fugas! Veamos ?cuantas fugas?
La primera, cuando sali del hospital, despues de haber noqueado a los guardianes.
La segunda, en Colombia, en Rio Hacha. La mejor. En esa, triunfe por completo. ?Por que abandone mi tribu? Un estremecimiento amoroso recorre mi cuerpo. Me parece sentir aun en mi las sensaciones de los actos de amor con las dos hermanas indias.
Luego, la tercera, la cuarta, la quinta, y la sexta, en Barranquilla. ?Que mala suerte en esas fugas! ?Aquel golpe de la misa, tan desdichadamente fracasado! ?Aquella dinamita del demonio y, luego, Clousiot enganchandose los pantalones! ?Y el retraso de aquel somnifero!
La septima en Royale, donde aquel asqueroso de Bebert Celier me denuncio. Aquella hubiera resultado, seguro, sin su maldita presencia. Y si hubiera cerrado el Pico, yo estaria libre con mi pobre amigo Carbonieri.
La octava, la ultima, la del asilo. Un error, un gran error por mi parte. Haber dejado al italiano elegir el punto de la botadura. Doscientos metros mas abajo, cerca de la carniceria, y hubieramos tenido, sin lugar a dudas, mas facilidad para botar la balsa.
Este banco donde Dreyfus, condenado inocente, encontro el coraje de vivir a pesar de todo, tiene que servirme de algo. No debo confesarme vencido. Hay que intentar otra fuga.
Si, esta piedra pulida, lisa, al borde de este abismo de rocas, donde las olas golpean rabiosamente, sin pausa, debe ser para mi un sosten y un ejemplo. Dreyfus jamas se dejo abatir, y siempre, hasta el fin, lucho por su rehabilitacion. Es verdad que conto con Emile Zola y su famoso Yo acuso para defenderlo. De todas formas, si el no hubiera sido un hombre bien templado, ante tanta injusticia se hubiera arrojado, ciertamente, desde este mismo banco al vacio. Aguanto el golpe. Yo no debo ser menos que el, y no debo abandonar tampoco la idea de intentar otra fuga teniendo como divisa vencer o morir. La palabra morir debo desecharla, para pensar tan solo que vencere y sere libre.
En las largas horas que paso sentado en el banco de Dreyfus, mi cerebro vagabundea, suena con el pasado y recrea proyectos de color de rosa para el porvenir. A menudo, mis ojos son deslumbrados por un exceso de luz, por los reflejos platinados de la cresta de las olas. A fuerza de mirar ese mar sin realmente verlo, conozco todos los caprichos posibles e imaginables de las olas impelidas por el viento. El mar, inexorablemente, sin fatigarse jamas, ataca las rocas mas avanzadas de la isla. Las escarba, las descascarilla y parece que le dijera a la isla del Diablo: “Vete, es preciso que desaparezcas; me estorbas cuando me lanzo hacia Tierra Grande; me obstaculizas el camino. Por eso, cada dia, sin descanso, me llevo un trocito de ti.” Cuando hay tempestad, el mar ataca a mas y mejor, y no solo ahonda y trae al retirarse todo cuanto ha podido destruir, sino que, ademas, trata por todos los medios de hacer llegar el agua a todos los rincones e intersticios para minar, poco a poco, por debajo, esos gigantes de roca que parecen decir: “Por aqui no se pasa.”