– No pueden picar. Imaginate que, cuando pesco, hay un pececito que me sigue a todas partes, y cuando un pez grande va a picar, el pequeno le advierte: “No seas estupido y no piques; pesca Papillon.” Por eso nunca atrapo nada. Sin embargo, continuo pescando. Tal vez, un dia, haya uno que no lo crea.

Oigo que el guardian le dice al enfermero:

– ?Ese ya tiene lo suyo!

Cuando me siento en la mesa comun del refectorio, nunca puedo comerme un plato de lentejas. Hay un gigante de un metro noventa por lo menos, de brazos, piernas y torso velludos como un mono. Me ha elegido como chivo expiatorio. Para empezar, se sienta siempre a mi lado. Las lentejas se sirven muy calientes, con lo que, para comerlas, es preciso aguardar a que se enfrien. Con mi cuchara de palo, tomo un poco y, soplando encima, llego a comer algunas cucharadas. Ivanhoe - pues cree ser Ivanhoe toma su plato, lo agarra por los bordes y se lo traga todo de un tiron. Luego, toma el mio y hace lo mismo. Una vez se lo ha zampado, lo pone delante de mi ruidosamente y me mira con sus ojos enormes inyectados en sangre, como si quisiera decir: “?Has visto como me como las lentejas? “ Empiezo a estar harto de Ivanhoe' y como aun no estoy clasificado como loco, he decidido dar un golpe de teatro a sus costillas. Otra vez hay lentejas. Ivanhoe no me mira. Se ha sentado a mi lado. Su rostro aparece radiante y saborea por adelantado el gozo de soplarse sus lentejas y las mias. Coloco ante mi una gran jarra de tierra cocida llena de agua, muy pesada. Apenas el gigante levanta mi plato y comienza a dejar fluir las lentejas en su garganta, me pongo en pie, y con todas mis fuerzas, le rompo la jarra de agua en la cabeza. El gigante se derrumba con un grito de bestia. De forma igualmente repentina, todos los locos empiezan a lanzarse los unos contra los otros, armados con los platos. Se desencadena un zipizape espantoso. Ademas, la pelea colectiva esta orquestada por los gritos de todo el mundo.

Agarrado en vilo, me encuentro de nuevo en mi celda, donde cuatro robustos enfermeros me han llevado a toda velocidad y sin miramientos. Grito como un desesperado que Ivanhoe me ha robado la cartera con mi tarjeta de identidad. ?Esta vez, lo consigo! El medico se ha decidido a declararme irresponsable de mis actos. Todos los guardianes estan de acuerdo en reconocer que soy un loco apacible, pero que, en algunos momentos, puedo ser peligroso. Ivanhoe lleva un hermoso vendaje en la cabeza. Se la he abierto, al parecer, en mas de ocho centimetros. Por suerte, no se pasea a las mismas horas que yo.

He podido hablar con Salvidia. Tiene ya el duplicado de la llave de la despensa donde se guardan los toneles. Trata de procurarse la cantidad suficiente de alambre para atarlos juntos. Le he dicho que temo que los alambres se rompan a causa de los estirones que van a dar los toneles en el mar, y que seria mejor tener cuerdas, que serian mas elasticas. Tratara de conseguirlas, y asi habra cuerdas y alambres. Tambien es preciso que haga tres llaves: una de mi celda, otra del pasillo que conduce a ella y una tercera de la puerta principal del asilo. Las rondas son poco frecuentes. Un solo guardian para cada turno de cuatro horas. De nueve de la noche a una de la madrugada, y de una a cinco. Dos de los guardianes, cuando estan de centinela, duermen durante todo el tiempo y no efectuan ninguna ronda. Cuentan con el preso enfermero, que esta de guardia con ellos. Asi, pues, todo va bien, solo es cuestion de paciencia. Un mes, todo lo mas, y podremos dar el golpe.

El jefe de vigilantes me ha dado un cigarro malo encendido al salir al patio. Pero aun malo, me parece delicioso.

Contemplo ese rebano de hombres desnudos que cantan, lloran, hacen gestos de idiota, hablan solos. Todavia mojados por la ducha que todos toman antes de volver al patio, con sus pobres cuerpos maltratados por los golpes recibidos o que ellos mismos se han dado, y marcados por las huellas de los cordones de la camisa de fuerza demasiado apretados. Es, precisamente, el espectaculo del fin del camino de la podredumbre. ?Cuantos de estos chalados han sido reconocidos responsables de sus actos por los psiquiatras en Francia?

Titin -lo llaman asi- pertenece a mi convoy de 1933. Mato a un tipo en Marsella, luego tomo un “simon”, cargo a su victima en el y se hizo conducir al hospital donde, al llegar, dijo: “Aqui tienen. Cuidenlo. Creo que esta enfermo.” Detenido alli mismo, el jurado no supo ver en el ningun grado, por minimo que fuese, de irresponsabilidad. Sin embargo, tenia que haber estado ya mochales para haber hecho semejante cosa. El tipo mas imbecil, normalmente, se hubiera dado cuenta de que iba a hacerse sospechoso. Y ahi esta Titin sentado a mi lado. Tiene disenteria cronica. Es un verdadero cadaver ambulante. Me mira con sus ojos de color gris hierro, atontados. Me dice:

– Tengo monitos en el vientre, paisano. Los hay que son malos, y me muerden en los intestinos, y por eso hago sangre cuando estan enfadados. Otros son de una raza velluda, llenos de pelos, y tienen las manos suaves como plumas. Me acarician dulcemente e impiden que los otros, los perversos, me muerdan. Cuando esos suaves monitos quieren defenderme, no hago sangre.

– ?Te acuerdas de Marsella, Titin?

– Caramba, si me acuerdo de Marsella. Muy bien, me acuerdo. La plaza de la Bolsa, con sus estatuas…

– ?Recuerdas los nombres de algunas?

– No, no me acuerdo de los nombres; solo de un estupido “Simon” que me condujo al hospital con mi amigo enfermo y que me dijo que yo era causa de su enfermedad. Eso es todo.

– ?Y tus amigos?

– No lo se.

Le doy mi colilla al pobre Titin y me levanto con una inmensa piedad en el corazon por ese pobre ser que morira como un perro. Si, es muy peligroso convivir con locos, pero ?que hacer? En todo caso, es la unica manera, creo yo, de planear una fuga sin que se corra el riesgo de sufrir condena.

Salvidia esta casi dispuesto. Tiene ya dos de las tres llaves; solo le falta la de mi celda. Yo tengo que fingir, de vez en cuando, una crisis.

He organizado una tan perfecta, que los guardianes enfermeros me han metido en una banera con agua muy caliente y me han puesto dos inyecciones de bromuro. Esa banera esta cubierta por una tela muy fuerte, de manera que no pueda salir. Tan solo mi cabeza sobresale por un agujero. Hace ya mas de dos horas que estoy en este bano con esta especie de camisa de fuerza, cuando entra Ivanhoe. Estoy aterrorizado al ver la manera como me mira ese bruto. Tengo un miedo espantoso de que me estrangule. Ni siquiera puedo defenderme, pues mis brazos estan bajo la tela.

Se me aproxima, sus grandes ojos me contemplan con atencion y tiene el aspecto de cavilar donde ha visto antes esa cabeza que emerge como de un cepo. Su aliento y un olor a podrido inundan mi rostro. Tengo deseos de pedir socorro a gritos, pero temo ponerle mas furioso aun con mis voces. Cierro los ojos y espero, convencido de que va a estrangularme con sus manazas de gigante. Esos escasos segundos de terror no los olvidare facilmente. Al fin, se aleja de mi, yerra por la sala y, luego, va hacia los pequenos volantes que dan el agua. Cierra la fria y abre del todo el agua hirviendo. Grito como un condenado, pues estoy a punto de ser literalmente cocido. Ivanhoe ha salido. Hay vapor en toda la sala, me ahogo al respirarlo y hago esfuerzos sobrehumanos, aunque en vano, para tratar de forzar esta tela maldita. Al fin, me socorren. Los guardianes han visto el vapor que salia por la ventana. Cuando me sacan de aquel hervidero, tengo horribles quemaduras y sufro muchisimo. Sobre todo, en los muslos y en las partes donde la piel se ha levantado. Pintado todo yo de acido picrico, me acuestan en la salita de la enfermeria del asilo. Mis quemaduras son tan graves, que llaman al doctor. Algunas inyecciones de morfina me ayudan a pasar las primeras veinticuatro horas. Cuando el galeno me pregunta que ha sucedido, le digo, que ha surgido un volcan en la banera. Nadie comprende que ha pasado. Y el guardian enfermero acusa al que ha preparado el bano por haber regulado mal los grifos.

Salvidia acaba de salir despues de haberme untado de pomada picrica. Esta preparado, y me senala que es una suerte que este en la enfermeria, ya que si fracasa la fuga, podemos volver a esta parte del asilo sin ser vistos. Debe de hacerse rapidamente con una llave de la enfermeria. Acaba de imprimir la huella en un trozo de jabon. Manana tendremos la llave. De mi cuenta corre decir el dia que me sienta lo bastante curado como para aprovechar la primera guardia de uno de los guardianes que no hacen ronda.

La hora H sera esta noche, durante la guardia de una a cinco de la madrugada. Salvidia no esta de servicio. Para ganar tiempo, vaciara el tonel de vinagre hacia las once de la noche. El otro, el de aceite, lo haremos rodar lleno, pues el mar esta muy embrabecido, y el aceite acaso nos sirva para calmar las olas al botarlo.

Tengo un pantalon hecho con sacos de harina, cortado por las rodillas, una blusa de marinero y un buen cuchillo al cinto. Tambien tengo un saquito impermeable que me colgare del cuello. Contiene cigarrillos y un encendedor de yesca. Salvidia, por su parte, ha preparado una alforja estanca con harina de mandioca, que ha embebido de aceite y azucar. Casi tres kilos, me dice. Es tarde. Sentado en mi cama aguardo a mi companero. Mi corazon bate con grandes latidos. Dentro de unos instantes, la fuga comenzara. Que la suerte y Dios me favorezcan, para que, ?al fin!, resulte para siempre vencedor del camino de la podredumbre.

Cosa extrana, no tengo mas que un pensamiento fugitivo sobre el pasado, y se dirige hacia mi padre y mi familia. Ni una imagen de la Audiencia, del jurado o del fiscal.

En el momento en que se abria la puerta, evocaba, a pesar mio, a Matthieu literalmente arrastrado de pie por los tiburones.

– Papi, ?en marcha!

Le sigo.

Rapidamente, cierra la puerta y esconde la llave en un rincon del pasillo.

– Date prisa, date prisa.

Llegamos a la despensa, cuya puerta esta abierta. Sacar el tonel vacio es cosa de ninos. Salvidia se rodea el cuerpo de cuerdas y yo, de alambres. Tomo la alforja de harina y empiezo, en la noche negra como la tinta, a empujar rodando mi tonel hacia el mar. Salvidia viene detras, con el tonel de aceite. Por supuesto, es muy resistente, y mi companero consigue con bastante facilidad frenarlo lo suficiente en esta bajada a pico.

– Con suavidad, con suavidad; procura que no tome velocidad.

Lo espero, por si deja escapar su tonel que, entonces, tropezaria con el mio. Desciendo de espaldas, yo delante y mi tonel detras. Sin ninguna dificultad llegamos a la parte baja del camino. Hay un pequeno acceso al mar, pero las rocas son dificiles de franquear.

– Vacia el tonel. Nunca podremos pasar estas rocas si esta lleno.

El viento sopla con fuerza y las olas rompen rabiosamente contra las rocas. Ya esta vacio.

– Metele el corcho bien adentro. Espera; ponle esa placa de hierro encima.

Los agujeros ya estan hechos.

– Hunde bien las puntas.

Con el fragor del viento y de las olas, los golpes no pueden oirse.

Bien atados el uno al otro, los dos toneles resultan dificiles de pasar por encima de las rocas. Cada uno de ellos tiene una capacidad de doscientos veinticinco litros. Son voluminosos y nada faciles de manejar. El lugar escogido por mi companero para botar la improvisada balsa, no facilita las cosas.

– ?Empuja, maldita sea! Levantalo un poco. ?Cuidado con esta ola!

Los dos somos levantados, junto con los toneles, y repelidos duramente contra la roca.

– ?Cuidado! ?Van a romperse, aparte de que tambien nosotros podemos rompernos una pata o un brazo!

– Calmate, Salvidia. O pasa adelante, hacia el mar, o ven aqui atras. Aqui estas bien. Tira hacia ti de un solo golpe cuando yo grite. Al mismo tiempo, yo empujare, y seguramente nos apartaremos de las rocas. Pero, para eso, es preciso, ante todo, aguantar y mantenerse en el sitio, aunque seamos cubiertos por la primera ola.

Cuando grito estas ordenes a mi companero, en mitad de esta batahola de viento y de oleaje, creo que las ha oido. Una gran ola cubre por completo el bloque

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