arranca de mis sacos que, sueltos, avanzan cinco o seis metros.
Cuando la ola ha pasado, miro. Sylvain ha desaparecido. La arena, cubierta por una ligera capa de agua espumante, esta completamente lisa. Ni siquiera la mano de mi pobre amigo aparece para darme un ultimo adios. Mi reaccion es horriblemente bestial, desagradable, y el instinto de conservacion se sobrepone a todo sentimiento: “Tu, tu estas vivo. Tu estas solo, y cuando estes en la selva, sin tu amigo, no te sera facil salir con bien de la evasion. “
Una ola que rompe sobre mi espalda, pues me he sentado, me llama al orden. Me ha doblado, y el golpe ha sido tan fuerte que, a causa de el, se me corta la respiracion durante varios segundos. La balsa ha vuelto a deslizarse algunos metros, y solo entonces, al ver como la ola va a morir cerca de los arboles, lloro a Sylvain: “?Estabamos tan cerca! ?Si no te hubieras movido…! ?A menos de trescientos metros de los arboles! ?Por que? Pero, dime: ?por que has cometido esta estupidez? ?Como pudiste suponer que esta costra seca era lo bastante fuerte como para permitirte alcanzar a pie la costa? ?El sol? ?La reverberacion? ?Que se yo! ?No podias resistir ya este infierno? Dime: ?por que un hombre como tu no ha podido soportar achicharrarse unas horas mas? “
Las olas se suceden sin cesar con un ruido de trueno. Llegan cada vez menos espaciadas, unas tras otras, y cada vez mayores. En cada ocasion, me veo cubierto enteramente por ellas y me deslizo algunos metros, siempre en contacto con la arena. Hacia las cinco, las olas, de subito, se transforman en un fuerte oleaje, me despego del suelo y floto. Al tener fondo debajo de ellas, las olas ya casi no hacen ruido. El tronar de las primeras olas ha cesado. El saco de Sylvain ha entrado ya en la selva.
Yo no llego con demasiada brutalidad, soy depositado a veinte metros apenas de la selva virgen. Cuando la ola se retira, estoy varado de nuevo en la arena, decidido a no moverme de mi saco hasta que tenga una rama o un bejuco entre las manos. Casi veinte metros. He empleado mas de una hora en conseguir tener bastante profundidad para ser levantado de nuevo y llevado a la selva. La ola que me ha empujado con un rugido me ha proyectado literalmente sobre los arboles. Suelto el perno y me libero de la cadena. No la tiro, tal vez la necesite.
En la selva
Rapidamente, antes de que el sol se ponga, penetro en la selva medio nadando, medio caminando, pues tambien alli hay una cienaga que te traga. El agua penetra muy adentro en la espesura, y la noche ha caido cuando aun no me encuentro a pie enjuto. Un olor a podrido me sube hasta la nariz, y hay tantos gases que los ojos me escuecen. Tengo las piernas llenas de hierbas y hojas. Continuo empujando mi saco. Antes de dar un paso, mis pies tantean el terreno bajo el agua, y solo cuando aquel no se hunde, avanzo.
Paso mi primera noche sobre un gran arbol caido. Gran numero de bichos me pasan por encima. Mi cuerpo arde y me pica. Acabo de ponerme la marinera, despues de haber atado bien mi saco, que he izado sobre el tronco del arbol y cuyos dos extremos he asegurado. En el saco se halla mi vida, pues los cocos, una vez abiertos, me permitiran comer y resistir. Tengo el machete atado a mi muneca derecha. Me tiendo, extenuado, sobre el arbol, en la horquilla formada por dos ramas que me hacen una especie de gran cavidad, y me duermo sin tener tiempo de pensar en nada. Si, tal vez he murmurado dos o tres veces: “ ?Pobre Sylvain! “,
antes de caer como un pesado fardo.
Me despiertan los gritos de las aves. El sol penetra muy lejos en la selva; viene horizontalmente, asi que deben de ser las siete o las ocho de la manana. A mi alrededor, todo esta lleno de agua,
• sea que la marea sube. Tal vez el fin de la decima marea.
Hace ya sesenta horas que he partido de la isla del Diablo. No me doy cuenta de si estoy lejos del mar. De todas formas, esperare a que el agua se retire para ir hasta el borde del mar a secarme y a tomar un poco el sol. Ya no tengo agua dulce. Solo me quedan tres punados de pulpa de coco, que como con delectacion. Tambien me paso pulpa por mis llagas. La pulpa, gracias al aceite que contiene, alivia mis quemaduras. Luego, fumo dos cigarrillos. Pienso en Sylvain, esta vez sin egoismo. ?No iba al principio, a evadirme sin amigo? Y era porque yo tenia la pretension de arreglarmelas solo. Entonces, nada ha cambiado; pero una gran tristeza atenaza mi corazon, y cierro los ojos como si eso pudiera impedirme ver la escena del hundimiento de mi companero. Para el, todo se acabo.
He aparejado bien mi saco en la cavidad, y comienzo a extraer un coco de el. Llego a destrozar dos golpeandolos, con todas mis fuerzas contra el arbol, entre mis piernas. Hay que golpearlos de punta, de manera que la cascara se abra. Es mejor hacerlo asi que con el machete. Me he comido un coco fresco y he bebido la poca agua, demasiado azucarada, que contenia. El mar se retira con rapidez y entonces puedo caminar facilmente por el fango y alcanzar la playa.
El sol esta hoy radiante, y el mar, de una belleza sin igual. Durante largo tiempo, miro hacia el lugar donde supongo que Sylvain ha desaparecido. Mis efectos se secan pronto, asi como mi cuerpo, que he lavado con agua salada que he sacado de un hoyo. Fumo un cigarrillo. Una mirada mas hacia la tumba de mi amigo, y penetro en la selva, caminando sin demasiada dificultad. Con mi saco a la espalda, me interno lentamente bajo la cubierta vegetal. En menos de dos horas, encuentro al fin un terreno que no esta inundado. Ninguna senal en la base de los arboles indica que la marea llegue hasta alli. Me propongo acampar en este lugar y descansar durante veinticuatro horas. Ire abriendo los cocos poco a poco y extraere el fruto para guardarlo todo en el saco, dispuesto para ser comido cuando yo quiera. Podria encender fuego, pero no me parece prudente.
El resto de la jornada y de la noche ha transcurrido sin nada de particular. El griterio de los pajaros me despierta al levantarse el sol. Termino de sacar la pulpa de los cocos y, con un pequenisimo fardo a la espalda, me encamino hacia el Este.
Alrededor de las tres de la tarde, encuentro un sendero. Es una pista o bien de los buscadores de “balata” (goma natural), o de los prospectores de maderas o de los proveedores de los buscadores de oro. El sendero es estrecho, pero limpio, sin atravesadas, o sea que se frecuenta a menudo. De vez en cuando, algunas huellas de cascos de asno o de mulo, sin herraduras. En agujeros de barro seco, advierto pisadas humanas, con el dedo gordo del pie claramente moldeado en la arcilla. Camino hasta que se hace de noche. Mastico coco, lo cual me nutre y, al mismo tiempo, me quita la sed. Algunas veces, Con esta mixtura, bien masticada, llena de aceite y de saliva, me froto la nariz, los labios y las mejillas. Los ojos se me pegan con frecuencia y estan llenos de pus. En cuanto pueda, me los lavare con agua dulce. En mi saco, con los cocos, tenia una caja estanca con un trozo de jabon de Marsella, una maquinilla de afeitar “Gillette”, doce hojas y una brocha. La he recuperado intacta.
Camino con el machete en la mano, pero no tengo que servirme de el, pues el camino esta libre de obstaculos. Incluso advierto, en el borde, cortes de rama casi frescos. Por este sendero, pasa gente, asi que debo ir con precaucion.
La selva no es la misma que conoci en mi primera huida en Saint-Laurent-du-Maroni. Esta tiene dos estrados, y no es tan tupida como en Maroni. La primera vegetacion asciende hasta unos cinco o seis metros de altura y, mas arriba, la boveda de la selva, a mas de veinte metros. Solo hay luz del dia a la derecha del sendero. A su izquierda, es casi de noche.
Avanzo con rapidez, a veces por un calvero debido a un incendio provocado por el hombre o por un rayo. Advierto rayos de sol. Su inclinacion me demuestra que falta poco para que se ponga. Le vuelvo la espalda y me dirijo hacia el Este, o sea, hacia la aldea de los negros de Kourou, o hacia la penitenciaria del mismo nombre.
Se hara de noche de pronto. No debo andar de noche. Decido internarme en la selva y tratar de encontrar un rincon para acostarme.
A mas de treinta metros del sendero, bien abrigado bajo un monton de hojas lisas del tipo de las del platanero, me he acostado sobre una capa de ese mismo follaje, que he cortado con mi machete. Dormire completamente seco, y cabe la posibilidad de que no llueva. Me fumo dos cigarrillos.
No estoy demasiado fatigado esta noche. La pulpa de coco me mantiene en forma por lo que al hambre se refiere. ?Lastima de sed, que me reseca la boca y no consigo insalivar con facilidad!
La segunda parte de la evasion ha comenzado, y he aqui la tercera noche que he pasado sin incidentes desagradables en Tierra Grande.
?Ah, si Sylvain estuviera aqui conmigo! Pero no esta aqui, macho, ?que le vas a hacer? Para actuar, ?has tenido necesidad, alguna vez, de alguien que te aconseje o te apoye! ?Eres un capitan o un soldado? No seas imbecil, Papillon; a no ser por el disgusto normal de haber perdido a tu amigo, por el hecho de estar solo en la selva no eres menos fuerte. Ya estan lejos los tipos de Royale, San Jose y Diablo; hace seis dias que los has abandonado. Kourou debe estar alerta. En primer lugar, los guardianes del campamento forestal, y, luego, los morenos de la aldea. Debe de haber tambien un puesto de Gendarmeria. ?Es prudente caminar hacia esa aldea? No conozco nada de sus alrededores. El campamento esta enclavado entre la aldea y el rio. Es todo cuanto se de Kourou.
En Royale, habia pensado amenazar al primer tipo que me tropezara y obligarle a conducirme a los alrededores del campamento de Inini, donde se hallan los chinos, entre ellos Cuic-Cuic, el hermano de Chang. ?Por que cambiar de plan? Si en Diablo han creido que nos hemos ahogado, no habra problemas. Pero si han pensado en la fuga, Kourou es peligroso. Como es un campamento forestal, debe estar lleno de chivatos, y, entre ellos, muchos cazadores de hombres. ?Pon atencion, Papi! Nada de errores. No te dejes coger en sandwich. Es preciso que veas a los tipos, sean quienes sean, antes de que ellos reparen en ti. Conclusion: no debo caminar por el sendero, sino por la selva, paralelamente al camino. Hoy has cometido un estupido error al andar por esta pista sin otra arma que un machete. Eso no es inconsciencia, sino locura. Asi que, manana, ire por la selva.
Me he levantado temprano, despertado por los gritos de las bestias y las aves que saludan al despuntar del dia. Me despierto al mismo tiempo que la selva. Para mi, tambien comienza otra jornada. Me trago un punado de coco bien mascado. Me paso otro por la cara, y en marcha.
Muy cerca del sendero, pero bajo cubierto, ando con bastante dificultad, pues aunque los bejucos y las ramas no son muy densos, es preciso apartarlos para avanzar. De todas formas, he hecho bien en abandonar el sendero, porque oigo silbar. Ante mi, el sendero prosigue todo recto mas de cincuenta metros. No veo al silbador. ?Ah!, ahi llega. Es un negro. Lleva un fardo a la espalda y un fusil en la mano derecha. Viste una camisa caqui y un short, con las piernas y los pies desnudos. Con la cabeza baja, no quita los ojos del suelo, y tiene la espalda inclinada bajo el peso de la voluminosa carga.
Disimulado tras un grueso arbol al borde mismo del sendero, espero que llegue a mi altura, con un cuchillo grande abierto. En el instante en que pasa ante el arbol, me arrojo sobre el. Mi mano derecha ha agarrado al vuelo el brazo que sostiene el fusil y, torciendoselo, le obligo a soltarlo.
– ?No me mates! ?Piedad, Dios mio!
Continuo de pie, con la punta de mi cuchillo apoyada en la base izquierda de su cuello. Me agacho y recojo el fusil, un viejo cacharro de un solo canon, pero que debe de estar atiborrado de polvora y de plomo hasta la boca. He levantado el percutor y tras apartarme dos metros, ordeno:
– Quitate el fardo, dejalo caer. No se te ocurra salir corriendo, porque te mato como si nada.
El pobre negro, aterrorizado, obedece. Luego, me mira.
– ?Es usted un evadido?
– Si.
– ?Que quiere usted? Tome todo cuanto tengo, pero, se lo ruego, no me mate; tengo cinco hijos. Por piedad, dejeme con vida.
– Callate. ?Como te llamas?
– Jean.
– ?A donde vas?