– A llevar viveres y medicamentos a mis dos hermanos, que talan madera en la selva.
– ?De donde vienes?
– De Kourou.
– ?Eres de esa aldea?
– He nacido en ella.
– ?Conoces Inini?
– Si. A veces, trafico con los chinos del campamento de prisioneros.
– ?Ves esto?
– ?Que es?
– Es un billete de quinientos francos. Puedes elegir: o haces lo que te digo, y te regalare los quinientos francos y te devolvere el fusil, o, si rehusas o tratas de enganarme, entonces te mato. Elige.
– ?Que debo hacer? Hare todo lo que usted quiera, incluso a cambio de nada.
– Es preciso que me conduzcas, sin riesgo, a los alrededores del campamento de Inini. En cuanto yo haya establecido contacto con un chino, podras irte. ?Lo has comprendido?
– De acuerdo.
– No me enganes, porque eres hombre muerto.
– No, le juro que le ayudare lealmente.
Tiene leche condensada. Saca seis botes y me los da, asi como un bollo de pan de un kilo, y tocino ahumado.
– Esconde tu saco en la maleza, ya lo cogeras mas tarde. Mira, aqui, en ese arbol, hago una marca con mi machete.
Bebo un bote de leche. Tambien me da un pantalon largo completamente nuevo, de color azul, de mecanico. Me lo pongo sin soltar el fusil.
– Adelante, Jean. Toma precauciones para que nadie nos descubra, porque si nos sorprenden sera por tu culpa y, entonces, tanto peor para ti.
Jean sabe caminar por la selva mejor que yo, y tengo dificultades para seguirlo, tanta es su habilidad para evitar ramas y bejucos. Este buen hombre camina por la maleza como pez en el agua.
– No se si sabe que en Kourou han sido advertidos de que dos condenados se han evadido de las Islas. Asi, que quiero ser franco con usted: habra mucho peligro cuando pasemos cerca del campamento de forzados de Kourou.
– Tienes aspecto bondadoso y franco, Jean. Espero que no me equivoque. ?Que me aconsejas que haga para ir a Inini? Piensa que mi seguridad es tu vida, porque si me sorprenden los guardianes o los cazadores de hombres, me vere obligado a matarte.
– ?Como debo llamarle a usted?
– Papillon.
– Bien, Monsieur Papillon. Es preciso adentrarse en la selva y pasar lejos de Kourou. Yo le garantizo que lo llevare a Inini por la selva.
– Me fio de ti. Toma el camino que creas mas seguro.
Por el interior de la selva se camina mas lentamente, pero, desde que hemos abandonado las proximidades del sendero, noto que el negro esta mas calmado. Ya no suda con tanta abundancia, y sus rasgos aparecen menos crispados; esta como tranquilizado.
– Me parece, Jean, que ahora tienes menos miedo.
– Si, Monsieur Papillon. Estar al borde del sendero era muy peligroso para usted, y por lo tanto, tambien para mi.
Avanzamos con rapidez.
Este moreno es inteligente. Nunca se separa mas de tres o cuatro metros de mi.
– Detente, quiero fumar un cigarrillo.
– Tenga, un paquete de “Gatiloises”.
– Gracias, Jean; eres un buen tipo.
– Es verdad que soy muy bueno. Sepa que soy, catolico y sufro al ver como tratan a los presos los vigilantes blancos.
– ?Has tenido muchas ocasiones de verlo? ?Donde?
– En el campamento forestal de Kourou. Da pena verlos morir a fuego lento, devorados por ese trabajo de talar madera, y por la fiebre y la disenteria. En las Islas, estan ustedes mejor. Es la primera vez que veo a un condenado como usted, con perfecta salud.
– Si, se esta mejor en las Islas.
Nos hemos sentado en una gruesa rama de arbol. Le ofrezco uno de sus botes de leche. Rehusa y prefiere mascar coco.
– ?Es joven tu mujer?
– Si, tiene treinta y dos anos. Yo, cuarenta. Tenemos cinco hijos, tres ninas y dos ninos.
– ?Te ganas bien la vida?
– Con el palo de rosa no nos defendemos mal, y mi mujer lava y repasa la ropa para los vigilantes. Eso ayuda un poco. Somos muy pobres, pero todos comemos hasta hartarnos, y los ninos van todos a la escuela. Siempre tienen zapatos que ponerse.
?Pobre negro, que considera que, como sus ninos tienen calzado que ponerse, todo va bien! Es casi tan alto como yo, y su rostro negro no tiene nada de antipatico. Al contrario, sus ojos dicen con claridad que se trata de un hombre de sentimientos que lo honran, trabajador, sano, buen padre de familia, buen esposo y buen cristiano.
– ?Y usted, Papillon?
– Yo, Jean, trato de revivir. Enterrado en vida desde hace diez anos, no dejo de escaparme para llegar a ser un dia como tu, libre, con una mujer y crios, sin inferir, ni de pensamiento, dano a nadie. Tu mismo lo has dicho: este presidio esta podrido, y un hombre que se respete debe huir de ese fango.
– Yo le ayudare lealmente a conseguirlo. En marcha.
Con un sentido maravilloso de la orientacion, sin dudar jamas de su camino, Jean me conduce directamente a los alrededores del campamento de los chinos, adonde llegamos cuando la noche ha caido ya desde hace casi dos horas. Viniendo de lejos, se oyen los golpes, pero no se ve la luz. Jean me explica que, para aproximarse de veras al campamento, es preciso evitar uno o dos puestos avanzados. Decidimos detenernos para pasar la noche.
Estoy muerto de fatiga y tengo miedo de dormirme. ?Y si me equivoco con el negro? ?Y si es un comediante y me quita el fusil durante el sueno y me mata? Matandome gana dos cosas: se deshace del peligro que yo represento para el y gana una prima por haber dado muerte a un evadido.
Si, es muy inteligente. Sin hablar, sin esperar mas se acuesta para dormir. Conservo la cadena y el perno. Tengo deseos de atarlo, pero luego pienso que puede soltar el perno tan bien como YO, y que, actuando con precaucion, si duermo a pierna suelta, no oire nada. Primero, tratare de no dormir. Tengo un paquete entero de “Gauloises”. Voy a hacer todo lo posible por no dormirme. No puedo confiar en este hombre que, al fin y al cabo, es honrado y me cataloga como un bandido.
La noche es completamente negra. Jean esta tendido a dos metros de mi, y yo no distingo mas que lo-blanco de la planta de sus pies desnudos. En la selva hay los ruidos caracteristicos de la noche: sin cesar, el chillido del mono de papada grande, chillido ronco y potente que se oye a kilometros de distancia. Es muy importante, porque si es regular, eso significa que su manada puede comer o dormir tranquila. No denota terror ni peligro, asi que no hay fieras ni hombres por los alrededores.
Excitado, aguanto sin demasiados esfuerzos el sueno, ayudado por algunas quemaduras de cigarrillo y, sobre todo, por una bandada de mosquitos bien decididos a chuparme toda la sangre. Podria preservarme de ellos ensuciandome de saliva mezclada con tabaco. Si me pongo ese jugo de nicotina, me preservare de los mosquitos, pero sin ellos creo que me dormire. Solo es de desear que esos mosquitos no sean portadores de la malaria o de la fiebre amarilla.
Heme ya salido, acaso provisionalmente, del camino de la podredumbre. Cuando entre en el, tenia veinticinco anos, era en 1931. Estamos en 1941, o sea que han pasado diez anos. En 1932, Pradel, el fiscal desalmado, pudo, mediante una requisitoria sin piedad e inhumana, arrojarme, joven y fuerte, a este pozo que es la Administracion penitenciaria, fosa llena de liquido viscoso que debe disolverme poco a poco y hacerme desaparecer. Acabo de conseguir, al fin, realizar la primera parte de la fuga. He subido desde el fondo de ese pozo, y estoy en el brocal. Debo poner a contribucion toda mi energia e inteligencia para ganar la segunda partida.
La noche pasa lentamente, pero transcurre y no me he dormido. Ni siquiera he soltado el fusil. He permanecido tan despierto, ayudado por las quemaduras y las picaduras de los mosquitos, que ni una sola vez se me ha caido el arma de las manos. Puedo estar contento de mi pues no he arriesgado mi libertad capitulando ante la fatiga. El espiritu ha sido mas fuerte que la materia, y me felicito por ello cuando escucho los primeros cantos de los pajaros, que anuncian el proximo despuntar del dia. Esos “mas madrugadores que los demas” son el preludio de lo que no se hace esperar mucho tiempo.
El negro, despues de haberse desperezado, se sienta y, ahora, esta frotandose los pies.
– Buenos dias. ?No ha dormido usted?
– No.
– Es una tonteria, porque le aseguro que no tiene nada que temer de mi. Estoy decidido a ayudarle para que triunfe en su proyecto.
– Gracias, Jean. ?Tardara el dia en penetrar en la maleza?
– Mas de una hora, todavia. Solo las bestias advierten tanto tiempo antes que todo el mundo que el dia va a despuntar. Veremos casi con claridad de aqui a una hora. Presteme su cuchillo, Papillon.
Se lo tiendo sin dudar. Da dos o tres pasos y corta una rama de una planta gruesa. Me da un pedazo grande y se guarda el otro.
– Beba el agua que hay dentro y pasesela por la cara.
Con esa extrana cubeta, bebo y me lavo. Ya es de dia. Jean me ha devuelto el cuchillo. Enciendo un cigarrillo, y Jean fuma tambien. En marcha. Hacia la mitad de la jornada, despues de haber chapoteado muchas veces en grandes charcas de lodo muy dificiles de franquear, sin haber tenido ningun encuentro, malo o bueno, hemos llegado a los alrededores del campamento de Inini.
Nos hemos aproximado a una carretera de acceso al campamento.
Una estrecha linea ferrea contornea un lado de este amplio espacio talado.
– Es -me dice Jean- una via ferrea por la que solo circulan carretillas empujadas por los chinos. Estas carretillas hacen un ruido terrible, y se las oye desde lejos.
Asistimos al paso de una de ellas, coronada por un banco en el que se sientan dos guardianes. Detras, dos chinos con largas varas de madera frenan el artilugio.