en grito. Un tipo se aproxima al borde de la isla. Es pequeno y va vestido tan solo con un short. Los dos indochinos hablan entre si. La conversacion es larga, y ya empiezo a impacientarme cuando, al fin, paran de hablar.
– No vengas por aqui -dice Van Hue.
Le sigo y volvemos sobre nuestros pasos.
– Todo va bien; es un amigo de Cuic-Cuic. Cuic-Cuic ha ido de caza y no tardara en regresar. Hay que esperarlo ahi.
Nos sentamos. Menos de una hora despues, llega Cuic-Cuic. Es un tipillo muy seco, amarillo anamita, con los dientes muy laqueados, casi negros, brillantes, con ojos inteligentes y francos.
– ?Eres amigo de mi hermano Chang?
– Si.
– Bien. Puedes irte, Van Hue.
– Gracias -dice Van Hue.
– Toma, llevate esta codorniz.
– No, gracias.
Me estrecha la mano y se va.
Cuic-Cuic me arrastra tras un cerdo que camina ante el. Puede decirse que le sigue los pasos.
– Pon mucha atencion, Papillon. El menor paso en falso, un error, y te hundes. En caso de accidente, no podria socorrerte, porque entonces no solo desaparecerias tu, sino tambien yo. El camino que debe atravesarse nunca es el mismo, pues el lodo se mueve, pero el cerdo siempre encuentra un paso. Solo una vez tuve que esperar dos dias para pasar.
En efecto, el cerdo negro olisquea y rapidamente, se interna en el pantano. El chino le habla en su lengua. Yo le sigo, desconcertado por el hecho de que ese animalito le obedezca como un perro. Cuic-Cuic observa, y yo abro los ojos, pasmado. El cerdo se mete en el pantano sin hundirse nunca mas que unos centimetros. Rapidamente tambien, mi nuevo amigo se interna a su vez y dice:
– Pon los pies en las huellas de los mios. Es preciso darse mucha prisa, pues los agujeros que ha hecho el cerdo se borran de inmediato.
Hemos hecho la travesia sin dificultades. La arena movediza nunca me ha llegado mas arriba de los tobillos, y aun eso hada el final.
El cerdo habia dado dos largos rodeos, lo que nos obligo a caminar por esta costra firme durante mas de doscientos metros. El sudor me fluia por todos los poros. No puedo decir que tuviera solo miedo, porque en verdad, estaba aterrorizado.
Durante la primera parte del trayecto, me preguntaba si mi destino queria que yo muriera como Sylvain. Lo evocaba, al pobre, en su ultimo instante y, aun estando muy despierto, distinguia su cuerpo, pero su rostro parecia tener mis rasgos. ?Que impresion me ha producido esta travesia! No puedo olvidarla.
– Dame la mano.
Y Cuic-Cuic, ese tipillo todo el huesos y piel, me ayuda a brincar a la orilla,
– Bueno, companero, te aseguro que aqui no vendran a buscarnos los cazadores de hombres.
– ?Ah, por ese lado, estoy tranquilo!
Penetramos en el islote. Un olor a gas carbonico se apodera de mi garganta. Toso. Es el humo de dos carboneras que se consumen. Aqui, no corro el riesgo de tener mosquitos. Bajo el viento, arropada por el humo, hay una barraquita de techo de hojas; las paredes tambien son de hojas trenzadas. Una-puerta y, ante ella, el pequeno indochino que vi antes que a Cuic-Cuic.
– Buenos dias, senor.
– Hablale en frances y no en dialecto; es un amigo de mi hermano.
El indochino, la mitad de un hombre, me examina de pies a cabeza. Satisfecho de su inspeccion, me tiende la mano sonriendo con una boca desdentada.
– Entra y sientate.
La cocina esta limpia. Algo cuece al fuego en una gran marmita.
No hay mas que una cama hecha de ramas de arboles, a un metro del suelo por lo menos.
– Ayudame a fabricar un lugar para que duerma esta noche.
– Si, Cuic-Cuic.
En menos de media hora, mi yacija esta hecha. Los dos chinos ponen la mesa y comemos una sopa deliciosa y, luego, arroz blanco con carne y cebollas.
– El amigo de Cuic-Cuic es quien vende el carbon vegetal. No vive en la isla, y por eso, al caer la noche, nos encontramos solos Cuic-Cuic y yo.
– Si, robe todos los patos del jefe del campamento, por eso me he fugado.
Con nuestros rostros iluminados a intervalos por las llamas de' fuego estamos sentados uno frente a otro. Nos examinamos y hablando,, cada uno de nosotros trata de conocer y comprender al otro.
El rostro de Cuic-Cuic casi no es amarillo. Con el sol, su amarillo natural se ha vuelto cobrizo. Sus ojos, muy rasgados, negro brillante, me miran fijamente cuando hablo. Fuma largos cigarros hechos por el mismo con hojas de tabaco negro.
Yo continuo fumando cigarrillos que lio en papel de arroz que me proporciono el manco.
– Asi que me fugue porque el jefe, el amo de los patos, queria matarme. De eso hace tres meses. Lo malo es que he perdido en el juego no solo el dinero de los patos, sino tambien el del carbon de dos carboneras.
– ?Donde juegas?
– En la selva. Cada noche juegan los chinos del campamento de Inini y liberados que vienen de Cascade.
– ?Has decidido hacerte a la mar?
– No deseo otra cosa, y cuando vendia mi carbon vegetal pensaba comprar una embarcacion, y encontrar a un tipo que supiera manejarla y quisiera partir conmigo. Pero en tres semanas, con la venta del carbon, podremos comprar la canoa y hacernos a la mar, puesto que tu sabes pilotar.
– Yo tengo dinero, Cuic-Cuic. No habra que esperar a vender el carbon para comprar la embarcacion.
– Entonces, todo va bien. Hay una buena chalupa en venta por dos mil quinientos francos. Quien la vende es un negro, un talador de madera.
– Bien. ?La has visto?
– Si.
– Yo tambien quiero verla.
– Manana ire a ver a Chocolate, como le llamo. Cuentame toda fuga, Papillon. Yo creia que era imposible evadirse de la isla del Diablo. ?Por que motivo no partio contigo mi hermano Chang?
Le cuento la fuga, la ola Liseette y la muerte de Silvain.
Comprendo que Chang no quisiera partir contigo. Era arriesgado de veras. Tu eres un hombre afortunado, por eso has podido llegar vivo hasta aqui. Estoy contento de que haya sido asi.
Hace mas de tres horas que Cuic-Cuic y yo conversamos. Nos acostamos pronto, pues el al despuntar el dia, quiere ir a ver a Chocolate. Despues de haber puesto una gruesa rama en la rustica cocina para mantener el fuego toda la noche, nos echamos a dormir. La humareda me hace toser y se apodera de mi garganta, pero tiene una ventaja: ni un solo mosquito.
Echado en mi yacija, cubierto con una buena manta, bien caliente, cierro los ojos. No puedo dormirme. Estoy demasiado excitado. Si, la fuga se desarrolla bien. Si la embarcacion es buena, antes de ocho dias me hare a la mar. Cuic-Cuic es pequeno, seco, pero debe de tener una fuerza poco comun y una resistencia a toda prueba. Es, ciertamente, leal y correcto con sus amigos, pero debe de ser tambien muy cruel con sus enemigos. Es dificil leer en un rostro de asiatico, no expresa nada. Sin embargo, sus ojos hablan en su favor.
Me duermo y sueno con un mar lleno de sol, con mi barca franqueando alegremente las olas, en marcha hacia la libertad.
– ?Quieres cafe o te?
– ?Que bebes tu?
– Te.
– Pues dame te.
El dia apenas despunta. El fuego ha quedado encendido desde ayer y en una cacerola hierve agua. Un gallo lanza su alegre canto. No hay gritos de pajaros alrededor de nosotros; seguramente, el humo de las carboneras los ahuyenta. El cerdo esta acostado en la cama de Cuic-Cuic. Debe de ser perezoso, porque continua durmiendo. Galletas hechas con harina de arroz se tuestan en la brasa. Despues de haberme servido te azucarado, mi companero corta una galleta en dos, la unta de margarina y me la da. Nos desayunamos copiosamente. Como tres galletas bien tostadas.
– Me voy, acompaname. Si gritan o silban, no respondas. No corres ningun riesgo porque nadie puede venir aqui. Pero si te dejas ver al borde de la cienaga, pueden matarte de un disparo de fusil.
El cerdo se levanta a los gritos de su dueno. Come, bebe y, despues, sale. Lo seguimos. Va directo a la cienaga. Baja bastante lejos del lugar donde llegamos ayer. Despues de haber andado unos diez metros, regresa. El paso no le agrada. Al cabo de tres tentativas, consigue cruzar. Cuic-Cuic, inmediatamente y sin aprension, franquea la distancia hasta tierra firme.
Cuic-Cuic no debe regresar hasta la noche. He comido yo solo la sopa que habia puesto al fuego. Tras haber cogido ocho huevos del gallinero, me he hecho, con margarina, una tortilla de tres huevos. El viento ha cambiado de direccion y la humareda de las dos carboneras de frente a la choza se dirige a un lado. Al abrigo de la lluvia que ha caido por la tarde, bien acostado en mi lecho de madera, no he sido perturbado por el gas carbonico.
Por la manana, he dado la vuelta a la isla. Casi en su centro, se abre un calvero bastante grande. Arboles caidos y lena cortada me indican que de alli saca Cuic- Cuic la madera para sus carboneras. Veo tambien un gran agujero de arcilla blanca de donde saca, seguramente, la tierra necesaria para cubrir la madera con el fin de que se consuma sin llama. Las gallinas van a picotear al calvero. Una rata enorme huye bajo mis pies y, algunos metros mas alla, encuentro una serpiente muerta de casi dos metros de largo. Sin duda, es la rata la que acaba de matarla. Toda esta jornada que he pasado solo en el islote ha sido una serie de descubrimientos. Por ejemplo, he encontrado una familia de osos hormigueros. La madre y tres pequenos. Un enorme hormiguero bullia en torno a ellos. Una docena de monos, muy pequenos, saltan de arbol en arbol en el claro. Ante mi llegada los micos gritan hasta destrozarme los oidos.
Cuic-Cuic regresa por la noche.
– No he visto a Chocolate y tampoco la embarcacion. Ha debido de ir en busca de viveres a Cascade, la aldehuela donde tiene su casa. ?Has comido bien?