Aquel verano, el jefe de nuestra aldea nos envio varias veces a la ciudad para asistir a proyecciones de peliculas. A mi entender, la razon oculta de aquellas liberalidades era la irresistible seduccion que sobre el ejercia nuestro pequeno despertador, con su orgulloso gallo de plumas de pavo real, que picaba un grano de arroz cada segundo; aquel ex cultivador de opio, convertido en comunista, se habia enamorado de el locamente. El unico medio de poseerlo, aunque solo fuera por poco tiempo, era mandarnos a Yong Jing. Durante los cuatro dias que tardabamos en ir y volver, se convertia en dueno del despertador.
A finales del mes de agosto, es decir, un mes antes de la pelea que provoco la congelacion de nuestras relaciones diplomaticas con el Cuatrojos, acudimos de nuevo a la ciudad, pero esta vez llevamos con nosotros a la Sastrecilla.
La pelicula, proyectada al aire libre en la cancha de baloncesto del instituto, atestada de espectadores, seguia siendo aquella vieja pelicula norcoreana,
Otra razon que nos ponia de buen humor era la compania de nuestra Sastrecilla. Puesto que llegamos despues de que comenzara la proyeccion, solo quedaban lugares de pie, detras de la pantalla, donde todo estaba invertido y todos eran zurdos. Pero ella no quiso perderse el raro espectaculo. Y para nosotros era un regalo contemplar su hermoso rostro brillando con los reflejos coloreados, luminosos, que la pantalla enviaba. A veces, su cara era devorada por la oscuridad, y entonces solo se veian sus ojos en la negrura, como dos manchas fosforescentes. Pero de pronto, en un cambio de plano, aquella cara se iluminaba, se coloreaba y florecia en el esplendor de su ensueno. De todas las espectadoras, que por lo menos eran dos mil, si no mas, ella era sin duda la mas hermosa. Una especie de vanidad masculina ascendia de lo mas profundo de nosotros mismos, ante las celosas miradas de los demas hombres que nos rodeaban. En plena sesion, tras media hora de pelicula, aproximadamente, la Sastrecilla volvio la cabeza y me susurro al oido algo que me fulmino:
– Es mucho mas interesante cuando tu lo cuentas.
El hotel donde nos alojamos era muy barato, cincuenta centimos por habitacion, apenas el precio de un plato de buey encebollado. Dormitando en una silla, en el patio, el guardian nocturno, un anciano calvo al que conociamos ya, nos indico con el dedo una habitacion cuya luz estaba encendida, diciendonos en voz baja que una mujer elegante, de unos cuarenta anos, la habia alquilado para pasar la noche; procedia de la capital de nuestra provincia y se marchaba al dia siguiente hacia la montana del Fenix del Cielo.
– Viene a buscar a su hijo -anadio-. Le ha encontrado un buen puesto en su ciudad.
– ?Esta su hijo reeducandose? -le pregunto Luo.
– Si, como vosotros.
?Quien podia ser el afortunado, el primer liberado del centenar de jovenes reeducados de nuestra montana? La cuestion nos obsesiono durante la mitad de la noche, por lo menos; nos torturo el espiritu, nos mantuvo en una enfebrecida vela, nos corroyo de envidia. Las camas del hotel se habian vuelto abrasadoras, era imposible dormir alli. No conseguiamos adivinar quien era aquel suertudo, aunque habiamos enumerado los nombres de todos los muchachos, a excepcion de los de los «hijos de burgues» como el Cuatrojos, o de los «hijos de enemigos del pueblo», como nosotros, es decir, de los que tenian tres sobre mil de posibilidades.
Al dia siguiente, en el camino de regreso, encontre a la mujer que habia venido a salvar a su hijo. Fue justo antes de que el sendero se elevase por los roquedales y desapareciera en las nubes blancas de las altas montanas. Bajo nuestros pies se extendia una inmensa ladera, cubierta de tumbas tibetanas y chinas. La Sastrecilla habia querido mostrarnos donde estaba enterrado su abuelo materno, pero como no me gustaban mucho los cementerios, los habia dejado entrar sin mi en el bosque de losas sepulcrales, algunas de las cuales estaban medio enterradas en el suelo y otras ocultas por lujuriantes hierbas.
A un lado del sendero, bajo una arista rocosa que sobresalia, encendi una hoguera, como de costumbre, con ramas y hojas secas, y saque de la bolsa unas patatas dulces que meti en las cenizas para que se asaran. Entonces aparecio la mujer, sentada en una silla de madera sujeta a la espalda de un joven por dos correas de cuero. Sorprendentemente, en aquella posicion tan peligrosa, demostrando una calma casi inhumana, hacia calceta, como la hubiera hecho en su balcon. De estrecho talle, llevaba una chaqueta de pana verde oscuro, un pantalon beige y un par de zapatos de suela plana, piel flexible y un tono verde descolorido. Al llegar a mi altura, el porteador quiso hacer un alto y deposito la silla sobre una roca cuadrada. Ella siguio con su calceta, sin bajar de la silla, sin lanzar ni una sola ojeada a mis patatas asadas ni dirigir la menor frase amable a su porteador. Le pregunte, imitando el acento local, si se habia alojado la vispera en el hotel de la ciudad. Ella asintio con un simple movimiento de cabeza y continuo su calceta. Era una mujer elegante, rica sin duda, a la que nada, aparentemente, podia asombrar.
Con una ramita de arbol, pinche una patata dulce del humeante monton y la palmee, para limpiarla de tierra y cenizas. Decidi cambiar de pronunciacion.
– ?Desea probar un asado montanes?
– ?Su acento es de Chengdu! -me grito, y su voz era dulce y agradable.
Le explique que mi familia vivia en Chengdu, de donde yo procedia efectivamente. Bajo enseguida de su silla y, con la calceta en la mano, vino a acuclillarse ante mi hoguera. Sin duda no estaba acostumbrada a sentarse en semejante lugar.
Tomo la patata dulce que yo le tendia y la soplo, con una sonrisa. Dudaba en morderla.
– ?Que esta haciendo usted aqui? ?Reeducarse?
– Si, en la montana del Fenix del Cielo -le respondi, buscando otra patata entre las brasas.
– ?De verdad? -exclamo-. Tambien a mi hijo lo reeducan en esa montana. Tal vez lo conozca. Al parecer es el unico de ustedes que lleva gafas.
Perdi la patata dulce y mi rama pincho en el vacio. Mi cabeza comenzo a zumbar de pronto, como si hubiera recibido un bofeton.
– ?Es usted la madre del Cuatrojos?
– Si.
– ?De modo que el es el primer liberado!
– Oh, ?esta usted al corriente? Si, trabajara en la redaccion de una revista literaria de nuestra provincia.
– Su hijo es un autentico especialista en canciones montanesas.
– Lo se. Antes, temiamos que perdiera el tiempo en esta montana. Pero no. Ha recopilado canciones, las ha adaptado, modificado, y los textos de esos cantos campesinos han gustado enormemente al redactor jefe.
– Ha podido hacer ese trabajo gracias a usted. Le dio muchos libros para que los leyera.
– Si, claro.
De pronto, callo y clavo en mi una mirada desconfiada.
– ?Libros? Nunca -me dijo con frialdad-. Muchas gracias por la patata.
Era realmente susceptible. Lamente haberle hablado de los libros viendo como devolvia, discretamente, su patata dulce al humeante monton, se levantaba y se disponia a partir.
De pronto, se volvio hacia mi y me hizo la pregunta que yo temia:
– ?Como se llama usted? Cuando llegue, le dire a mi hijo que lo he conocido.
– ?Mi nombre? -dije con timida vacilacion-. Me llamo Luo.
Apenas la mentira broto de mi boca, me lo reproche mucho. Todavia me parece oir a la madre del Cuatrojos exclamando con voz dulce, como si de un viejo amigo se tratara:
– ?Es usted el hijo del gran dentista! ?Que sorpresa! ?Es cierto que su padre cuido los dientes de nuestro presidente Mao?
– ?Quien se lo ha dicho?
– Mi hijo, en una de sus cartas.
– No lo se.
– ?Su padre no se lo conto nunca? ?Que modestia! Debe de ser un gran, un grandisimo dentista.
– Ahora esta encarcelado. Lo consideran un enemigo del pueblo.
– Lo se. La situacion del padre del Cuatrojos no es mejor que la suya. (Bajo la voz y comenzo a susurrar.) Pero no se preocupe demasiado. Ahora esta de moda la ignorancia, pero algun dia la sociedad necesitara, otra vez, buenos medicos, y el presidente Mao volvera a necesitar a su padre.
– El dia que vuelva a ver a mi padre, le transmitire sus palabras de simpatia.
– No se abandone usted, tampoco. Yo, como puede ver, tejo sin parar ese jersey azul, pero es solo una apariencia: de hecho, compongo poemas mentalmente, mientras hago calceta.
– ?Me deja usted pasmado! -le dije-. ?Y que clase de poemas?
– Secreto profesional, muchacho.
Con una aguja de hacer calceta, pincho una patata dulce, la pelo y se la metio, caliente, en la boca.
– ?Sabe usted que mi hijo le aprecia mucho? Me ha hablado a menudo de usted en sus cartas.
– ?De verdad?
– Si, al que detesta es a su companero, el que esta en la misma aldea que usted.
Una verdadera revelacion. Me felicite por haber adoptado la identidad de Luo.
– Pero ?por que? -pregunte, intentando mantener un tono tranquilo.
– Al parecer es un tipo retorcido. Sospecha que mi hijo ha escondido una maleta y, cada vez que va a verlo, la busca por todas partes.
– ?Una maleta con libros?
– No lo se -dijo de nuevo desconfiada-. Cierto dia, como no soportaba ya su actitud, le dio un punetazo al muchacho y, luego, una paliza. Parece que habia sangre por todas partes.
No la desmenti, y estuve a punto de decirle que, en vez de falsificar canciones montanesas, su hijo tendria que haberse dedicado al cine; entonces habria podido perder el tiempo inventando ese tipo de escenas idiotas.
– Aun asi, ignoraba que mi hijo fuera tan fuerte para pelearse -prosiguio-. Le escribi para renirle y decirle que no se metiera nunca mas en ese tipo de situaciones peligrosas.
– Mi companero se sentira muy deprimido al saber que su hijo nos abandona definitivamente.
– ?Por que? ?queria vengarse?
– No, no lo creo. Pero no tendra ya la esperanza de echar mano a la maleta secreta.
– ?Ah, claro! ?Que decepcion para el muchacho!
Puesto que su porteador se impacientaba, se despidio de mi tras haberme deseado buena suerte. Subio de nuevo a la silla, reanudo su calceta y desaparecio.
Lejos del sendero principal, la tumba del antepasado de nuestra amiga la Sastrecilla estaba encajonada en un rincon que daba al sur, entre las sepulturas de forma redondeada de los pobres, algunas de las cuales ya solo eran sencillas protuberancias de tierra de desiguales tamanos. Otras se hallaban en mejor estado, con sus losas sepulcrales puestas de traves en medio de las altas hierbas medio marchitas. La que honraba la Sastrecilla era muy modesta, al limite de la miseria: era una piedra gris oscuro, veteada de azul, gastada por varios decenios de intemperie, en la que solo se habia inscrito un nombre y dos fechas que resumian una existencia anodina. Acompanada de Luo, puso en ella las flores que habia recogido por los alrededores: unos cercis de hojas verdes,