– Sirvanse -nos dijo el viejo-. Es mi plato de cada dia: bolas de jade con salsa de sal.

Mientras hablaba, tomo unos palillos con los que atrapo un guijarro del plato, lo metio en la salsa con una lentitud casi ritual, se lo llevo a la boca y lo chupo con apetito. Mantuvo mucho tiempo el guijarro en su boca; lo vi rodar entre sus dientes amarillentos y negruzcos, luego parecio desaparecer por el fondo de su gaznate, pero reaparecio. El viejo lo escupio por la comisura de los labios y lo mando lejos de la cama.

Tras unos instantes de duda, Luo tomo los palillos y probo su primera bola de jade, maravillado, lleno de una admiracion mezclada con conmiseracion. El caballero de Bai Ping que yo era les imito. La salsa no estaba demasiado salada y el guijarro dejo en mi boca un sabor dulzon, algo amargo.

El viejo no dejaba de escanciar aguardiente en nuestros cubiletes y de pedirnos que «empinaramos el codo con el» mientras los guijarros propulsados por nuestras tres bocas, en un movimiento parabolico caian, percutiendo, a veces, sobre los que tapizaban ya el suelo con un ruido claro, seco y alegre.

El viejo estaba muy en forma. Tenia tambien mucho sentido profesional. Antes de cantar, salio para detener la rueda que con tanta fuerza chirriaba. Luego cerro la ventana para mejorar la acustica. Con el torso desnudo aun, se ajusto el cinturon -un cordel de paja trenzada- y, por fin, descolgo del muro su instrumento de tres cuerdas.

– ?Quieren escuchar viejos estribillos? -nos pregunto.

– Si, es para una importante revista oficial-le confeso Luo-. Solo usted puede salvamos, amigo mio. Necesitamos cosas sinceras, autenticas, con cierto romanticismo revolucionario.

– ?Que es eso del romanticismo?

Tras reflexionar, Luo poso la mano sobre su pecho, como un testigo que prestara juramento ante el cielo:

– La emocion y el amor.

Los dedos huesudos del anciano recorrieron silenciosamente las cuerdas del instrumento, que sujetaba como una guitarra. Resono la primera nota y enseguida inicio un estribillo con voz apenas audible.

Lo que primero capto nuestra atencion fueron los movimientos de su vientre que, durante los primeros segundos, velaron por completo su voz, la melodia y todo lo demas. ?Que pasmoso vientre! De hecho, flaco como estaba, no tenia vientre en absoluto, pero su piel arrugada formaba innumerables pliegues minusculos sobre su abdomen. Cuando cantaba, esos pliegues despertaban, se convertian en pequenas olitas fluyendo y refluyendo por su vientre desnudo, iluminado, bronceado. El cordel de paja que le servia de cinturon comenzo a ondular locamente. A veces era devorado por el oleaje de su piel arrugada, y no se veia ya; pero cuando se lo creia definitivamente perdido en los movimientos de la marea, emergia de nuevo, digno e implacable. Un cordel magico.

Muy pronto, la voz del viejo molinero, ronca y profunda a la vez, resono con mucha fuerza en la estancia. Cantaba, y sus ojos navegaban sin cesar entre el rostro de Luo y el mio, unas veces con amistosa complicidad, otras con una fijeza algo hurana.

He aqui lo que canto:

Dime:

?De que tiene miedo

un viejo piojo?

Tiene miedo del agua que hierve,

del agua que hierve.

y la joven monja, dime,

?de que tiene miedo?

Tiene miedo del viejo monje,

solo, solo

del viejo monje.

Soltamos una gran carcajada, Luo primero y luego yo. Intentamos contenernos, claro, pero la carcajada subia, subia y termino estallando. El viejo molinero siguio cantando, con una sonrisa mas bien orgullosa y oleadas de piel plisada en el vientre. Retorciendonos de risa, Luo y yo caimos al suelo, sin poder detenernos.

Con lagrimas en los ojos, Luo se levanto para coger una calabaza y llenar nuestros tres cubiletes, mientras el viejo cantor acababa su primer estribillo sincero, autentico y dotado de romanticismo montanes.

– Brindemos primero por su maldito vientre -propuso Luo.

Con el cubilete en la mano, nuestro cantor nos permitio posar la mano en su abdomen y comenzo a respirar, sin cantar, solo por el placer del espectacular movimiento de su vientre. Luego brindamos, y cada cual vacio de un trago su cubilete. Durante los primeros segundos, nadie reacciono, ni yo ni ellos. Pero, de pronto, algo subio por mi gaznate, algo tan extrano que olvide mi papel y le pregunte al viejo, en perfecto dialecto sichuanes:

– Pero ?que es este matarratas?

Apenas pronunciada mi frase, los tres escupimos lo que teniamos en la boca, casi al mismo tiempo: Luo se habia equivocado de calabaza. No nos habia servido aguardiente sino el petroleo de la lampara.

Desde su llegada a la montana del Fenix del Cielo, era sin duda la primera vez que los labios del Cuatrojos se tensaban en una verdadera sonrisa de felicidad. Hacia calor. En su pequena nariz cubierta de gotitas de sudor, las gafas resbalaban y, por dos veces, estuvieron a punto de caer y romperse, mientras estaba sumido en la lectura de las dieciocho canciones del viejo molinero que habiamos anotado en papel manchado de salsa salada, aguardiente y petroleo. Luo y yo estabamos tendidos en su cama, sin habernos tomado el trabajo de quitarnos la ropa y el calzado. Habiamos caminado casi toda la noche por la montana y atravesado un bosque de bambues donde unos grunidos de invisibles fieras nos habian acompanado, a lo lejos, hasta el amanecer; de modo que estabamos a dos pasos de morir de agotamiento. De pronto, la sonrisa del Cuatrojos desaparecio y su rostro se ensombrecio.

– ?Joder! -nos grito-. Solo habeis anotado porquerias.

Oyendole gritar, habriase dicho que era un autentico comandante, loco de colera. No me gusto su tono, pero calle. Lo unico que esperabamos de el era que nos prestase uno o dos libros, como recompensa por nuestra mision.

– Nos pediste autenticas canciones de montanes -recordo Luo con voz tensa.

– ?Dios mio! Os adverti que queria palabras positivas, prenadas de romanticismo realista.

Mientras hablaba, el Cuatrojos sujetaba las hojas con dos dedos y las agitaba sobre nuestras cabezas; se oia el crujido del papel y su voz de maestro serio.

– ?Por que sera que os sentis atraidos siempre por las guarradas prohibidas?

– No exageres -le dijo Luo.

– ?Que yo exagero? ?Quieres que le ensene esto al comite de la comuna? Tu viejo molinero sera acusado enseguida de propagar canciones eroticas, puede ir incluso a la carcel, y no es una broma.

De pronto, lo deteste. Pero no era el momento de estallar, preferia esperar a que cumpliera su promesa de pasarnos algunos libros.

– Vamos, ?a que esperas para hacer de soplon? -le pregunto Luo-. Yo adoro a ese viejo, con sus canciones, su voz, los movimientos de su maldito vientre y todas esas palabras. Volvere para llevarle un poco de dinero.

Sentado al borde de la cama, el Cuatrojos puso sus piernas flacas y planas en una mesa, y releyo una o dos hojas.

– ?Como habeis podido perder el tiempo anotando estas guarradas! ?No puedo creermelo! No sois tan idiotas para imaginar que un arribista oficial puede publicarlas. ?Como va a abrirme esto las puertas de una redaccion?

Habia cambiado mucho desde que recibio la carta de su madre. Este modo de hablarnos hubiera sido impensable unos dias antes. Yo no sabia que una pequena esperanza en su porvenir podia transformar tanto a un tipo, hasta volverlo completamente loco, arrogante y poner en su voz tanto deseo y tanto odio. Seguia sin hacer la menor alusion a los libros que debia prestarnos. Se levanto, dejo las hojas de papel sobre la cama y fue a la cocina a preparar la comida y cortar verduras. Seguia sin callarse:

– Os aconsejo que recojais vuestras notas y las arrojeis al fuego enseguida, o que las oculteis en los bolsillos. No quiero ver ese tipo de guarradas prohibidas en mi casa, en mi cama…

Luo se reunio con el en la cocina:

– Sueltanos uno o dos libros y nos largamos.

– ?Que libros? -oi que preguntaba el Cuatrojos, mientras seguia cortando coles o nabos.

– Los que nos prometiste.

– ?Me estas tomando el pelo, o que? Me habeis traido unas sandeces lamentables, que solo pueden crearme problemas. ?Y teneis la cara dura de presentarmelo como…?

De pronto, callo y se lanzo hacia la alcoba con el cuchillo en la mano. Recogio las hojas esparcidas por la cama, se acerco a la ventana para aprovechar mejor la luz y volvio a leerlas.

– ?Dios mio! Estoy salvado -grito-. Me bastara con cambiar un poco el texto, anadir unas palabras, suprimir otras… Mi cabeza funciona mejor que la vuestra. ?Sin duda soy mas inteligente!

Y sin pensarlo nos hizo una demostracion de su version adaptada y trucada, con el primer estribillo:

Dime:

?De que tienen miedo

los pequenos burgueses?

De la ola bullente

del proletariado.

Dando un fulgurante respingo, me levante y me arroje sobre el. Solo queria arrebatarle las hojas, impulsado por la colera, pero mi gesto se transformo en un fuerte punetazo en el rostro, que lo hizo vacilar. La parte posterior de su cabeza golpeo el muro, reboto, el cuchillo cayo y su nariz comenzo a sangrar. Quise recuperar nuestras hojas, hacerlas pedazos y meterselas en la boca, pero no las solto.

Como hacia tiempo que no me peleaba, tuve un momento de indecision y no comprendi lo que ocurria. Le vi abrir la boca de par en par, pero no oi su aullido.

Cuando volvi en mi, Luo y yo estabamos sentados junto a un sendero, bajo una roca. Luo senalo mi chaqueta Mao, manchada con la sangre del Cuatrojos.

– Pareces un heroe de pelicula de guerra -me dijo-. Ahora, Balzac se ha terminado para nosotros.

Cada vez que me preguntan como es la ciudad de Yong Jing, respondo sin excepcion con una frase de mi amigo Luo: «Es tan pequena que si la cantina del ayuntamiento prepara buey encebollado, toda la ciudad olfatea su aroma.»

De hecho, la ciudad tenia una sola calle, de unos doscientos metros, en la que estaban el ayuntamiento, la oficina de correos, una tienda, una libreria, un instituto y un restaurante, detras del cual habia un hotel de doce habitaciones. Al salir de alli, agarrado a la ladera de una colina, se hallaba el hospital del distrito.

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