brillantes, en forma de corazon; algunos ciclamenes que se doblaban graciosamente; balsaminas, denominadas «hadas fenix», y tambien orquideas silvestres, tan raras con sus petalos de color blanco lechoso, inmaculado, en los que se engastaba un corazon de color amarillo tierno.

– ?Por que pones esa cara? -me grito la Sastrecilla.

– Llevo luto por Balzac -les anuncie.

Les resumi mi encuentro con la poetisa disfrazada de calcetera. Ni el vergonzoso robo de las canciones del viejo molinero, ni el adios a Balzac, ni la inminente partida del Cuatrojos les conmovieron tanto como a mi, mas bien al contrario. Pero el papel de hijo de dentista que yo habia improvisado les hizo soltar una carcajada que resono en el cementerio silencioso.

Una vez mas, ver reir a la Sastrecilla me fascino. Era de una belleza distinta a la que me habia seducido durante la sesion de cine al aire libre. Cuando se reia, estaba tan bonita que, sin exagerar, yo habria querido casarme enseguida con ella, aunque se tratara de la novia de Luo. En su risa, senti el aroma de las orquideas silvestres, mas fuerte aun que el de las otras flores depositadas en la tumba; su aliento era almizclado y torrido.

Luo y yo permanecimos de pie mientras ella se arrodillaba ante la tumba de su antepasado. Se prosterno varias veces y le dirigio palabras consoladoras, en una especie de monologo murmurado con dulzura.

De pronto, volvio la cabeza hacia nosotros.

– ?Y si robaramos los libros del Cuatrojos?

Por el relato de la Sastrecilla, seguimos casi hora tras hora lo que ocurrio en la aldea del Cuatrojos durante los dias que precedieron a su partida, prevista para el 4 de septiembre. Gracias a su oficio de costurera, le bastaba, para estar informada de los acontecimientos, con seleccionar los chismorreos de sus clientes, entre los que habia tantos hombres como mujeres, jefes o ninos, procedentes de todos los pueblos de los alrededores. Nada podia escaparsele.

Para celebrar con gran pompa el final de su reeducacion, el Cuatrojos y su madre la poetisa prepararon una fiesta para la vispera de su partida. Corrio el rumor de que la madre habia comprado al jefe del pueblo, que habia dado su conformidad para que se matara un bufalo y se ofreciera a todos los aldeanos un banquete al aire libre.

Quedaba por saber que bufalo iba a ser sacrificado y como lo matarian, pues la ley prohibia matar los bufalos que servian para labrar los campos.

Aunque eramos los dos unicos amigos del afortunado elegido, no figurabamos en la lista de invitados. No lo lamentabamos, pues habiamos decidido poner en practica nuestro plan de dar el golpe durante el banquete, que nos parecia el mejor momento para robar la maleta secreta del Cuatrojos.

En casa de la Sastrecilla, Luo encontro clavos, largos y oxidados, en el fondo de un cajon de la comoda que constituyo, antano, la dote de su madre. Fabricamos una ganzua, como autenticos ladrones. ?Como nos alegraba aquella perspectiva! Frote el clavo mas largo con una piedra, hasta que se puso ardiente entre mis dedos. Luego lo limpie en mi pantalon, mugriento de barro, y lo puli para devolverle su puro y claro brillo. Cuando lo acerque a mi rostro, me parecio ver que reflejaba mis ojos y el cielo de finales del estio. Luo se encargo de la parte mas delicada: con una mano, mantuvo el clavo sobre la piedra y, con la otra, levanto el martillo; este describio una hermosa curva en el aire, cayo sobre la punta, la aplasto, reboto, se levanto de nuevo y volvio a caer sobre ella…

Uno o dos dias antes de nuestro robo, sone que Luo me confiaba la ganzua. Era un dia de niebla; me acercaba a la casa del Cuatrojos caminando casi de puntillas. Luo acechaba bajo un arbol. Se escuchaban los gritos y los cantos revolucionarios de los aldeanos que se daban un banquete en un solar vacio, en el centro del pueblo. La puerta del Cuatrojos se componia de dos batientes de madera, cada uno de los cuales giraba en dos agujeros, uno excavado en el umbral y el otro en el dintel de la puerta… Una cadena sujeta por un candado de cobre cerraba los batientes. El candado, frio, humedecido por la niebla, se resistio durante mucho tiempo a mi ganzua. Yo la hacia girar en todas direcciones y la forzaba tanto que estuvo a punto de romperse en el agujero de la cerradura. Intente entonces levantar un batiente, con todas mis fuerzas, para que el eje saliera del agujero del umbral. Pero tambien fue un fracaso. Probe de nuevo la ganzua y, de pronto, clic, el candado cedio. Abri la puerta pero, apenas hube penetrado en la casa, quede petrificado del horror: la madre del Cuatrojos estaba alli, ante mi, en carne y hueso, sentada en una silla, detras de una mesa, haciendo tranquilamente calceta. Me sonrio sin decir palabra. Senti que me ruborizaba y tenia las orejas ardiendo, como un muchacho timido en su primera cita galante. Ella no pidio socorro ni grito que le robaban. Farfulle una frase, para preguntarle si estaba su hijo. No contesto, pero siguio sonriendome; con sus manos de largos dedos huesudos, cubiertos de manchas oscuras y pecas, hacia calceta sin un segundo de reposo. Los movimientos de las agujas, que giraban y giraban, emergian y desaparecian, me deslumbraban. Di media vuelta, volvi a cruzar la puerta, cerre despacio a mis espaldas, volvi a poner el candado y, aunque ningun grito resonara en el interior, me largue a toda prisa, corriendo como un galgo. Fue entonces cuando desperte sobresaltado.

Luo tenia tanto miedo como yo, aunque me repetia sin cesar que los ladrones novatos siempre tenian suerte. Penso mucho tiempo en mi sueno y reviso su plan de accion.

El 3 de septiembre a mediodia, la vispera de la partida del Cuatrojos y su madre, los desgarradores gritos de un bufalo agonizante se elevaron del fondo de un acantilado y resonaron a lo lejos. Podian oirse incluso desde la casa de la Sastrecilla. Pocos minutos mas tarde, algunos ninos vinieron a informarnos de que el jefe de la aldea del Cuatrojos, deliberadamente, habia empujado un bufalo a un barranco.

El sacrificio se disfrazo de accidente; segun su verdugo, el animal habia dado un paso en falso en una curva muy cerrada y habia caido al vacio con los cuernos por delante. Con un ruido apagado, como una roca cayendo de un acantilado, habia golpeado en su caida un inmenso roquedal que sobresalia y en el que habia rebotado para aplastarse contra otra roca, diez metros mas abajo.

El bufalo no estaba muerto aun. No olvidare nunca la profunda impresion que me produjo su grito prolongado y quejoso. Oido desde los patios de las casas, el grito del bufalo suele ser penetrante y desagradable, pero aquella calida y tranquila tarde, en la extension sin limites de las montanas, mientras su eco repercutia en las paredes de los acantilados, era imponente, sonoro y parecia el rugido de un leon encerrado en una jaula.

Hacia las tres, Luo y yo acudimos al lugar del drama. Los gritos del bufalo habian acabado. Nos abrimos paso entre la multitud reunida al borde del precipicio. Nos dijeron que la autorizacion de sacrificar al animal, expedida por el director de la comuna, habia llegado. Apoyandose en esta cobertura legal, el Cuatrojos y algunos aldeanos, precedidos por su jefe, bajaron hasta el pie del acantilado para clavar un cuchillo en la garganta del animal.

Cuando llegamos, la matanza propiamente dicha habia terminado. Lanzamos una ojeada al fondo del barranco, escenario de la ejecucion, y vimos al Cuatrojos agachado ante la masa inerte del bufalo, recogiendo la sangre que chorreaba de la herida de la garganta en un ancho sombrero hecho con hojas de bambu.

Mientras seis aldeanos volvian a subir, cantando, por el abrupto acantilado, con los despojos del bufalo a la espalda, el Cuatrojos y su jefe permanecieron abajo, sentado uno junto a otro, cerca del sombrero de hojas de bambu lleno de sangre.

– ?Que estan haciendo alli? -le pregunte a un espectador.

– Esperan a que la sangre cuaje -me respondio-. Es un remedio contra la cobardia. Si quiere usted volverse valeroso, tiene que tragarla cuando esta todavia tibia y espumosa.

Luo, que tenia una naturaleza curiosa, me invito a descender con el un tramo del sendero, para observar la escena mas de cerca. De vez en cuando, el Cuatrojos levantaba los ojos hacia la multitud, pero yo ignoraba si habia advertido nuestra presencia. Finalmente, el jefe saco su cuchillo, cuya hoja me parecio larga y puntiaguda. Con la yema de los dedos, acaricio suavemente el filo y corto el bloque de sangre coagulada en dos partes, una para el Cuatrojos y otra para si mismo.

No sabiamos donde estaba la madre del Cuatrojos en aquel momento. ?Que habria pensado de haber estado alli, a nuestro lado, contemplando como su hijo tomaba la sangre en la palma de las manos y hundia en ella el rostro, como un cerdo hozando en un monton de estiercol? Era tan avaro que se chupo uno a uno los dedos, lamiendo la sangre hasta la ultima gota. En el camino de regreso, adverti que su boca seguia mascando el sabor del remedio.

– Afortunadamente -me dijo Luo-, la Sastrecillo no ha venido con nosotros.

Cayo la noche. En el solar vacio de la aldea del Cuatrojos, la humareda ascendio de la hoguera en la que se habia instalado una inmensa marmita, sin duda un patrimonio del poblado, que se distinguia facilmente por su extravagante anchura.

La escena, vista de lejos, tenia un aire pastoral y calido. La distancia nos impedia ver la carne del bufalo que, troceada, hervia en la gran marmita, pero su olor, picante, torrido, algo basto, nos hacia la boca agua. Los aldeanos, sobre todo mujeres y ninos, se habian reunido alrededor del fuego. Algunos traian patatas, que arrojaban a la marmita; otros, troncos o ramas de arbol para alimentar el fuego. Poco a poco, alrededor del recipiente fueron amontonandose huevos, espigas de maiz y frutas. La madre del Cuatrojos era la indiscutible estrella de la velada. Era hermosa a su manera. El brillo de su tez, puesto de relieve por el verde de su chaqueta de pana, contrastaba de un modo singular con la piel oscura y curtida de los aldeanos. Una flor, un alheli tal vez, estaba prendida en su pecho. Mostraba su calceta a las mujeres de la aldea, y su labor aun inconclusa suscitaba gritos de admiracion.

La brisa nocturna seguia acarreando un aroma apetitoso, cada vez mas penetrante. El bufalo sacrificado debia de ser muy y muy viejo, pues la coccion de su carne coriacea requirio mas tiempo que la de una vieja aguila. Puso a prueba no solo nuestra paciencia de ladrones sino tambien la del Cuatrojos, recientemente convertido en bebedor de sangre: lo vimos varias veces, excitado como una pulga, levantando la tapa de la marmita, hundiendo en ella sus palillos, sacando un gran pedazo de carne humeante, olfateandola, acercandola a sus gafas para examinarla y devolviendola al caldo con decepcion.

Agazapado en la oscuridad, tras dos rocas que estaban ante el descampado, escuche que Luo murmuraba a mi oido:

– Amigo, ahi llega el postre de la cena de despedida.

Siguiendo su dedo con la mirada, vi que se acercaban cinco viejas mustias, vistiendo largas tunicas negras que chasqueaban al viento de otono. Pese a la distancia, distingui sus rostros, que se asemejaban como si fueran los de unas hermanas y cuyos rasgos parecian tallados en madera. Reconoci enseguida, entre ellas, a las cuatro brujas que habian ido a casa de la Sastrecilla.

Su aparicion en el banquete de despedida parecia haber sido organizada por la madre del Cuatrojos. Tras una breve discusion, saco su cartera y entrego a cada una un billete, ante la mirada brillante de codicia de los aldeanos.

Esta vez, no era solo una de las brujas la que llevaba un arco y flecha, sino que las cinco iban armadas. Tal vez acompanar la partida de un feliz afortunado exigia mas medios guerreros que velar por el alma de un enfermo que sufria paludismo. O tal vez la suma que la Sastrecilla habia podido pagar por el ritual era muy inferior a la ofrecida por la poetisa, famosa antano en aquella provincia de cien millones de almas.

Mientras esperaban a que la carne de bufalo estuviera lo bastante cocida para deshacerse en sus desdentadas bocas, una de las cinco viejas examino las lineas de la mano izquierda del Cuatrojos, a la luz de la gran hoguera.

Aunque nuestro escondite no estuviera muy alejado, nos fue imposible escuchar las palabras que profirio la bruja. La vimos entornar los parpados, tanto que parecia cerrar los ojos, mover sus finos labios, mustios en su desdentada boca, y pronunciar frases que captaron toda la atencion del Cuatrojos y de su madre. Cuando dejo de hablar, todo el mundo la miro en un molesto silencio, y luego se levanto un rumor entre los aldeanos.

– Parece que ha anunciado un desastre -me dijo Luo.

– Tal vez le ha vaticinado que su tesoro corre peligro.

– No, mas bien habra visto demonios que querian cerrarle el paso.

Sin duda estaba en lo cierto pues, en el mismo instante, las cinco brujas se levantaron, alzaron al aire sus arcos con un amplio movimiento de brazos y los cruzaron lanzando penetrantes gritos.

Luego iniciaron alrededor de la hoguera una danza de exorcismo. Al comienzo, tal vez a causa de su avanzada edad, se limitaron a girar lentamente en redondo, con la cabeza baja. De vez en

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