lo sabe todo el que conocia a Victor. Si va a empezar a fantasear sobre su muerte, fue una suerte que yo decidiera ir a darme un bano esa tarde y pasara por la loma en ese momento.
Los tres, como de comun acuerdo, echaron a andar chapoteando a lo largo de la pedregosa orilla. Mirando el palido rostro de Lerner, el musculo crispado en la comisura de la boca, los parpadeantes ojos siempre alerta, Dalgliesh penso que ya habian hablado bastante de Holroyd y empezo a preguntar cosas acerca del acantilado. Lerner se volvio hacia el.
– Es fascinante, ?no? Me encanta la variedad de esta costa. Hacia el oeste, en Kimmeridge, encontramos la misma pizarra; alli se conoce como carbon de Kimmeridge. Es bituminosa, ?sabe?, no se puede quemar. En Toynton Grange lo intentamos; a Wilfred le gusto la idea de ser autosuficiente incluso en lo relativo a calefaccion. Pero olia tan mal que tuvimos que dejarlo. Casi nos mata aquella peste. Tengo entendido que desde mediados del siglo XVIII se vienen haciendo intentos de explotarla, pero nadie ha conseguido quitarle el olor. La piedra negra parece un poco apagada y sosa ahora, pero si se pulimenta con cera de abejas brilla como el azabache. Ya ha visto usted el efecto en la torre negra. En tiempo de los romanos se hacian ornamentos con ella. Tengo un libro sobre la geologia de esta costa si le interesa, y podria ensenarle mi coleccion de fosiles. Wilfred opina que no deberia cogerlos ahora que el terreno esta tan erosionado, de modo que lo he dejado. Pero he reunido una coleccion bastante interesante. Y tengo lo que me parece que es parte de un brazalete de la Edad de Hierro,
Julius Court avanzaba haciendo rechinar los guijarros unos pasos por delante de ellos. Se volvio y les grito:
– No lo aburras con tu entusiasmo por las piedras viejas, Dennis. Acuerdate de lo que ha dicho. No estara aqui el tiempo suficiente para que merezca la pena. -Y el dirigio una sonrisa a Dalgliesh. Parecia un desafio.
Capitulo 14
Antes de salir hacia Wareham, Dalgliesh le escribio a Bill Moriarty, de Scotland Yard. Le dio la escueta informacion que tenia sobre los pacientes y el personal de Toynton Grange y le pregunto si oficialmente se sabia algo. Se imaginaba como reaccionaria Bill a la carta, del mismo modo que adivinaba el estilo de su respuesta. Moriarty era un detective de primera categoria, pero excepto, por suerte, en los informes oficiales, adoptaba un estilo jocoso, falsamente jovial cuando hablaba o escribia sobre sus casos, como si estuviera ansioso por descontaminar la violencia con humor, o por demostrar su profesional sangre fria frente a la muerte. Pero si el estilo de Moriarty era sospechoso, su informacion era invariablemente detallada y exacta. Y, lo que era mas, llegaria con rapidez.
Cuando se detuvo en el pueblo de Toynton a echar la carta, Dalgliesh tomo la precaucion de telefonear antes de presentarse en la comisaria del distrito. Por lo tanto su llegada estaba prevista. El comisario, que habia tenido que ausentarse inesperadamente para asistir a una reunion con el guardia en jefe, habia dejado instrucciones para que le comunicaran sus disculpas al visitante y lo distrajeran en su ausencia. Las ultimas palabras que le dijo al inspector Daniel fueron:
– Lamento no estar aqui cuando llegue el comandante. Lo conoci el ano pasado en una conferencia que dio en Bramshill. Al menos mitiga la arrogancia de los metropolitanos con buena educacion y una plausible exhibicion de humildad. Resulta refrescante conocer a alguien procedente del humo que no trate a las fuerzas de provincias como si reclutaramos al personal poniendo cebos de carne cruda atada a un palo en las entradas de las cuevas. Es posible que sea la nina de los ojos del gobernador, pero es un buen poli.
– ?No es poeta, senor?
– Yo no trataria de congraciarme con el mencionandolo. Yo invento crucigramas por aficion, cosa que probablemente requiere el mismo nivel intelectual, pero no espero que la gente me alabe por ello. He sacado su ultimo libro de la biblioteca. Cicatrices invisibles. ?Le parece a usted un titulo ironico tratandose de un poli?
– No lo se, senor, sin haber leido el libro…
– Yo solo entendi un poema de cada tres, y es posible que ni siquiera eso. Supongo que no ha dicho a que debiamos el honor.
– No, senor, pero como se aloja en Toynton Grange, es posible que le interese el caso Holroyd.
– No se por que va a interesarle, pero mas vale que avise al sargento Varney.
– Le he pedido a Varney que almuerce con nosotros, senor. La taberna de siempre me ha parecido apropiada.
– ?Por que no? Que vea el comandante como vivimos los pobres.
Asi pues, tras los preliminares usuales establecidos por los canones de la cortesia, Dalgliesh fue invitado a almorzar en The Duke's Arms. Era una taberna poco atractiva que no se veia desde la calle High. Se accedia a ella por un oscuro callejon que se abria entre un almacen de maiz y una de esas tiendas en las que se vende de todo, habituales en las poblaciones rurales, de cuyo techo cuelgan todos los aperos posibles de jardineria, un variado muestrario de cubos de laton, tinas, escobas, cuerdas, teteras de aluminio y correas de perro, envuelto todo en un potente olor a parafina y trementina. El inspector Daniel y el sargento Varney fueron saludados sin efusion pero con evidente satisfaccion por el fornido patron, que iba en mangas de camisa. Evidentemente, se trataba de un tabernero que podia permitirse recibir la noticia en su bar sin miedo a adquirir mala fama. El establecimiento estaba abarrotado, lleno de humo y del zumbido de voces de Dorset. Daniel abrio la marcha por un estrecho corredor que olia penetrantemente a cerveza y ligeramente a orina hasta un inesperado patio soleado con el suelo cubierto de grava. En el centro habia un cerezo cuyo tronco estaba rodeado por un banco de madera, y media docena de robustas mesas y sillas complementaban el conjunto en la zona enlosada circundante. El patio estaba desierto. La clientela seguramente se pasaba demasiado tiempo de su vida al aire libre para considerarlo una alternativa deseable a la camaraderia del bar, abrigado y lleno de humo, mientras que los turistas que lo hubieran agradecido no era probable que entraran en The Duke's Arms.
Sin que lo llamaran, el tabernero les sirvio dos pintas de cerveza, un plato de panecillos con queso, un bote de salsa chutney casera y un gran cuenco de tomates. Dalgliesh dijo que tomaria lo mismo. La cerveza resulto excelente, el queso era cheddar ingles y el pan estaba recien hecho y no era la papilla sin consistencia de algunos hornos de produccion en gran escala. La mantequilla no llevaba sal y los tomates sabian a sol. Comieron juntos en silenciosa camaraderia.
El inspector Daniel era un hombreton impasible de metro ochenta y cinco, con una mata de cabello canoso, fuerte y rebelde y un rostro saludable tostado por el sol. Parecia que se acercaba a la edad de la jubilacion. Tenia unos inquietos ojos negros que se movian perpetuamente de un rostro a otro con una expresion divertida, indulgente y en cierta medida de satisfaccion consigo mismo, como si se sintiera responsable de la conducta del mundo y, en conjunto, considerara que no lo hacia demasiado mal. El contraste entre aquellos ojos brillantes e inquietos, sus movimientos pausados y su voz todavia mas flematica de hombre del campo resultaba desconcertante.
El sargento Varney era cinco centimetros mas bajo y tenia un rostro redondo, dulce e infantil en el cual la experiencia no habia dejado rastro alguno hasta el momento. Parecia muy joven, el prototipo del agente cuyo aspecto juvenil y atractivo provoca la perenne queja por parte de la ciudadania de mediana edad en el sentido de que los policias cada dia son mas jovenes. Trataba a sus superiores con afabilidad y respeto, pero sin servilismo ni excesiva deferencia. Dalgliesh sospecho que disfrutaba de una inmensa confianza en si mismo que le costaba cierto trabajo ocultar. Cuando hablo de la investigacion de la muerte de Holroyd, Dalgliesh comprendio por que. Era un agente joven, inteligente y muy competente, que sabia exactamente adonde iba y como pensaba llegar.
Dalgliesh expuso sumaria y cuidadosamente lo que lo habia llevado alli.
– Cuando recibi la carta del padre Baddeley, yo estaba enfermo, y