aquel famoso juicio por asesinato en que se acusaba a Alain Michonnet de matar a Poitaud, el piloto de coches de carreras. Quiza recuerdes el caso, se hizo bastante publicidad en la prensa britanica. Era pan comido y a la policia francesa se le hacia la boca agua de pensar en echarle el guante a Michonnet. Es hijo de Theo d'Estier Michonnet, que tiene una fabrica de productos quimicos cerca de Marsella, y hacia tiempo que les tenian echado el ojo a los dos. Pero Court le proporciono coartada a su amigo. Lo extrano es que no eran amigos de verdad, Michonnet es un agresivo heterosexual, al menos los medios de comunicacion asi nos lo presentan hasta la saciedad, y por la Embajada circulaba la horrenda palabra «chantaje». Nadie se creyo el cuento de Court, pero nadie podia desmentirlo. Mi informante cree que el motivo de Court se reducia al deseo de divertirse y cabrear a sus superiores. Si eso era lo que lo movia, lo consiguio. Ocho meses despues moria su padrino muy oportunamente y le dejaba treinta mil libras, de modo que mando la diplomacia a paseo. Se dice que hizo unas inversiones muy inteligentes. De todos modos, es agua pasada. Nada se sabe que lo desacredite, excepto quiza cierta tendencia a ser demasiado complaciente con sus amigos. Te lo cuento para que hagas tus propias deducciones.»
Dalgliesh doblo la carta y se la metio en el bolsillo de la chaqueta mientras se preguntaba en que medida se conocerian las dos historias en Toynton Grange. Era poco probable que a Julius le preocupara. Su pasado solo a el concernia, y estaba totalmente fuera del alcance del opresivo puno de Wilfred. Pero Millicent Hammitt tenia que soportar el peso del agradecimiento por partida doble. Aparte de Wilfred, ?quien mas conoceria aquellos dos incidentes pateticos y vergonzosos? ?En que medida le importaria que se divulgaran en Toynton Grange? Volvio a arrepentirse de no haber usado la lista de correos.
Se acercaba un coche. Levanto la vista. El Mercedes avanzaba a toda velocidad por la carretera de la costa. Julius freno y el automovil se detuvo con una sacudida; el parachoques delantero quedo a unos centimetros de la verja de entrada. Salio y comenzo a tirar del portalon mientras le gritaba a Dalgliesh:
– ?La torre negra esta ardiendo! He visto el humo desde la carretera. ?Hay algun rastrillo en Villa Esperanza?
– No lo creo, puesto que no hay jardin, pero encontre una escoba de ramas en el cobertizo.
– Mas vale eso que nada. ?Le importa acompanarme? A lo mejor hacemos falta los dos.
Dalgliesh se metio muy rapido en el coche. Dejaron la puerta abierta y Julius se encamino hacia Villa Esperanza sin consideracion hacia los amortiguadores del coche ni la comodidad del pasajero. Mientras Dalgliesh corria hacia el cobertizo, el abrio el portaequipajes. Entre los diversos objetos abandonados por los distintos ocupantes de la casa estaba la escoba, dos sacos vacios, y sorprendentemente, un cayado de pastor. Lo metieron todo en el espacioso maletero. Julius habia puesto en marcha el motor, Dalgliesh se acomodo al lado de el y el Mercedes emprendio la carrera. Al acceder a la carretera de la costa, Dalgliesh dijo:
– ?Sabe si hay alguien? ?Quizas Anstey?
– Podria ser. Eso es lo que me preocupa. El es el unico que va ahora. De no ser asi, no se como ha podido producirse el fuego. Por aqui nos podemos acercar mas a la torre, pero tendremos que cruzar el promontorio a pie. No he querido ir en cuanto he visto humo porque no valia la pena sin tener con que apagarlo.
Hablaba con voz tensa y los nudillos que sujetaban el volante estaban blancos. Mirando por el retrovisor, Dalgliesh vio unos iris grandes y brillantes. La cicatriz triangular que tenia sobre el ojo derecho, de ordinario casi invisible, parecia mas profunda y oscura. Por encima se advertia el insistente latir de la sien. Echo una mirada al indicador de velocidad; marcaba mas de ciento sesenta, pero el Mercedes, conducido con maestria, avanzaba suavemente por la estrecha carretera. De repente, despues de una curva y una subida, divisaron la torre. Los cristales rotos de los ventanucos que se abrian debajo de la cupula arrojaban, como proyectiles de un canon pequeno, volutas de humo grisaceo que iban dando alborozados tumbos por el promontorio hasta que el viento las convertia en jirones de nube. El efecto era absurdo y pintoresco, tan inocuo como un juego infantil. Pero entonces el terreno descendio de nuevo y perdieron de vista la torre.
La carretera de la costa, por la que solo cabia un coche, estaba bordeada en el lado del mar por un muro de piedra. Julius conocia el camino. Incluso antes de que Dalgliesh viera la estrecha abertura, sin puerta pero senalada por dos postes en putrefaccion, ya habia girado hacia la izquierda. El automovil se detuvo con una sacudida en una profunda hondonada que quedaba a la derecha de la entrada. Dalgliesh cogio el cayado y los sacos, y Julius la escoba. Equipados de esta ridicula guisa, echaron a correr.
Julius tenia razon, aquel era el camino mas rapido, pero tenian que recorrerlo a pie. Aunque hubiera estado dispuesto a ir en coche por aquel terreno irregular lleno de pedruscos, no hubiera sido posible. Los campos estaban atravesados por muros de piedra fragmentados, lo suficientemente bajos para saltarlos y con muchas interrupciones, pero ninguna lo suficiente ancha para que pasara un vehiculo. La distancia era enganosa. Habia momentos en que parecia que la torre retrocedia, separada de ellos por interminables barreras de piedra, y un instante despues la tenian encima.
El humo, acre como si lo que quemara fuera madera humeda, salia con fuerza por la puerta entreabierta. Dalgliesh la abrio de un puntapie y salto a un lado para dejar paso a las potentes rafagas. Inmediatamente se oyo un rugido y una llamarada se precipito hacia el. Comenzo a separar los desechos encendidos con el cayado. Algo de lo que ardia era identificable todavia -hierba y paja seca, trozos de cuerda, los restos de una silla vieja- anos de basura acumulada desde que el promontorio era tierra publica y la torre negra permanecia abierta y se usaba como refugio de pastores o albergue de vagabundos. Mientras el separaba los malolientes escombros, oia como Julius trataba de apagarlos a golpes freneticos detras. En la hierba prendian pequenas hogueras que avanzaban como lenguas encarnadas.
En cuanto quedo libre la puerta, Julius penetro y empezo a golpear los rescoldos con los sacos. Dalgliesh vio toser y tambalearse a la figura envuelta en humo. La agarro y tiro sin ceremonia de el hasta que lo saco y le dijo:
– No entre hasta que lo haya separado todo. No quiero tenerlos que sacar a los dos.
– Pero esta ahi. Lo se. Tiene que estar. ?Dios santo! ?Ese imbecil!
El ultimo revoltijo de hierba quedo apagado. Julius empujo a Dalgliesh a un lado y empezo a subir la escalera de piedra que circundaba las paredes. Dalgliesh lo siguio. Encontraron una puerta de madera entornada que conducia a una camara intermedia. No habia ventanas, pero en la humeante oscuridad vieron una figura informe apoyada contra el muro mas apartado. Se habia puesto la capucha del habito y se habia arrebujado con el vuelo como un despojo humano arropado para protegerse del frio. Las enfebrecidas manos de Julius se perdieron entre los pliegues. Dalgliesh oia como maldecia. Tardo unos segundos en liberar las manos de Anstey y entre los dos lo arrastraron hasta la puerta antes de proceder a bajar con dificultad el cuerpo inerte por las escaleras hasta alcanzar el aire fresco.
Lo depositaron boca abajo en la hierba. Dalgliesh se habia arrodillado dispuesto a darle la vuelta y empezar a aplicarle la respiracion artificial, pero entonces Anstey extendio lentamente los dos brazos y adopto una actitud teatral y vagamente blasfema. Dalgliesh, aliviado de no tener que acoplar su boca a la de Anstey, se puso en pie. Anstey doblo las rodillas y comenzo a toser convulsivamente con asperos y ruidosos resuellos. Volvio el rostro hacia un lado y apoyo la mejilla en el suelo. Parecia que la humeda boca, que despedia saliva y bilis, mordia la hierba, avida de alimento. Dalgliesh y Court se arrodillaron y lo levantaron entre los dos.
– Estoy bien, estoy bien -dijo debilmente.
– Tenemos el coche en la carretera de la costa. ?Puede andar? - pregunto Dalgliesh.
– Si, estoy bien, ya se lo he dicho. Estoy bien.
– No hay prisa. Mas vale que descansemos un rato antes de empezar.
Lo apoyaron contra un penasco y Anstey permanecio alli sentado, a cierta distancia de ellos, todavia tosiendo espasmodicamente y mirando el mar. Julius empezo a pasear por el borde del acantilado, inquieto como si le molestara el retraso. El hedor del fuego se fue alejando del ennegrecido terreno como las ultimas oleadas de una pestilencia en regresion.