lo que casi le mata.
– Pero supongamos que la hierba hubiera ardido con fuerza y las llamas hubieran alcanzado el suelo de madera del primer piso -tercio Julius-, todo el centro de la torre hubiera ardido en cuestion de segundos y el fuego habria alcanzado la habitacion de arriba. De ocurrir asi, no se hubiera salvado. -Se volvio hacia Dalgliesh y pregunto-: ?No le parece?
– Si, seguramente. Por eso debe contarselo a la policia. Un bromista que llega a estos extremos ha de ser denunciado. Quiza la proxima vez no haya alguien cerca para socorrerlo.
– No creo que vuelva a ocurrir. Me parece que se quien es el responsable. No soy tan tonto como parezco. Lo solucionare, lo prometo. Tengo la sensacion de que la persona responsable no continuara mucho tiempo con nosotros.
– No es usted inmortal, Wilfred -dijo Julius.
– Eso tambien lo se, y podria equivocarme, por eso creo que ha llegado el momento de hablar con el Ridgewell Trust. El coronel esta en el extranjero haciendo una visita a las residencias de la India, pero regresa el dia dieciocho. La directiva querria tener una respuesta antes de final de octubre. Es una cuestion de reservar capital para futuras empresas. No lo traspasaria sin la conformidad de la mayoria de la familia. Pienso celebrar una junta. Pero si alguien trata de asustarme para que rompa el voto, me cerciorare de que el trabajo que estoy haciendo aqui sea indestructible, este vivo o muerto.
– Si traspasa la propiedad a Ridgewell, Millicent no estara contenta - dijo Julius.
El rostro de Wilfred se convirtio en una mascara de obstinacion. Dalgliesh encontro curioso el cambio que sufrian sus rasgos. Los dulces ojos se volvieron inflexibles y vidriosos, como si no quisieran ver, y la boca se alargo en una linea intransigente. Sin embargo, el conjunto de la expresion denotaba una malhumorada debilidad.
– Millicent me vendio su parte de muy buen grado y a un precio justo. No tiene motivos de queja. Si yo me veo obligado a marcharme de aqui, la obra continuara. Lo que me ocurra a mi no tiene importancia. -Le sonrio a Julius-. Usted no es creyente, ya lo se, asi que le voy a buscar otra autoridad. ?Que le parece Shakespeare? «Sed absoluto para la muerte, y la vida y la muerte seran mas dulces.»
Los ojos de Julius se encontraron brevemente con los de Dalgliesh sobre la cabeza de Wilfred. El mensaje que transmitieron simultaneamente fue comprendido al instante. Julius hallo cierta dificultad en controlarse y, por fin, dijo con aspereza:
– Dalgliesh esta convaleciente. Casi se desmaya con el esfuerzo de socorrerlo a usted. Yo puede que parezca sano, pero necesito la fortaleza para mis propios placeres personales. De modo que si esta decidido a firmar el traspaso a Ridgewell a fin de mes, trate de ser absoluto para la vida, al menos durante las proximas tres semanas, haganos ese favor.
Capitulo 19
Cuando se encontraron fuera de la habitacion, Dalgliesh pregunto:
– ?Cree usted que corre un peligro real?
– No lo se. Seguramente esta tarde ha estado mas cerca de lo que pretendian. -Y en carinoso tono burlon, anadio-: ?Sera tonto el viejo engreido! ?Absoluto para la muerte! Pensaba que estabamos a punto de pasar a Hamlet y nos iba a recordar que con la intencion basta. Una cosa es cierta, ?no le parece?, que no esta fingiendo coraje. O bien no cree que alguien de Toynton Grange se la tenga jurada o piensa que conoce a su enemigo y esta convencido de que puede ocuparse de el, o de ella. Aunque tambien podria ser, claro esta, que hubiera prendido el fuego el mismo. Voy a que me venden la mano y luego podemos ir a tomar una copa en mi casa. Parece que le hace falta.
Dalgliesh tenia cosas que hacer. Dejo a Julius, a quien la aprension habia vuelto locuaz, a merced de Dorothy Moxon y regreso a Villa Esperanza a buscar la linterna. Tenia sed, pero no disponia de tiempo para tomar otra cosa que agua fria del grifo de la cocina. Aunque habia dejado abiertas las ventanas de la casita, en la diminuta sala de estar, aislada por los gruesos muros de piedra, hacia tanto calor y el ambiente estaba tan enrarecido como el dia de su llegada. Al cerrar la puerta, la sotana del padre Baddeley oscilo y volvio a percibir olor mohoso y ligeramente eclesiastico. Los panitos de ganchillo que cubrian los brazos y el respaldo de la butaca estaban en su sitio, sin huellas de las manos y la cabeza del sacerdote. Todavia permanecia algo de su personalidad, aunque Dalgliesh percibia su presencia ya con menos fuerza. No obstante, no habia comunicacion. Si precisaba de los consejos del padre Baddeley, habria de buscarlos por caminos conocidos pero poco usados por los cuales ya no se sentia con derecho a transitar.
Se encontraba agotado. El agua fresca de sabor amargo solo le hizo tomar conciencia con mas claridad de su cansancio. Casi le era imposible resistirse al camastro que lo aguardaba, a la idea de dejarse caer sobre su dureza. Resultaba ridiculo que un ejercicio tan ligero lo dejara agotado. Y tenia la sensacion de que el calor se estaba haciendo insufrible. Se paso la mano por la frente y la encontro sudada, pegajosa y fria. Evidentemente tenia fiebre. Al fin y al cabo, ya le habian advertido en el hospital que podia suceder. Le sobrevino entonces una oleada de ira contra los medicos, contra Wilfred Anstey y contra si mismo.
Hubiera sido muy facil recoger sus cosas y marcharse al piso de Londres. Alli, por encima del Tamesis en Queenhythe, estaria fresco y libre. Nadie lo molestaria, pues todos lo supondrian todavia en Dorset. Podia dejar una nota para Anstey y marcharse inmediatamente; todo el pais estaba a su disposicion. Habia cientos de lugares mejores que aquella comunidad claustrofobica y egocentrica dedicada al amor y a la autosatisfaccion a traves del sufrimiento, donde la gente se mandaba anonimos, hacia travesuras infantiles y maliciosas o se cansaba de esperar la muerte y se lanzaba a la aniquilacion. Nada lo retenia en Toynton; se lo repetia con testaruda insistencia mientras descansaba la cabeza en el frescor del pequeno cristal cuadrado que colgaba sobre el fregadero y que debia de haberle servido de espejo para afeitarse al padre Baddeley. Probablemente era alguna caprichosa secuela de la enfermedad lo que le volvia a la vez tan indeciso y tan reacio a marcharse. Para haber decidido no regresar a las pesquisas, estaba haciendo una buena imitacion de una persona entregada a su trabajo.
Al salir de la casita y emprender el largo camino promontorio arriba, no vio a nadie. El cielo todavia estaba claro, con esa momentanea intensificacion de la luz que precede a la puesta del sol otonal. Los almohadones de musgo que salpicaban los fragmentados muros eran de un verde intenso, deslumbrante. Cada flor por separado centelleaba como una gema que oscilaba movida por la suave brisa. La torre, cuando por fin alcanzo a verla, resplandecia como el ebano y parecia estremecerse al sol. Se figuro que si la tocaba se tambalearia y desapareceria. Su larga sombra surcaba la tierra como un dedo admonitorio.
Aprovechando la luz natural, y reservandose la linterna para el interior, inicio la busqueda. La paja quemada y los ennegrecidos desechos formaban descuidados montones en las proximidades del porche, pero la ligera brisa, que nunca faltaba en aquel punto alto del promontorio, habia comenzado ya a deshacer los monticulos y a esparcir extranas materias casi hasta el borde del precipicio. Empezo por escrutar el terreno proximo a los muros y fue avanzando en circulos concentricos cada vez mas amplios. Nada encontro hasta que alcanzo el grupo de penascos que se alzaba a unos cincuenta metros al suroeste. Constituian una curiosa formacion, parecian mas una obra de la mano del hombre que un afloramiento natural de la tierra, como si el constructor de la torre hubiera transportado el doble de piedras de las necesarias y se hubiera divertido disponiendo las sobrantes en forma de cordillera en miniatura. Las piedras describian un semicirculo de unos cuarenta metros de largo cuyas cumbres, de unos dos metros de alto, estaban unidas por elevaciones mas pequenas y redondeadas. Esta pared proporcionaba la proteccion idonea para que una persona escapara sin ser vista, ya fuera hacia el camino del acantilado o, por la pendiente del noroeste, hacia la carretera.
Fue alli, detras de uno de los grandes penascos, donde Dalgliesh encontro lo que esperaba encontrar, un habito marron de tela fina. Habia sido enrollado hasta formar un rodillo e