introducido en una grieta que se abria entre dos piedras mas pequenas. No habia mas que ver, ninguna pisada discernible en la firme hierba seca, ninguna lata con olor a parafina. Esperaba encontrar una lata en alguna parte. Aunque la paja y la hierba seca de la base de la torre hubieran ardido en seguida una vez se hubiera prendido un fuego consistente, dudaba de que una cerilla lanzada al azar hubiera dado lugar al incendio.

Se metio el habito debajo del brazo. Si se trataba de una investigacion de asesinato, los expertos forenses lo examinarian en busca de restos de fibras, polvo, parafina o cualquier sustancia que pudiera establecer una relacion biologica o quimica con alguien de Toynton Grange. Pero no era una investigacion de asesinato; ni siquiera era una investigacion oficial. Y aunque se identificaran fibras en el habito que coincidieran con las de una camisa, unos pantalones, una chaqueta o incluso un vestido de alguien de Toynton Grange, ?que se demostraria con ello? Por lo visto, cualquiera de los empleados tenia derecho a usar la curiosa idea que tenia Wilfred de un uniforme de trabajo. El hecho de que el habito hubiera sido abandonado, y en aquel lugar, parecia indicar que el que lo vestia habia decidido huir por el acantilado en lugar de por la carretera, si no, ?por que no seguir utilizando el camuflaje? A no ser, naturalmente, que el que lo llevara fuera mujer y una mujer que no vistiera normalmente aquella indumentaria. En ese caso, ser vista por casualidad en el promontorio poco despues del incendio seria decisivo. Pero nadie, ni hombre ni mujer, querria llevarlo puesto por el camino del acantilado. Era la ruta mas rapida pero mas dificil, y el habito hubiera sido una prenda peligrosa. Sin duda conservaria rastros delatores de tierra arenosa o manchas verdes de las rocas cubiertas de algas de ese dificil trayecto hasta la playa. Pero quizas eso era lo que querian hacerle creer. ?Habrian dejado alli el habito, como el anonimo del padre Baddeley, tan pulcra y exactamente colocado en el preciso lugar en que esperaba encontrarlo, para que lo descubriera el? ?Que necesidad habia de abandonarlo? Asi enrollado era un bulto perfectamente transportable por el resbaladizo camino de la playa.

La puerta de la torre todavia estaba entreabierta. En el interior perduraba el olor a quemado, el evocador olor otonal de hierba quemada, pero ahora, con el primer fresco del atardecer, casi resultaba agradable. La parte inferior de la barandilla de cuerda habia ardido y colgaba de las anillas de hierro en jirones chamuscados.

Encendio la linterna y comenzo a buscar sistematicamente entre las ennegrecidas hebras de paja quemada. La encontro en cuestion de minutos, una lata abollada, cubierta de hollin y sin tapa que podia ser de cacao. La olio. No sabia si serian imaginaciones suyas, pero le parecio percibir cierto tufo de parafina.

Subio los escalones de piedra con precaucion pegado a la pared ennegrecida. En la camara intermedia nada encontro y se alegro de salir de aquella claustrofobica celda sin ventanas y poder subir a la sala superior. El contraste con la estancia de debajo era inmediato y sorprendente. El cuartito estaba lleno de luz. No media mas de metro ochenta de ancho y el techo abovedado y con aristas le daba un aire encantador, femenino y ligeramente elegante. Cuatro de las ocho ventanas carecian de cristal y el aire penetraba por ellas frio y con olor a mar. Las reducidas dimensiones acentuaban la altura de la torre. Dalgliesh tenia la sensacion de estar suspendido en un pimentero decorativo entre el cielo y el mar. El silencio era absoluto, una paz tonificante. Nada oia aparte del tictac de su reloj y del incesante y anodino ir y venir del mar. Se pregunto por que el atormentado Wilfred Anstey victoriano no habria dado senales de alarma desde una de aquellas ventanas. Quiza cuando la tortura del hambre y la sed lo hicieron renunciar, el anciano estaba ya demasiado debil para subir las escaleras. Ciertamente, nada de su terror y desesperacion finales habia penetrado en aquel luminoso nido de aguilas. Asomandose a la ventana meridional, Dalgliesh veia el rizado mar de azul celeste y morado diluidos con una vela roja triangular inmovil en el horizonte. Las otras ventanas ofrecian una vista panoramica de todo el promontorio banado por el sol; Toynton Grange y su racimo de casitas solo eran identificables por la chimenea del caseron, puesto que se levantaban en el valle. Dalgliesh observo asimismo que el pradito de hierba musgosa en que se habia detenido la silla de Holroyd antes del convulsivo impulso hacia la destruccion y el angosto sendero que conducia a el eran tambien invisibles. Lo que ocurriera aquella fatidica tarde, nadie pudo verlo desde la torre.

La habitacion estaba amueblada con simplicidad. Habia una mesa y una silla de madera arrimadas a la ventana que daba al mar, un armarito de roble, una estera en el suelo, una vieja butaca anticuada con almohadones en el centro de la estancia y un crucifijo de madera clavado en la pared. Vio que la puerta del armario estaba abierta y la llave en la cerradura. Dentro encontro una pequena coleccion de pornografia de bolsillo nada edificante. Incluso teniendo en cuenta la tendencia natural -a la cual Dalgliesh se sabia vulnerable- a desdenar los gustos sexuales de los demas, aquella no era la pornografia que hubiera elegido el.

Era una bibliotequilla patetica e indigna de flagelaciones, excitacion y lascivia, incapaz, le parecio a el, de estimular la mas minima emocion que fuera mas alla del tedio y una vaga repugnancia. Era cierto que incluia El amante de Lady Chatterley -una novela que Dalgliesh consideraba sobrevalorada literatura y que no podia considerarse pornografia-, pero el resto no era merecedor de respeto desde perspectiva alguna. Incluso despues de un intervalo de veinte anos, resultaba dificil creer que el gentil, ascetico y meticuloso padre Baddeley cultivara el gusto por aquellas pateticas trivialidades. Y, de ser asi, ?por que dejar el armario abierto o la llave donde Wilfred pudiera encontrarla? La conclusion obvia era que los libros eran de Anstey y que solo habia tenido tiempo de abrir el armario antes de oler el fuego. En el panico subsiguiente se olvido de echar la llave a la prueba de su secreta distraccion. Seguramente regresaria apresurado y confuso en cuanto tuviera fuerzas y se le presentara la oportunidad. Si aquello era cierto, demostraba una cosa: Anstey no habia provocado el incendio.

Dalgliesh dejo la puerta del armario entreabierta, tal como la habia encontrado, y se puso a escudrinar el suelo. La aspera estera de un material que parecia canamo trenzado estaba rota en algunos sitios y cubierta de polvo. De la huella visible en la superficie y de la disposicion de los diminutos filamentos de fibra arrancada dedujo que Anstey habia arrastrado la mesa de la ventana oriental a la meridional. Igualmente encontro lo que parecian restos de dos tipos distintos de ceniza de tabaco, pero eran demasiado pequenos para recogerlos sin disponer de lupa y pinzas. No obstante, a la derecha de la ventana oriental, y descansando en los intersticios de la estera, encontro una cosa facilmente reconocible a simple vista. Era una cerilla amarilla identica a las del librito que habia junto a la cama del padre Baddeley, y habia sido dividida en cinco fragmentos separados hasta la altura de la negra cabeza.

Capitulo 20

La puerta principal de Toynton Grange estaba, como de costumbre, abierta. Dalgliesh ascendio rapida y silenciosamente la escalinata hasta el dormitorio de Wilfred. Al acercarse oyo voces: la recriminadora y beligerante de Dot Moxon dominaba un entrecortado murmullo masculino. Entro sin llamar. Tres pares de ojos lo miraron con cautela y le parecio que tambien con resentimiento. Wilfred todavia estaba en la cama, pero incorporado. Dennis Lerner se volvio rapidamente a mirar por la ventana, pero no antes de que Dalgliesh advirtiera que tenia el rostro enrojecido como si hubiera llorado. Dot estaba sentada junto a la cama, con la imperturbable e inmovil pose de una madre que vela a su hijo enfermo. Como si Dalgliesh hubiera exigido una explicacion, Dennis murmuro:

– Wilfred me ha contado lo que ha ocurrido. Es increible.

– Ha ocurrido, y ha sido un accidente -dijo Wilfred con una resuelta obstinacion que no hacia mas que resaltar la satisfaccion que le producia no ser creido.

Dennis empezaba a decir «?Como iba…?, cuando Dalgliesh intervino dejando el habito enrollado a los pies de la cama.

– Lo he encontrado entre los penascos que hay junto a la torre negra. Si se lo entrega a la policia, es posible que saquen algo en claro.

– No pienso ir a la policia y prohibo a todos los que estan aqui, a todos, que vayan en mi nombre.

– No se preocupe -dijo Dalgliesh con calma-, no tengo intencion de hacerles perder el tiempo. Dada su determinacion a evitar que intervengan, probablemente sospecharan que el incendio lo provoco usted mismo. ?Es asi?

Вы читаете La torre negra
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату