Wilfred interrumpio rapidamente el resuello de incredulidad de Dennis y la ofendida expresion de protesta de Dot.

– No, Dot, es perfectamente logico que Adam Dalgliesh piense como piensa. Esta profesionalmente entrenado en la sospecha y el escepticismo. Pero resulta que yo jamas he tenido intencion de quemarme vivo. Con un suicidio de la familia en la torre negra basta. Sin embargo, creo que se quien encendio el fuego y yo me ocupare de esa persona en el momento que elija y a mi manera. Entretanto, nada debe trascender a la familia, nada. Gracias a Dios, de una cosa puedo estar seguro, ninguno de ellos ha podido intervenir en esto. Ahora que me he cerciorado de eso, se lo que debo hacer. Bueno, si tuvieran la amabilidad de marcharse…

Dalgliesh no espero a ver si los demas se disponian a obedecer, se contento con pronunciar una ultima recomendacion desde la puerta.

– Si se propone vengarse por su cuenta, olvidelo. Si no puede, o no se atreve, a actuar dentro de la ley, entonces no actue.

Anstey dibujo su dulce y exasperante sonrisa.

– ?Vengarme, comandante? ?Vengarme? Esa palabra no existe en la filosofia de Toynton Grange.

Dalgliesh no vio ni oyo a nadie mientras atravesaba de nuevo el vestibulo principal. La casa parecia una concha vacia. Despues de meditarlo un segundo, se dirigio con paso decidido a Villa Caridad. El promontorio estaba desierto con la excepcion de una solitaria figura que descendia por la ladera: era Julius, con lo que parecian dos botellas, una en cada mano. Las sostenia en alto en un gesto medio pugilistico, medio de celebracion. Dalgliesh alzo la mano en un breve saludo y, despues de girar, enfilo el camino de piedra hacia la casita de los Hewson,

La puerta estaba abierta y al principio no oyo senales de vida. Llamo y, al no obtener respuesta, entro. Villa Caridad, una construccion independiente, aventajaba en tamano a las otras dos casitas, y la sala de estar, de paredes de piedra y banada ahora por el sol que penetraba por los dos ventanales, era de agradables proporciones. Pero estaba sucia y desordenada, reflejo de la naturaleza insatisfecha e inquieta de Maggie. Su primera impresion fue que esta habia proclamado su intencion de no prolongar su estancia no molestandose en deshacer las maletas. Parecia que los pocos muebles seguian en el mismo sitio en que habian ido a parar a capricho de los mozos de mudanzas. Frente a una gran pantalla de television que dominaba la habitacion habia un mugriento sofa. La escasa biblioteca medica de Eric descansaba apilada en los estantes de la libreria, que tambien sostenian un surtido de ceramica, adornos, discos y zapatos aplastados. A una lampara vulgar de forma repelente le faltaba la pantalla. Habia dos cuadros apoyados de cara a la pared, con las cuerdas rotas y anudadas. En el centro de la estancia habia una mesa cuadrada con lo que parecian los restos de un almuerzo tardio: una caja rota de galletas desmigajadas, un trozo de queso en un plato desportillado, una pastilla de mantequilla que se escurria de su grasiento envoltorio, y una botella de ketchup sin tapon y con la salsa coagulada en torno del borde. Dos moscardones evolucionaban intrincadamente sobre la bazofia al son de los zumbidos.

Desde la cocina llegaba el sonido del agua corriente y el rugido de un calentador de gas. Eric y Maggie estaban fregando los platos. De repente, el calentador callo y se oyo la voz de Maggie:

– ?Eres un debil mental! Todos te utilizan. Y si te tiras a esa zorra arrogante, y me da lo mismo tanto si lo haces como si no, es porque no eres capaz de negarte. En realidad no la deseas mas que a mi.

La respuesta de Eric fue una apagado murmullo. Entonces se oyo ruido de platos rotos y volvio a alzarse la voz de Maggie:

– ?Por el amor de Dios, no puedes estar escondido toda la vida! El viaje a St. Saviour no fue tan mal como pensabas. Nadie dijo palabra.

En esta ocasion, la respuesta de Eric fue perfectamente inteligible:

– No hacia falta. Ademas, ?a quien vimos? Solo al especialista en fisioterapia y a la empleada de historiales. Ella lo sabia y me lo dejo bien claro. Eso es lo que ocurriria en medicina general, si me dieran trabajo. Nunca permitirian que lo olvidara. El delincuente. Y asignarian con gran tacto a todas las pacientes menores de dieciseis anos a otro por si acaso. Al menos Wilfred me trata como un ser humano. Puedo aportar algo. Puedo hacer mi trabajo.

– ?Por Dios! ?Vaya trabajo! -exclamo Maggie casi a voz en grito. Y entonces ambas voces se perdieron en el rugido del calentador y el ruido del agua. Al cabo de unos instantes, estos se apagaron y Dalgliesh volvio a oir la voz de Maggie, aguda, energica-: ?Bueno! ?Bueno! ?Bueno! ?Ya he dicho que no lo dire, y lo dire! Pero si sigues refunfunando, a lo mejor cambio de opinion.

La respuesta de Eric le llego en forma de un largo murmullo de protesta despues del cual Maggie volvio a hablar:

– Bueno, ?y que? No era tonto, ?sabes? Se daba cuenta de que pasaba algo. ?Que hay de malo? Esta muerto, ?no? Muerto, muerto, muerto.

De repente Dalgliesh se dio cuenta de que estaba totalmente inmovil, haciendo un esfuerzo por oir, como si fuera un caso oficial, un caso suyo, y cada palabra obtenida subrepticiamente constituyera una pista vital. Irritado, casi se obligo a actuar. Habia regresado a la entrada y habia levantado la mano para volver a llamar con mas fuerza cuando Maggie salio de la cocina con una bandejita de laton seguida de Eric, se recupero rapidamente de la sorpresa y solto una risotada casi genuina.

– ?Dios santo! No me diga que Wilfred ha llamado a Scotland Yard para que me interroguen. El pobrecillo esta hecho un lio. ?Que piensa hacer, advertirme que todo lo que diga quedara registrado y podra utilizarse como prueba?

En ese instante el vano de la puerta se oscurecio y aparecio Julius. Dalgliesh penso que debia de haber corrido para llegar tan pronto. ?A que esas prisas? Con la respiracion entrecortada, Julius deposito las dos botellas en la mesa.

– Un ofrecimiento en senal de paz.

– ?Justo lo que hacia falta! -Maggie adopto una actitud de flirteo. Se le iluminaron los ojos bajo los pesados parpados y los paseo de Dalgliesh a Julius, como indecisa sobre a quien otorgar sus favores. Dirigiendose a Dalgliesh, dijo-: Julius me ha acusado de tratar de asar a Wilfred vivo en la torre negra. Ya lo se, ya me doy cuenta de que no es cosa de risa, pero Julius si resulta verdaderamente comico cuando intenta ser solemne. Y, sinceramente, es una soberana tonteria. Si quisiera cargarme a san Wilfred, podria hacerlo sin andar a hurtadillas por la torre negra disfrazada, ?verdad, querido?

Se cercioro de que su risa y la mirada que le dirigio a Julius fueran a la vez amenazadoras y conspiratorias, pero no obtuvo reaccion alguna. Julius dijo de inmediato:

– No te he acusado. Simplemente te he preguntado con gran tacto donde has estado desde la una de la tarde.

– En la playa, querido. A veces voy por alli. Ya se que no puedo demostrarlo, pero vosotros tampoco podeis demostrar que no era asi.

– Que casualidad, ?verdad?, que estuvieras en la playa.

– No mas casualidad que tu pasaras por la carretera de la costa.

– ?Viste a alguien?

– Ya te lo he dicho, a nadie. ?A quien tenia que ver? Ahora, Adam, le toca a usted. ?Piensa sacarme la verdad con un encantamiento digno de la mejor tradicion metropolitana?

– No. Este caso es de Court. Una de las principales normas de la investigacion es nunca interferir en la manera de llevar el caso de otro.

– Ademas, querida Maggie, al comandante no le interesan nuestras mezquinas disputas. Por extrano que parezca, le da lo mismo. Ni siquiera es capaz de fingir interes por saber si Dennis empujo a Victor por el acantilado y yo lo estoy encubriendo. Humillante, ?verdad?

Maggie profirio una risa forzada. Miro a su marido como una anfitriona inexperta que teme que la fiesta se este saliendo de madre.

– No seas tonto, Julius. Ya sabemos que no lo estas encubriendo. ?Por

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