que lo ibas a encubrir? ?Que sacarias tu?
– ?Que bien me conoces, Maggie! Nada. Pero tambien podria haberlo hecho por pura bondad. -Miro a Dalgliesh con una sonrisa socarrona y anadio-: Me gusta ser complaciente con mis amigos.
– ?Que deseaba usted, senor Dalgliesh? -dijo de pronto Eric con sorprendente autoridad.
– Simplemente informacion. Cuando llegue a casa del padre Baddeley encontre un librito de cerillas junto a su cama, era de propaganda, del Olde Tudor Barn de cerca de Wareham. He pensado ir a cenar hoy mismo. ?Saben si el padre Baddeley iba con frecuencia?
– ?No, no! -exclamo Maggie riendo-. Yo diria que nunca. No es el ambiente de Michael. Las cerillas se las di yo. Le gustaban las chucherias. Pero el Barn no esta mal. Bob Loder me llevo el dia de mi cumpleanos y nos atendieron bastante bien.
– Yo mismo puedo describirselo -intervino Julius-. Ambiente: una ristra de lamparitas de colores salidas de un cuento de hadas alrededor de un granero del siglo XVII, por lo demas genuino y agradable. Primer plato: sopa de tomate de lata con una rodajita de tomate para darle verosimilitud y contraste cromatico; langostinos congelados con salsa embotellada sobre un lecho de lechuga lacia; medio melon, maduro si tienes suerte; o el pate casero del chef recien traido del supermercado. El resto del menu ya puede imaginarselo. Generalmente consiste en una especie de bistec servido con verduras congeladas y lo que ellos llaman patatas fritas. Si se ve obligado a beber, no se aparte del tinto. No se si lo elabora el dueno o simplemente le pega las etiquetas a las botellas, pero al menos es vino. El blanco es pipi de gato.
– No seas tan esnob, querido -dijo Maggie riendo-, no esta tan mal. Bill y yo tomamos una comida bastante decente. Y, fuera quien fuese el que embotello el vino, para mi tuvo el efecto deseado.
– Pero es posible que haya empeorado -comento Dalgliesh-. Ya saben lo que pasa, se marcha el cocinero y un restaurante cambia de la noche a la manana.
– Esa es la ventana de la carta del Olde Barn -rio Julius-. El cocinero puede cambiar, y cambia, cada quince dias, pero la sopa de lata tiene el mismo sabor.
– No creo que haya cambiado desde mi cumpleanos -dijo Maggie-. Fue el 11 de septiembre. Soy Virgo, queridos. Muy apropiado, ?verdad?
– Hay un par de sitios que no estan mal en la vecindad. Puedo darle los nombres -propuso Julius.
Asi lo hizo y Dalgliesh se los anoto debidamente en la parte posterior de su agenda. Pero al regresar a Villa Esperanza su mente ya habia registrado otra informacion mas importante.
Asi pues, Maggie trataba lo suficiente a Bob Loder para salir a comer con el; el servicial Loder, igualmente dispuesto a modificar el testamento del padre Baddeley, o a disuadirlo de que lo modificara, y a ayudar a Millicent a enganar a su hermano para que le cediera la mitad del capital que obtuviera de la venta de Toynton Grange. Pero esa pequena treta habia sido idea de Holroyd. ?Lo habrian maquinado entre Loder y Holroyd? Maggie les habia hablado de la comida con secreta satisfaccion. Si su marido la abandonaba el dia de su cumpleanos, no se quedaba sin consuelo. Pero, ?y Loder? ?Se reducia su interes a la mera intencion de aprovecharse de una mujer complaciente e insatisfecha, o tenia un motivo mas siniestro para mantenerse en contacto con lo ocurrido en Toynton Grange? ?Y la cerilla partida? Dalgliesh todavia no la habia comparado con los fragmentos restantes en el librito que continuaba junto a la cama del padre Baddeley, pero no le cabia duda que uno de ellos coincidiria. No podia seguir interrogando a Maggie sin levantar sospechas, pero no le hacia falta. Tenia que haberle dado el librito de cerillas despues de la tarde del 11 de septiembre, que era el dia anterior a la muerte de Holroyd. Y esa tarde, el padre Baddeley habia ido a ver a su abogado. Asi pues, no pudo recibir las cerillas hasta ultima hora, como muy pronto. Eso queria decir que habia estado en la torre negra ya fuera a la manana o a la tarde siguiente. Cuando se le presentara la oportunidad, le resultaria util cambiar unas palabras con la senorita Willison y preguntarle si el padre Baddeley habia estado en Toynton Grange el miercoles por la manana. Segun las entradas de su diario, formaba parte de su rutina ir a la casona cada manana, la cual queria decir que casi con seguridad habia estado en la torre negra la tarde del doce, y probablemente se habia sentado junto a la ventana oriental. Las senales de la estera parecian muy recientes. Pero ni siquiera desde la ventana habria podido ver como se precipitaba la silla de Holroyd por el acantilado, ni observar como avanzaban las distantes figuras de Lerner y Holroyd por el camino que conducia al prado. Y aun de haber podido, ?que valor tendria su testimonio? Un viejo sentado solo, leyendo y es posible que adormecido al sol de la tarde. Ciertamente resultaba risible buscar en ello motivo para asesinarlo. No obstante, en el caso de que el padre Baddeley estuviera absolutamente seguro de que ni estaba leyendo ni adormilado, no seria cuestion de lo que habia visto sino de lo que habia dejado de ver.
SEXTA PARTE . Un asesinato incruento
Capitulo 21
Durante la tarde del dia siguiente, que habria de ser el ultimo de su vida, Grace Willison estaba sentada en el patio tomando el sol. Los rayos todavia le calentaban el rostro, pero ahora incidian en su apergaminada piel con la suave calidez de la despedida. De vez en cuando una nube cruzaba por delante del sol y ella se estremecia con el primer anuncio del invierno. El aire tenia un olor mas penetrante, las tardes oscurecian de prisa. Ya no habria muchos dias lo suficientemente calidos para sentarse al aire libre. Incluso entonces era la unica paciente que habia en el patio y agradecia el calor de la manta que le cubria las rodillas.
Se sorprendio pensando en el comandante Dalgliesh. Ojala hubiera ido con mas frecuencia por Toynton Grange. Por lo visto, todavia estaba en Villa Esperanza. El dia anterior habia ayudado a Julius a rescatar a Wilfred del incendio de la torre negra. Wilfred le habia quitado importancia al incidente con valentia, como era de esperar. No habia sido mas que una pequena hoguera, solo achacable a su propia imprudencia; no habia corrido el menor peligro real. De todas maneras, penso, era una suerte que el comandante hubiera estado alli.
?Se marcharia de Toynton sin despedirse de ella? Esperaba que no. En su breve encuentro se habia llevado una impresion favorabilisima de el. Que agradable seria tenerlo sentado alli con ella charlando del padre Baddeley. En Toynton Grange ya nadie lo nombraba siquiera. Pero, claro, el comandante tenia otras cosas a que dedicar su tiempo.
No habia amargura ni resentimiento en la meditacion. En realidad, en Toynton Grange no habia cosa alguna que pudiera interesarle, y no estaba en situacion de hacerle una invitacion personal. Durante un instante se permitio caer en la anoranza del retiro que habia esperado y proyectado. La pequena pension de la Sociedad; una casita llena de sol y de luminosidad, con chintz y geranios; las posesiones de su querida madre, que habia vendido antes de ingresar en Toynton: el servicio de te con dibujos de rosas, el escritorio de palisandro y la serie de acuarelas de catedrales inglesas. Que encantador poder invitar a quien le apeteciera a tomar el te con ella en su propia casa. No un te institucional en una triste mesa de refectorio, sino un te de la tarde como debia ser. Su mesa, su servicio de te, su comida, su invitado.
De pronto percibio el peso del libro que tenia en el regazo. Era una edicion de bolsillo de La ultima cronica de Barset, de Trollope. Llevaba alli toda la tarde. ?Por que le costaba tanto leerlo? Entonces lo recordo. Era el libro que estaba releyendo la aterradora tarde en que trajeron el cuerpo de Victor. Desde entonces no habia vuelto a abrirlo. Pero era ridiculo. Debia quitarselo de la cabeza. Era una idiotez, no, era una equivocacion, echar a perder un libro que le gustaba tanto -su pausado mundo de intrigas catedralicias, su sensatez, su delicada sensibilidad moral- contaminandolo con imagenes de violencia, odio y