cama, pero no podia subirse a ella sin ayuda. Nada pasaria de no ser que estallara una tormenta. Y no corria el menor peligro, nadie iba a entrar por la ventana. En Toynton Grange nada habia que robar. Mas alla de la ondulante cortina blanca, nada, nada mas que un negro vacio, montes oscuros hasta el insomne mar.
La cortina se abulto y se hincho como una vela blanca, una curva de luz. Ella se asombro de su belleza. Una rafaga de aire fresco le bano el rostro. Volvio los ojos hacia la puerta y esbozo una sonrisa de bienvenida.
– La ventana… ?Tendria la amabilidad de…? -empezo a decir.
Pero no termino. Solo le quedaban tres segundos de tiempo terrenal. Vio la figura cubierta por la capa, la capucha bien calada ocultandole el rostro, que se movia con rapidez hacia ella sobre pies silenciosos como una aparicion, familiar pero horripilantemente distinta, manos auxiliadoras portadoras de muerte, negrura abalanzandose sobre ella. Sin ofrecer resistencia, pues no hubiera sido propio de su naturaleza, y ?como iba a resistirse?, no murio bruscamente, sino sintiendo a traves del fino velo de plastico el fuerte, calido y extranamente reconfortante contorno de una mano humana. Luego la mano avanzo y, delicadamente, sin tocar la mesita de madera, apago la luz. Dos segundos despues, la luz volvio a encenderse, y, como si acabara de ocurrirsele, la figura de la capa cogio el Trollope, lo hojeo suavemente, dio con la flor prensada entre el papel de celofan y los estrujo los dos con dedos vigorosos. Seguidamente, la mano volvio a dirigirse a la lampara y la luz se apago por ultima vez.
Capitulo 24
Por fin se encontraban de nuevo en la habitacion de Ursula. Helen Rainer cerro la puerta con callada firmeza y se apoyo un momento en ella como si estuviera exhausta. Luego se dirigio veloz a la ventana y corrio las cortinas con dos gestos rapidos. Su entrecortada respiracion lleno el cuartito. Habia sido un trayecto dificil. Helen la habia dejado un momento en el consultorio mientras colocaba la silla de ruedas al pie de las escaleras. Una vez llegaran alli, ya estaria. Aunque las vieran en el pasillo de la planta baja, todo el mundo supondria que Ursula habia tocado la campanilla y Helen la acompanaba al cuarto de bano. El problema residia en las escaleras y el descenso, durante el cual Helen medio la sostenia, medio la llevaba. Habia sido agotador y ruidoso, cinco largos minutos de jadeos, barandillas que crujian, instrucciones susurradas y gemidos de dolor medio sofocados. Ahora parecia un milagro que nadie se hubiera asomado al pasillo. Hubiera sido mas rapido y mas facil entrar en la parte principal de la casa y usar el ascensor, pero la rejilla metalica y el escandaloso motor hubieran despertado a la mitad de las personas de la casa.
Por fin estaban seguras y Helen, palida pero tranquila, hizo acopio de fuerzas, se aparto de la puerta y comenzo a acostar a Ursula con profesional competencia. Ninguna de las dos hablo hasta que la tarea estuvo terminada y Ursula yacia en un rigido silencio atemorizado.
Helen acerco su rostro exageradamente al de Ursula. Al resplandor de la lamparita esta veia los rasgos de la enfermera mas grandes, mas toscos: poros como crateres en miniatura, dos pelitos erizados como cerdas en la comisura de la boca. Su aliento tenia un olor ligeramente acre. Era extrano que nunca lo hubiera advertido, penso Ursula. Parecia que los ojos verdes se agrandaban y sobresalian mientras siseaba las instrucciones, la aterradora advertencia.
– Cuando se vaya el siguiente paciente, tendra que empezar a admitir otros de la lista de espera o abandonar. No puede tener abierto con menos de seis pacientes. He echado una mirada a los libros del despacho y lo se. O bien lo vende todo, o lo traspasa a Ridgewell. Si quieres salir de aqui, hay mejores maneras que matandote. Ayudame a conseguir que venda y regresaras a Londres.
– Pero, ?como?
– Celebrara lo que llama un consejo de familia. Siempre lo hace cuando hay algo importante que decidir que afecta a toda la comunidad. Cada uno expone su punto de vista. Luego nos retiramos a meditar en silencio durante una hora y despues votamos. No dejes que te convenzan de votar a favor de Ridgewell. Asi estarias aqui encerrada de por vida. Ya les cuesta bastante a las autoridades encontrar sitio para los enfermos cronicos jovenes. Una vez saben que te cuidan en algun sitio, ya nunca te trasladan.
– Pero si esto cierra, ?de verdad me mandaran a casa?
– No tendran otro remedio, al menos a Londres. Tu aun tienes fijada la residencia alli. Los responsables de ti son las autoridades de Londres, no las de Dorset. Y una vez hayas vuelto, al menos lo veras. Podria ir a verte, sacarte, llevarte a casa los fines de semana. Ademas, la enfermedad todavia no esta en fase avanzada. No se por que no ibais a poder vivir juntos en uno de esos pisos para parejas minusvalidas. Al fin y al cabo, esta casado contigo. Tiene responsabilidades, deberes.
– A mi no me importan las responsabilidades ni los deberes -trato de explicar Ursula-. Lo que me importa es que me quiera.
Helen se rio con un sonido aspero e incomodo.
– Amor. ?No es eso lo que queremos todos? Pero claro, no puede seguir enamorado de alguien a quien nunca ve, ?no? Los hombres son asi. Tienes que volver con el.
– ?Y no lo contara?
– No, si me prometes hacer lo que te he dicho.
– ?Votar como usted quiere?
– Y no decir ni pio de que has querido matarte, ni de nada de lo que ha pasado esta noche. Si alguien comenta que ha oido algun ruido, dices que me has llamado y que te he acompanado al lavabo. Si Wilfred descubre la verdad, te mandara a un hospital mental. No querras ir, ?verdad?
No, no queria ir. Helen tenia razon. Tenia que volver a casa. Todo era sencillisimo. De repente se sintio llena de agradecimiento y trato de alargar los brazos hacia Helen, pero esta ya se habia retirado. Unas manos firmes la estaban arropando, levantando el colchon, tensando las sabanas. Se sintio aprisionada pero segura, un recien nacido envuelto para pasar la noche. Helen alargo la mano hacia la lampara.
En la oscuridad, una sombra blanquecina se dirigio a la puerta. Ursula oyo el suave «clic» del picaporte.
Tumbada en la cama sola, exhausta pero extranamente reconfortada, recordo que no le habia dicho a Helen que habia visto a un encapuchado. Pero tal vez no tenia importancia. Seguramente era la propia Helen que habia contestado a la campanilla de Grace. ?Se referia a eso al decir que no dijera palabra de lo que habia ocurrido aquella noche? Desde luego que no. Pero no diria palabra. ?Como iba a hablar sin revelar que estaba agazapada en las escaleras? Y todo se arreglaria. Ahora podia dormirse. Que suerte que Helen hubiera ido al botiquin a buscar un par de aspirinas para un dolor de cabeza y la hubiera encontrado. En la casa reinaba un silencio sobrenatural. Habia algo extrano, algo distinto, en el silencio. Entonces, sonriendo, se dio cuenta. Era Grace. Nada se oia, por el fino tabique no llegaba el mas minimo aspero ronquido que la molestara. Aquella noche, hasta Grace Willison dormia en paz.
Capitulo 25
Habitualmente Julius Court se dormia a los pocos minutos de haber apagado la luz. Sin embargo, aquella noche se revolvia en una inquieta vigilia con la mente y los nervios agitados, las piernas frias y pesadas como si fuera invierno. Las froto una contra otra considerando la posibilidad de sacar la manta electrica, pero el engorro de volver a hacer la cama le hizo descartarla. El alcohol le parecio un remedio mejor y mas rapido, tanto para el insomnio como para el frio.
Se acerco a la ventana con intencion de contemplar el promontorio. La luna en cuarto menguante quedo oscurecida por unas raudas nubes; la oscuridad de la tierra solo era atravesada por un unico rectangulo de luz amarilla. Pero, mientras observaba, la negrura corrio como una cortina sobre la