Asi, paso a paso, jadeando y Sudando pese al frio, se arrastro hasta arriba, agarrandose a la barandilla con las dos manos. Las escaleras crujian de manera alarmante. Esperaba oir en cualquier momento la debil llamada de una campanilla y seguidamente las apresuradas pisadas de Dot o Helen en la distancia.

No tenia idea de cuanto rato habia tardado en llegar a la cima de las escaleras, pero por fin se hallo sentada, encogida y tiritando, en el ultimo escalon, agarrada a la barandilla con las dos manos de modo tan convulsivo que la madera temblaba, y mirando intensamente el pasillo que se extendia abajo. Fue entonces cuando aparecio la figura encapuchada. No hubo pisadas, toses ni respiraciones previas. Un segundo el pasillo estaba vacio y al siguiente una figura de capa parda -con la cabeza gacha y la capucha bien calada- paso silenciosa y rapidamente por debajo de ella y desaparecio pasillo abajo. Espero aterrada, casi sin atreverse a respirar, agazapandose todo lo posible para no ser vista. Regresaria. Sabia que regresaria. Como la aterradora figura de la muerte que habia visto en los libros viejos y esculpida en los monumentos funerarios, se detendria debajo de ella, se quitaria la capucha para revelar una calavera sonriente con las cuencas vacias, e introduciria los dedos descarnados entre los barrotes de la barandilla para tocarla. Tenia la sensacion de que su corazon, que latia en un terror glacial contra la caja toracica, se habia vuelto demasiado grande para su cuerpo. Seguro que aquel frenetico golpeteo la delataria. Le parecio una eternidad, pero sabia que no podia haber transcurrido mas de un minuto cuando la figura reaparecio y paso, bajo sus aterrados ojos, silenciosa y rapidamente, para desaparecer en la parte principal de la casa.

Ursula se dio cuenta entonces de que no iba a matarse. No era mas que Dot, Helen o Wilfred. ?Quien mas podia haber sido? Pero el sobresalto de ver aquella figura silenciosa pasar como una sombra le habia devuelto el deseo de vivir. Si realmente queria morir, ?que hacia agazapada y helada en la cima de las escaleras? Tenia el cinturon de la bata. Todavia podia atarselo al cuello y dejarse caer por las escaleras. Pero no iba a hacerlo. Imaginarse la ultima caida, el cordon tirante clavado en el cuello, le hizo emitir un gemido de agonizante protesta. No, no habia pretendido matarse. No, nadie, ni siquiera Steve valia una condena eterna. Quiza Steve no creyera en el infierno, pero ?que sabia en realidad Steve de las cosas que importaban de verdad? Sin embargo, debia terminar el recorrido. Tenia que hacerse con el frasco de aspirinas que sabia que se encontraba en el consultorio. No lo usaria, pero lo tendria siempre a su alcance. Sabria que si la vida se tornaba intolerable, tendria a mano un medio de ponerle fin. Y quiza, si solo cogia un punado y dejaba la botella junto a la cama se darian cuenta por fin de que era desdichada. Aquello era lo unico que pretendia, lo unico que habia pretendido siempre. Llamarian a Steve. Advertirian su infelicidad. Quizas incluso obligarian a Steve a llevarsela a Londres. Despues de haber llegado tan lejos con tanto esfuerzo, debia alcanzar el botiquin.

La puerta no presento problema alguno, pero una vez la hubo cruzado reparo en que aquello era el fin. No podia dar la luz. La tenue bombilla del corredor emitia un difuso resplandor, pero ni siquiera con la puerta abierta bastaba para mostrarle la posicion del interruptor. Y, si conseguia accionarlo con el cinturon de la bata, tenia que saber con exactitud adonde dirigirse. Alargo la mano y palpo la pared. Nada. Lanzo repetidamente el cinturon hacia donde pensaba que podia estar el interruptor, pero volvia a caer sin resultado. Se echo a llorar de nuevo, derrotada, helada de frio, consciente de repente de que tenia que hacer todo el doloroso recorrido en sentido contrario, y lo mas dificil y doloroso seria meterse en la cama.

Entonces, subitamente, salio una mano de la oscuridad y se encendio la luz. Ursula solto un gritito de miedo. Alzo la vista. En la puerta se recortaba la figura de Helen Rainer con un habito marron abierto por delante y la capucha bajada. Las dos mujeres, petrificadas, se miraron mutuamente sin habla. Ursula vio que los ojos que la contemplaban desde arriba estaban tan llenos de terror como los suyos.

Capitulo 23

El cuerpo de Grace Willison desperto con un sobresalto y de inmediato se echo a temblar de manera incontrolable como si una vigorosa mano la sacudiera para obligarla a cobrar plena conciencia. Aguzo el oido en la oscuridad levantando la cabeza trabajosamente de la almohada, pero nada oyo. El ruido, real o imaginario, que la habia despertado se habia callado. Encendio la luz de la mesilla; eran casi las doce. Alargo el brazo para coger el libro. Era una lastima que el Trollope de bolsillo pesara tanto. Ello queria decir que tenia que apoyarlo en el cubrecama y, puesto que una vez en la posicion que solia adoptar para dormir no podia doblar las piernas con facilidad, el esfuerzo de levantar ligeramente la cabeza y fijar la mirada en la menuda letra resultaba fatigoso, tanto para los ojos como para los musculos del cuello. La incomodidad la hacia preguntarse a veces si leer en la cama constituia realmente aquel placer que siempre le habia parecido, desde los dias de la infancia en que la tacaneria del padre con respecto al recibo de la luz y la preocupacion de la madre por la vista y por que durmiera al menos ocho horas cada noche le habian impedido tener una lampara en la mesilla.

La pierna izquierda sufria unas sacudidas incontrolables y Grace observo interesada y sin alarmarse los irregulares saltos que daba el cubrecama, como si hubiera un animal suelto debajo de las sabanas. Despertarse de repente como entonces despues de haberse dormido era siempre mala senal. Le esperaba una noche agitada. Le tenia horror al insomnio, y durante un momento estuvo tentada de rezar para que no tuviera que soportarlo aquella noche siquiera. Pero habia terminado ya de rezar y parecia que no tenia sentido volver a pedir una gracia que sabia por experiencia que no iba a ser otorgada. Rogarle a Dios algo que ya habia dejado perfectamente claro que no estaba dispuesto a conceder era actuar como un nino obstinado y cascarrabias. Observo con interes las travesuras de sus extremidades, vagamente reconfortada por la sensacion que ahora casi lograba reproducir a voluntad de ser independiente de su rebelde cuerpo.

Dejo el libro y decidio pensar en la peregrinacion a Lourdes, que tendria lugar al cabo de catorce dias. Se imagino el alegre bullicio de la partida -tenia un abrigo nuevo reservado para la ocasion- el recorrido a traves de Francia; todo el grupo contento como en una excursion; la primera vision de la neblina adherida a las estribaciones de los Pirineos; los picos nevados; Lourdes, con su concentrada actividad, su aspecto de estar siempre en fete. El grupo de Toynton Grange, con la excepcion de los dos catolicos, Ursula Hollis y Georgie Alian, no formaba parte de una peregrinacion oficial britanica. No asistia a misa y se apinaba humildemente en la parte de atras de la multitud cuando los obispos con sus tunicas carmesi recorrian lentamente la plaza del Rosario con la dorada custodia delante. ?Que inspirador, que pintoresco y que esplendido resultaba todo! Las velas, que entretejian sus dibujos de luz, los colores, los canticos, la sensacion de volver a pertenecer al mundo exterior, pero a un mundo en el que la enfermedad era honrada, no considerada como una aberracion, una deformidad del espiritu al igual que del cuerpo. Solo faltaban trece dias. Penso que habria dicho su padre, protestante a ultranza, de aquel esperado placer. Pero habia consultado al padre Baddeley sobre la correccion del viaje y su consejo habia sido muy claro: «Querida hija, usted disfruta del cambio y del viaje, entonces, ?por que no? Nadie puede sentirse perjudicado por una visita a Lourdes. No dude en ayudar a Wilfred a hacer ese trato con el Todopoderoso».

Penso en el padre Baddeley. Todavia resultaba dificil aceptar que no volveria a hablar con el en el patio ni a rezar con el en la habitacion tranquila. Muerto; una palabra inerte, neutra, sin atractivo. La misma palabra, ahora que lo pensaba, se aplicaba a una planta, a un animal o a un hombre. ?Por que? El hombre formaba parte de la misma creacion, compartia la vida universal, dependia del mismo aire. Muerto. Habia esperado sentir que el padre Baddeley estaba proximo a ella, pero no habia ocurrido, no era cierto. Todos se habian ido al mundo de la luz. Se habian ido; ya no les interesaban los vivos.

Debia apagar la luz. La electricidad era cara; si no pensaba leer, su deber era estar a oscuras. Ilumina nuestra oscuridad -a su madre siempre le habia gustado aquella plegaria- y mediante tu misericordia defiendenos de los riesgos y peligros de esta noche. Pero alli no habia peligro alguno, solo el insomnio y el dolor, el familiar dolor que tolerar, casi agradecer, como a un viejo conocido porque sabia que era capaz de soportar su peor consecuencia, y aquel aterrador dolor nuevo que pronto tendria que contar a alguien.

La cortina se agitaba con el viento. Oyo un repentino «clic» extraordinariamente alto y el corazon le dio un vuelco. Luego una pieza de metal raspo la madera. Maggie no habia comprobado el pestillo de la ventana antes de acostarla. Ahora era demasiado tarde. Tenia la silla junto a la

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