sangre.

Curvo la deformada mano izquierda sobre el libro y separo las paginas con la derecha. Entre las ultimas paginas que habia leido habia una senal, un dragon rosa entre dos hojitas de celofan. Entonces se acordo. Era una flor del ramito que el padre Baddeley le habia llevado la tarde de la muerte de Victor. No solia coger flores silvestres, solo para ella. Habian durado poco, menos de un dia, pero aquella la habia metido de inmediato entre las hojas del libro. La contemplo inmovil.

Una sombra cayo sobre la pagina y una voz dijo:

– ?Pasa algo?

Levanto la vista y sonrio.

– Nada. Es que acabo de acordarme de una cosa. ?No es extraordinario como la mente rechaza todo lo que asocie con el horror o una gran congoja? El comandante Dalgliesh me pregunto si sabia lo que habia hecho el padre Baddeley los dias anteriores a su ingreso en el hospital. Y claro que lo se. Se lo que hizo el miercoles por la tarde. Supongo que no tendra la mas minima importancia, pero me gustaria decirselo. Ya se que todos estan muy ocupados, pero, ?cree que…?

– No se preocupe. Encontrare tiempo para pasar por Villa Esperanza. Ya es hora de que aparezca por aqui si piensa quedarse mucho tiempo mas. Pero, ?no le parece que deberia entrar? Esta refrescando.

La senorita Willison sonrio agradecida. Hubiera preferido quedarse un ratito mas, pero no le gustaba insistir. Se lo decian por su bien. Volvio a cerrar el libro y quien habria de asesinarla agarro la silla con manos firmes y la empujo hacia la muerte.

Capitulo 22

Ursula Hollis siempre pedia a las enfermeras que dejaran las cortinas descorridas y aquella noche, a la tenue luz de la esfera luminosa del despertador, alcanzaba a discernir el marco rectangular que separaba la oscuridad de fuera de la de dentro. Casi eran las doce. Era una noche sin estrellas y reinaba una gran quietud. Yacia en una oscuridad tan espesa que casi sentia el peso sobre su pecho, una densa y sofocante cortina que descendia y dificultaba la respiracion. En el exterior, el promontorio estaba dormido, con la excepcion, suponia, de los animalillos de la noche que correteaban entre las rigidas hierbas. En el interior de Toynton Grange todavia oia ruidos distantes: energicas pisadas por un corredor; el chasquido de una puerta al cerrarse; el chirrido de unas ruedas, de una polea o una silla, sin engrasar; los aranazos de raton procedentes del cuarto de al lado, donde Grace Willison se revolvia en la cama; un repentino estruendo de musica, acallado al instante, como si alguien abriera y cerrara la puerta de la sala de estar. El reloj de su mesilla de noche perseguia los segundos y los alcanzaba para lanzarlos al olvido. Ella yacia rigida, las calidas lagrimas fluian en una corriente constante sobre su rostro hasta precipitarse, de pronto frias y pegajosas, a la almohada. Debajo de la almohada estaba la carta de Steve. De vez en cuando doblaba el brazo derecho dolorosamente sobre el cuerpo e introducia los dedos debajo de la almohada para tocar el borde del sobre, afilado como un cuchillo.

Mogg se habia ido a vivir con el; vivian juntos. Steve le daba la noticia casi casualmente, como si no fuera mas que un acuerdo temporal y conveniente para los dos, pues compartirian el alquiler y las tareas domesticas. Mogg se encargaba de cocinar; Mogg habia reformado la sala de estar y habia puesto mas estanterias; Mogg le habia buscado un empleo administrativo en su editorial, que con el tiempo quiza le daria acceso a un puesto permanente y mejor; el nuevo libro de poemas de Mogg saldria para la primavera. Solo preguntaba rutinariamente por la salud de Ursula. Ni siquiera hacia las vagas promesas habituales de ir a visitarla. Nada decia de su regreso a casa, del piso nuevo que pensaban alquilar, de las negociaciones con las autoridades locales. No habia necesidad. Nunca regresaria. Los dos lo sabian. Mogg lo sabia.

No habia recibido la carta hasta la hora del te. Albert Philby, inexplicablemente, habia ido a buscar el correo tardisimo y no se la entregaron hasta despues de las cuatro. Se alegraba de encontrarse sola en la sala de estar, de que Grace Willison no hubiera entrado aun del patio para prepararse para el te. Nadie habia observado su rostro mientras la leia, nadie habia hecho preguntas llenas de tacto, ni, con mayor tacto aun, se habia contenido. La ira y la conmocion la habian sostenido hasta entonces. Se habia aferrado a la colera, alimentandola con recuerdos e imaginacion, y se habia obligado a comer las dos rebanadas de pan de costumbre, a tomarse el te, a contribuir con sus frases topicas y triviales a la conversacion. Por fin, ahora que la pesada respiracion de Grace Willison se habia apaciguado hasta convertirse en un suave ronquido, que ya no habia peligro de que Helen o Dot entraran por ultima vez y que Toynton Grange se envolvia definitivamente en el silencio disponiendose a pasar la noche, podia dar rienda suelta a la desolacion y a la sensacion de perdida y caer en lo que sabia era autocompasion. Las lagrimas, una vez hubieran empezado, no cesarian. El dolor, una vez admitido, era imposible de aplacar. No podia controlar el llanto. Ya ni siquiera la angustiaba; nada tenia que ver con la afliccion ni con la anoranza. Era una manifestacion fisica, involuntaria como el hipo, pero silenciosa y casi consoladora, un flujo interminable.

Sabia lo que tenia que hacer. Escucho a traves de las lagrimas. Nada se oia en la habitacion de al lado salvo los ronquidos de Grace Willison, que ahora eran regulares. Alargo la mano y encendio la luz. La bombilla era de la menor potencia que Wilfred podia comprar, pero aun asi la luz le resultaba cegadora. Se lo imagino, un deslumbrante rectangulo de luz que anunciaba su intencion al mundo. Sabia que nadie habia para verlo, pero en su imaginacion el promontorio se hallaba repentinamente lleno de pies que corrian y de voces que gritaban. Habia dejado de llorar, pero sus ojos hinchados veian la habitacion como si fuera una fotografia a medio revelar, una imagen de formas borrosas y distorsionadas que se movian y se disolvian vistas a traves de una cortina urticante atravesada por agujas de luz.

Espero. Nada ocurria. Todavia no habia sonido alguno en la habitacion de al lado, excepto la aspera y regular respiracion de Grace. El paso siguiente era facil; ya lo habia hecho dos veces. Echo las dos almohadas al suelo y, tras arrastrar el cuerpo hasta el borde de la cama, se dejo caer sobre el mullido colchon. Hasta con el efecto amortiguador de los almohadones, le parecio que la habitacion temblaba. Volvio a esperar, pero no se oyeron pasos apresurados por el corredor. Se incorporo apoyandose en la cama y comenzo a arrastrarse hacia el pie de la misma. Alargar la mano y coger el cinturon de la bata era una operacion facil. Hecho esto, inicio el doloroso avance hacia la puerta.

Tenia las piernas totalmente imposibilitadas; la fuerza de que disponia residia toda en los brazos. Los pies muertos yacian blancos y fofos como dos peces en el frio suelo, los dedos extendidos como obscenas excrecencias que trataran en vano de agarrarse. El linoleo no estaba pulimentado, pero si era liso, y se deslizo con sorprendente velocidad. Recordaba con que alegria habia descubierto que podia hacerlo, que, por ridiculo y humillante que fuera el truco, podia moverse por su habitacion sin usar la silla.

Pero ahora iba mas lejos. Era una suerte que las endebles puertas modernas de las habitaciones del anexo se abrieran bajando una manivela y no haciendo girar un pomo. Formo un lazo con el cinturon de la bata y, al segundo intento, consiguio introducirlo por la manivela. Tiro y la puerta se abrio en silencio. Dejando atras una de las almohadas, salio al silencioso pasillo. El corazon le latia con tal potencia que seguramente la traicionaria. Volvio a meter el cinturon por la manivela y, tras avanzar unos centimetros por el pasillo, oyo como se cerraba la puerta.

En el extremo mas alejado del corredor habia siempre encendida una bombilla con una gruesa pantalla que le permitia distinguir sin dificultad donde nacia la escalera que conducia al piso de arriba. Aquel era su objetivo. Alcanzarlo resulto asombrosamente sencillo. El linoleo del pasillo, aunque nunca se pulimentara, parecia aun mas suave que el de su habitacion, o quiza le habria cogido el truco. Se deslizaba con una facilidad que casi la regocijaba.

Pero la escalera era mas dificil. Pensaba arrastrarse agarrandose a la barandilla, peldano a peldano. Pero era preciso llevarse la almohada, la necesitaria en el suelo de arriba, y parecia que se habia convertido en un gigantesco estorbo blando y blanco. Las escaleras eran estrechas y le resultaba dificil subirlas. Se le cayo dos veces y hubo de bajar a buscarla. Pero una vez hubo superado dolorosamente cuatro peldanos, descubrio el mejor metodo de avanzar. Se ato un extremo del cinturon de la bata en torno al cuerpo y el otro a la almohada. Penso que ojala se hubiera puesto la bata. Hubiera obstaculizado su avance, pero tenia frio.

Вы читаете La torre negra
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату