– Si, igual que el padre Baddeley.

Hicieron una pausa y se miraron.

– ?Oyo alguna cosa anoche? -pregunto Dalgliesh.

– ?No, no! ?Nada! Dormi muy bien, es decir, despues que viniera Helen a ayudarme.

– ?Lo hubiera oido si hubiera gritado o alguien hubiera entrado en su cuarto?

– Si, seguro, de haber estado despierta. A veces no me dejaban dormir sus ronquidos. Pero no la oi gritar, y se durmio antes que yo. Apague la luz antes de las doce y media y pense que estaba muy callada.

Dalgliesh se dirigio a la puerta, pero se detuvo con la sensacion de que ella no deseaba que se fuera.

– ?La preocupa algo? -pregunto.

– No, no, nada. Es solo la curiosidad por lo de Grace, la incertidumbre. Son todos tan misteriosos… Pero, si van a hacerle la autopsia… quiero decir que la autopsia nos dira como ha muerto.

– Si -repuso el sin conviccion, como tranquilizandose a si mismo igual que a ella-, la autopsia nos lo dira.

Capitulo 28

Julius lo esperaba solo en el vestibulo y abandonaron juntos la casona para internarse en el luminoso aire matutino, abstraidos, un poco distanciados, con los ojos fijos en el camino. Ninguno de los dos hablo. Como si estuvieran unidos por una cuerda invisible, avanzaban a una distancia bien medida hacia el mar. Dalgliesh agradecia el silencio de su companero. Pensaba en Grace Willison, trataba de comprender y de analizar la raiz de su preocupacion y desasosiego, emociones que le parecian tan ilogicas que rozaban la perversidad. Su cuerpo no presentaba senales visibles, no habia lividez ni petequias en el rostro, nada fuera de lugar en su habitacion, nada inusual excepto la ventana abierta. Habia permanecido alli tornandose rigida en la inmovilidad de la muerte natural. ?A que entonces aquellas irracionales sospechas? Era un policia profesional, no un clarividente. Se basaba en las pruebas, no en la intuicion. ?Cuantas autopsias se efectuaban en un ano? Mas de ciento setenta mil, ?no? Ciento setenta mil muertes que requerian al menos cierta investigacion preliminar. La mayoria de ellas tenia un movil evidente, al menos para una persona. Los pateticos despojos de la sociedad eran los unicos que nada tenian que dejar, por mezquino que fuera, por inapetecible que resultara a ojos mas elevados. Toda muerte beneficiaba a alguien, liberaba a alguien, quitaba un peso de los hombros de alguien, ya fuera responsabilidad, el dolor del sufrimiento indirecto o la tirania del amor. Toda muerte era sospechosa si se miraba tan solo el movil, del mismo modo que toda muerte, en ultima instancia, era una muerte natural. El viejo doctor Blessington, uno de los primeros y mas insignes medicos forenses, se lo habia ensenado. La ultima autopsia de Blessington habia sido la primera del joven detective Dalgliesh. Las manos de ambos temblaban, aunque por razones distintas; sin embargo, el anciano actuo con la firmeza de siempre una vez hubo practicado la primera incision. Sobre la mesa descansaba el cuerpo de una prostituta pelirroja de cuarenta anos. El ayudante, con dos pasadas de las manos enguantadas, habia limpiado la cara de sangre, de polvo, de la masa de pintura y maquillaje, y la habia dejado palida, vulnerable, anonima. Una mano fuerte y viva, no muerta, habia borrado de ella toda personalidad. El anciano Blessington demostro su habilidad:

– Ve usted, joven, el primer golpe, detenido con la mano, paso por el cuello hacia el hombro derecho. Mucha sangre, mucho aparato, pero poco dano. El segundo, cruzado y hacia arriba, dano la traquea. Murio de conmocion, perdida de sangre y asfixia, seguramente en ese mismo orden por el aspecto del timo. Cuando los ponemos sobre la mesa, joven, la muerte no natural no existe.

Natural o no natural, el ya nada tenia que ver con aquello. Resultaba irritante que, con una voluntad tan firme, su mente precisara de una constante confirmacion, que se resistiera tan obstinadamente a inhibirse de los problemas. ?Que justificacion podia tener para dirigirse a la policia local con la pretension de quejarse de que la muerte se estaba volviendo una cosa demasiado comun en Toynton? Un anciano sacerdote que moria de una afeccion cardiovascular, sin enemigos, sin posesiones, excepto una modesta fortuna caritativamente legada al nombre que lo protegia, un notable filantropo cuyo caracter y reputacion eran irreprochables. ?Y Victor Holroyd? ?Que iba a hacer la policia respecto a esa muerte que no hubieran hecho ya del modo mas competente? Se habian investigado los hechos, el jurado se habia pronunciado. Holroyd habia sido enterrado, el padre Baddeley incinerado. Lo unico que quedaba era un feretro de huesos rotos, carne en putrefaccion y un punado de polvo gris y arenoso en el cementerio de Toynton; dos secretos mas anadidos a los ya enterrados en aquella tierra consagrada. Todos ellos escapaban ahora a la solucion humana.

Y luego la tercera muerte, la que seguramente todos los habitantes de Toynton Grange esperaban, fieles a la teurgia de que la muerte se produce siempre de tres en tres. Ya todos podian descansar. Y el tambien podia descansar. El juez ordenaria la autopsia y a Dalgliesh le cabian pocas dudas sobre el resultado. Sin tanto Michael como Grace Willison habian sido asesinados, su asesino era demasiado listo para dejar huellas. ?Por que iba a dejarlas? Con una mujer fragil, enferma y vencida por la enfermedad, tenia que haber sido tan facil, sencillo y rapido como el gesto de ponerle una mano encima de la nariz y la boca. Nada justificaria la interferencia de el. No podia decir: «Yo, Adam Dalgliesh, he tenido uno de mis famosos presentimientos. No estoy de acuerdo con el juez, con el forense, con la policia, con los hechos. Exijo, a la luz de esta nueva muerte, que los huesos incinerados del padre Baddeley sean resucitados y obligados a confesar su secreto».

Habian llegado a Toynton Grange Cottage. Dalgliesh siguio a Julius alrededor de la casa hasta el porche que unia directamente el patio con la sala de estar. Julius no habia cerrado la puerta con llave. Abrio y se hizo a un lado para que Dalgliesh pudiera entrar primero. Entonces los dos se quedaron paralizados, inmoviles. Alguien habia entrado antes que ellos. El busto de marmol que representaba al nino sonriente estaba hecho anicos.

Todavia sin hablar, avanzaron juntos cautelosamente sobre la moqueta. La cabeza, despedazada hasta el anonimato, yacia entre un holocausto de fragmentos de marmol. La alfombra gris oscuro estaba adornada con relumbrantes cuentas de piedra. Anchas cintas de luz procedentes de las ventanas y la puerta cruzaban la habitacion y las afiladas hebras de los rayos centelleaban como millares de estrellas infinitesimales. Parecia que al principio la destruccion habia sido sistematica. Las dos orejas habian sido limpiamente desprendidas y yacian juntas, obscenos objetos que rezumaban sangre invisible, mientras que el ramo de flores, tan delicadamente esculpido que las azucenas parecian temblar de vida, permanecia a corta distancia de la mano, como si lo hubieran lanzado gentilmente al aire. Una daga de marmol en miniatura se habia clavado en el sofa, un microcosmos de violencia.

La calma reinaba en la habitacion; su ordenado confort, el comedido tictac del reloj de la repisa de la chimenea, el insistente golpeteo del mar, todo realzaba la sensacion de ultraje, la crudeza de la destruccion y el odio.

Julius se arrodillo y cogio una piedra informe que habia sido la cabeza del nino. Al cabo de un segundo la dejo caer y rodo torpemente, en linea oblicua, por el suelo hasta topar con la pata del sofa. Todavia sin hablar, alargo el brazo, cogio el ramillete de flores y lo acuno suavemente. Dalgliesh advirtio que temblaba; estaba muy palido y la frente, inclinada sobre la escultura, le brillaba de sudor. Parecia un hombre conmocionado.

Dalgliesh se acerco a una mesa sobre la que habia una botella de whisky y sirvio un generoso vaso. Sin decir palabra, se lo entrego a Julius. El silencio del hombre y el temible temblor le preocupaban. Cualquier cosa, penso, un acceso de violencia, un ramalazo de rabia, un arranque de obscenidad, seria mejor que aquel silencio sobrenatural. Pero cuando Julius hablo, lo hizo con voz calmada. Rechazo el vaso con un gesto negativo de la cabeza y dijo:

– No, gracias. No necesito beber. Quiero saber que siento, quiero saberlo aqui dentro, en el estomago, no solo en la cabeza. No quiero que mi colera se aplaque, ?y tampoco

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