necesito estimularla! Pienselo Dalgliesh. Este gentil muchacho murio hace trescientos anos. El marmol debio de esculpirse muy poco despues. Durante trescientos anos no tuvo mas uso practico que proporcionar consuelo y placer y recordarnos que somos polvo. Trescientos anos. Trescientos anos de guerra, revolucion, violencia y codicia. Pero ha sobrevivido, ha sobrevivido hasta este ano de gracia. Bebaselo usted, el whisky, Dalgliesh. Levante el vaso y brinde por la era del saqueador. No podia saber que estaba aqui, a no ser que mirara y fisgara en mi ausencia. Cualquier cosa mia hubiera servido. Podria haber destruido cualquier cosa, pero cuando ha visto esto, no ha podido resistirse. Ninguna otra cosa le hubiera proporcionado una exaltacion semejante de la destruccion. No es solo odio hacia mi, ?sabe? El que lo haya hecho, odiaba tambien esto porque proporcionaba placer, fue hecho con una intencion, no era simplemente un terron de arcilla lanzado contra una pared, un chorro de pintura estampado contra un lienzo, un trozo de piedra cincelado en forma de curvas inocuas. Tenia gravedad e integridad. Nacia del privilegio y la tradicion, y contribuia a ellos. ?Dios! No deberia haberlo traido aqui, entre estos barbaros.

Dalgliesh se arrodillo junto a el. Cogio dos fragmentos de un antebrazo y los hizo encajar como en un rompecabezas.

– Seguramente sabemos, con un margen de unos minutos, cuando lo han hecho. Sabemos que se requeria fuerza, y el o ella, habran usado un martillo. Tiene que haber pistas. Y no ha podido venir hasta aqui y regresar en tan corto intervalo. O se ha escapado por el camino de la playa o ha venido en furgoneta y luego ha ido a buscar el correo. No sera dificil descubrir quien es el responsable.

– Dios mio, Dalgliesh, tiene alma de policia, ?eh? ?Cree que eso me consuela?

– A mi me consolaria; pero, claro, como dice usted, es una cuestion de alma.

– No pienso llamar a la policia si eso es lo que sugiere. No necesito que la bofia local me diga quien ha sido. Ya lo se, y usted tambien, ?no?

– No. Podria darle una listita de sospechosos por orden de probabilidades, pero no es lo mismo.

– Ahorrese la molestia. Yo se quien es y lo metere en cintura a mi manera.

– Y supongo que tambien le dara la satisfaccion de ver como lo acusan de asalto o de lesiones graves.

– Usted no se mostraria muy comprensivo, ?verdad? Ni el juez tampoco. La venganza es mia, dijo la Comision Real de la Paz. Un chico malo y destructivo, un pobre desgraciado. Cinco libras de multa y que salga en libertad condicional. ?No se preocupe! No pienso hacer algo imprudente. Me tomare mi tiempo, pero le ajustare las cuentas. Y que no se me acerquen sus compinches, que no tuvieron lo que se dice un exito fulgurante cuando investigaron la muerte de Holroyd. Que no metan sus torpes dedos en mis asuntos. -Mientras se ponia en pie, anadio con malhumorada terquedad, casi como si acabara de pensarlo-: Ademas, no quiero mas polis por aqui de momento, ahora que acaba de morir Grace Willison. Wilfred ya tiene demasiados quebraderos de cabeza. Limpiare todo esto y le dire a Henry que me he llevado la escultura a Londres. Aqui no viene nadie mas, gracias a Dios, de modo que ahorrare las usuales condolencias insinceras.

– Me sorprende tanto interes por la tranquilidad mental de Wilfred - dijo Dalgliesh.

– Me lo imagino. Segun su manual, soy un egoista malnacido. Trae la descripcion completa de los egoistas malnacidos, pero yo no encajo del todo. Por lo tanto, ha de haber una causa.

– Siempre hay una causa.

– Pues, ?cual es? ?Estoy de ninguna manera en la nomina de Wilfred? ?Acaso falsifico la contabilidad? ?Tiene alguien algo contra mi? ?Hay quizas algo de verdad en las sospechas de Moxon? ?O quiza soy hijo ilegitimo de Wilfred?

– Incluso un hijo ilegitimo podria pensar que merece la pena causarle un poco de desasosiego a Wilfred para descubrir quien ha hecho esto. ?No es demasiado escrupuloso? Wilfred ha de saber que alguien de Toynton Grange, seguramente uno de sus discipulos, casi lo mata, intencionadamente o no. Supongo que se tomaria con bastante filosofia que hayan destruido la escultura.

– No hace falta que se lo tome de ninguna manera. No va a saberlo. No puedo explicarle lo que yo mismo no entiendo, pero le debo una consideracion a Wilfred. Es muy vulnerable y patetico. Ademas, de nada serviria. Si quiere que se lo diga, me recuerda en cierto modo a mis padres. Regentaban una tiendecita en Southsea. Luego, cuando yo tenia unos catorce anos, abrieron un supermercado al lado y se arruinaron. Antes lo intentaron todo, no querian ceder. Fiaban cuando sabian que no iban a cobrar; hacian ofertas cuando el margen del beneficio era practicamente nulo; se pasaban horas arreglando el escaparate despues de cerrar; regalaban globos a los ninos. Daba lo mismo. Todo era absolutamente inutil y futil. No podian tener exito. Yo hubiera podido soportar su fracaso, lo que no podia soportar era su esperanza.

Dalgliesh penso que, en parte, lo entendia. Entendia lo que decia Julius. «Aqui estoy yo, joven, rico y sano. Se ser feliz. Podria ser feliz si el mundo fuera como yo quiero que sea; si los demas no insistieran en estar enfermos, en ser deformes, en sufrir dolores, en ser inutiles, derrotados, enganados; o si pudiera ser ese poquito mas egoista que me hace falta ser para que no me importe; si no existiera la torre negra.»

– No se preocupe por mi -oyo decir a Julius-. Recuerde, estoy afligido. ?No dicen que los afligidos siempre han de luchar para salir de su afliccion? El tratamiento apropiado es una distante compasion y alimentos en abundancia. Mas vale que desayunemos algo.

– Si no piensa llamar a la policia, recojamos esto -dijo Dalgliesh.

– Voy a buscar el cubo de la basura. No soporto el ruido del aspirador.

Desaparecio en su inmaculada y bien equipada cocina y regreso con una pala y dos cepillos. En extrana camaraderia, se agacharon juntos para emprender la tarea. Pero los cepillos eran demasiado blandos para extraer las astillas de marmol y tuvieron que recogerlas laboriosamente una a una.

Capitulo 29

El medico forense era un registrador que sustituia al titular. Si al llegar alli esperaba que aquellas tres semanas de parentesis en el oeste del pais fueran menos arduas que su empleo de Londres, se equivocaba. Cuando sono el telefono por decima vez aquella manana, se quito los guantes, trato de no pensar en los quince cadaveres desnudos que todavia esperaban en los estantes refrigerados y levanto el auricular filosoficamente. La firme voz masculina, excepto por el agradable acento rural, podia haber sido la voz de cualquier oficial de la policia metropolitana; tambien las palabras las habia oido en otras ocasiones.

– ?Es usted? Tenemos un cadaver en un campo, a cinco kilometros al norte de Blandford, que no nos gusta en absoluto. ?Podria venir?

La llamada pocas veces diferia. Siempre tenian un cadaver que no les gustaba, en una zanja, en un campo, en una cuneta, entre los retorcidos hierros de un coche aplastado. Cogio el cuaderno de notas, hizo las preguntas de siempre y oyo las respuestas que esperaba.

– Bueno, Bert, ya la puedes coser -le dijo a su ayudante-. No es cosa del otro mundo. Dile al secretario del juez que ya puede dar la orden para que se hagan cargo. Yo me voy a ver a otro. Preparame los dos siguientes, ?de acuerdo?

Echo una ultima mirada al enflaquecido cuerpo de la mesa de operaciones. Grace Miriam Willison, soltera, de cincuenta y siete anos, no habia presentado dificultad alguna. Ningun signo externo de violencia, ninguna prueba interna que justificara el envio de las visceras al laboratorio. Le habia comentado con cierto mal humor a su ayudante que si los medicos de cabecera se dedicaban a mandar a sus clientes a un servicio de medicina forense agobiado de trabajo para averiguar cual de sus diagnosticos era el

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