acertado, mas valia que cerraran el servicio. Pero la corazonada del medico tenia fundamento. Se le habia pasado una cosa por alto, el neoplasma avanzado de la parte superior del estomago. Sin embargo, ese dato de nada le iba a servir ahora. Eso, la esclerosis multiple o la dolencia cardiaca la habian matado. El no era Dios y ya habia tomado una determinacion. O quiza la mujer habia decidido que ya tenia suficiente y habia dejado de luchar. En su estado, lo misterioso era que continuara viviendo, no que le sobreviniera la muerte. Empezaba a pensar que la mayor parte de los pacientes morian cuando decidian que les habia llegado la hora. Pero eso no se podia poner en el certificado de defuncion.

Garabateo una nota final en el expediente de Grace Willison, le dio una ultima indicacion a su ayudante y empujo las puertas oscilantes para dirigirse a otra muerte, otro cadaver, hacia su verdadero trabajo, penso con algo parecido al alivio.

SEPTIMA PARTE . Bruma en el promontorio

Capitulo 30

La iglesia de Todos los Santos de Toynton era una interesante reconstruccion victoriana de un edificio anterior, y el cementerio un solar triangular de hierba cortada que se extendia entre la pared occidental, la carretera y una hilera de casas corrientes. La tumba de Victor Holroyd, senalada por Julius, era un monticulo rectangular toscamente recubierto de pedazos de pobre cesped. Al lado, una sencilla cruz de madera indicaba el lugar donde habian sido enterradas las cenizas del padre Baddeley. Grace Willison iba a yacer junto a el. En el funeral se hallaban presentes todos los habitantes de Toynton Grange menos Helen Rainer, que se habia quedado para cuidar a Georgie Alian, y Maggie Hewson, cuya ausencia, que nadie comento, debia de considerarse normal. Pero Dalgliesh, al llegar solo, se sorprendio de ver el Mercedes de Julius estacionado frente a la entrada con sotechado, junto al autobus de Toynton Grange.

El cementerio estaba atestado y el sendero que discurria entre las lapidas era estrecho y estaba lleno de hierba, de modo que tardaron cierto tiempo en maniobrar las tres sillas de ruedas para situarlas en torno de la fosa.

El parroco se habia tomado unas tardias vacaciones y su sustituto, que aparentemente nada sabia de Toynton Grange, quedo perplejo al ver a cuatro miembros de la comitiva funebre ataviados con habitos de monje. Pregunto si eran franciscanos anglicanos, cosa que provoco una nerviosa risita por parte de Jennie Pegram. La respuesta de Anstey, que Dalgliesh no oyo, no debio de satisfacer al sacerdote, quien, con aire asombrado y reprobatorio, condujo el servicio a controlada velocidad como si deseara liberar el cementerio cuanto antes del riesgo de contaminacion de aquellos impostores. El grupito canto, a propuesta de Wilfred, el himno favorito de Grace, Vosotros, santos angeles inteligentes. Era un himno poco apropiado para ser cantado por unos aficionados y sin acompanamiento, penso Dalgliesh. Las inseguras y discordantes voces se elevaban debiles en el fresco aire del otono.

No habia flores. Su ausencia, el penetrante olor de la tierra removida, el suave sol otonal, el omnipresente olor a madera ardiendo, e incluso la sensacion de ser observado morbosamente por unos ojos invisibles pero inquisitivos apostados detras de los setos, le recordo dolorosamente otro funeral.

Era en aquel entonces un muchacho de catorce anos que se encontraba en casa durante las vacaciones de medio curso. Sus progenitores estaban en Italia y el padre Baddeley se habia quedado encargado de la parroquia. El hijo de un campesino del pueblo, un muchacho timido, amable y formal que estudiaba en la universidad y habia ido a pasar el fin de semana en casa, habia cogido la escopeta de su padre y habia matado a su padre, a su madre y a su hermana de quince anos antes de suicidarse. Era una familia devota, y el chico un hijo carinoso. Para el joven Dalgliesh, que empezaba a imaginarse enamorado de la muchacha, habia sido un horror que habia eclipsado todos los horrores posteriores. La tragedia, inexplicable, pasmosa, causo primero consternacion en el pueblo, pero la afliccion dejo pronto paso a una oleada de ira, terror y repulsion supersticiosos. Era impensable que el chico fuera enterrado en tierra consagrada, y la suave pero inexorable insistencia del padre Baddeley en que la familia debia permanecer unida en una sola tumba lo convirtio temporalmente en un paria. El funeral, boicoteado por el pueblo, se celebro en un dia como aquel. La familia carecia de parientes cercanos. Solo estuvieron presentes el padre Baddeley, el sacristan y Adam Dalgliesh. El muchacho de catorce anos, rigido de afliccion incomprendida, se concentro en las respuestas intentando divorciar las palabras insoportablemente conmovedoras de su significado, verlas simplemente como simbolos negros sin sentido impresos en la pagina del libro de oraciones, y pronunciadas con firmeza, incluso con indiferencia, sobre la fosa. Ahora, cuando aquel sacerdote desconocido alzo la mano para dar la bendicion final al cuerpo de Grace Willison, Dalgliesh vio en su lugar la fragil y erguida figura del padre Baddeley, con el cabello revuelto por el viento. Mientras las primeras paladas de tierra caian sobre el ataud y el se volvia para marcharse, se sentia como un traidor. El recuerdo de una ocasion en que el padre Baddeley no se habia fiado de el en vano reforzo la actual e insistente sensacion de fracaso. Seguramente fue esto lo que le hizo replicar con aspereza a Wilfred cuando se acerco a el y le dijo:

– Ahora vamos a almorzar. El consejo de familia comenzara a las dos y media y la segunda sesion a eso de las cuatro. ?Esta seguro de que no quiere ayudarnos?

– ?Puede darme una razon que justifique mi intervencion? -dijo Dalgliesh al tiempo que abria la portezuela del coche. Wilfred dio media vuelta; por una vez parecia casi desconcertado. Dalgliesh oyo la risita de Julius.

– ?Pobre cretino! ?De verdad cree que no sabemos que no celebraria el consejo familiar si no estuviera convencido de que saldra como quiere el? ?Que planes tiene para hoy?

Dalgliesh dijo que todavia no lo sabia. En realidad habia resuelto disipar la repugnancia que sentia hacia si mismo andando por el sendero del acantilado hasta Weymouth para luego regresar por el mismo camino. Pero no le apetecia contar con la compania de Julius.

Entro en una taberna proxima para tomar un poco de queso y cerveza, regreso rapido a Villa Esperanza, se cambio de pantalones, se puso una chaqueta que lo protegiera del viento y se dirigio al este por el camino del acantilado. Era muy distinto del paseo de primeras horas de la manana que habia dado el dia siguiente a su llegada, cuando todos sus sentidos, que acababan de despertar, estaban atentos al sonido, al color y al olor. Ahora avanzaba resueltamente a grandes zancadas, inmerso en sus pensamientos, los ojos fijos en el sendero, apenas consciente siquiera de la trabajosa y sibilante respiracion del mar. Pronto tendria que decidir con respecto a su trabajo, pero eso podia esperar otro par de semanas. Habia otras decisiones mas inmediatas pero menos gravosas. ?Cuanto tiempo debia quedarse en Toynton? Poca excusa tenia ya para retrasarse. Los libros estaban clasificados, las cajas casi listas para atar y no avanzaba en el problema que lo habia retenido en Villa Esperanza. Apenas le quedaban ya esperanzas de resolver el misterio de la llamada del padre Baddeley. Era como si, viviendo en la casita del sacerdote, durmiendo en su cama, Dalgliesh hubiera absorbido algo de su personalidad. Casi estaba convencido de que percibia la presencia del mal. Era una facultad ajena que no le gustaba y de la cual desconfiaba. Sin embargo, cada vez era mas fuerte. Ahora estaba seguro de que el padre Baddeley habia sido asesinado. Con todo, cuando estudiaba las pruebas con mente de policia, el caso se disolvia como el humo entre las manos.

Quiza debido a su inmersion en improductivos pensamientos, la bruma lo cogio por sorpresa. Penetraba procedente del mar, una repentina invasion fisica de blanca viscosidad fria y humeda que lo borraba todo. De repente dejo de encontrarse paseando a la suave luz de la tarde con una brisa que le erizaba el vello del cuerpo y los brazos para quedarse subitamente inmovil apartando de si la bruma que empanaba el sol, el color y el olor como si de una fuerza ajena se tratara.

Se pegaba a su cabello, se agarraba a su cuello y se retorcia en grotescas filigranas sobre el promontorio. Dalgliesh la contemplo, un culebreante velo transparente que pasaba por entre zarzas y helechos, agrandando y modificando las formas, oscureciendo el sendero. Con la bruma se hizo

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