Solo noto que se habia abierto la puerta por la repentina corriente de aire frio. Un par de pies se detuvieron junto al cuerpo. Oyo la voz de Julius.

– ?Dios mio! ?Esta muerta? ?Que ha ocurrido?

El matiz de terror sorprendio a Dalgliesh. Este levanto la vista un segundo hacia el desencajado rostro de Court, que pendia sobre el como una mascara incorporea de rasgos blancos y distorsionados por el miedo. Julius se esforzaba por controlarse. Todo su cuerpo temblaba. Dalgliesh, concentrado en el desesperado ritmo de la resucitacion, emitio las ordenes en una serie de asperas frases inconexas.

– Vaya a buscar a Hewson. De prisa.

– No puedo. No me pida eso. No sirvo para estas cosas. Ni siquiera le soy simpatico. Nunca hemos sido amigos. Vaya usted, prefiero quedarme aqui con ella que enfrentarme a Eric - contesto Julius en un murmullo agudo y monotono.

– Entonces llamelo por telefono. Y luego llame a la policia. Coja el auricular con el panuelo, es posible que haya huellas.

– ?No contestaran! Nunca contestan cuando estan meditando.

– ?Entonces, por el amor de Dios, vaya a buscarlo!

– ?Pero tiene la cara llena de sangre!

– Es carmin, suciedad. Llame a Hewson.

Julius permanecio inmovil, pero luego dijo:

– Voy a probar. Ya habran terminado de meditar. Acaban de dar las cuatro. Es posible que contesten.

Se volvio hacia el telefono. Por el rabillo del ojo Dalgliesh vio el tembloroso auricular en sus manos y el panuelo blanco mediante el cual Julius habia envuelto el instrumento con la torpeza del que intenta vendarse una herida que se ha infligido a si mismo. Al cabo de dos largos minutos contestaron al telefono. No sabia quien, y despues tampoco recordaba lo que dijo Julius.

– Ya se lo he dicho. Vienen hacia aqui.

– Ahora llame a la policia.

– ?Que les digo?

– La verdad. Ellos ya sabran lo que tiene que hacer.

– Pero… ?no deberiamos esperar? ?Y si revive?

Dalgliesh se enderezo. Sabia que llevaba cinco minutos trabajando con un cadaver.

– No creo que reviva -dijo.

Inmediatamente reanudo la tarea adhiriendo la boca a la de ella, esperando percibir con la palma derecha el primer pulso de vida en el silencioso corazon. La bombilla oscilaba levemente con la corriente de aire que penetraba por la puerta abierta y una sombra se paseaba como una cortina sobre el rostro sin vida. Dalgliesh era consciente del contraste entre la carne inerte, los frios labios insensibles magullados por los de el y su aspecto de ruborizada atencion, una mujer inmersa en el acto sexual. El estigma carmesi de la cuerda era como un brazalete de dos vueltas que rodeara la gruesa garganta. Restos de la fria bruma penetraban a hurtadillas por la puerta para retorcerse en torno de las polvorientas patas de la mesa y de las sillas. La niebla le causaba picazon en las ventanas de la nariz como un anestesico; en la boca tenia el gusto amargo del aliento impregnado de whisky.

De repente se oyeron pasos apresurados; la habitacion se lleno de gente y de voces. Eric Hewson lo empujaba a un lado para arrodillarse junto a su esposa; detras de el, Helen Rainer abria un botiquin. Le entrego un estetoscopio. El medico desabrocho de un tiron la blusa de su mujer. Delicada y friamente, la enfermera levanto el pecho izquierdo de Maggie para que auscultara el corazon. Un instante despues, Eric se quito el estetoscopio, lo lanzo a un lado y alargo la mano. En esta ocasion, todavia sin hablar, Helen le entrego una jeringuilla.

– ?Que vas a hacer? -grito Julius con voz histerica.

Hewson alzo la vista hacia Dalgliesh. Tenia el semblante cadaverico y los iris muy dilatados.

– No es mas que digital -dijo, pero aquella voz ronca pedia que lo tranquilizaran, que le infundieran esperanza, que le dieran permiso para retirarse, para inhibirse de la responsabilidad.

Dalgliesh asintio con la cabeza. Si era digital, tal vez funcionara. Y no seria tan tonto como para inyectar nada letal. Detenerlo ahora podia significar matarla. ?Hubiera sido mejor proseguir la respiracion artificial? Seguramente no; en todo caso, era una decision que correspondia a un medico. Y alli habia un medico. Pero en el fondo Dalgliesh sabia que era un argumento retorico. No era susceptible de ser perjudicada, como tampoco era susceptible de ser ayudada.

Helen Rainer tenia ahora una linterna en la mano y la enfocaba hacia el pecho de Maggie. Los poros de la piel que se abrian entre los pechos caidos parecian enormes, crateres en miniatura obturados de polvo y sudor. A Hewson empezo a temblarle la mano. De repente, Helen dijo:

– Dejame a mi.

El medico le entrego la jeringuilla. Dalgliesh oyo el incredulo «?Oh, no!» de Julius Court y contemplo como penetraba la aguja tan limpia y certeramente como un golpe de gracia.

Las finas manos no temblaron al extraer la aguja, aplicar un trocito de algodon al pinchazo y, sin hablar, alargar la jeringuilla a Dalgliesh.

Subitamente, Julius Court salio dando traspies de la habitacion para regresar casi de inmediato con un vaso. Antes de que alguien pudiera detenerlo, habia agarrado la botella de whisky por el cuello y se habia servido el ultimo centimetro. Apartando una silla de la mesa, se sento y se abalanzo hacia adelante, abrazando la botella.

– Pero Julius… no debemos tocar nada hasta que llegue la policia -dijo Wilfred.

Julius se saco el panuelo y se lo paso por la cara.

– Lo necesitaba. Y no he tocado las huellas. Ademas, tenia una cuerda alrededor del cuello, ?o no se habian dado cuenta? ?De que creen que ha muerto, de alcoholismo?

El resto de los presentes permanecian inmoviles en torno del cadaver. Hewson todavia estaba agachado junto a su esposa; Helen le acunaba la cabeza. Wilfred y Dennis los flanqueaban con los dobleces de los habitos inmoviles en la calma de la habitacion. Dalgliesh penso que parecian una multicolor coleccion de actores que posaran para un diptico contemporaneo con los expectantes ojos fijos en el iluminado cuerpo de la santa martirizada.

Cinco minutos despues, Hewson se puso en pie y dijo en tono monotono:

– No responde. Pongala en el sofa. No podemos dejarla en el suelo.

Julius Court se levanto de la silla y entre el y Dalgliesh alzaron el pesado cuerpo y lo colocaron en el sofa. Este era demasiado corto y los pies ribeteados en escarlata, a la vez grotescos y pateticamente vulnerables, asomaban rigidos por un extremo. Dalgliesh oyo suspirar levemente a los observadores como si hubieran satisfecho alguna oscura necesidad de acomodar confortablemente el cuerpo. Julius miro alrededor en busca de algo con que taparla. Fue Dennis Lerner el que, para sorpresa de todos, saco un gran panuelo blanco, lo desdoblo de una sacudida y lo coloco con ritual precision sobre el rostro de Maggie. Los presentes lo contemplaron intensamente, como si esperaran que la tela se agitara con la primera exhalacion.

– Es una extrana tradicion cubrir los rostros de los muertos. ?Sera porque pensamos que estan en desventaja, expuestos sin modo de defenderse a nuestra critica mirada? ?O sera porque les tenemos miedo? Me parece que lo segundo.

Sin prestarle atencion, Eric Hewson se volvio hacia Dalgliesh.

– ?Donde…?

– Alli, en el pasillo.

Hewson se dirigio a la puerta y se quedo mirando la cuerda que

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