humedos. Pero no se produjo confusion alguna. Los recien llegados penetraron con calma como un solo hombre, equipados con su instrumental, y empezaron a moverse con la precision de los cargados miembros de una orquesta al ocupar los lugares senalados. El grupo de Toynton Grange se retiro a observarlos cautelosamente. Nadie hablo hasta que la voz sosegada del inspector Daniel rompio el silencio.

– Bueno, ?quien ha encontrado a la pobre senora?

– Yo -respondio Dalgliesh-. Court ha llegado unos doce minutos despues.

– Entonces, que se queden el senor Dalgliesh, el senor Court y el doctor Hewson. Con ellos bastara de momento.

– A mi me gustaria quedarme, si no le importa -dijo Wilfred.

– Si, senor, no lo dudo. Es usted el senor Anstey, ?no es asi? Sin embargo, no siempre podemos hacer lo que nos gustaria. Si me hace el favor de regresar a la residencia, el detective Burroughs los acompanara y pueden decirle a el todo lo que les parezca. Enseguida estare con ustedes.

Sin pronunciar una sola palabra mas, Wilfred abrio la marcha.

El inspector Daniel miro a Dalgliesh y dijo:

– Bueno, senor, parece que la muerte no le deja convalecer en Toynton.

Capitulo 31

Despues de entregarles la jeringuilla y de relatar como habia encontrado el cuerpo, Dalgliesh no quiso presenciar la investigacion. No deseaba dar lugar a que pensaran que estaba vigilando la actuacion del inspector Daniel; no le gustaba el papel de espectador y sentia, incomodo, que los entorpecia. Ninguno de los hombres presentes obstaculizaba a los demas. Se movian con seguridad en el reducido espacio, cada uno especializado en una cosa pero actuando en equipo. El fotografo transporto los focos portatiles al estrecho pasillo; el experto en huellas dactilares, de paisano, con el maletin abierto mostrando las pulcramente ordenadas herramientas de su oficio, se sento a la mesa, con el cepillo preparado, para iniciar la metodica operacion de quitarle el polvo a la botella de whisky; el medico de la policia se arrodillo junto al cuerpo, concentrado y con aire critico, y comenzo a tirar de la piel manchada de Maggie como si esperara devolverla a la vida. El inspector Daniel se inclino sobre el y conferenciaron. Dalgliesh penso que parecian dos granjeros estudiando las cualidades de un pollo muerto. El hecho de que Daniel se hubiera llevado al medico de la policia y no a un forense desperto su curiosidad. Pero, ?por que no? Los forenses del Ministerio del Interior, dado la extension de las zonas que tenian que cubrir, raramente llegaban con prontitud a la escena del crimen. Por otro lado, el reconocimiento medico que los ocupaba no presentaba problemas evidentes. No tenia sentido emplear mas recursos de los necesarios. Se pregunto si se hubiera personado el propio Daniel de no estar presente en Toynton Grange un comandante de la policia metropolitana.

Dalgliesh pidio formalmente permiso a Daniel para regresar a Villa Esperanza. Eric Hewson ya se habia marchado. Daniel solo le habia hecho unas pocas preguntas necesarias, breves y suaves, antes de sugerirle que regresara con los demas a Toynton Grange. Dalgliesh percibio el alivio que represento su marcha. Hasta aquellos imperturbables expertos se movian con mayor libertad descargados de la inhibidora restriccion del dolor publico. El inspector se esforzo por dedicarle algo mas que una laconica inclinacion de cabeza y dijo:

– Muchas gracias. Pasare a cambiar impresiones con usted antes de irnos, si me lo permite. -Tras lo cual volvio a inclinarse para proseguir la contemplacion del cuerpo.

Fuera lo que fuese lo que esperaba encontrar Dalgliesh en el promontorio de Toynton, no era aquello: la vieja conmemoracion rutinaria de la muerte no natural. Durante un momento lo vio con los ojos de Julius Court, un esoterico rito nigromantico ejecutado por sus practicantes de pardo uniforme en silencio o entre grunidos y murmullos tan breves como conjuros, un secreto oficio de difuntos. Desde luego, Julius parecia absorto en las operaciones y no hizo ademan de marcharse, sino que permanecio de pie a un lado de la puerta y, sin apartar los fascinados ojos del inspector Daniel, la abrio para que pasara Dalgliesh. Daniel no sugirio que se fuera tambien el, pero a Dalgliesh le parecio poco probable que ello se debiera a que se hubiera olvidado de su presencia.

Transcurrieron cerca de tres horas antes de que el automovil del inspector Daniel se detuviera ante Villa Esperanza. El inspector iba solo; el sargento Varney y los demas, explico, ya se habian marchado. Al entrar arrastro consigo los restos de una bruma que podia ser ectoplasma y una corriente de aire frio y humedo. Tenia el cabello perlado de humedad y el largo y rubicundo rostro resplandecia como si acabara de tomar el sol. A invitacion de Dalgliesh, se quito la gabardina y se acomodo en la butaca situada ante la chimenea, hecho lo cual paseo los vivaces ojos negros por la estancia tomando nota de la zarrapastrosa alfombra, la mezquina chimenea y el deterioro del empapelado.

– ?Asi que aqui es donde vivia el anciano? -dijo.

– Y donde murio. ?Le apetece un whisky, o prefiere un cafe?

– Whisky, gracias. El senor Anstey no le proporciono muchas comodidades que digamos. Pero supongo que todo el dinero se destina a los pacientes, y con razon, sin duda.

«Una parte iba destinada al propio Anstey», penso Dalgliesh, acordandose de la sibaritica celda que servia de dormitorio de Wilfred.

– No esta tan mal como parece -dijo-. Y los cajones de embalaje no contribuyen demasiado a crear un ambiente acogedor. Pero dudo de que el padre Baddeley advirtiera el deterioro, o, si lo advirtio, que le importara.

– Bueno, al menos se esta caliente. Esta bruma del mar te cala hasta los huesos. En el interior hace un dia mas claro, nada mas pasar el pueblo. Por eso hemos podido llegar enseguida. -Tomo un sorbo de whisky con complacencia y despues de un minuto de silencio prosiguio-: Este asunto de hoy, senor Dalgliesh, parece bastante claro. En la botella de whisky habia huellas de ella y de Court, y en el telefono de ella y de Hewson. Es posible sacar algo del interruptor de la luz, por supuesto, y las del boligrafo no estan claras. Hemos encontrado un par de muestras de su letra. Los companeros del laboratorio les echaran una mirada, pero a mi me parece bastante evidente, y tambien al doctor Hewson, que escribio esa nota suicida. Es un trazo firme de mujer.

– Menos las tres ultimas lineas.

– ?Las que hablan de la torre negra? Estaba bastante bebida cuando las escribio. Ah, y el senor Anstey lo interpreta como una admision de que fue ella la que provoco el incendio que casi lo mato. Y segun el, no fue el unico intento. Sin duda, ya le habran hablado de la cuerda deshilachada. Me ha contado todos los detalles del incidente de la torre negra y que usted encontro el habito.

– ?Ah, si? Entonces insistio en que no lo dijeramos a la policia, y ahora lo pone todo a los pies de Maggie Hewson.

– Siempre me sorprende como desata las lenguas la muerte violenta, aunque a estas alturas ya no deberia sorprenderme. Dice que desde el principio sospechaba de ella, que no ocultaba el odio que sentia hacia Toynton Grange ni el resentimiento hacia el en particular.

– En absoluto. Pero me sorprenderia que una mujer que expresaba sus sentimientos de modo tan desinhibido tuviera necesidad de alguna otra liberacion. El incendio y la cuerda deshilachada me parecen o bien parte de una estratagema deliberada o bien manifestaciones de un odio frustrado, y Maggie Hewson era perfectamente espontanea en la antipatia que le tenia a Anstey.

– El senor Anstey considera el incendio como parte de una estratagema. Segun el, pretendia asustarlo para que vendiera. Estaba desesperada por sacar a su marido de aqui.

– Entonces habia juzgado mal a su marido. Yo soy de la opinion de que Anstey no va a vender. Manana habra decidido traspasar Toynton Grange al Ridgewell Trust.

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