obligado a interrogarlo, claro, pero lo consideraria un deber irritante impuesto por un intruso de los metropolitanos demasiado receloso y decidido a enredar los datos para convertirlos en un marasmo de complicadas conjeturas. Y, ?que mas daba? Daniel tenia razon. Si Helen insistia en la historia de que habia visto a Maggie coger la cuerda, si el grafologo confirmaba que la autora de la nota era Maggie, el caso estaba cerrado. Ahora sabia cual seria el resultado de la investigacion, de la misma manera que habia sabido que la autopsia de Grace Willison nada revelaria. Nuevamente se vio como en una pesadilla, contemplando impotente como el extrano charaban de los hechos y las conjeturas avanzaba a toda velocidad por la ruta predestinada. No podia detenerlo porque se le habia olvidado como se hacia. Parecia que le enfermedad le habia minado la inteligencia, lo mismo que la voluntad.
La rama transformada por el fuego en una ennegrecida flecha adornada de chispas se vino abajo lentamente y se apago. Dalgliesh cobro conciencia de que la habitacion estaba muy fria y de que empezaba a sentir apetito. Quiza debido a la tupida bruma que tiznaba el crepusculo intermedio entre el dia y la noche, tenia la sensacion de que el atardecer habia sido eterno. Penso si deberia ofrecerle algo de comer a Daniel. Seguramente le vendria bien una tortilla. Pero hasta el esfuerzo de prepararla le parecio demasiado.
De pronto, el problema se resolvio por si solo. Daniel se puso en pie lentamente y cogio la gabardina.
– Gracias por el whisky, senor Dalgliesh. Mas vale que me vaya. Ya nos veremos en el juicio, lo cual quiere decir que tendra que quedarse, pero nos ocuparemos del caso lo antes posible.
Se estrecharon la mano. Dalgliesh casi hizo una mueca al percibir el apreton. Daniel se detuvo junto a la puerta mientras se cenia la gabardina.
– He estado a solas con el doctor Hewson en esa salita para entrevistas que me han dicho solia usar el padre Baddeley. Y en mi opinion, hubiera estado mejor con un sacerdote. No me ha costado hacerle hablar. El problema ha sido que callara. Luego ha empezado a llorar y ha salido todo. Como va a seguir viviendo sin ella, nunca ha dejado de quererla, de desearla. Es curioso que cuanto mas expresa sus sentimientos menos sinceros parecen. Pero ya lo habra notado usted. Y luego ha levantado la vista hacia mi con el rostro anegado de lagrimas y ha dicho: «No mintio porque le importara. Para ella no era mas que un juego. Nunca fingio que me queria. Era solo que pensaba que el comite del colegio eran un atajo de pelmazos pomposos que la despreciaban y ella no pensaba darles la satisfaccion de ver como me encerraban en la carcel. Por eso mintio». ?Sabe, senor Dalgliesh, que hasta entonces no me he dado cuenta de que no hablaba de su mujer, que ni siquiera pensaba en ella, ni en la enfermera Rainer? ?Pobre diablo! Bueno, usted y yo tenemos un trabajo muy peculiar.
Volvio a darle la mano, olvidado ya el ultimo apreton, y, con un ultimo repaso atento a la sala de estar como si deseara convencerse de que todo estaba en su sitio, se perdio en la niebla.
Capitulo 32
Dot Moxon estaba con Anstey junto a la ventana del despacho contemplando el velo de neblinosa oscuridad.
– Ridgewell no querra a ninguno de nosotros, ?se da cuenta? -dijo con amargura-. Es posible que le pongan su nombre a la residencia, pero no le dejaran quedarse como director, y a mi me echaran a la calle.
Anstey le puso la mano en el hombro. Ella se pregunto como era posible que alguna vez hubiera ansiado aquel roce o se hubiera sentido reconfortada por el. Con la controlada paciencia de un padre que consuela a un hijo intencionadamente obtuso, Wilfred dijo:
– Se han comprometido. Nadie perdera el trabajo. Y les subiran el sueldo a todos. Desde ahora, todos cobraran conforme a los salarios estipulados por el Servicio Nacional de la Salud. Y tienen un plan de jubilacion, lo cual es una gran ventaja. Yo nunca he podido ofrecerlo.
– ?Y Albert Philby? ?No me dira que han prometido quedarse con Albert, una institucion benefica nacional arraigada y respetable como el Ridgewell Trust?
– Es cierto que Philby representa un problema. Pero tendran compasion de el.
– ?Que tendran compasion de el! Todos sabemos lo que eso quiere decir. Es lo mismo que me dijeron a mi en el ultimo trabajo antes de obligarme a dejarlo. ?Esta es su casa! Confia en nosotros. Le hemos ensenado a confiar en nosotros y es responsabilidad nuestra.
– Ahora ya no, Dot.
– Pues traicione a Albert y cambie lo que ha intentado construir aqui por salarios del Servicio Nacional y un plan de jubilacion. ?Y mi puesto? Aunque no me echen, ya no sera lo mismo. Haran enfermera jefe a Helen. Ella tambien lo sabe. ?Por que si no iba a votar por la absorcion?
– Porque sabia que Maggie estaba muerta -dijo el en voz baja.
Dot se echo a reir amargamente.
– Le ha salido muy bien, ?verdad? A los dos.
– Querida Dot, hemos de aceptar que no siempre podemos escoger el modo en que somos llamados a servir.
La enfermera se pregunto como era posible que nunca hubiera notado aquel irritante tono de reprobacion hipocrita de su voz y se volvio con brusquedad. La mano, asi rechazada, cayo pesadamente de su hombro. De pronto se dio cuenta de que le recordaba: el Papa Noel de azucar del primer arbol de Navidad de su vida, tan deseable, tan apasionadamente deseado. Y luego muerdes la nada, una huella de dulzor en la lengua y luego una vacia cavidad granulada de arena blanca.
Capitulo 33
Ursula Hollis y Jennie Pegram estaban juntas en la habitacion de Jennie, las dos sillas de ruedas una al lado de otra frente al tocador. Ursula se hallaba vuelta de costado cepillandole el cabello a Jennie. No estaba segura de como habia ido a parar alli, como habia empezado a realizar una tarea tan extrana. Jennie nunca se lo habia pedido. Pero aquella noche, mientras esperaban que Helen las acostara, Helen, que nunca se habia retrasado tanto, era reconfortante no estar a solas con sus pensamientos, incluso era reconfortante observar como se alzaba el cabello dorado con cada cepillado y luego caia lentamente, como una delicada neblina brillante, sobre los encorvados hombros. Las dos mujeres se sorprendieron susurrando amigablemente, como dos colegialas conspirando.
– ?Que crees que va a ocurrir ahora? -pregunto Ursula.
– ?En Toynton Grange? Ridgewell se hara cargo y Wilfred se marchara, supongo. A mi me da igual. Al menos habra mas pacientes. Ahora que somos tan pocos es aburrido. Y Wilfred me dijo que piensan construir una terraza en el acantilado. Eso esta bien. Y seguro que tenemos mas diversiones, viajes, etcetera. Ultimamente bien pocas hemos tenido. De hecho, he llegado a pensar en marcharme. No hacen mas que escribirme del hospital donde estaba antes para que vuelva.
Ursula sabia que no le habian escrito, pero daba lo mismo. Contribuyo con su porcion de fantasia.
– Yo tambien. Steve esta empenado en que vaya mas cerca de Londres para que pueda ir a verme. Hasta que haya encontrado un piso mas adecuado, claro.
– Ridgewell tiene una residencia en Londres, ?verdad? Podrian trasladarte alli.
Que extrano que Helen no se lo hubiera dicho.