almuerzo. Dalgliesh contemplo como se detenia el coche y el grupo de sombria vestimenta desaparecia en la casa. Luego salieron y se dirigieron a pie, acompanados de Wilfred, hacia el mar. A Dalgliesh le sorprendio un poco que Eric y Helen fueran con ellos pero no Dorothy Moxon. Alcanzaba a ver como el viento agitaba el cabello canoso del coronel mientras se detenia y hacia oscilar el baston en amplios movimientos explicativos o conferenciaba con el grupito, que rapidamente se cerraba en torno de el. Sin duda desearian ver las casitas, penso Dalgliesh. Bueno, Villa Esperanza estaba lista. Las estanterias estaban vacias y sin polvo, los cajones de embalaje atados y etiquetados esperando al transportista, la maleta preparada a excepcion de las pocas cosas que precisaba aquella ultima noche. Sin embargo, no deseaba participar en presentaciones ni charlas insustanciales.
Cuando el grupo por fin giro sobre sus talones y se encamino a Villa Caridad, el se metio en el coche y se marcho, sin destino fijo, sin objetivo concreto, sin otra intencion que alejarse en la noche.
Capitulo 36
El dia siguiente amanecio bochornoso, propicio a los dolores de cabeza. El cielo era un manchado toldo blanco cargado de lluvia por derramar. Estaba previsto que el grupo en peregrinacion partiera a las nueve, y a las ocho y media Millicent Hammitt irrumpio en Villa Esperanza sin llamar a la puerta para despedirse. Llevaba un traje chaqueta de tweed azul grisaceo que le sentaba fatal con una chaquetilla corta cruzada, una blusa en un tono azul mas subido y discordante adornada con un extravagante broche en el cuello, unos toscos zapatos y un sombrero de fieltro gris calado por encima de las orejas. Solto una voluminosa maleta y un bolso a sus pies, se puso un par de guantes de algodon color tostado y alargo la mano. Dalgliesh dejo la taza de cafe y sintio como le agarraban la mano derecha en un avasallador apreton.
– Adios, comandante. Es extrano pero no hemos llegado a acostumbrarnos a llamarnos por el nombre de pila. Tengo entendido que cuando regresemos ya se habra marchado, ?no es asi?
– Pienso regresar a Londres esta misma manana.
– Espero que haya disfrutado de su estancia. Al menos ha sido movida. Un suicidio, una muerte natural y el fin de Toynton Grange como institucion independiente. No puede haberse aburrido.
– Y un intento de asesinato.
– ?Wilfred en la torre en llamas? Parece el titulo de una obra de teatro de vanguardia. Yo siempre he tenido mis dudas sobre ese suceso en concreto. En mi opinion, el incendio lo provoco el propio Wilfred para justificar el abandono de sus responsabilidades. Seguro que tambien a usted se le ha ocurrido esa explicacion.
– A mi se me han ocurrido varias explicaciones, pero ninguna tenia mucho sentido.
– En Toynton Grange pocas cosas lo tienen. Bueno, la vieja orden ha cambiado y ha dado paso a la nueva. Dios se manifiesta de muchas maneras. Al menos eso hemos de esperar.
Dalgliesh le pregunto si tenia algun plan.
– Me quedare en la casita. El acuerdo de Wilfred estipula que estoy autorizada a vivir alli de por vida, y, se lo aseguro, tengo intencion de morir a mi propia conveniencia. Naturalmente, no sera lo mismo sabiendo que la finca esta en manos de extranos.
– ?Que piensa su hermano del traspaso? -pregunto Dalgliesh.
– Se siente aliviado. Esto es lo que habia planeado, ?no? No sabe donde se esta metiendo, claro. Ah, y no ha traspasado esta casita a Ridgewell. Continuara siendo suya y piensa venirse a vivir aqui despues de convertirla en algo mas comodo y civilizado. Tambien se ha ofrecido para trabajar en Toynton Grange en el puesto en que los nuevos duenos estimen que pueda ser mas util. Si se imagina que lo van a dejar seguir de director, se va a llevar un buen chasco. Tienen planes propios y dudo que incluyan a Wilfred, aunque hayan accedido a satisfacer su vanidad poniendole su nombre a la residencia. Supongo que Wilfred se imagina que todo el mundo lo tendra por el benefactor y propietario original. Yo le aseguro que no sera asi. Ahora que la escritura de cesion, o lo que sea, esta firmada y el Ridgewell Trust es el verdadero propietario, Wilfred cuenta tan poco como Philby, probablemente menos. Y es culpa de el. Deberia haberlo vendido totalmente.
– ?No hubiera sido eso incumplir una promesa?
– ?Supersticiones! Si Wilfred queria disfrazarse de monje y comportarse como un abad medieval, deberia haber solicitado el ingreso en un monasterio. Uno anglicano hubiera sido perfectamente respetable. La peregrinacion semestral continuara, por supuesto. Es una de las condiciones de Wilfred. Lastima que no venga usted con nosotros, comandante. Nos alojamos en una pension muy agradable. Es bastante barata y dan muy bien de comer. Lourdes es un sitio muy animado. Un buen ambiente. No voy a decir que no hubiera preferido que a Wilfred le sucediera el milagro en Cannes, pero hubiera podido ser peor. Hubiera podido curarse en Blackpoll. -Se detuvo junto a la puerta y se volvio para decir-: Supongo que el autobus se detendra para que los demas se despidan de usted. -Lo dijo como si le estuvieran otorgando un privilegio.
Dalgliesh dijo que iria con ella a Toynton Grange y se despediria alli. Habia encontrado un libro de Henry Carwardine en un estante del padre Baddeley y deseaba devolverselo. Tambien tenia que devolver la ropa de cama y unas latas de comida que le habian sobrado y que seguramente les vendrian bien en Toynton Grange.
– Ya llevare yo las latas mas adelante. Dejelas aqui mismo. Y la ropa de cama puede devolverla en cualquier momento. La puerta esta siempre abierta. De todas maneras, Philby regresara en seguida. Solo va a llevarnos al puerto y una vez hayamos embarcado volvera para ocuparse de la casa, dar de comer a Jeoffrey y, claro, a las gallinas. Echan mucho de menos la ayuda de Grace con las gallinas, aunque cuando estaba viva a nadie le parecia muy util. Y no solo son las gallinas. Ahora no encuentran la lista de amigos. En realidad, esta vez Wilfred queria que se quedara Dennis. Tiene una de sus migranas y esta mas palido que la muerte, pero no hay quien convenza a Dennis de que se pierda una peregrinacion.
Dalgliesh anduvo hasta la casona con ella. El autobus estaba parado ante la puerta y los pacientes ya habian subido. El grupito pateticamente reducido tenia un extrano aspecto de falsa jovialidad. La primera impresion que sus variopintos atuendos le dieron a Dalgliesh era que se proponian emprender actividades dispares. Henry Carwardine, con una chaqueta de tweed con cinturon y un sombrero de cazador, parecia un caballero eduardino que fuera a la caza del urogallo; Philby con un chocante traje de etiqueta oscuro, cuello duro y corbata negra, era un empleado de la funeraria cargando un coche funebre; Ursula Hollis se habia vestido con todos los aditamentos de una inmigrante paquistani y su unica concesion al clima ingles era una chaqueta defectuosamente cortada de pieles de imitacion; Jennie Pegram, con una larga panoleta azul en la cabeza, aparentemente se proponia encarnar a Sainte-Bernadette; Helen Rainer, vestida igual que en el juicio, era una carcelera a cargo de un grupo de impredecibles delincuentes que se habia acomodado ya junto a la cabecera de la camilla de Georgie Alian. El chico tenia un brillo enfebrecido en los ojos y su charla frenetica llegaba hasta Dalgliesh. Llevaba una bufanda de lana a rayas azules y blancas y abrazaba un inmenso oso de peluche con el cuello adornado con una cinta azul celeste y lo que a Dalgliesh le parecio una medalla de peregrinacion. El grupo podia haber sido una extrana mezcla de aficionados camino de un partido de futbol pero que no esperaran la victoria del equipo de casa, penso Dalgliesh.
Wilfred revoloteaba de buen humor en torno de lo que quedaba del equipaje. El, Eric y Dennis Lerner llevaban puestos los habitos. Dennis parecia muy enfermo; tenia el rostro desfigurado por el dolor y los ojos entrecerrados como si hasta la tenue luz matutina le resultara intolerable. Dalgliesh oyo que Eric le susurraba:
– ?Por el amor de Dios, Dennis, dejalo y quedate en casa! Ahora que tenemos dos sillas de ruedas menos, podemos arreglarnoslas perfectamente.
La voz aguda de Lerner tenia un tinte de histeria.
– En seguida me pondre bien. Ya sabes que nunca me dura mas de veinticuatro horas. ?Dejame en paz, por favor!