durante la misa, en la cual el paquete se deslizaria rapidamente en la mano receptora. Recordo como habia empujado la silla de Henry Carwardine por el promontorio la primera noche que habia pasado en Toynton Grange, los gruesos asideros de goma que giraban bajo sus manos. Que sencillo seria sacar uno, insertar una bolsita en el tubo hueco y pegar con cinta adhesiva la goma al metal. No se tardaria mas de un minuto en realizar toda la operacion. Y tendrian abundantes oportunidades. Philby no iba a las peregrinaciones. Dennis Lerner se encargaria de las sillas. Para un contrabandista no podia haber modo mas seguro de cruzar la aduana que como miembro de una peregrinacion reconocida y respetable. Los movimientos subsiguientes serian igualmente infalibles. Los abastecedores habrian de conocer con antelacion las fechas de cada peregrinacion, de la misma manera que los clientes y distribuidores habrian de ser informados de la llegada de cada cargamento. ?Que mejor manera podria haber que a traves del santurron boletin de una organizacion benefica respetable, un boletin enviado meticulosa e inocentemente cada trimestre por Grace Willison?

?Y el testimonio prestado por Julius en un tribunal frances, la coartada de un asesino? ?Habia sido aquello no un forzado dejarse chantajear, no un pago por servicios prestados, sino un pago adelantado por servicios por prestar? ?O, como habia sugerido el informante de Bill Moriarty, le habia proporcionado Julius coartada a Michonet sin otro motivo que obtener un perverso placer obstruyendo a la policia francesa, haciendo un favor gratuito a una poderosa familia y causando a sus superiores una gran verguenza? Seguramente. Es posible que ni esperara ni deseara otra recompensa. Pero, ?y si se la ofrecian? ?Si le hacian saber con tacto que cierto articulo podia suministrarse en cantidades estrictamente limitadas de encontrar el una manera de introducirlo en Inglaterra furtivamente? ?Hubiera podido resistir despues la tentacion de Toynton Grange y la peregrinacion semestral?

Y era tan facil, tan sencillo, tan infalible… y tan increiblemente rentable… ?A cuanto iba la heroina? ?A unas cuatro mil libras la onza? No hacia falta que Julius traficara directamente ni se metiera en complicaciones de distribucion, solo tenia que tratar con un par de agentes de confianza para asegurarse el futuro. Con diez onzas por viaje sacaria lo suficiente para comprar todo el ocio y belleza que pudiera desear. Y con el traspaso al Ridgewell Trust el futuro seguia asegurado. Dennis Lerner conservaria el empleo. Las peregrinaciones continuarian. Habria otras residencias susceptibles de explotacion, otras peregrinaciones. Y Lerner estaba por completo en sus manos. Aunque se dejara de enviar el boletin y la residencia ya no hubiera de empaquetar y mandar crema de manos y sales de bano, la heroina seguiria llegando. El sistema de informacion y distribucion era una cuestion menor de logistica comparada con el problema fundamental de conseguir que la droga llegara sin contratiempos, fiable y regularmente al puerto.

Sin embargo, aunque todavia no tenia pruebas, con suerte, si estaba en lo cierto, al cabo de tres dias las tendria. Podia telefonear ahora a la policia local y dejar en sus manos que contactaran con la brigada antidroga de la central. O, mejor aun, podia telefonear al inspector Daniel y preguntarle si podia pasar a verlo camino de Londres. El secreto era esencial. No debia correr el riesgo de despertar sospechas no haria falta mas que una llamada a Lourdes para anular el envio y dejarlo a el sin otra cosa que una mezcolanza de sospechas medio formuladas, coincidencias y acusaciones sin fundamento.

Recordo que el telefono mas proximo estaba en el comedor. Tenia linea externa y vio que habia sido conectada con la centralita. Pero cuando levanto el auricular no percibio senal. Sintio la habitual irritacion momentanea que lo llevaba a pensar que aquel instrumento a cuyo servicio estamos tan acostumbrados debia ser reducido a una ridicula pelota de plastico y metal, asi como que una casa con el telefono cortado parecia siempre mucho mas aislada que otra sin telefono. Era interesante, quizas incluso significativo, que la linea estuviera cortada. Pero daba lo mismo. Emprenderia el viaje con la esperanza de encontrar al inspector Daniel en jefatura. En aquella etapa en que su teoria era poco mas que una conjetura no se atrevia a hablar con otra persona. Colgo. Y en ese momento una voz dijo desde la puerta:

– ?Tiene problemas, comandante?

Julius Court debia de haber entrado en la casa con el sigilo de un gato. Ahora estaba de pie con el hombro apoyado en el marco de la puerta y ambas manos en los bolsillos de la chaqueta. La pose relajada era falsa. Su cuerpo, en equilibrio sobre los dedos de los pies como dispuesto a saltar, estaba en tension. El rostro que sobresalia del cuello alto del jersey era tan esqueletico y anguloso como una talla; los musculos aparecian rigidos bajo la piel sonrojada. Sin parpadear y con un brillo sobrenatural en los ojos, miraba fijamente a Dalgliesh; su mirada tenia la especulativa intensidad de un jugador que observaba girar las bolas.

– Por lo que se ve, no funciona -dijo Dalgliesh con calma-. Da igual, la muchacha sabra que estoy alli cuando me vea.

– ?Suele recorrer las casas de los demas para llamar por telefono? ?No sabia que el aparato principal esta en el despacho?

– Dudo de que hubiera tenido mas suerte.

Se miraron silenciosos en el envolvente silencio. Desde el otro extremo de la habitacion, Dalgliesh iba siguiendo el hilo de los pensamientos de su adversario con la misma claridad que si se fuera registrando en un grafico en que la aguja negra trazara la linea de la decision. No habia lucha. Simplemente sopesaba las probabilidades.

Cuando Julius saco por fin la mano del bolsillo lentamente, Dalgliesh vio casi con alivio la boca de la Luger. La suerte estaba echada. Ahora no cabia echarse atras, no cabia el fingimiento ni la incertidumbre.

– No se mueva. Soy muy buen tirador -dijo Julius-. Sientese a la mesa con las manos encima y digame como me ha descubierto. Si no es asi, he calculado mal. Morira, yo tendre que soportar muchos problemas e incomodidades y a ambos nos afligira saber que despues de todo no era necesario.

Dalgliesh se saco la carta dirigida al padre Baddeley del bolsillo de la chaqueta con la mano izquierda y la impulso por encima de la mesa.

– ?Esto le interesara? Ha llegado esta manana dirigida al padre Baddeley.

Los ojos grises no se apartaron de los de el.

– Lo siento. Seguro que es fascinante pero tengo otras cosas en que pensar. Leamela usted.

– Explica por que queria verme. No hacia falta que se molestara en escribir los anonimos ni es destruir su diario. Su problema nada tenia que ver con usted. ?Para que matarlo? Estaba en la torre cuando murio Holroyd; sabia perfectamente que no se habia dormido, que usted no habia pasado por la cima del promontorio, pero, ?era eso lo suficientemente peligroso para cargarselo?

– En manos del padre Baddeley, si. El viejo tenia un arraigado instinto para lo que el llamaba «el mal». Eso queria decir que abrigaba arraigadas sospechas de mi, sobre todo de lo que el consideraba la influencia que yo ejercia sobre Dennis. Representabamos nuestra comedia particular en un nivel que no creo que reconocieran los procedimientos de la policia metropolitana. Solo podia tener un final. Me telefoneo a mi piso de Londres desde el hospital tres dias antes de que lo dieran de alta y me pidio que fuera a verlo el 26 de septiembre despues de las nueve. Fui preparado. Vine de Londres en coche y lo deje en la hondonada que hay detras del muro de piedra de la carretera de la costa. Cogi un habito del despacho mientras estaban cenando y me fui andando a Villa Esperanza. Si me hubiera visto alguien, hubiera tenido que cambiar de plan. Pero nadie me vio. Estaba sentado solo junto a las brasas esperandome. Creo que al cabo de un par de minutos de entrar ya supo que iba a matarlo. Ni siquiera parpadeo de sorpresa cuando le puse el plastico contra la cara. Plastico, ?se ha fijado usted? Asi no dejaria hilos delatores en la nariz ni en la garganta. Y no es que Hewson se hubiera dado cuenta pobre idiota. El diario estaba encima de la mesa y lo cogi por si habia anotado algo incriminatorio. Y menos mal. Descubri que tenia el tedioso habito de registrar con precision donde habia estado y cuando. Pero no rompi la cerradura del escritorio. No me hizo falta. Ese pecadillo puede atribuirselo a Wilfred. Debia de morirse de ganas de echarle la vista encima al testamento del viejo. Ah, yo no encontre su postal, y sospecho que Wilfred no miro mas una vez hubo encontrado el testamento. Seguramente, el viejo la romperia. No le gustaba guardar chucherias. Despues volvi al coche y dormi alli con cierta incomodidad. A la manana siguiente sali a la carretera de Londres y llegue cuando ya habia pasado todo el jaleo. Vi en el diario que habia invitado a un tal A. D. y que el visitante debia llegar el primero de octubre. Me parecio un poco extrano. El viejo no solia recibir visitas, de manera que pense lo del anonimo la noche anterior, por si acaso Baddeley le habia confiado que algo lo

Вы читаете La torre negra
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату