– Todavia no. La habra, pero poca.
– Lo recordare. Y no me costara mucho limpiarla de este linoleo. Vaya a buscar la bolsa de plastico del busto de Wilfred y pongasela en la cabeza. Atesela con su propia corbata. Dese prisa. Lo seguire a seis pasos de distancia. Si me impaciento a lo mejor me decido a adelantar el trabajo.
Encapuchado de plastico blanco, con la herida a modo de tercer ojo, Philby se transformo en un monigote inerte, su abultado cuerpo grotescamente enfundado en un aseado traje demasiado pequeno para el, la corbata torcida bajo los bufonescos rasgos faciales.
– Ahora vaya a buscar una de las sillas de ruedas ligeras.
Le indico una vez mas con un gesto que se dirigiera al taller y lo siguio, siempre a unos prudentes seis pasos. Dalgliesh encontro tres sillas apoyadas en una pared, desplego una y la empujo hasta el cadaver. Habria huellas dactilares, pero, ?que demostrarian? incluso podia ser la silla en que habia llevado a Grace Willison.
– Sientelo. -Puesto que Dalgliesh vacilaba anadio con un matiz de controlada impaciencia en la voz-: No quiero tener que encargarme de dos cuerpos a la vez, pero puedo si hace falta. En el cuarto de bano hay una polea. Si no puede levantarlo solo, vaya a buscarla, pero tenia entendido que a los policias les ensenaban habilidades como esta.
Dalgliesh se las arreglo solo, aunque no fue facil. Las ruedas resbalaban en el linoleo incluso con el freno puesto y tardo mas de dos minutos en dejar el pesado y torpe cuerpo apoyado en la lona. Dalgliesh habia conseguido ganar un poco de tiempo pero a costa de algo: Habia perdido fuerzas. Sabia que seguiria vivo mientras Julius pudiera utilizar su mente todo su bagaje de experiencia aterradoramente apropiada para la ocasion, y su fuerza fisica. Tener que trasladar dos cuerpos hasta el borde del acantilado le resultaria engorroso pero podia nacerlo. Toynton Grange contaba con medios para transportar cuerpos inertes. En aquel momento, Dalgliesh era una carga mayor muerto que vivo, pero el margen era peligrosamente estrecho; no tenia sentido reducirlo todavia mas. Ya se presentaria el momento optimo para actuar, y se les presentaria a los dos. Ambos lo esperaban. Dalgliesh para atacar, Julius para disparar. Ambos sabian cual era el coste de un error a la hora de reconocer ese momento. Quedaban dos balas y tenia que asegurarse de que ninguna de ellas iba a parar a su cuerpo. Mientras Julius se mantuviera a esa distancia y empunara el arma, era inviolable. De alguna manera Dalgliesh tenia que acercarlo lo suficiente para dar lugar al contacto fisico. De alguna manera tenia que romper aquella concentracion, aunque solo fuera durante una fraccion de segundo.
– Ahora vamos a dar un paseo hasta Toynton Cottage.
Julius se mantuvo a la distancia de seguridad mientras Dalgliesh empujaba la silla de ruedas con el grotesco bulto por la rampa de la puerta principal y por el promontorio. El cielo era una sofocante manta gris que amenazaba con caer sobre ellos. El aire cargado resultaba aspero y metalico al tacto de la lengua y tenia un olor tan penetrante como las algas en putrefaccion. En la penumbra los guijarros del sendero brillaban a la manera de piedras semipreciosas. A medio camino Dalgliesh oyo un quejumbroso gemido y al volver al cabeza vio que Jeoffrey los seguia con la cola erecta. El gato avanzo detras de Julius a lo largo de otros cincuenta metros y luego, tan inesperadamente como habia aparecido, dio media vuelta y emprendio el regreso. Julius, sin apartar los ojos de la espalda de Dalgliesh no parecio percibir ni su llegada ni su partida. Continuaron andando en silencio. La cabeza de Philby estaba caida hacia atras y el cuello sujeto por la lona de la silla. La herida ciclopea, pegada al plastico, miraba fijamente a Dalgliesh con lo que parecia un mudo reproche. El sendero estaba seco. Bajando la vista, Dalgliesh advirtio que las ruedas dejaban un rastro casi imperceptible en las mantas de hierba seca y en el polvo y la arena del camino. Ademas, oia como tras el Julius arrastraba los pies y borraba las senales. No quedarian pruebas utiles.
Llegaron al patio enlosado. Parecia que temblaba bajo sus pies con el atronador vaiven de las olas, como si el mar y la tierra anticiparan la inminente tormenta. Pero la marea estaba descendiendo. Entre ellos y el borde del acantilado no se alzaba cortina alguna de rocio. Dalgliesh sabia que era un momento de gran peligro. Se obligo a soltar una risotada y se pregunto si el sonido le habia sonado tan falso a Julius como a sus propios oidos.
– ?Que le hace tanta gracia?
– Es facil advertir que sus asesinatos los hace moralmente a distancia, como una mera transaccion comercial. Pretende lanzarnos al mar desde su propia puerta, una pista lo suficientemente clara para el mas estupido de los detectives. Y no asignaran oficiales estupidos a este crimen. La senora de la limpieza ha de venir esta manana, ?no? Y esta es la unica parte de la costa que conserva la playa hasta en la marea alta. Pensaba que deseaba que los cuerpos tardaran en descubrirse.
– Ella no saldra aqui. Nunca sale.
– ?Como sabe que no sale cuando no esta usted aqui? Es posible que sacuda los panos en el precipicio. Incluso puede tener la costumbre de sacudir las alfombras. Pero haga lo que quiera. Yo me limito a senalar que su unica posibilidad de exito, y no la suponga muy alta, es retrasar el descubrimiento de los cuerpos. Nadie empezara a buscar a Philby hasta que regresen los peregrinos, dentro de tres dias. Si se libra de mi coche, todavia tardaran mas en echarme en falta a mi. Eso le da oportunidad de disponer de este envio de heroina antes de que termine la busqueda, suponiendo que piense dejar que Lerner lleve a cabo los planes. Pero no permita que yo interfiera.
Sin que la mano con que empunaba la pistola temblara ni un instante, Julius dijo como el que considera la eleccion de un lugar para merendar:
– Tiene razon, claro. Deberian caer en aguas profundas y lejos de aqui. El mejor sitio es la torre negra. Alli el mar todavia llegara al acantilado. Tenemos que llevarlo hasta la torre.
– ?Como? Debe de pesar mas de ochenta kilos. No puedo empujar solo la silla por la cuesta. Y usted de nada me sirve si viene detras apuntandome con una pistola. ?Y las huellas de las ruedas?
– La lluvia se encargara de borrarlas. Y no iremos por la cuesta el promontorio. Iremos en coche por la carretera de la costa y nos dirigiremos a la torre como cuando fuimos a rescatar a Anstey. Una vez los tenga a los dos en el maletero del coche mirare si llega la senora Reynolds con los prismaticos. Viene en bicicleta desde el pueblo y siempre es puntual. Deberiamos encontrarnos con ella justo al otro lado de la puerta de acceso a la finca. Me parare y le dire que no estare para cenar. Esos momentos de conversacion insustancial impresionaran al juez si llega a celebrarse juicio. Y cuando haya terminado el tedioso asunto, me ire a Dorchester a almorzar.
– ?Con la silla de ruedas y la bolsa de plastico en el maletero?
– Con la silla y el plastico bajo llave en el maletero. Me fabricare una coartada para todo el dia y regresare a Toynton Grange esta noche. Y no me olvidare de lavar la bolsa de plastico antes de ponerla en su sitio, de limpiar sus huellas de la silla ni de mirar si hay manchas de sangre en el suelo. Naturalmente, tambien sacare el cartucho. ?Esperaba que se me olvidara? No se preocupe, comandante. Soy consciente de que entonces no contare con su valiosa ayuda, pero gracias a usted dispondre de un par de dias para resolver todos los detalles. Hay un par de minucias que me intrigan. No se si utilizar lo de la destruccion de la escultura de marmol. ?No podria eso presentarse como motivo del ataque asesino de Philby hacia usted?
– Le conviene no complicarlo demasiado.
– Quiza tiene razon. Los primeros dos asesinatos fueron modelos de simplicidad y salieron la mar de bien. Metalo en el maletero del Mercedes. Esta aparcado detras. Pero primero pase por la despensa. Encontrara dos sabanas en la lavadora. Coja la de encima. No quiero fibras ni tierra de zapatos en el coche.
– ?No notara la senora Reynolds que falta una?
– Manana es el dia que lava y plancha. Sigue una estricta rutina. Esta noche la dejare en su sitio. No pierda el tiempo.
«La mente de Julius debe de ir registrando cada segundo que pasa», penso Dalgliesh. Pero su voz no delataba inquietud alguna. No miro su reloj de pulsera ni una sola vez, y tampoco el de la cocina. Mantuvo los ojos y el canon de la Luger apuntando a la victima. Habia que romper aquella concentracion de algun modo. Y se le estaba acabando el tiempo.
El Mercedes se hallaba aparcado junto al garaje de piedra. Siguiendo