Finalmente se cargo el instrumental medico, bien envuelto, se levanto la rampa, se cerro la puerta posterior y emprendieron la marcha. Dalgliesh agito la mano en respuesta a los freneticos saludos y contemplo como el autobus de vivos colores avanzaba lentamente por el camino a la manera de un vulnerable juguetito infantil. Le sorprendio y entristecio un poco que fuera capaz de sentir tanta lastima por aquellas personas despues de haberse propuesto no dejarse afectar. Siguio mirando hasta que el autobus ascendio la cuesta del valle y desaparecio por fin al rebasar la cima del promontorio.

Ahora todo estaba desierto, Toynton Grange y las casitas se hallaban oscuras y vacias bajos el plomizo cielo. Durante la ultima media hora habia oscurecido. Antes del mediodia estallaria una tormenta. Ya le dolia la cabeza con la premonicion del trueno. En el promontorio reinaba la calma anticipatoria de un terreno escogido como campo de batalla. Apenas alcanzaba a oir el golpeteo del mar, que no era tanto un ruido como una vibracion del denso aire, una tenebrosa amenaza de canones lejanos.

Inquieto y perversamente reacio a marcharse ahora que por fin era libre de hacerlo, se acerco a la verja para recoger el periodico y el correo. Evidentemente, el autobus se habia detenido y se habian llevado las cartas de Toynton Grange, pues no habia mas que el The times del dia, un sobre amarillento de aspecto oficial para Julius Court y otro cuadrado dirigido al padre Baddeley. Se metio el periodico debajo del brazo, rasgo el resistente sobre forrado y comenzo a leer su contenido mientras echaba a andar. La carta estaba escrita con letra firme y masculina; la direccion del membrete correspondia a un deanato de la region central. El remitente lamentaba no haber contestado antes a la carta del padre Baddeley, pero se la habian hecho llegar a Italia, donde habia estado todo el verano haciendo una sustitucion. Despues de las preguntas convencionales, la metodica relacion de las novedades familiares y diocesanas, los rutinarios y predecibles comentarios sobre los asuntos publicos, venia la respuesta al misterio de la llamada del padre Baddeley:

«Fui inmediatamente a ver su joven amigo Peter Bonnington, pero hacia ya varios meses que habia fallecido. Lo lamento muchisimo. Dadas las circunstancias, no parecia logico indagar si estaba contento en la nueva residencia o si de verdad habia querido marcharse de Dorset. Espero que el amigo que tenia en Toynton Grange pudiera ir a verlo antes de que muriera. En cuanto al otro problema, creo que no puedo ofrecerle mucha orientacion. Nuestra experiencia en una diocesis donde, como sabe, tenemos un interes especial en los criminales jovenes nos ensena que proporcionar alojamiento a ex presidiarios, ya sea en forma de residencia benefica o de albergue autofinanciado, requiere mucho mas capital del que posee usted. Seguramente, podria comprar una casita, incluso a los precios que corren, pero para empezar necesitaria al menos dos empleados con experiencia y tendria que financiar la empresa hasta que comenzara a funcionar por si sola. Sin embargo, hay varios establecimientos y organizaciones que recibirian con mucho agrado su ayuda. Desde luego, no podria hallar mejor destino para su dinero, si ha decidido, como parece, que no debe ir a parar a Toynton Grange. Creo que he hecho bien avisando a su amigo policia y estoy seguro de que el le aconsejara debidamente».

Dalgliesh casi solto una risotada. Aquel era un fin ironico y muy adecuado para su fracaso. ?Asi era como habia empezado! Nada siniestro habria detras de la carta del padre Baddeley, ninguna sospecha criminal, ninguna conspiracion, ningun homicidio oculto. Simplemente deseaba, pobre anciano inocente y sencillo, consejo profesional para comprar y dotar de equipo y personal un albergue para jovenes ex presidiarios con diecinueve mil libras. Dada la cotizacion de la propiedad y el nivel de inflacion, lo que necesitaba era un genio de las finanzas. Pero habia escrito a un policia, seguramente al unico que conocia. Habia escrito a un experto en muertes violentas. Y, ?por que no? Para el padre Baddeley, todos los policias eran fundamentalmente iguales, experimentados en el crimen y los criminales, dedicados a la prevencion lo mismo que a la deteccion. «Y yo -penso Dalgliesh con amargura- no he hecho ninguna de las dos cosas.» El padre Baddeley buscaba consejo profesional, no consejo sobre como enfrentarse al mal. En ese terreno tenia directrices propias e infalibles; ese era su terreno. Por alguna razon desconocida, casi con seguridad asociada al traslado de Peter Bonnington, Toynton Grange lo habia defraudado. Buscaba consejo sobre que otro destino dar a su dinero. «Que tipico de mi propia arrogancia -penso Dalgliesh- suponer que pretendia otra cosa de mi.»

Se metio la carta en el bolsillo de la chaqueta y continuo andando mientras miraba por encima del periodico doblado, en el cual un anuncio destacaba con la misma claridad que si estuviera subrayado; unas palabras conocidas saltaban del texto:

«Toynton Grange. Deseamos poner en conocimiento de todos nuestros amigos que desde el dia de nuestro regreso de la peregrinacion de octubre pasaremos a formar parte de la numerosa familia del Ridgewell Trust.

Continuen teniendonos presentes en sus oraciones en esta epoca de cambio. Puesto que nuestra lista de amigos se ha extraviado desafortunadamente, rogamos a todos aquellos que deseen seguir en contacto con nosotros que nos escriban lo antes posible.

Wilfred Anstey, director.»

?Claro! La lista de los amigos de Toynton Grange, inexplicablemente extraviada desde el fallecimiento de Grace Willison, los sesenta y ocho nombres que Grace se sabia de memoria. Se detuvo bajo el cielo amenazador y volvio a leer el anuncio. La excitacion se apodero de el con la misma violencia fisica que un retortijon de estomago, un enardecimiento de la sangre. Supo con inmediata y sobrecogedora certeza que alli le esperaba el cabo de la enredada madeja. Tirando suavemente de aquel dato, la hebra comenzaria a salir milagrosamente libre.

Si Grace Willison habia sido asesinada, como se resistia a dejar de creer, pese al resultado de la autopsia, era porque sabia algo. Debia de ser una informacion vital, un conocimiento que solo ella poseia. No se mataba simplemente para silenciar sospechas intrigantes pero imposibles de demostrar sobre donde habia estado el padre Baddeley la tarde de la muerte de Holroyd. Habia estado en la torre negra. Dalgliesh lo sabia y podia demostrarlo; es posible que Grace Willison tambien lo supiera. Pero la cerilla partida en pedacitos y el testimonio de Grace Willison juntos nada podian demostrar. Una vez muerto el padre Baddeley, lo peor que se podia hacer era senalar que resultaba extrano que el anciano no hubiera visto a Julius Court andar por el promontorio. Dalgliesh se imaginaba la sonrisa despectiva y sardonica de Julius. Un anciano enfermo y cansado sentado con su libro junto a la ventana que se abria al este. ?Quien podia afirmar que no habia dormido varias horas antes de emprender el regreso a Toynton Grange por el promontorio mientras en la playa que no alcanzaba a ver el grupo de rescate se afanaba con la carga? Una vez muerto el padre Baddeley y silenciado su testimonio, ninguna fuerza policial del mundo volveria a abrir el caso sobre la base de una prueba de segunda mano. El mayor dano que podia haberse hecho Grace Willison a si misma era revelar que Dalgliesh no estaba tan solo recuperandose en Toynton Grange, que el tambien sospechaba. Esa revelacion podia haber hecho oscilar la balanza de la vida a la muerte. Podia haberse vuelto demasiado peligrosa para seguir viviendo. No porque supiera que el padre Baddeley habia estado en la torre negra la tarde del 12 de septiembre, sino porque poseia informacion mas concreta, mas valiosa. Solo existia una lista de distribucion del boletin, y ella se la sabia de memoria. Julius estaba presente cuando lo dijo. La lista podia romperse, quemarse, destruirse, pero solo habia una manera de borrar los sesenta y ocho nombres de la cabeza de una fragil mujer.

Dalgliesh redoblo el paso. Se sorprendio practicamente corriendo. El dolor de cabeza casi habia desaparecido milagrosamente pese al plomizo cielo y al aire denso que presagiaba tormenta. Habia que cambiar la metafora, trillada pero cierta. En aquella tarea no era la ultima pieza del rompecabezas, la mas facil, la que tenia mas importancia. No, era el segmento despreciado, el mas pequeno y menos interesante, el que, colocado en su sitio, daba sentido de repente a tantas piezas descartadas. Los colores enganosos, los contornos amorfos y ambiguos se unian para conformar el primer esbozo reconocible del cuadro completo.

Y ahora, con esa pieza colocada, habia llegado el momento de mover tentativamente las demas sobre el tablero. De momento habia que olvidarse de las pruebas, de los informes de la autopsia y de la certidumbre legal de los veredictos; habia que olvidar el orgullo, el miedo al ridiculo, la resistencia a involucrarse; habia que retroceder al principio fundamental aplicado por cualquier detective de division cuando se olia que algun acto de vileza se interponia en su camino. Cui bono? ?Vivia alguien por encima de sus posibilidades? ?Poseia alguien mas dinero del que podia justificar? En Toynton Grange habia dos personas que respondian a tales caracteristicas, y ambas estaban relacionadas mediante la muerte de Holroyd: Julius Court y Dennis Lerner. Julius, que habia dicho que su respuesta a la torre negra era el dinero y el solaz que podia proporcionar: belleza, ocio, amigos, viajes. ?Como podia un legado de treinta mil libras, por muy bien que se invirtiera, permitirle vivir como vivia? Julius, que ayudaba a Wilfred a llevar la contabilidad y conocia mejor que

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