otra vez, ?te casaras conmigo?
– No, Flavia. Lo lamento, pero no. No seriamos felices, y no voy a correr el riesgo de un segundo fracaso. Has de aceptar que esto se ha terminado.
Y de pronto, vio horrorizado que ella lloraba. Flavia agarro la chaqueta de George y se apoyo contra el, y el oyo los fuertes sollozos entrecortados, sintio el pulso del cuerpo de ella en el suyo, la suave lana de la bufanda rozandole la mejilla, el olor familiar de ella, de su aliento. La cogio por los hombros y le dijo:
– Flavia, no llores. Esto es una liberacion. Te estoy dejando libre.
Ella se aparto haciendo un intento patetico por conservar la dignidad. Reprimiendo los sollozos, dijo:
– Seria extrano que yo desapareciera de repente, y ademas manana hay que operar a la senora Skeffington. Y hay que ocuparse de la senorita Gradwyn. Asi que me quedare hasta que te vayas de vacaciones por Navidad; cuando regreses ya no estare. Pero prometeme una cosa. Nunca te he pedido nada, ?verdad? Tus regalos de cumpleanos y Navidad eran elegidos por tu secretaria o enviados desde una tienda, siempre lo he sabido. Ven conmigo esta noche, ven a mi habitacion. Sera por primera y ultima vez, lo prometo. Ven tarde, hacia las once. No puedo terminar asi.
Y como estaba desesperado por librarse de ella, dijo:
– Descuida.
Flavia murmuro un «gracias» y, tras volverse, echo a andar deprisa hacia la casa. De vez en cuando tropezaba, y el tuvo que reprimir el impulso de alcanzarla, encontrar alguna palabra final que la calmara. Pero no se le ocurria ninguna. Sabia que ya estaba dandole vueltas a la cabeza para encontrar otra enfermera de quirofano. Tambien sabia que habia sido seducido para hacer una promesa nefasta, pero una promesa que tendria que cumplir.
Aguardo a que la figura se volviera imperceptible y se fundiera en la oscuridad. Siguio sin moverse. Miro el ala oeste y vio el tenue reflejo de dos luces, una de la habitacion de la senora Skeffington, y otra de la habitacion contigua, la de Rhoda Gradwyn. La lampara de la cabecera estaria encendida, y ella aun no se disponia a dormir. Recordo aquella noche de dos semanas atras, cuando se habia sentado en las piedras y habia contemplado la cara de ella en la ventana. Se pregunto que tendria esta paciente que despertaba su interes. Quizas era esa enigmatica, todavia no explicada, respuesta de ella cuando en la consulta de Harley Street el le habia preguntado por que queria deshacerse ahora de la cicatriz. «Porque ya no la necesito».
14
Cuatro horas antes, Rhoda Gradwyn habia recuperado la conciencia poco a poco. El primer objeto que vio al abrir los ojos fue un pequeno circulo. Colgaba suspendido en el aire justo delante de ella, como una luna llena flotante. Su mente, desconcertada pero paralizada, intentaba comprender el sentido de aquello. Penso que no podia ser la luna. Era algo demasiado solido e inmovil. Luego el circulo se volvio claro, y ella vio que era un reloj de pared con un marco de madera y una fina montura interior de laton. Aunque las manecillas y los numeros se veian cada vez mejor, no era capaz de leer la hora; decidio que daba igual y enseguida abandono el intento. Rhoda era consciente de que estaba tendida en una cama de una habitacion desconocida y que junto a ella habia otras personas, que circulaban como sombras palidas sobre pies silenciosos. Le iban a quitar la cicatriz, de modo que la habrian estado preparando para la operacion. Se pregunto cuando se produciria.
Luego reparo en que en el lado izquierdo de su cara habia pasado algo. Le dolia y notaba una pesadez lacerante, como una escayola gruesa que le ocultaba parcialmente el borde de la boca y llegaba hasta la comisura del ojo izquierdo. Levanto timidamente la mano, no muy segura de si tenia capacidad para ello, y se toco la cara con cuidado. La mejilla izquierda ya no estaba en su sitio. Sus dedos exploradores hallaron solo una masa solida, un poco aspera al tacto y entrecruzada con algo que parecia esparadrapo. Alguien le estaba bajando el brazo suavemente. Una tranquilizadora voz familiar dijo:
– No tiene que tocar el aposito durante un tiempo. -Luego supo que se encontraba en la sala de recuperacion y que las dos figuras que tomaban forma junto a la cama eran el senor Chandler-Powell y la enfermera Holland.
Alzo la vista y trato de formar palabras en su impedida boca.
– ?Como ha ido? ?Esta usted satisfecho?
Las palabras sonaron como un graznido, pero el senor Chandler-Powell parecio entender. Rhoda oyo la voz del medico, queda, seria, confortadora.
– Muy bien. Y espero que dentro de muy poco tambien usted este satisfecha. Ahora descansara aqui un rato, y luego la enfermera la llevara a su habitacion.
Permanecio inmovil mientras los objetos se solidificaban a su alrededor. Se pregunto cuantas horas habria tardado la operacion. ?Una hora? ?Dos horas? ?Tres? En cualquier caso, habia sido para ella un tiempo perdido, como si hubiera estado muerta. Como la muerte que podria imaginar cualquier ser humano, una aniquilacion total del tiempo. Cavilo sobre la diferencia entre esta muerte temporal y el sueno. Cuando uno despierta despues de dormir, incluso tras un sueno profundo, siempre es consciente de que ha pasado el tiempo. Al despertar, la mente agarra jirones de suenos antes de que se desvanezcan en el olvido. Rhoda intento verificar la memoria reviviendo el dia anterior. Sentada en un coche azotado por la lluvia, llegando luego a la Mansion, entrando en el gran salon por primera vez, deshaciendo el equipaje en su habitacion, hablando con Sharon. Pero esto seguramente habia sido en la primera visita, dos semanas antes. Comenzaba a llegar el pasado reciente. Ayer habia sido diferente, un trayecto agradable y sin complicaciones, los rayos de sol invernal intercalados con breves y subitos chaparrones. Y esta vez habia traido consigo a la Mansion cierto conocimiento pacientemente adquirido que podia utilizar o dejar a un lado. Ahora, en una satisfaccion adormilada, penso que lo dejaria a un lado mientras hacia lo propio con su pasado. No podia ser revivido, nada de el podia cambiarse. Habia dado lo peor de si mismo, pero su poder pronto quedaria sin efecto.
Cerro los ojos y se fue quedando dormida, pensando en la tranquila noche que le esperaba y la manana a la que nunca llegaria a despertar.
15
Siete horas despues, de nuevo en su habitacion, Rhoda se agitaba en una vigilia somnolienta. Permanecio unos segundos inmovil en esa breve confusion que acompana al despertar repentino. Era consciente de la comodidad de la cama y del peso de su cabeza en las almohadas levantadas, y del olor del aire -distinto del de su dormitorio de Londres-, fresco pero ligeramente acre, mas otonal que invernal, un olor a hierba y tierra que le traia el viento erratico. La oscuridad era absoluta. Antes de aceptar finalmente el consejo de la enfermera Holland de que debia acomodarse para dormir, habia pedido que descorrieran las cortinas y dejaran un poco abierta la celosia; incluso en invierno le desagradaba dormir sin aire fresco. Pero quizas habia sido poco prudente. Mirando fijamente la ventana, veia que la habitacion estaba mas oscura que la noche exterior, y que en lo alto las constelaciones estaban tachonando el cielo debilmente luminoso. El viento soplaba con mas fuerza, y Rhoda alcanzaba a oir su silbido en la chimenea y notaba su aliento en la mejilla derecha.
Tal vez deberia sacudirse de encima esa lasitud no deseada y levantarse a cerrar la ventana. El esfuerzo parecia improbo. Habia rechazado el ofrecimiento de un sedante y encontraba extrano, aunque no preocupante, notar esa pesadez, esas ganas de quedarse donde estaba, arrebujada en calidez y comodidad, fijos los ojos en ese estrecho rectangulo de luz estelar. No sentia dolor y, tras levantar la mano izquierda, palpo el acolchado aposito y el esparadrapo que lo sujetaba. Ahora ya estaba acostumbrada a su peso y rigidez y se sorprendio a si misma tocandolo con algo parecido a una caricia, como si estuviera volviendose parte de ella igual que la imaginada herida que tapaba.