Y ahora, en una pausa del viento, oyo un sonido tan debil que solo gracias a la quietud de la habitacion se hizo audible. Mas que oir, noto una presencia moviendose por la salita. Al principio, en su conciencia sonolienta, no tuvo miedo, solo una vaga curiosidad. Seria primera hora de la manana. Quizas eran las siete y llegaba el te. Ahora hubo otro sonido, apenas un suave chirrido pero inconfundible. Alguien estaba cerrando la puerta de la habitacion. La curiosidad dio paso a la primera sensacion fria de desasosiego. Nadie hablaba. No se encendio ninguna luz. Intento gritar con una voz cascada que el obstructor aposito volvia inutil. «?Quien es? ?Que esta haciendo? ?Quien anda por ahi?» No hubo respuesta. Y ahora Rhoda supo con certeza que no era una visita amistosa, que estaba en presencia de alguien o algo con intenciones malvadas.

Mientras Rhoda permanecia rigida, la figura palida, vestida de blanco y con mascarilla, estaba junto a su cabecera. Los brazos se movian sobre su cabeza en un gesto ritual parecido a una parodia obscena de bendicion. Rhoda hizo un esfuerzo para levantar los brazos -de repente la ropa de cama parecia pesar una enormidad- y estiro la mano en busca del timbre de llamada y la lampara. El timbre no estaba. Su mano encontro el interruptor, pero no habia luz. Alguien habria puesto el timbre fuera de su alcance y quitado la bombilla de la lampara. No grito. Todos aquellos anos de autocontrol para no delatar el miedo, para no hallar alivio en los chillidos, habian inhibido su capacidad para gritar. Ademas sabia que gritar no surtiria efecto; el aposito dificultaba incluso el habla. Forcejeo para levantarse de la cama, pero se vio incapaz de moverse.

En la oscuridad, distinguia vagamente la blancura de la silueta, la cabeza cubierta, la boca con la mascarilla. Una mano estaba pasando por el cristal de la ventana entornada… pero no era una mano humana. Por aquellas venas sin huesos jamas habia fluido la sangre. La mano, de un color blanco tan rosaceo que parecia haber sido cortada del brazo, avanzaba lentamente por el espacio hacia su misterioso objetivo. En silencio, cerro el pestillo de la ventana y, con un gesto elegante y delicado en su movimiento controlado, corrio la cortina. Se intensifico la oscuridad de la habitacion, ya no era solo un encubrimiento de la luz, sino un espesamiento oclusivo del aire que dificultaba la respiracion. Se dijo a si misma que debia de ser una alucinacion provocada por su estado medio adormilado, y durante un bendito momento la miro, desvanecido todo el terror, esperando que la vision se disipara en la oscuridad circundante. Luego se disipo toda esperanza.

La figura estaba a la cabecera de la cama, mirandola. Rhoda no distinguia nada salvo un bulto blanco amorfo, los ojos que la miraban fijamente quiza fueran despiadados, pero todo lo que ella alcanzaba a ver era una raja negra. Oyo palabras, pronunciadas con calma, pero no las entendio. Levanto a duras penas la cabeza de la almohada y trato de protestar con voz ronca. Inmediatamente el tiempo quedo en suspenso, y en su torbellino de terror fue consciente solo del olor, el ligerisimo olor a lino almidonado. Saliendo de la oscuridad, inclinandose sobre ella, estaba la cara de su padre. No como la habia recordado durante mas de treinta anos sino la que habia conocido brevemente en los primeros anos de su infancia, joven, feliz, agachandose sobre su cama. Rhoda alzo el brazo para tocarse el aposito, pero pesaba demasiado y lo dejo caer. Queria hablar, moverse. Queria decir «mirame, me he librado de eso». Sentia los miembros recubiertos de hierro, pero ahora, temblando, consiguio levantar la mano derecha y tocarse la gasa sobre la cicatriz.

Sabia que esto era la muerte, y a este conocimiento le acompanaba una paz no buscada, un desligamiento. Y luego la mano fuerte, sin piel e inhumana, se cerro alrededor de su garganta, obligandola a echar la cabeza hacia atras contra la almohada, y la aparicion arrojo su peso hacia delante. Rhoda no cerro los ojos ante la muerte, tampoco lucho. La oscuridad de la habitacion la envolvio y se convirtio en la negrura final en la que cesaban todas las sensaciones.

16

A las siete y doce, en la cocina, Kimberley se estaba poniendo nerviosa. La enfermera Holland le habia dicho que la senorita Gradwyn habia pedido que le subieran el te a las siete. Esto era mas temprano que la primera manana que habia estado en la Mansion, pero la enfermera le habia dicho a Kim que a las siete debia estar lista para prepararlo, y a las siete menos cuarto ella habia dispuesto la bandeja y colocado la tetera encima de la placa de la cocina para calentarla.

Pero ya pasaban doce minutos de las siete y no sonaba ningun timbre. Kim sabia que Dean necesitaba que ella le ayudara con el desayuno, cosa que estaba resultando inesperadamente exasperante. El senor Chandler- Powell habia pedido que le sirvieran el suyo en su apartamento, lo que era inhabitual, y la senorita Cressett, que en general se preparaba lo que queria en su pequena cocina y casi nunca tomaba un desayuno caliente, habia llamado para decir que bajaria con los demas al comedor a las siete y media y habia sido mas quisquillosa que de costumbre sobre lo crujiente del bacon o la frescura del huevo, como si, penso Kim, un huevo servido en la Mansion fuera otra cosa que fresco y de granja, algo que la senorita Cressett sabia tan bien como ella. Una irritacion anadida fue la no comparecencia de Sharon, cuyo cometido consistia en servir la mesa del desayuno y encender el calientaplatos. Kim no sabia si subir a despertarla en caso de que la senorita Gradwyn tocara el timbre.

Preocupada una vez mas por el alineamiento exacto de la taza, el platillo y la jarrita de leche en la bandeja, se volvio hacia Dean, con el rostro fruncido de ansiedad.

– Quiza deberia subirsela. La enfermera dijo a las siete. A lo mejor queria decir que no hacia falta que esperase el timbre, que la senorita Gradwyn lo esperaba a las siete en punto. Y luego esta la senora Skeffington. Puede llamar en cualquier momento.

Su cara, como la de un nino atribulado, inducia siempre en Dean amor y compasion tenidos de irritacion. Se acerco al telefono.

– Enfermera, soy Dean. La senorita Gradwyn no ha llamado para pedir el te. ?Esperamos o quiere que Kim se lo suba?

La llamada duro menos de un minuto. Dean colgo y dijo:

– Llevaselo a la enfermera. Dice que llames a la puerta antes de entrar. Ya se encargara ella.

– Supongo que tomara el Darjeeling como antes, y las galletas. La enfermera no dijo otra cosa.

Dean, ocupado friendo huevos, dijo secamente:

– Si no quiere las galletas, que las deje.

El agua hirvio enseguida y el te estuvo hecho en cuestion de minutos. Como de costumbre, Dean la acompano al ascensor, sostuvo abierta la puerta y pulso el boton a fin de que ella pudiera usar ambas manos para llevar la bandeja. Al salir del ascensor, Kim vio a la enfermera Holland salir de su sala de estar. Esperaba que le cogiera la bandeja de las manos, pero en vez de ello la enfermera, tras una mirada superficial, abrio la puerta de la suite de la senorita Gradwyn, obviamente esperando que Kim la siguiera. Quiza, penso Kim, esto no debia sorprenderle: no era tarea de la enfermera servir el te de primera hora a los pacientes. En todo caso le habria costado un poco, pues llevaba consigo su linterna.

La sala estaba a oscuras. La enfermera encendio la luz y se dirigio a la puerta del dormitorio, que abrio despacio y sin hacer ruido. Esa habitacion tambien estaba a oscuras, y no se oia nada, ni siquiera los ruidos suaves de alguien respirando. La senorita Gradwyn estaria durmiendo profundamente. Kim penso que era un silencio misterioso, como entrar en una estancia vacia.

Por lo general era consciente del peso de la bandeja, pero ahora esta parecia pesar mas por momentos. Se quedo sosteniendola en el hueco de la puerta abierta. Si la senorita Gradwyn se levantaba tarde, ella tendria que prepararle luego otro te. No iba a dejar este ahi tanto rato hasta que se enfriara.

– Si aun duerme, no tiene sentido despertarla -dijo la enfermera con tono despreocupado-. Solo comprobare si esta bien.

Se acerco a la cama y enfoco con la luz palida de la linterna la figura supina y luego cambio a un haz mas intenso. De pronto la apago, y en la oscuridad Kim oyo su voz aguda y urgente, que no parecia la de la enfermera:

– Vete, Kim. No entres. ?No mires! ?No mires!

Pero Kim habia mirado, y durante aquellos segundos desconcertantes antes de que se apagara la linterna, habia visto la imagen estrafalaria de la muerte: pelo negro extendido sobre la almohada, los apretados punos levantados como los de un boxeador, el ojo abierto y el livido cuello con manchas. No era la cabeza de la senorita

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